• Francisco Pérez Arce Ibarra
  • 10 Abril 2014
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Este texto, escrito por el novelista e historiador Francisco Pérez Arce Ibarra (Tepic, 1948),  forma parte del libro Zapata en el imaginario popular, editado por la Editorial Disgrafsol (México, 2013) y  coordinado por Víctor Soler, con textos de Mónica Lavín, Andrés Ruiz y el propio Pérez Arce y fotografías de Adrián Bodek, Jorge Gómez Maqueo, Mara Soler y Víctor Soler.

 

El título está tomado de una estrofa del corrido “La muerte de Zapata”:

 “Camino de Huehuetoca/ preguntaba así un turpial, caminante:

 ¿qué se hizo del famoso caporal?”

            Francisco Pérez Arce (Tepic, 1948) llegó a la ciudad de México en 1965 para estudiar la preparatoria en San Idelfonso. En 1968 entró a la escuela de Economía en la UNAM y participó como brigadista en el movimiento estudiantil. Novelista e historiador --es investigador en  la Dirección de Estudios Históricos del INAH--,  ha publicado entre otros libros los ensayos  A muchas voces (1988) y 1994: el año que nos persigue (1995), y las novelas La Blanca (1987), Dios nunca muere (1992), El día de la virgen (1994) y la trilogía Fin de Siglo, con Hotel Balmori (2004), Septiembre (2010) y Xalostoc, en el 2012, todas ellas ficciones literarias profundamente enraizadas en la realidad social mexicana posterior a los sucesos de 1968 .

            Considerando en frío es el blog en el que este escritor da cuenta de la realidad cotidiana con la perspectiva que conjunta la perspectiva histórica con la crónica colectiva convertida en ficción literaria. http://considerandoenfrio.wordpress.com/

            De Francisco Pérez Arce --quien es investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH--  hemos publicado en Mundo Nuestro entre otros textos la primera parte de Xalostoc, historia de una huelga http://tinyurl.com/lerxqco y más recientemente “Hacer que mis palabras sean tu voz” (En memoria de José Emilio Pacheco) http://tinyurl.com/n3wzln4

 

 

            “..dicen que no ha muerto el jefe,

            que Zapata ha de volver…”

            (Del corrido La muerte de Zapata)

 

            Todos los muros

            Zapata aparece en todos los murales de la región. Si no aparece Zapata. Los comparte con símbolos aztecas, obscuros y antiguos, de significación imprecisa, o con efigies de revolucionaros fácilmente identificables, Morelos, Pancho Villa, Che Guevara, Subcomandante Marcos. Reproducciones de fotos mil veces vistas: a caballo, de perfil, mirando al espectador con la seguridad de estampa reconocible, de pie, con fusil y cananas, y los otros rasgos de fácil trazo, el sombrero ancho, los bigotes, el traje de charro, de caporal elegante, poco habitual entre los campesinos de la región y de la época, personal y orgulloso, y la mirada, esa mirada que el pintor no tiene que lograr con recursos propios porque ya la conocemos, la hemos visto en las fotografías de la época reproducidas tantas veces durante un siglo, profunda y desconfiada, penetrante, oblicua. Algunos de los murales fueron encargados a pintores profesionales; algunos resultan previsibles y estáticos, otros fantasmales, como surgidos espontáneamente,  más cerca del grafiti que del muralismo de la revolución mexicana.

¿A qué se debe la presencia obsesiva del Zapata que nos sale al paso en cada  pueblo, en cada oficina de gobierno municipal o gobierno ejidal o de partido político? ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué es tan fácil de identificar? ¿Cómo se convirtió al mismo tiempo en estampa  de “historia oficial” y de historia rebelde? ¿Cuándo eligió hacerse acompañar del Che Guevara y del Subcomandante Marcos?  

 

            Historia

            Desde joven, Emiliano había sido opositor del régimen, que en Morelos personificaban los hacendados. Las haciendas azucareras de Morelos eran hijas predilectas del régimen porfirista. Y a principios del siglo XX estaban en plena expansión, acumulando riquezas y tierras.

Siendo niño, se cuenta la anécdota con sabor de mito, Emiliano le dijo a su papá que cuando creciera él iba a  recuperar la tierra.

Así lo cuenta Jesús Sotelo Inclán (así se lo contaron):

“Andaría en sus nueve años, cuando Emiliano vio derribar las huertas y las casas del barrio de Olaque, por órdenes del hacendado Manuel Mendoza Cortina, que hacía crecer los campos de Cuahuixtla sobre los predios de Anenecuilco. Entonces se produjo un hecho revelador, cuando el niño  vio llorar a su padre frente a la enorme injusicia.

