• Ana Mastretta Yanes*
  • 09 Octubre 2014
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Soy esa clase de personas que deciden ir al informe del rector de la BUAP para hacer amigos, no se me dan mucho las fiestas. Aunque debo admitir que eso de analizar todo lo que diga el rector es una oportunidad que no puedo dejar pasar.

Voy rumbo al informe junto con cuates de mi prepa Emiliano Zapata. Son las ocho de la mañana, no sé cómo logramos levantarnos en sábado. Platico llena de emoción con una chica de tercero sobre arqueología, antropología y arte. Me extraña verla tan elegante. El  resto de mis compañeros y yo por suerte no llegamos en pijama. Yo  ando con unos suculentos jeans floreados, unos converse sucios y una playera de mi anime favorito.

Llegamos después de surcar la ciudad desde el centro histórico al CCU. En la explanada baila el ballet folclórico balanceando sus vestidos entre los ojos de la asombrada comunidad universitaria. Junto hay un piano enorme que está en un templete pequeño. Me asusto al ver al resto de la BUAP tan pulcros, somos el único grupo que no reluce la etiqueta, mi compañera se ve fachosa a comparación  de ellos. Veo caminar a una chica de piernas deslumbrantes y cabello de princesa con un mini vestido y unos tacones que bien podrían ser cuchillas.

 -- Durana --le pregunto al secretario administrativo y maestro de teatro de mi prepa—, ¿por qué todas las facultades, preparatorias y funcionarios vienen formales y nosotros no? ¿No qué podíamos venir como quisiéramos?

--Mejor venir todos fachosos tal y como somos a que formales fingiendo—, me dice.

En eso diviso a un compañero de la Zapata que viene formal, de hecho sostiene, con desbordante entusiasmo, un maletín. Presume su nuevo corte “al raso”, los demás lo molestamos con que el área académica lo cambió; él replica que quiere acostumbrarse a la política.

­­--¿Y por eso traes bombas en tu maletín?-- le pregunta una chica con una intriga que parece auténtica.

--¡No! Traigo libretas, quiero analizar todo lo que diga el rector.

Chingao, a mí se me olvidó mi poderosa libreta.

Entramos al auditorio. Veo caminar a un funcionario con corbata y trajes recién planchados. En una butaca un chavo chatea vía IPhone mientas se toma selfies. A todas las mujeres les brillan los labios y el staff del complejo reluce impecable. Incluso los de medicina trajeron sus batas. No veo a ninguno de los lingüistas rastas piojosos con los que suelo entablar conversaciones cuando espero a mi hermana en su facultad. Tampoco a algún biólogo con tatuajes Darwinianos. Me siento desubicada y algo humillada, pero me consuela un compañero: “Tranquila, podrías venir peor —dice—, yo ando crudo ¡Ya hasta fui a vomitar al baño!”

Llegamos temprano, pero tarde por la masividad del evento así que no alcanzamos lugares juntos y nos repartimos entre contingentes de otras prepas y facultades en la parte de arriba del evento. Una chica del turno vespertino de mi prepa y yo encontramos lugar juntas, platicamos en lo que empieza el informe. Nos contamos desde nuestras aventuras en el proceso de admisión a nuestras opiniones del noviazgo. Aunque viene de escuela de monjitas, somos más parecidas de lo que parece.

--¿No te sientes acarreada? Ya sabes, para que hubiera gente --comenta. Me río y en eso comienza a hablar la grabadora que ponen en todos, en serio en todos, los eventos de la BUAP y le pide al bellísimo público que tome asiento.


Foto de Joel Merino/Poblanerías.

 

Después anuncian a Moreno Valle y a Martha Érika, también impecables. Mi compañera se queja, dice que quisiera que fuese más autónomo. Reflexiono su crítica mientras empieza a hablar la persona que está junto al gobernador y el rector. No tengo la más remota idea de quién sea ese señor, lo mencionaron hace unos segundos pero ya no me acuerdo. No se me queda nada de lo que dijo. Cuando termina la grabadora introduce a Esparza, a quien le aplaudimos de a montones. Comienza el himno nacional y la universidad escolta la bandera. Son puras mujeres con mascadas color cielo, quienes marchan perfectamente. Se ven hermosas. Van acompañadas de unos niños trompetistas repartidos por el auditorio. Con fugacidad contraria a la del Cench terminan los honores y José Alfonso Esparza Ortíz, nervioso, comienza a hablar.

Crecí, como todo niño, con las historias de mi papá. Comenzó leyéndome El hobbit, después Momo y La historia interminable. Ahora, para bien o para mal, me platica de la historia moderna de Puebla. Esa que nunca me enseñaron en la secundaria. Soy fan de las anécdotas entorno al comunismo y a la BUAP. También me narra cómo en las últimas rectorías la universidad siguió una tendencia priista. Cuando le he preguntado qué tendencia sigue la actual dirección mi papá ha mencionado la palabra neutralidad. No estoy segura de entenderle, pero en eso el rector comienza su informe con la respuesta.

--Estamos haciendo nuestra universidad soñada, con nuestra única política: la universitaria. Juntos, a la altura de las exigencias de nuestro tiempo --afirma Esparza.

