• Carlos Monsiváis
  • 27 Febrero 2014
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Estamos hechos de lo que miramos, dice Carlos Monsiváis al analizar la obra de José Bayro. Y al hacerlo con la mirada de los pintores, nos ayudamos a reconstruir el mundo.

José Miguel Bayro Carrochano es uno de los más importantes artistas plásticos en México. Nacido en 1960 en Cochabamba, Bolivia, se naturalizó mexicano hace algunos años. Y aquí ha realizado una de las más versátiles y complejas obras plásticas en nuestro país. En el marco de la movilización en defensa de los espacios públicos para la exposición del arte visual a la que ha convocado un nutrido grupo de creadores poblanos, Mundo Nuestro inicia con José Bayró la exposición de esta narrativa visual que alumbra nuestra realidad. Y lo hacemos con dos textos tomados con su autorización del portal en línea del pintor: de Carlos Monsiváis José Miguel Bayro Corrochano: “lo gótico” en el juego de las esdrújulas, una valoración invaluable de las motivaciones del pintor; y del antropólogo boliviano Carlos Ostermann Stumpf El centro del mundo, sobre la escultura monumental La pareja del trompo que se encuentra en el pasillo principal del Complejo Cultural Universitario de la BUAP. (Mundo Nuestro)

Portal de José Bayró: http://www.josebayro.com

Facebook: https://www.facebook.com/estudio.bayrocorrochano

 

 

José Miguel Bayro Corrochano: “lo gótico” en el juego de las esdrújulas

Por Carlos Monsiváis

Como los pintores que siguen confiando en lo figurativo en el tiempo de la abstracción que permanece y de las instalaciones que llevan las escenografías a las artes plásticas, José Bayro C. se aparta de las representaciones clásicas para incursionar en lo que podría llamarse “la distorsión de los valores en fuga”. Antes de explicarme,  que bien lo necesito, debo intentar una tarea definitoria. A Bayro, poseedor de una cultura plástica muy firme, las modas no le han interesado, no es hiperrealista, ni neofigurativo, ni abstracto con jerarquía de los colores. Es, con ejercicio del gusto, alguien que le atribuye a la representación el carácter de un recorrido por la vida social, el universo sexual, la vida de las parejas, los alcances de la ansiedad de los solitarios. Él se enfrenta a las telas no para alcanzar esa reducción al absurdo de las páginas de sociales que es la ambición del éxito, sino para acercar a los espectadores/ lectores a la revisión de su mirada.

 

Bayro ha recorrido en su aprendizaje la pintura internacional, ha estudiado probablemente a Dubuffet, a Graham Sutherland, al colombiano Alejandro Obregón, a los grandes portadistas de los discos de rock, y de ellos y de muchos otros ha extraído la lección perdurable: no hay influencias, sólo afinidades y correspondencias. Así por ejemplo, algo en principio no identificable con Bayro, el “neogótico” de fines del siglo XX y del siglo XXI, algo tiene que ver, no tanto con las distorsiones de la figura, hoy un derecho irrebatible en las artes plásticas, sino con la obsesión primordial: no hay tal cosa como la transparencia de los personajes, los artistas, si lo son genuinamente, distribuyen el misterio o los secretos en cada una de sus atmósferas, en cada uno de los personajes. Esto, en el “neogótico” tenía que ver con las sensaciones y las intuiciones  de la “muerte de Dios”, que equivalía a reconocer en las oscuridades que cada figura contiene. 



En el siglo XXI la empresa de no “revelarle” todo a quien contempla los cuadros, sino de exigirle que se sume al pintor en su esfuerzo contra las obviedades, fructifica sin necesidad de inscribir las obras en corrientes pictóricas específicas. Ya no se necesitan torreones que escondan a prisioneras anhelantes, ni monjes sombríos en pasillos de rectitud laberíntica, ni castillos que sean premoniciones del infierno, ni al conde Drácula, que hace de la sangre consumida la metáfora por excelencia del apagamiento de la sed. Lo “neogótico” ahora, también puede ser la impresión de quienes contemplan los óleos: estos personajes emblematizan algo que debo descifrar pero no con palabras policiales sino con la mezcla de intuiciones y cultura plástica, con la decisión de darle a la estética el papel inevitable: la disciplina personal y académica que se opone a la fijación verbal de un cuadro, un dibujo, un grabado, una escultura. Estamos hechos de lo que miramos y, también, en gran medida, de lo que seguimos mirando, no la repetición sino la recreación del punto de vista. 

José Bayro C. pinta una realidad y una irrealidad simultáneas, es un artista con motivaciones evidentes, y es también un pintor que, como es debido, a sí mismo se oculta una parte de lo que va escudriñando, pintando y leyendo en cada uno de sus cuadros. Hay aquí, con argumentos y con apreciaciones brumosas, situaciones que antes llamaban “equívocas”, hay solitarios que contemplan el infinito para ver hasta dónde llega, hay habitaciones que pertenecen a un reinado o a una vecindad, hay humor, un humor efectivamente malicioso, que persigue a sus personajes hasta que depositan el enigma en una carta dirigida a la Justicia y al Porvenir, dos formas de lo desconocido. Bayro pinta, captura seres que le deben su existencia al secreto, le da oportunidad a los que observan su trabajo de creer en la recreación. Es un artista, integrado por el trabajo incesante, las visiones revisadas de sus creencias, el cotejo de la pintura mundial, el afán de no darle oportunidades al autoengaño. Bayro es un pintor de nuestro tiempo y la resonancia de la frase tiene que ver con la perdurabilidad de sus imágenes.




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