“—Padre, ¿por qué llora?

--Porque  nos quitan las tierras.

--¿Quiénes?

--Los amos.

--¿Y por qué no pelean contra ellos?

--Porque son poderosos.

--Pues cuando yo sea grande haré que las devuelvan” (1)

            Nunca fue pobre Emiliano, heredó, como su hermano, un pequeño predio. Desarrolló además habilidades notables en el manejo de los caballos. Era jinete  bueno y tenía fama  de ser el mejor domador de la región; los hacendados lo buscaban para atender sus establos. Tenía además una estampa fina y vestía como charro elegante, lo que a la larga ayudó a la construcción del mito:

 …una rana en un charquito

cantaba en su serenata

dónde hubo un charro mejor

que mi general Zapata…

            Participó en la campaña del candidato opositor al gobierno de Morelos, Patricio Leyva. El candidato de Porfirio Díaz era Pablo Escandón, representante directo de los hacendados y él mismo hacendado. Las elecciones del 7 de febrero de 1909 se realizaron, después de campañas intensas que daban cuenta de la popularidad de Leyva, bajo la presión ilegal de las autoridades, que se empeñaron en el triunfo de Escandón. El 15 de marzo fue declarado ganador, y los seguidores de Leyva sufrieron represalias de todo tipo. El ambiente se estaba calentando al concluir la primera década del siglo.

Calpuleque

            Treinta años de edad tenía Zapata, en 1909, cuando lo nombraron representante de su pueblo (Presidente de la Junta de Defensa). Fue depositario de un legajo de valor inestimable para su gente: los títulos primordiales de Anenecuilco. Los que habían servido para gestiones interminables e inútiles, pero que contenían la verdad. La prueba suprema de que sus tierras le pertenecían y habían sido robadas por las haciendas. Durante ocho días los estudió. Buscó a quien entendiera náhuatl para descifrar algunos de ellos.

El nombramiento que le dio su pueblo equivalía al del antiguo calpuleque,  jefe del Calpulli en la jerarquía indígena. Llamar así al representante de Anenecuilco  tiene sentido para entender la forma del nombramiento que Zapata recibió y la forma en la que lo aceptó. No se trata de una simple representación sino de la continuación de un compromiso con la comunidad, la continuación de una historia de siglos. En los tiempos difíciles que corrían, en ese 1909, cuando la situación se agravaba debido a la creciente agresividad de las haciendas, los viejos decidieron trasmitir esa representación a los jóvenes. Los tiempos exigían que la defensa del pueblo estuviera en hombres más fuertes y más capaces para dirigir a su pueblo, para luchar por su sobrevivencia.

Los documentos debían guardarse en gran secreto. Era como guardar el alma del pueblo, su futuro y su razón. Guardaban los documentos en una caja de lámina en lugar muy protegido. Zapata nunca olvidó que él era el custodio, el depositario de tal tesoro, y que tenía que velar por él y tenerlo a buen resguardo; por eso lo  encargó a su gente de mayor confianza. Cuando la revolución estaba en marcha, cuando las batallas se sucedían, lo encargó a Pablo Robles y le dijo:

“—Si los pierdes, compadre, te secas colgado de un casahuate.”

Años después los recibió de Robles y los encomendó a su primo y amigo del alma, Francisco Franco Salazar, ordenándole que dejara de participar en los combates para no arriesgar su vida, porque su única misión sería salvaguardar esos papeles.

            Gracias a Sotelo Inclán sabemos cuáles eran esos documentos tan preciados; entre otros:

            -Merced del virrey don Luis de Velasco sobre tierras de Anenecuilco (5 de septiembre de 1607). –Mandamiento sobre tierras pedidas por los naturales de Anenecuilco (22 de febrero de 1614). Copias certificadas el 30 de noviembre de 1853. Y más documentos de ese tipo, solicitudes y trámites diversos con sellos oficiales expedidos en ese mismo 1853, o en 1906, por el Archivo General y Público de la Nación. Trámites llevados a cabo por  numerosas comisiones, tras esperas burocráticas y costos onerosos. Pero ahí estaban los documentos. El pueblo de Anenecuilco podía probar sus derechos con esos papeles antiguos, guardados religiosamente por los ancianos de sucesivos consejos. Y con ellos habrían de oponerse a la expansión de las haciendas que crecían a costa de las tierras de los pueblos. En 1909 los pusieron en manos de un joven de 30 años, Emiliano Zapata, intuyendo que se aproximaban tiempos graves que los viejos no tendrían fuerzas para enfrentar.