Qué tiempos más curiosos nos tocaron, querido rector.

Luego comenta sobre el aumento del cupo estudiantil y la calidad del cuerpo académico a niveles nacionales. Quiere continuar pero no lo dejan los eufóricos aplausos, aprovecha para tomar agua.  Luego nos platica sobre las instalaciones que han hecho en Tehuacán. Más aplausos.  Sigue y señala algunas de sus cualidades, como el compromiso científico, la internacionalización, los programas de alfabetización, su tecnológico estacionamiento, el circuito infantil (instalaciones donde madres trabajadoras o estudiantes de la BUAP pueden dejar a sus niños bajo el cuidado de talento universitario). Noto cómo de manera continua recalca que la la estamos haciendo. Cada que lo dice mi amiga y yo bromeamos con que le falta agregarle el hashtag. No nos culpen, todos los días vemos sus anuncios con ese eslogan.

Tanta es su emoción por aquella frase que concluye gritándola, creo que no necesitó micrófono, porque como dicen mis amigos “se inspiró”. Me extraña que ya haya terminado, siento que le faltó mencionar a las humanidades,  a lo que más llegó fue a mostrar las nuevas instalaciones para la escuela de artes plásticas y audiovisuales. Regresa a su asiento y Valle toma el micrófono.

No le aplaudo. Comienza a hablar con un tono aterciopelado, lento, sin prisa. Me recuerda al lenguaje cetáceo de Buscando a Nemo. Lo grabo. Durante el desarrollo de su discurso comienza a desligar sus palabras con la BUAP, pero se da cuenta que vuelve a dar pie a su relación tan fructífera con la universidad. Termina de hablar y otro señor comienza a echarnos el rollo. ¿O habló él primero que el gobernador? Ni idea, lo siento, está crónica no es precisa ni fidedigna.

Cuando terminan los espectadores ya estamos listos para partir, pero la grabadora nos ordena quedarnos de pie en nuestros lugares para cantar el himno a la BUAP. Ni sabía que teníamos himno, cuando lo escucho entiendo porque nunca había oído de él. A juzgar por las risas y comentarios de la gente de al lado no soy la única. Cuando termina la melodía salimos disparadas de nuestros asientos y nos reunimos con el resto de la prepa y con algunos chicos de la extensión regional de San Martín. Nos quedamos un rato burlándonos de aquella canción que osa llamarse música y de Valle,  y mis compañeros cuentan las pendejadas que hicieron mientras hablaba el rector. Algunos cotorrean con el hablar de Valle, otros que los culparon de robo cuando en realidad fue la chica de la fila de atrás. Hambrientos salimos del auditorio y fingimos ser todos de San Martín porque solo le están dando comida a los foráneos.

Salimos del auditorio y comenzamos a recolectar la comida. De repente unos compañeros pescan al rector y se toman emocionadísimos una foto con él como si fuera una celebridad. Unos días después los veré en la publicidad de la universidad. Luego juntamos varias de las mesitas que tenían sombrillas y nos ponemos a platicar afuera del auditorio como si fuera taquería. Mi amigo crudo engulle los sándwiches como si no hubiera desayunado, más bien creo que no desayunó. Yo mendigo churros y me dan uno, al contrario de a un compañero que ni porque se inventó que era hijo del rector le dieron, la cocinera dijo que ya la habían regañado por repartir. En un rato llegan los maestros preguntándonos que les guardamos, pero no quedaba nada.

No me doy cuenta, pero el gentío mengua. Pero aquí seguimos los de la Zapata y unas cuantas personas a los alrededores. En eso llega Alan, un compañero de tercero, su gafete es diferente al del resto, cuando le pregunto me dice que es porque él es el representante de la Zapata ante el consejo universitario de la universidad.

--Alan ¡Eso es clasismo!

Seguro a ellos les tocaron los churros, aunque esa envidia secreta no se la cuento.

También anda por ahí la orquesta sinfónica de la BUAP, aunque ya tocaron y ya no está el piano, pero si él pequeño atrio. Ante nuestros ojos solo son personas vestidas de negro, mis compañeros insinúan quién se murió. Nos reímos y seguimos con nuestro desmadre cuando a un compañero se le ocurre pedirle una foto al rector, lo chantajeamos con que somos de la Zapata, su mejor prepa. Tal vez porque somos los últimos rezagados acepta. Me toca junto a él, alcanzo a ver que en su corbata tiene estampados del logo de la BUAP, que bello. Sonreímos ante diez cámaras, luego le agradecemos, pero él dice que al contrario, gracias por venir. Un compañero afirma que su corbata vale más que su casa.

Nos quedamos un rato más en el templete, gozando como nunca. Porque comenzamos a brincar desde el escenario con la confianza de que nos iban a cachar. No ocurrió ninguna tragedia, estense tranquilos. De hecho, nomás se distrajo José Alfonso Esparza Ortiz aventamos al secretario académico y al administrativo.

No estoy muy segura de que tanta atención le puse al rector, pero como me ha enseñado la Zapata, me divertí mucho.

* Ana Mastretta es estudiante de primer grado en la Prepa Zapata/BUAP


Los estudiantes de la Zapata.

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