• Paulina Mastretta Yanes
  • 06 Noviembre 2014
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¿Vas a ir al a fiesta del panteón?

             Es lo primero que pienso siempre que alguien está haciendo ruido durante el día de muertos. ¿Por qué hacen tanto ruido? ¡Una fiesta! Pues sí, en nuestras tierras, la muerte es una fiesta de lo más interesante. Una fiesta llena de experiencias y donde las calaveras salen de sus tumbas para unirse a la fiesta mexicana.

             Es el día en que el pueblo se viste de gala para ir al panteón, ¿por qué? Pues la fiesta comenzará pronto, una fiesta donde se irá a pasarla muy bien con los seres queridos que descansan en el panteón. Y no puede faltar la música, la cerveza, la plática con los amigos pues ahí se va a charlar con el muerto como si estuviese vivo o tal vez a hablar con el vivo como si estuviese muerto.

            Y por supuesto, no puede faltar el gran altar que es la ofrenda. Es una tradición que ha perdurado en mi memoria desde siempre por estas fechas. El día en que las fotografías de mis abuelos son puestas en la mesa principal de la casa, y colocamos un altar con flores, comida, calaveritas de azúcar y dulces de todo tipo. Y pronto no sólo los abuelos aparecían, también comenzamos a incluir a nuestras queridas mascotas pues ellos también son importantes.  Este año seguramente incluiremos a mi tía abuela, ahora estará orgullosa entre las fotografías de mis abuelos. ¿Vendrá este año a visitar por primera vez la ofrenda? ¿Qué tipo de travesura nos tendrá preparada?

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            San Gabriel Chilac es un pueblo oculto entre la selva baja de Tehuacán. Es famoso por su fiesta de muertos. Cualquier persona que llegue al pueblo lo verá tan desierto como nunca. ¿Por qué esta desierto el pueblo? Es evidente del porqué: la fiesta está en el panteón y nada importa ese día más que la visita a los muertos. Hay carpas de comida en el exterior, y la música suena por todos lados. ¿En verdad es un rito para visitar a los muertos? ¿O una fiesta más?  No lo sé, pero ahí está el pueblo reunido con sus muertos, platicando junto a la tumba como si fuese lo más normal del mundo.

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            Me pongo a leer algunos artículos sobre el día de muertos y me llama la atención un dato en particular: los países extranjeros ven con demasiada extrañeza las acciones del mexicano de “celebrar la muerte” pues los ritos en otros países no ocurren de esa manera. ¿De dónde viene entonces ese espíritu del mexicano por honrar a la muerte? No es del español, no, esa tradición proviene de las culturas prehispánicas, nuestro pasado ancestral, donde los vivos y muertos podían convivir como uno solo ente en cualquier momento. La muerte estaba más viva que cualquier vivo, y el vivo estaba más muerto que cualquier muerto. Una interacción entre vida y muerte, un juego de palabras más que nada.

            Se habla de las ofrendas colocadas en el zócalo de la ciudad, y de los arreglos florales dedicados a La Catrina. ¿Quién es esta mujer tan ejemplar?  Es la misma representación de la muerte que camina entre nosotros como una persona más. Todos la veneran y tratan con respeto como a una gran señora que hay que tratar bien. Ella es caprichosa, pues en cualquier momento puede llevarse a quienes quiera, y si te visita no estás seguro si es por qué ha llegado tu turno o simplemente fue una visita de cortesía a tu casa para comer los manjares deliciosos que has puesto en tu ofrenda.  Hay que tener cuidado de no hacerle enojar y lo mejor es dejarle a ella y a su séquito (los muertos) una deliciosa ofrenda para que no hagan travesuras por no hacerlo. 



           “¿Me da para mi calaverita?”  Esa expresión la escuchas en las calles de la ciudad, y la llevan en la boca niños disfrazados de criaturas extrañas, pues en estos días es normal ver a seres escalofriantes caminar entre los vivos y es raro ver a un vivo caminar entre los muertos. Lo raro se vuelve común y lo común se vuelve raro. Los niños piden dulces, piden monedas, tratando de emular una tradición extranjera a su propia manera. Se vuelve una mezcla entre el culto prehispánico y entre la festividad extranjera. La bruja y la Llorona se ponen a platicar felices de la vida por las calles—asustando a cualquier pobre que se encuentren en su camino – mientras que la Calabaza discute sobre asuntos seriamente importantes con la Calaverita de azúcar. Las dos tradiciones se complementan, se tratan de alimentar una de la otra sin destruirse. 



Llego a la escuela de Letras, mi segundo hogar, y veo un camino de flores y en medio del patio una hermosa ofrenda dedicada a los literatos muertos. Algunos de mis compañeros ayudan a esparcir las flores de cempasúchil, así que el patio del colegio amarillea desde la entrada principal en la 3 oriente.  A su vez, en el patio de Historia se ha hecho otra ofrenda, lo que me hace pensar que en la facultad de Filosofía y Letras la ofrendas, aunque sea pequeñas, llama a los muertos para que por un rato este colegio y se nutran con sus paredes que seguramente en el pasado ellos también gozaron cuando estaban vivos. 



            Vida y muerte, todo es un suspiro, todo es una fiesta. Gozar la vida, para gozar la muerte. Disfruten las fiestas, disfruten cada momento pues cuando menos se den cuenta la señora Catrina vendrá a visitarles y esta vez no será solo para una fiesta, sino para invitarlos a su casa al otro lado de la vida, donde se dice que  Mictecaihiuatl (la dama de la muerte azteca) somete a los muertos a nueve pruebas para poder ser admitidos en Mictlán, el reino de los muertos. Ahí tendrás la certeza de que se puede vivir en la misma muerte.

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