• Juan Carlos Canales
  • 10 Julio 2014
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Diario de lectura, 6 de julio, 9 Hs: me acaban de asaltar en el cajero de Santander de la 39 Oriente u 24 Sur. Y lo que más me preocupó fue que el muchacho estaba más nervioso que yo. Temblaba todo y movía la pistola desesperadamente.

El hombre de entre 20 y 25 años entró al cajero atrás de mí; me dio los buenos días. Giré para devolverle el saludo: iba embozado con un cubrebocas. Un instante después supe que me iba a asaltar.

-Te quiero enseñar una cosa- me dijo. Qué querrá enseñarme, me pregunté y me reí interiormente. Sacó una pequeña “escuadra” y me volví a preguntar si era una pistola de verdad. Me la puso a la altura del pulmón derecho. Dame el dinero. Si se le va el tiro de una 22 me desangra aquí, sin que nadie se entere. Pensé en muchas cosas, en mi hijo y en M. También en mi hermano. ¡Qué lata morirse en domingo! Tranquilo, no tengo mucho. Soy un trabajador como cualquiera. Se empezó a poner nervioso; en el trance no lo dejé de mirar a los ojos. Vi como empalidecía y empezaba  mover la pistola desesperadamente. Un tiro en el pulmón y me desangro. Pero qué tal si yo vengo armado y te disparo; aquí te quedas, con tus 20 o 25 años en el suelo. No seas pendejo, me dieron ganas de decirle, a tu edad uno no se puede morir. En este país la vida no vale nada. Carajo, no voy a llegar al programa de radio. Le estiré la cartera. No, sólo dame el dinero. Menos mal, me dije. Ten.

Salió corriendo en una pequeña bicicleta con la que los niños hacen piruetas, llevaba diablos en la parte delantera. Es un niño. ¿Cuántos niños en este país seguirán su destino?, volví a decirme. Caminé hasta el coche pensando que me podría desmayar. Nada, respiré profundo. Rehíce la situación. Le hablé a mi hermano deseando me confirmará que no había sido un sueño. Tengo que encontrarme con los invitados al programa de radio. Todo está bien. Soy un hombre fuerte, pocas cosas me descomponen, salvo la hipocresía, la simulación, el cinismo del poder. Nunca me había pasado algo así, ni en el Barrio Gótico de Barcelona, ni en el suburbio de Londres donde viví, y en ninguno de los lugares por los que he pasado. Tampoco en el DF tuve alguna vez un desaguisado, pese a que muchas veces salía de la UNAM a las 10 de la noche y caminaba por zonas muy marginales de la ciudad. No, me vino a pasar aquí.

Más allá del caso particular, lo que debemos pensar es que somos un país atravesado por todas las formas de la violencia, y más temprano que tarde vamos a ser alcanzados por ella, y nadie, absolutamente nadie, hace algo por detenerla.

Dirán las autoridades que se trata de un hecho aislado. Pero ahora que lo recuerdo, hace un par de años, en la contra esquina donde fui asaltado murió una mujer a consecuencia del mismo hecho delictivo, la tía de los comediantes Fredy y Germán Ortega. Tuve suerte, a mí no me dispararon y acribillaron por quitarme la cartera. ¿Tendré que agradecérselo a Facundo Rosas, secretario de Seguridad Pública? ¿O al gobernador Moreno Valle por defender una idea de progreso en la que sólo él cree? No importa, sobrevivir en este país a la corrupción, la impunidad, la pobreza, la violencia o el autoritarismo es ya una especie de suerte. Estoy consciente.

Si a ello añadimos la cantidad de atracos a casa habitación que sufren sus vecinos, El Mirador se ha vuelto una zona de verdadero peligro. De suerte, entonces, ya no podemos hablar de casos aislados. Pero mientras las autoridades poblanas no quieran reconocer la magnitud de los problemas -y en este caso, el de la seguridad pública-, difícilmente podrán afrontarlo con las herramientas necesarias. Y mientras esas mismas autoridades vivan de espalda a la ciudadanía y a la opinión pública no podrán generar alternativas de solución a los problemas que vivimos día con día. No les importa, lo único que está en juego es abrillantar su imagen, y si para conseguirlo tienen que maquillar cifras o silenciar a los ciudadanos, lo van a hacer. Para la clase política todo es posible.

Como ciudadanos tendríamos que exigir a la clase política se centrara en el problema de nuestra calidad de vida y no en una dudosa idea de progreso que parece reducirse a levantar puentes y seguir encementando la ciudad, incluso contra el patrimonio cultural y humano de la Angelópolis.

Hace mucho, Puebla dejó de ser una afable provincia para convertirse en una de las más conflictivas ciudades de México. Hemos crecido, pero mal, debido sustancialmente a un ejercicio antidemocrático de la planeación urbana.

Sin embargo, aún estamos a tiempo para evitar que la Angelópolis se convierta en uno más de los infiernos urbanos que cruzan el país. El problema de la seguridad pública es un asunto complejísimo; intervienen para modelarlo factores tanto económicos como sociales y culturales; la dimensión que ha alcanzado no es responsabilidad del Estado, pero sí es suya la tarea de intentar disminuirla en el marco de una verdadera racionalidad política democrática y, sobre todo, tomando decisiones de carácter horizontal, donde la opinión argumentada de los ciudadanos perfile alternativas de solución

 

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Diario de lectura, 6 de julio, 20.00 Hs.: otra vez gracias a todos por su solidaridad. ¿Se dan cuenta del potencial de estos espacios para compartir experiencias comunes, generar debates intelectuales, fortalecer lo único que nos constituye como humanos. A pie juntillas, sigo creyendo en la definición aristotélica de la política. Personalmente, estoy tranquilo. Después del asalto, durante el cual lo único que me propuse fue observar toda la situación, la reacción del asaltante, el movimiento de la pistola, mi propia reacción y mi capacidad para manejar la situación, subí a mi coche, respire, pensé en ti y en mi hijo y me pregunté cómo hubiera reaccionado si alguno de los dos hubiera estado allí. Busqué un lugar donde comprar un cigarro y creo que me lo fumé de un jalón. Pero lo importante, después de eso, era hacer un buen programa sobre Revueltas porque mi vida toda se juega en los libros, en las ideas, en la polémica, y en la posibilidad de construir un mundo más decente para todos, y desde luego, hablarte a ti, contagiarte de mi amor por la literatura, la filosofía, el cine, las tardes lluviosas, algunos cafés de París, la nieve de Budapest, el mar. No te asustes, el único responsable de mi deseo soy yo; a ti en nada te compromete, salvo que de vez en vez recibas una carta de amor, algún poema que escriba, un fragmento de mis diarios, etc. Por supuesto, siempre tendrás la posibilidad de tirarlos por el inodoro o mandarlos a la nada del espacio a través de un pragmático, "delete", y reírte de que haya todavía hombres como yo, que escriben cartas de amor y juegan el I Ching para preguntar por el destino de la amada. Si lo haces, tampoco pasa nada; siempre he sabido que pertenezco a otro siglo y, parodiando a José Alfredo, a un mundo raro. ¿Leíste el epigrama de Cardenal a Claudia?

Si la próxima vez que nos encontremos quieres recorrer la página roja de cualquier diario, o las estadísticas económicas sobre el tráfico de coca, o el desglose de muertos por atropellamiento en el DF, lo aceptaré  estoicamente. Lo más probable es que me fije más en la cadencia de tus palabras que en su sentido o que me detenga en la superficie de tu piel y tus gestos y no en lo que ocultan: JC.

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