• Polo Noyola y Ricardo Montejano
  • 09 Mayo 2013
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Por: Polo Noyola y Ricardo Montejano

En la memoria de nuestros viejos cada uno de nosotros encuentra las veredas que llevan a la historia colectiva. Memoria de una ciudad que cada quien recorre a su manera: sus calles, sus casas, sus gritos, sus murmullos, sus silencios, sus vacíos. Pero a la vista de los recuerdos de nuestros abuelos los territorios se abren a la riqueza  de la vida de los otros. Así ocurre con esta mirada de mujeres poblanas a la ciudad que vivieron, la ciudad de Puebla de la primera mitad del siglo XX.

Tomadas del libro Cien años de recuerdos poblanos, de Polo Noyola (BUAP, 2010) --excepto el último testimonio de doña Liboria Lagunes, grabado por Ricardo Montejano y transcrito por PN, inédito--, estos retazos dan una idea de la compleja trama con la que se ha urdido la historia de nuestra ciudad. 

Memoria de mujeres poblanas

Escuela de monjas

Yo estudié en un lugar de los que antes les decían parvulitos, había unas monjas que vivían en la calle de Estanco de Hombres, así le llamaban (y otra de Estanco de Mujeres), saliendo así para el mercado la Victoria, ahí estaban. Y por allí estaba en una calle que se llamaba la calle de Camarín, por el hospitalito, por ahí había unas monjas y nos llevaban a los parvulitos, nos llevaban unas sillitas para que allí nos sentaran.

Ya como a los 12 años me sacaron de la escuela de monjas, porque no servían los documentos, no los reconocían, entonces mi mamá me sacó a mí a esa edad para cursar el quinto y sexto, porque decían que estaba muy atrasada porque las monjas no nos enseñaban otras cosas más que rezar. Entonces pasé a estudiar a la Arteaga, donde cursé el quinto y sexto año. Todavía está la Arteaga por el Portalito, de este lado, y ahí dice Escuela Arteaga. Ahí terminé mi primaria. (Doña Judith Cid de León)

No pasaba nada

Puebla era una ciudad en realidad chica, con muy pocos habitantes, muy poco transporte, lo que es la 5 de Mayo y la 2 Norte eran muy tristonas para andar, lo que ahora no, ahora es un sin fin de gentes que van y vienen, vienen y van, pero antes no, era tristona la ciudad. Yo tenía una hermana, pero ya grande, por eso yo me llevaba con unas amigas, unas amistades de la casa, pues nos íbamos si usted quiere al cine, a la matiné, y una que otra invitación, porque no había como ahora tantas distracciones, antes no las había. Ahora sí hay distracciones en donde realmente peligran los muchachos y las muchachas. Entonces realmente no había peligros, íbamos a una fiestecita donde le daban a una un refresco y se lo podía una tomar con toda confianza, porque no había de que los muchachos echaran en el vaso cierta droga. Y había, claro, sus crímenes, sus violaciones, pero se hablaba de ellos  muy lejanamente, siempre había más confianza. Es más, mi esposo y yo todavía íbamos al cine, salíamos a veces a las diez,  a las diez y media... y no pasaba nada. (Doña Aurora García Méndez)

 

La gangrena

Yo ayudaba cuando estaban enfermos, le daba yo para su medicina, si no de otra forma. A una señora le mejoré su pie. Tenía diabetes, pero no lo quería creer y no llevaba ninguna dieta. Y un día me dice una vecina Cata: “yo no sé qué tiene Raquelito, que siempre en la tarde se encierra y mete agua caliente”. Y le digo, vamos a espiarla por qué no nos dice nada. Un día de improviso empujamos la puerta de su casa. Pues ya tenía la gangrena hasta por acá, el dedo gordo a punto de caerse, y todo esto morado morado, como color betabel. Así estaba su pie. Y es que lavaba el patio, se mojaba los pies, y luego las chanclas las ponía en la estufa para que se secaran, pero a las chanclas secas les queda un borde duro, filoso, y con eso se estuvo lastimando el pie. Y diabética, eso le resultó. Por lo pronto vine y le dije a mi tío: Tío, Raquelito está muy mala, tiene su pie en estas condiciones, necesita medicina. Páguele usted la consulta y yo después le pago otra. Está bien, toma. La mandé con el médico, con el doctor Espinoza,  que le dijo que era una gangrena. “Se tiene usted que seguir curando y tómese esta medicina y tenga cuidado en su comida”. Le dio lo que les dan a los diabéticos. Yo la empecé a curar diario diario. Como a las seis de la tarde, empezaba yo a lavarle con árnica, ahí le metía el pie hasta que se enfriaba. “A ver, saque su pie”, se lo empezaba yo a secar, después con cuidado le lavaba con agua más limpia, le iba yo lavando la herida. “Y la medicina, no la deje Raquelito”. El caso es de que pasaron unos días, un mes tal vez, se le compuso el pie, le fue cicatrizando y se le compuso. Al año siguiente, o a los dos años, ahí está con el otro pie. Me dijo una: “Raquelito ya está con el otro pie”. Pero yo ya no me metí porque ya venía su familia, ya no entré. Su hermana la llevó al hospital Haro y Tamariz, ahora Upaep, que en ese tiempo era la maternidad para personas de pocos recursos, y ahí la internaron. Cuando la fui a ver ya le habían cortado hasta medio muslo, de la otra pierna. Me despedí de ella porque ya estaba muy mal. Ya no volví a verla. A los cuantos días murió. Mi vecina de toda la vida. (Doña Rosa Gastelum)