Francisco Franco cumplió firmemente la encomienda que le dio Emiliano. Los escondió en lugares muy secretos. Reaparecía el tesoro cuando había vientos favorables. Y volvían a ser enterrados en cuevas o quién sabe dónde cuando soplaban en contra. Salieron a la luz cuando Obregón fue presidente, y recuperaron parcialmente sus tierras, y otra vez cuando llegó al poder Lázaro Cárdenas.  

Franco le escribió una carta al General  Cárdenas y este fue  personalmente y entregó las tierras reclamadas por la gente de Anenecuilco; tierra que para entonces estaban en manos de generales de la revolución que cobraban así sus méritos en campaña. Cárdenas se las quitó a los generales y las entregó al pueblo. El tesoro de papel siguió escondido. Los últimos documentos quedaban ya no en una caja de lámina, sino en un atado cubierto por una tela, borrados y carcomidos, el viejo Franco los dejó en herencia al historiador Sotelo Inclán. Extraño y largo periplo del tesoro de papel, que tan alto significado tenía para el pueblo y para Zapata, y que con tanto celo cuidó Franco Salazar, primo hermano y amigo de de Emiliano, y hasta para Sotelo Inclán que se ganó la confianza del custodio y nos dio a conocer la naturaleza del  tesoro. 

Invencible

            Emiliano fue invencible en batalla, adaptó las condiciones de vida de las comunidades a una forma de guerrear. Peleó por las tierras contra todos los gobiernos que se las negaron, empezando por el porfirista. Siguieron a Madero convencidos por su Plan de San Luis, que decía en su punto 3:

 “...Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya por acuerdos de la Secretaria de Fomento, o por fallos de los Tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetos  revisión tales disposiciones y fallos y se exigirá la devolución de dichos terreno a quienes los adquirieron de un modo tan inmoral...”

            Los zapatistas festejaron el triunfo de Madero y la huida del dictador. Pero el gobierno interino de De la Barra los siguió combatiendo y se le daba largas a la solución de ese punto 3 del Plan de San Luis, que para ellos había sido la razón de la guerra y debía cumplirse de inmediato, y no seguir empantanados en trámites y actuaciones sin fin en oficinas burocráticas tribunales.

Los campesinos sureños seguían sufriendo la persecución del ejército. No podían seguir viendo a Madero como un aliado. Y apenas asume la presidencia, Zapata promulga el Plan de Ayala que desconoce al gobierno y propone seguir la lucha con un programa agrarista más radical. El corazón del plan es la reivindicación de la tierra. Pero va más allá de lo plasmado en el Plan de San Luis. El artículo 6 del Plan de Ayala plantea la restitución de las tierras, es el equivalente del punto 3 del de San Luis; el artículo 7 establece el reparto de las grandes propiedades para dar tierra a los campesinos que carecen de ella;  el artículo 8 ordena la expropiación de las propiedades de los enemigos de la revolución. A partir de entonces erigieron como su principal bandera al Plan de Ayala. 

            Cuando Victoriano Huerta derroca al presidente Madero mediante un sangriento golpe de Estado, los zapatistas apuntan sus fusiles contra el nuevo dictador. La influencia zapatista se extiende. Las ideas del plan de Ayala están bien sembradas en un amplio territorio de Sur, que va desde las goteras de la ciudad de México  y abarca todo Morelos y hasta gran parte de Puebla y Guerrero.  

            Cayó el gobierno de Victoriano Huerta. Ganó la revolución. Después de la Convención que intentó la unidad de todas las fuerzas revolucionarias sin lograrlo, el Ejército Libertador del Sur tomó la ciudad de México junto con la División del Norte. Zapata y Villa se retrataron juntos en la silla que representaba el poder supremo. Eran los ejércitos campesinos que apoyaban al gobierno de la Convención. Pero Carranza y Obregón no reconocían ese gobierno y estalló la guerra civil.  Zapata volvió a su tierra. Villa enfiló al Norte.

Los hombres del sur sufrieron otra vez la persecución del gobierno. Esta vez del de Carranza. Pero en su tierra Zapata era invencible. Peleaba contra ejércitos supuestamente superiores en todos los sentidos, en profesionalismo, en armamento, en conocimiento del arte de la guerra… Pero esa superioridad  no valía ante la encomienda y las raíces de la lucha zapatista… Eran buenos guerreros los soldados del Ejército Liberador del Sur, y sabían hacerse invisibles cuando no podían enfrentar a una fuerza superior.

