• Mónica Rothlaender/Patronato Orquesta Esperanza Azteca
  • 26 Febrero 2015
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Cinco años, y aquí estamos en la Sala Nezahualcóyotl.
Se dice fácil: cinco años después contamos 16,500 niños, 82 orquestas y 1,280 maestros en todo el país.
Hay esperanzas que empiezan a convertirse en certidumbres.
La Orquesta Esperanza Azteca.

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El lunes 23 de febrero, alrededor de las 5:30 de la tarde, llegamos al Centro Cultural Universitario con una plática llena de risas y buenos momentos vividos en estos cinco años. Venimos al concierto nacional de la Orquesta Esperanza Azteca que festeja hoy su quinto aniversario. Nos recibe una tarde dorada en el complejo de la UNAM; el aire  corre suave, y el ambiente, por la naturaleza física del espacio, es distinto, permite olvidar el trasiego caótico de la metrópoli que hemos atravesado para llegar hasta aquí. A pie nos dirigimos al Espacio Escultórico mientras llega la hora del concierto, pero lo encontramos cerrado, así que nos encaminamos a la explanada hacia a la sala. Nos detenemos delante de la escultura que da testimonio del 2 de Octubre, y comentamos en torno del papel de la Universidad en la vida nacional. La tarde sigue espléndida.
A la entrada de la sala están los niños. Nos espera apostado a lo largo de las escaleras un centenar de niños que recibe a cada visitante con una cascada de aplausos para revivir el ánimo y el corazón. Es imposible que las sonrisas no alumbren los rostros y es un placer, ya dentro del recinto, ver las reacciones de los invitados, algunos sorprendidos, y los más, igual que nosotros, alegrísimos.
Entrar a la sala es ya un regalo en sí, la disposición, los colores, el mobiliario y  el alma del lugar lo impregnan a uno. Cierto sentimiento de paz y de respeto aflora, y ya entonces comienza uno predisponerse a que algo sucederá. No sabe uno qué, pero así será.
Se anuncian la primera, la segunda y la tercera llamada. La gente ocupa sus lugares y pronto el silencio gana, la sala llena está quieta, expectante.
Desde algún punto del foro que uno no distingue entra el coro de la Orquesta Nacional. Estos son chicos que, al igual que los miembros de la orquesta, han hecho su audición en las 82 orquestas del país, más la de Los Ángeles y las dos de El Salvador, y se han ganado a pulso su puesto en este concierto.  Poco a poco ocupan toda la parte trasera del segundo piso, justo arriba del escenario y los laterales. Todo en silencio, de repente y a capela el sonido de sus voces se abre espacio entre el mutismo que hemos hecho los demás. “Hope for a resolution”,  es lo que llega a nuestros oídos. Es una canción compuesta para Frederick Le Clerk y Nelson Mandela, la primera parte en inglés la segunda en zulú, en honor a todos los esfuerzos hechos por allanar los caminos de aquella sufrida nación sudafricana. Pero aunque no se conociera el contexto de la canción, el encanto de las voces nos envuelve, nos hace estar presentes en esta sala, con esos niños y jóvenes, estáticos, maravillados. Cuando terminan,  se mueven entre las notas que dejaron en el aire y se acomodan en sus lugares para el concierto.
Todo queda dispuesto para ellos.

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Por un instante repaso todo lo sucedido en este tiempo. Reconozco una a una a todas aquellas personas que hace más de seis años comenzaron con una idea vaga en la mente,  sin poder concebir siquiera en lo que ese sueño se convertiría; ni un atisbo en la imaginación de la cantidad de gente que sería tocada, abrazada, rescatada, animada y acompañada por este proyecto. En el principio un grupo de 30 niños y un director desanimado; en el presente, 82 orquestas, 16,000 niños tocando y cantand0, 1,280 profesores y un número incontable de personas que dan, tejen, entrelazan, contactan, cooperan y crecen cerca del proyecto. Una inmensa cantidad de gente y los propios chicos  que se transforman y transforman a sus familias, a sus comunidades y sus entornos, que hoy son un ejemplo a seguir. Pienso en los padres de familia,  en su esfuerzo y entusiasmo para acompañar a sus hijos en los menesteres de la orquesta, en presencia o en espíritu, soñando con una vida diferente para ellos. Y en los maestros, quienes han descubierto sus propias raíces y sus ganas de seguir creciendo en la música, y que comparten lo que llevan dentro y logran sacar lo mejor de los chicos, siendo sus amigos, sus compañeros y sus padres en ocasiones. Y siguen los coordinadores y administrativos, quienes organizan, distribuyen, acomodan y dan forma a la orquesta. Y por supuesto los directores, quienes revisan y escogen repertorios, hacen audiciones, promueven conciertos, y sienten la música en sus entrañas y hacen que los niños y los jóvenes la encuentren también para sacarla a través de su voz y sus instrumentos. La sociedad civil que coopera en campos como apoyo a transporte, salud física, salud mental, ayuda legal, nutrición, becas universitarias y vivienda.
Personas que quizá se han cruzado en la vida de la orquesta tan solo una vez pero que su aportación ha sido valiosa y afortunada para seguir construyendo.
¡Cuánto esfuerzo cabe en cinco años!





Ilustraciones del libro Colores y sonidos de la Esperanza, editado por el Patronato Orquesta Esperanza Azteca.

http://www.orquestaesperanza.org.mx/index.php

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Los miembros de la orquestan salen y se acomodan sorprendentemente cautelosos en sus lugares.  El concertino afina las diferentes familias de instrumentos y toma su lugar. El director hace su aparición al tiempo que la orquesta se levanta para recibirlo y el público aplaude. El Himno Nacional nos pone a todos de pie y después de entonarlo  vigorosamente el director levanta su batuta para dirigir y regalarnos la Obertura Festiva de Shostakovich. El tiempo corre sin darse a notar y pasamos por el Magníficat de John Rutter, por el concierto para trompeta y orquesta en Mi bemol mayor de Haydn, y por el concierto para violín  tocado generosa y armoniosamente por Ponchito, quien está en la orquesta casi desde sus inicios, cuando tenía 5 años. Nos da un respiro a tanta emoción un popurrí de Agustín Lara tan solo para prepararnos a escuchar las danzas Polovtsianas de Borodin. Una cantidad tal de energía se acumula y se arremolina en la sala de manera que nos baña a todos con sus fuertes y a la vez suaves notas rusas.

El coro nos toca y nos estremece.

El concierto termina entre grandes aplausos y nos espera otro regalo de la tarde.  El encore… un extracto de la Segundada Sinfonía de Mahler: Resurrección. Con especial cariño y énfasis la tocan y la cantan haciendo que las lágrimas aparezcan en los ojos de muchos de nosotros como testimonio de que la melodía ha logrado abrir puertas que quizá llevaban tiempo cerradas.

En el efusivo aplauso, la sala completa de pie, los mambos de Pérez Prado se hacen escuchar y son como una catarsis de los niños y de nosotros su público que se va lleno de esperanza, de cariño, de agitación, sabiendo certeramente que las cosas en nuestro país pueden ser muy diferentes.

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En la explanada la noche es serena y plácida.

Me quedo pensando en lo que sentirán todos esos niños cuyos espacios han sido llenados y desbordados por la música que poseen dentro, en lo más profundo y que la llevarán consigo sea dónde sea que vayan por la vida. ¡Qué emoción tan grande la que me invade completa! 



Ilustración del libro Colores y sonidos de la Esperanza, editado por el Patronato Orquesta Esperanza Azteca.

http://www.orquestaesperanza.org.mx/index.php

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