 

Ir al pan

Rentaba mi mamá un departamento en la 3 poniente, cerca de la iglesia de San Agustín. Ya después nos cambiamos a otro lugar, como al año, por el lado de la 9 sur. La calle era muy tranquila. Cuando se levantaba uno las calles estaban barridas, porque en esa época era obligatorio, el que no barriera enfrente de su casa le levantaban una multa. Y se regaba. La gente mayor, porque yo era niña, se levantaba a buena hora y cuando yo me levantaba para ir al pan, o me mandaban a algún mandado, me acuerdo que estaban las calles limpiecitas. (Doña Viviana Palma)

 

Tacos, joven

Ay, señor, pues yo vine aquí a las edad de seis años, en 1923, llegamos de Siria. Yo nací en Rusia, en un pueblo de Rusia, estuvimos allí mucho tiempo, luego en Francia. Ya, en 23, venimos aquí a Puebla, directamente de Siria, que era nuestra tierra, donde había una guerra. Hablábamos sirio-caldeo. Aquí crecimos y la ciudad era muy distinta. Había carretas de caballos y muy pocos coches. Vivíamos en la 5 de Mayo y el Paseo Bravo estaba lejísimos. Dicen que inventamos el taco árabe, pero en realidad es de unos… ¿cómo se llaman? unos “harbanos”, pues nosotros no sabíamos hacer nada cuando llegamos. Entonces estas personas le enseñaron a un pariente el taco árabe. Empezamos a hacerlos, el primero fue el papá de mis hijas, era muy trabajador, y pusieron una taquería llamada La Oriental. Actualmente son mis sobrinos los propietarios. Pero la primera taquería fue la Bagdad en la 2 Poniente, primero en Catedral y luego en la 2 Poniente. Ahí puso el papá de mis hijas y su hermano una taquería: Bagdad. Ahí está todavía, con los sobrinos. Así es que de ahí empezamos a trabajar. (Doña Victoria Tabe)

 

Mal del susto

Uno que está enfermo ¿verdá? Si a uno le duele, dice “ora, vente, vamos a rifar”. Y ahí lo ve todo, mira, que si uno ve una culebra, o lo que pasa si un burro te tumba, o bueno, cualquier cosa, te va a decir. Ven en barajas. Y de veras ven, don usted.