En 1918, el Gral. Pablo González dirigió la más grande campaña contra las fuerzas de Zapata. Impuso control territorial arrasando pueblos. Estableció guarniciones en 40 poblados. Llevó más de 10 mil soldados a la zona fuerte de los zapatistas. Pero estos se remontaban o se hacían invisibles. Y Emiliano se les escapaba de las manos. Sólo con una traición podían matarlo; sólo así pudieron. La estrategia de González fracasó porque actuaba con la lógica y los métodos de un ejército de ocupación. Todos los pueblos campesinos eran considerados sus enemigos o aliados de sus enemigos, y si antes no lo eran, se convirtieron en rebeldes. El ejército de Zapata creció territorialmente y en número de efectivos.

Marzo de 1919: Jesús Guajardo, coronel del ejército carrancista, ofrece pasarse a la filas zapatistas con todos sus efectivos, y le envía de regalo una hermoso caballo alazán.  Zapata le pide pruebas de su lealtad. Aparentemente Guajardo le da suficientes garantías. El encuentro se prepara en la Hacienda de Chinameca. Lo espera Guajardo con más de 300 soldados. Llega Emiliano con una escolta de diez jinetes.

“Lo seguimos diez, tal y como él lo ordenara –le contó un joven asistente, que había presenciado los hechos, a Magaña, esa misma noche--, quedando el esto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia formada, parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor, al apagarse la última nota, al llegar el General en Jefe al dintel de la puerta... a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados, que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro inolvidable General Zapata cayó para no levantarse más... La sorpresa fue terrible. Los soldados del traidor Guajardo, preparados... en todas partes (cerca de mil hombres) descargaban sus fusiles sobre nosotros. Bien pronto la resistencia fue inútil: de un lado éramos un puñado de hombres consternados por la pérdida del Jefe, y del otro, un millar de enemigos que aprovechaban nuestro natural desconcierto para batirnos encarnizadamente... Así fue la tragedia. “ (2)

           

            Pablo Gonzáles recibe la noticia cierta incredulidad pero con gran alegría. Había logrado lo que parecía imposible. La prensa de la capital afín a Carranza festejó el suceso. Durante años había satanizado al caudillo del sur, llamándolo el “Atila del sur”, haciéndole fama de salvaje y sanguinario.

En los pueblos de la región se corrió la noticia, generando asombro y también incredulidad. Una incredulidad profunda. No podían haber matado al jefe Zapata. No era concebible.

Pablo González  necesitaba crear certidumbre de la muerte de su enemigo. Ordenó a Guajardo que lo cargaran en una mula y lo llevaran a Cuautla para ser exhibido ante los periodistas y ante quien quisiera verlo. Los oficiales carrancistas, las autoridades locales, y los periodistas (fotógrafos incluidos), borraron todas sus dudas. La gente del pueblo, en cambio, siguió dudando, y encontró agarraderas para la duda. No tenía la verruga en el rostro que todos reconocían. Al muerto no le faltaba una falange de un dedo meñique; Emiliano lo había perdido lazando un toro en una sus suertes de charrería. El muerto no tenía una señal en el pecho. Las mujeres que habían departido con él no lo reconocieron: “no es él”. Así se sientan las bases de la otra historia, la verdadera, la que mucha gente quiere creer: Emiliano había maliciado y por eso no se presentó a la cita con Guajardo, mandó en su lugar a uno que se le parecía mucho. Y luego se va ensamblando la leyenda con datos verdaderos.

“Zapata no murió en Chinameca”, fue la primera frase de la verdadera e increíble historia de la sobrevida del caudillo. Emiliano tenía un compadre árabe, y cuando vio la traición de que había sido objeto, prefirió irse con él a Arabia. Se generaliza la versión. Se repite años y décadas después. Emiliano Zapata se fue a Arabia y algún día ha de volver. 

Invencible

            Emiliano fue invencible en batalla, adaptó las condiciones de vida de las comunidades a una forma de guerrear. Peleó por las tierras contra todos los gobiernos que se las negaron, empezando por el porfirista. Siguieron a Madero convencidos por su Plan de San Luis, que decía en su punto 3:

 “...Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya por acuerdos de la Secretaria de Fomento, o por fallos de los Tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetos  revisión tales disposiciones y fallos y se exigirá la devolución de dichos terreno a quienes los adquirieron de un modo tan inmoral...”

