• Carlos Figueroa Ibarra.
  • 04 Septiembre 2015
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Escribo estas líneas  cuando el Congreso de Guatemala  le ha  quitado la inmunidad al presidente más repudiado en su historia republicana. Cuando después de ello un juez ha emitido una orden de captura. Cuando ese presidente que es el de Guatemala y se llama Otto Pérez Molina ha tenido que renunciar y al día siguiente ha tenido que acudir al juzgado  en  donde  tendrá  que  enfrentar  la  ley  acusado  de  defraudación  aduanera  y asociación ilícita. Finalmente escribo estas líneas desde un hotel en la colonia Nápoles de la Ciudad de México, en vísperas de mi viaje a Guatemala en donde un presidente que ya no lo es porque el Congreso de la República le ha aceptado la renuncia, hoy es un reo ubicado en un cuartel militar en donde le espera una larga temporada. Y no puedo dejar de imaginar al altivo general ex Kaibil, pasando la primera noche de las muchas que pasará en prisión. Acaso ni Manuel Estrada Cabrera en 1920, ni Jorge Ubico en 1944, hayan tenido el desprecio tan extenso que hoy tiene  Otto Pérez Molina. Estrada Cabrera fue derrocado  tras una insurrección sangrienta que duró más de una semana. Ubico renunció después de que un movimiento cívico se pronunciará  en las calles y cuando los más diversos sectores de  un país,  principalmente  en la  ciudad de  Guatemala,  lo  repudiaron.  Otto Pérez Molina renuncia después de meses de manifestaciones callejeras, la última de las cuales,  la  del  jueves  27  de  agosto,  indudablemente  es  la  más  multitudinaria  de  las últimas décadas. Pero en Guatemala pareciera haber dos sintonías: la de la sociedad, la del ciudadano común y corriente y la de la clase política que tiene sus propios intereses. La primera está asentada en la rabia e indignación  que ha provocado el colmo del Estado fallido: un presidente y su vicepresidenta evidenciados como un par de capos mafiosos que encabezaron a una banda criminal. La segunda está  sustentada en el  cinismo de los cálculos políticos de quienes no viven para la política sino viven de la política. En esto se  sustentó el pacto entre el moribundo Partido Patriota y el ascendente partido Líder que  encabeza  el  candidato  presidencial  Manuel  Baldizón.  Fue  ese   pacto  hecho  en función  de  que  no  se  suspendieran  las  elecciones,  de  que  no  hubiera  una  reforma política sustancial,  lo que permitió que Pérez Molina no fuera desaforado, enjuiciado y encarcelado desde meses atrás. Estos objetivos hasta el momento no se han logrado. La reforma a la ley electoral que exige la ciudadanía para eliminar los aspectos más odiosos de una partidocracia corrupta no ha sido realizada. Y todo apunta que el domingo 6 de septiembre se realizarán las tan cuestionadas elecciones presidenciales.

Guatemala le da un ejemplo a México. Foto de www.rcinet.ca

El  divorcio  entre  políticos  y  ciudadanos  es  un  fenómeno  mundial.  En  Guatemala probablemente  se presenta de manera más acusada, porque ni siquiera existe un sistema estable  de partidos políticos. La mayoría de los  partidos son grupos de bribones que le apuestan a llegar al gobierno o negociar con quien llegue a  éste para saquear durante cuatro  años  las  arcas  nacionales.  Esto  explica  la  volatilidad  de  los  partidos,  el transfuguismo parlamentario (hoy el Líder cuenta con 62 diputados, 48 de los cuales abandonaron sus partidos originales al ser comprados). Y también  la ausencia de un proyecto  consistente  de  nación.  En  Guatemala  la  mercantilización  neoliberal  se  ha expresado en una extrema mercantilización política. No nos extrañemos pues que Pérez Molina y Baldetti estén involucrados en un proyecto de delincuencia organizada, algo totalmente divorciado del espíritu público que en teoría los políticos deben tener. No son los  únicos  ni  los  primeros.  Y  como  bien  lo  dijo  el  próximamente  defenestrado presidente, la corrupción también impera en el empresariado. Y en este contexto, en el cual la elite política ha ignorado la demanda de la suspensión de  las  elecciones  y  la  reforma a  la  ley  electoral,  las  elecciones  del  domingo  6  de septiembre,  acaso tengan un fuerte componente abstencionista y anulista. El partido con mayor capacidad de compra de voto y acarreo de votantes, el Líder, se verá beneficiadocon ello. Ya Baldizón ha dicho a los alcaldes que controla, que quien no le presente un 50% o más de los votos a favor de su candidatura que ni se le acerque…  Así las cosas el escenario más negativo para Guatemala sería que habiendo culminado con la renuncia de Pérez Molina las históricas jornadas de movilización social que comenzaron en el mes de abril, el epílogo fuera unas elecciones en las que el primer lugar lo tuviera el propio  Baldizón,  un  personaje  que  tiene  una  imagen  íntimamente  asociada  a  la corrupción. Sólo faltaría que el partido de la derecha contrainsurgente que ha lanzado aun cómico de la televisión,  se cuele en el segundo lugar. Si esto resultará así, para los guatemaltecos la opción en la  segunda vuelta electoral sería   entre cáncer y sida. Un escenario que abriría alguna esperanza sería que los dos punteros en las elecciones del próximo domingo fueran el propio Baldizón y Sandra Torres, candidata de una opción social demócrata moderada. Si esto fuera así, cabría la posibilidad de que Torres pudiera capitalizar toda la energía social desplegada en los últimos meses y aglutinando a todos los sectores políticos y sociales que repudian a Baldizón,  lo derrotara en la segunda vuelta. Más que en otros países, Guatemala necesita del re-prestigio de la política. La inédita e histórica participación ciudadana puede lograrlo. Ojalá sea este el resultado de esta gran crisis política. Esto dependerá de lo que resulte el próximo domingo.

Foto de portadilla tomada de www.rpp.com.pe



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