Yo tenía un niño. Ése de por sí es briago, este señor. Y ya después me enfermé de mi criatura. Después dice éste: “ora, voy a registrar un niño”. Ándale pues, le digo, todavía estaba yo en cama. Y que se va, pero nomás se fue a emborrachar. Llegando ahí me empezó a maldecir y, bueno, pues anduvo haciendo males. Y ¡jipas!, que el niño no le gustó a Diosito, pues vaya, vamos diciendo. Y al otro día mijito se quedó ciego. Y como estuve como un mes, así anda mijito. Lo bañaba yo asina como una culebra, se mueve pero el ojito no lo abre. Lloraba yo. Y ya después me dice una señora mi vecina, oía que lloraba yo y ese niño lloraba de veras. Y luego dice: “Doña Libo, ¿qué cosa hacen?”. Y pues, le digo yo, pues mi criatura, no lo puedo consolar. Ei, se llamaba doña Poli esa que me platicaba. Dice, “te voy a decir una cosa, pero no vayas a contar por ai, vete a rifar allá donde está una señora”. Le digo dime a ver, dime dónde. Y que me lo nombra “Doña Maximina”. Y digo, qué, ¿puede? Yo nunca oigo que sí puede doña Maximina. Y luego dice: “yo había perdido mi marranito y lo jallé por allá arriba, lo llevaron los peones a mi caponcito. Se lo llevaron y allá lo fui a jallar. Puede, dice, si quieres vete”. Y que me voy, nomás lo bañé a mi criatura y que lo envuelvo y lo puse en la hamaca. Le digo a sus hermanitos, ai cuídenlo, voy al mercado. Y que me voy. Y llegué y la señora está matando su pollito. Y que le digo, yo quiero ver si me hace un favor… “Y quién te dijo” Pos yo, nomás, dije, a ver si de casualidad puede rifar. Pero dijo: “ahorita tengo que hacer” Mira, don usted, aunque yo lo haga yo tu quehacer, pero yo quiero que me haga usted ese favor.  “¿Sí? entonces tú quieres descuartizar mi gallina, y luego échale caldo, chilito.” Sí, le digo, sí. “Y me vas a mercar tortillas”. Le digo, yo lo voy a hacer. Y me tardé. Y que dice, “ahora sí, ya lo hiciste muy bien, ahora sí vente”. Y que me voy a su cama, ahí está con sus barajas. Y don usted, pues, así como lo vido, así como se andaba revolcando el señor, pues todo lo vido, don usted, y yo no le dije. Dice “mira, el señor tiene la culpa, su papá, por eso está así la criatura”. Sí, dije, y ahora cómo le hago. “Pues mira, ya se va a morir la criatura. Si no le apuras se muere. Mira, hasta ahí está la mesita, se ve el muertito y ahí está el dinero, mira, todo pues, bien clarito, te va a decir. Está el dinero aquí y aquí. Mira, la sepultura está abierta. Se puso un montoncito la tierra donde se va a abrir la sepultura. Fíjate bien, yo no te engaño, pero ya está pa´que se muera. Mira, si no le apuras se va a morir la criatura, pero si se apuran –dice-, se va a aliviar”. Ay, don usted, no lo ha de creer. Y que voy a donde estaba éste y le digo: mira, lo que le hagamos al niño pero pronto, porque se va a morir. Ay, don usted, y me dijo todo. Me dijo “mira, a media noche no se vayan a hablar, dijo, ya mero, mira que ni resuellen. Sí, que no resuellen nada”, dice. “Pongan un tecolote. Y en cruz lo ponen al tecolote sobre piedras, así en cruz. Y ai hay que matar tecolote y, volando, le meten en el ojo al niño”. Así lo hizo.

Ay, don usted, no ha de creer, ora mero nos tocó la de malas y mero de esa noche una casa se quemó. Y unos gritan “se está quemando la casa”, pero nosotros no hicimos caso de la casa, sólo nos presuramos con el niño. Sí, ese así le hizo, dice: “mira, van a decirle a Melchor, le van a rogar, mira, que vaya. Cuando bien vaya saliendo el sol que lo vaya a sobar”. Y sí, me fui a decir, pero no quería y no quería –de por sí es malito-, le dije “por favor, Melchor, hay que sobarlo a mi´jito”. Sí, fue una vecesita a sobar dos veces. Ay, don usted, ya después ya no quiso. Y que me voy a su casa, ándale, por favor, sóbame a mi´jito. De coraje, dijo: “ándale, a la chingada, delicados, son delicados ustedes…” Y que le empieza a sobar, como quiera lo sobó. Ay, don usted, no lo ha de creer, al otro día, cuando oí ya estaba diciendo “angú, angú”. Como siempre lo tenía cubrido con un trapo, que lo destapo y digo, ay madre mía, pero hasta dónde se fue mi corazón grande, don usted. Cuando lo vi ya abrió sus ojitos, sí, don usted. Por eso ahora mi´jo, le digo, de veras es malcriado. Mira, de chiquito nunca lo mandé encimita. Qué esperanzas que vaya a traer leñita, no, nunca lo mandaba.

Cuando abrió sus ojitos, dije: bendito sea Dios, mi padre eterno, mira, abrió sus ojitos mi´ñito. Ora sí, lo que quiera Él que lo haga, yo ya no voy a decir nada. Y ´ora retobado, don usted, ´ora está p´al norte. Retobado, don usted, porque nunca le pegué… je je.

Por eso le digo que para rifar sí lo ven. Lo ven todo lo que le pasa a uno. (Doña Liboria Lagunes, anciana mixteca)

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