            Los zapatistas festejaron el triunfo de Madero y la huida del dictador. Pero el gobierno interino de De la Barra los siguió combatiendo y se le daba largas a la solución de ese punto 3 del Plan de San Luis, que para ellos había sido la razón de la guerra y debía cumplirse de inmediato, y no seguir empantanados en trámites y actuaciones sin fin en oficinas burocráticas tribunales.

Los campesinos sureños seguían sufriendo la persecución del ejército. No podían seguir viendo a Madero como un aliado. Y apenas asume la presidencia, Zapata promulga el Plan de Ayala que desconoce al gobierno y propone seguir la lucha con un programa agrarista más radical. El corazón del plan es la reivindicación de la tierra. Pero va más allá de lo plasmado en el Plan de San Luis. El artículo 6 del Plan de Ayala plantea la restitución de las tierras, es el equivalente del punto 3 del de San Luis; el artículo 7 establece el reparto de las grandes propiedades para dar tierra a los campesinos que carecen de ella;  el artículo 8 ordena la expropiación de las propiedades de los enemigos de la revolución. A partir de entonces erigieron como su principal bandera al Plan de Ayala. 

            Cuando Victoriano Huerta derroca al presidente Madero mediante un sangriento golpe de Estado, los zapatistas apuntan sus fusiles contra el nuevo dictador. La influencia zapatista se extiende. Las ideas del plan de Ayala están bien sembradas en un amplio territorio de Sur, que va desde las goteras de la ciudad de México  y abarca todo Morelos y hasta gran parte de Puebla y Guerrero.  

            Cayó el gobierno de Victoriano Huerta. Ganó la revolución. Después de la Convención que intentó la unidad de todas las fuerzas revolucionarias sin lograrlo, el Ejército Libertador del Sur tomó la ciudad de México junto con la División del Norte. Zapata y Villa se retrataron juntos en la silla que representaba el poder supremo. Eran los ejércitos campesinos que apoyaban al gobierno de la Convención. Pero Carranza y Obregón no reconocían ese gobierno y estalló la guerra civil.  Zapata volvió a su tierra. Villa enfiló al Norte.

Los hombres del sur sufrieron otra vez la persecución del gobierno. Esta vez del de Carranza. Pero en su tierra Zapata era invencible. Peleaba contra ejércitos supuestamente superiores en todos los sentidos, en profesionalismo, en armamento, en conocimiento del arte de la guerra… Pero esa superioridad  no valía ante la encomienda y las raíces de la lucha zapatista… Eran buenos guerreros los soldados del Ejército Liberador del Sur, y sabían hacerse invisibles cuando no podían enfrentar a una fuerza superior.

En 1918, el Gral. Pablo González dirigió la más grande campaña contra las fuerzas de Zapata. Impuso control territorial arrasando pueblos. Estableció guarniciones en 40 poblados. Llevó más de 10 mil soldados a la zona fuerte de los zapatistas. Pero estos se remontaban o se hacían invisibles. Y Emiliano se les escapaba de las manos. Sólo con una traición podían matarlo; sólo así pudieron. La estrategia de González fracasó porque actuaba con la lógica y los métodos de un ejército de ocupación. Todos los pueblos campesinos eran considerados sus enemigos o aliados de sus enemigos, y si antes no lo eran, se convirtieron en rebeldes. El ejército de Zapata creció territorialmente y en número de efectivos.

Marzo de 1919: Jesús Guajardo, coronel del ejército carrancista, ofrece pasarse a la filas zapatistas con todos sus efectivos, y le envía de regalo una hermoso caballo alazán.  Zapata le pide pruebas de su lealtad. Aparentemente Guajardo le da suficientes garantías. El encuentro se prepara en la Hacienda de Chinameca. Lo espera Guajardo con más de 300 soldados. Llega Emiliano con una escolta de diez jinetes.

“Lo seguimos diez, tal y como él lo ordenara –le contó un joven asistente, que había presenciado los hechos, a Magaña, esa misma noche--, quedando el esto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia formada, parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor, al apagarse la última nota, al llegar el General en Jefe al dintel de la puerta... a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados, que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro inolvidable General Zapata cayó para no levantarse más... La sorpresa fue terrible. Los soldados del traidor Guajardo, preparados... en todas partes (cerca de mil hombres) descargaban sus fusiles sobre nosotros. Bien pronto la resistencia fue inútil: de un lado éramos un puñado de hombres consternados por la pérdida del Jefe, y del otro, un millar de enemigos que aprovechaban nuestro natural desconcierto para batirnos encarnizadamente... Así fue la tragedia. “ (2)

           

            Pablo Gonzáles recibe la noticia cierta incredulidad pero con gran alegría. Había logrado lo que parecía imposible. La prensa de la capital afín a Carranza festejó el suceso. Durante años había satanizado al caudillo del sur, llamándolo el “Atila del sur”, haciéndole fama de salvaje y sanguinario.

En los pueblos de la región se corrió la noticia, generando asombro y también incredulidad. Una incredulidad profunda. No podían haber matado al jefe Zapata. No era concebible.

Pablo González  necesitaba crear certidumbre de la muerte de su enemigo. Ordenó a Guajardo que lo cargaran en una mula y lo llevaran a Cuautla para ser exhibido ante los periodistas y ante quien quisiera verlo. Los oficiales carrancistas, las autoridades locales, y los periodistas (fotógrafos incluidos), borraron todas sus dudas. La gente del pueblo, en cambio, siguió dudando, y encontró agarraderas para la duda. No tenía la verruga en el rostro que todos reconocían. Al muerto no le faltaba una falange de un dedo meñique; Emiliano lo había perdido lazando un toro en una sus suertes de charrería. El muerto no tenía una señal en el pecho. Las mujeres que habían departido con él no lo reconocieron: “no es él”. Así se sientan las bases de la otra historia, la verdadera, la que mucha gente quiere creer: Emiliano había maliciado y por eso no se presentó a la cita con Guajardo, mandó en su lugar a uno que se le parecía mucho. Y luego se va ensamblando la leyenda con datos verdaderos.

“Zapata no murió en Chinameca”, fue la primera frase de la verdadera e increíble historia de la sobrevida del caudillo. Emiliano tenía un compadre árabe, y cuando vio la traición de que había sido objeto, prefirió irse con él a Arabia. Se generaliza la versión. Se repite años y décadas después. Emiliano Zapata se fue a Arabia y algún día ha de volver. 



Memoria histórica: vivir en los muros.

                No era Emiliano el muerto que llevaron a Cuautla. Alguien lo vio al día siguiente de su supuesta muerte. A caballo andaba por el monte, lo saludó y siguió de frente. Todos conocían al amigo árabe. Se fue con él a Arabia. Así se cuenta la historia. Los viejos lo contaron en su tiempo y los hijos a los hijos les dijeron que eso contaba el abuelo. La verdad es que murió Emiliano por una traición  el 10 de abril en la Hacienda de Chinameca. ¿Por qué se le recuerda tanto? ¿Por qué se cuenta tanta historia? ¿Por qué se menciona tanto su nombre y se pinta tanto su estampa? ¿Por qué tanto corrido y tanto poema?

Era apuesto el caporal,  experto como ninguno en el manejo de los caballos, lo nombraron calpuleque porque era hombre de fiar y vio que los papeles de Anenecuilco estuvieran bien guardados; se hizo guerrero y aprendió a ser General: urdió el Plan de Ayala que se convirtió en la bandera más alta de los agraristas mexicanos;  se hizo invencible y por eso no había otro modo de matarlo que hacerle traición. Así termina su historia en la Hacienda de Chinameca. Representó la tierra y la rebeldía. Está en la memoria histórica, esa memoria colectiva que junta relatos escuchados con los relatos leídos. Que mezcla sucesos imaginados con sucesos reales. Puede ser imprecisa pero no importa: representan el arraigo, la identificación  y la defensa de la tierra. De ahí que aunque el lema del Plan de Ayala era “Reforma, justicia y ley”, el zapatismo haya adoptado un lema que proviene de influencia anarquistas del magonismo: “Tierra y libertad”.

Hablando de leyendas y verdades, supongamos un diálogo entre el escéptico y su abuelo sabio:

                --Si se hubiera ido a Arabia llevaría allá más de cien años. ¿Cómo es que en tanto tiempo nunca envió señales?

                --¿Y quién puede asegurar que no lo hizo?

 

(1)    Sotelo Inclán, Jesús: Raíz y Razón de Zapata, Ed. Instituto de Cultura de Morelos, Cuernavaca, 2010. (p. 426)

(2)    Womack jr., John: Zapata y la Revolución Mexicana, Siglo Veintiuno Ed., México, 2010.    (p. 321)

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