• Maru del Valle
  • 04 Abril 2013

La materia invisible, ligera, alma de las piedras.

Maru del Valle, 65 años, historiadora.

La encontré en el camino a Tetela de Ocampo.  Siempre en movimiento. Ahí estaba la neblina que coronaba las montañas, caminaba lentamente y en su paso tapaba como un velo la silueta de las montañas, barrancas, cascadas y ríos. De pronto, recordé que en algún momento de mi vida había visto un reportaje o fotografías de un lugar mágico, ése era el lugar hacia el cual precisamente me dirigía.

 En el auto íbamos Sergio, Emma, su mujer, Alicia y Anita, sus hijas y las dos perras: Eo y Migue; esta última, a pesar de sus achaques y edad estaba muy animada; todos contentos nos dirigíamos rumbo a la casa de Rafa Bonilla quien nos había invitado a la casa paterna, hoy convertida en Centro científico-cultural y donde encontramos un acervo impresionante de las obras de su padre, recientemente fallecido, que reflejaban ese mundo entre real y fantástico que nos atrapó durante casi cinco días.

Al llegar, ya había anochecido y cuando terminamos de merendar, además de conocernos y reconocernos, los invitados (catorce personas entre adultos y niños) del amble y paciente Rafa, éste de repente nos llamó para ver cómo la luna, casi llena, aparecía cubierta por un velo, a través del cual la luz se filtraba con un brillo tan intenso que nos hizo caminar hacia ella sorteando la fogata donde los niños asaban malvaviscos.  La niebla a veces se difuminaba y nos dejaba apreciar su redondez y brillo a la par de unas estrellas, y al fondo, la figura majestuosa del Zotolo para luego en su andar, tapar esta hermosa vista.



La mañana siguiente, generosa nos permitió bajar acompañados de la luz solar a las cascadas de Xaltetempa.  El grupo de amigos descendimos alegremente, siempre acompañados de Rafa y su pequeña hija, Caro.  El agua de la cascada caía desde una gran altura y debajo de ella se bañaban algunos valientes que parecían desafiar lo gélido del agua.  Todos disfrutábamos del sonido del agua al caer, del aire húmedo y del olor a montaña.  Debo confesar que sin la ayuda de Eo, ya que yo la llevaba con su correa, no hubiera subido tan rápido la mitad del camino hacia arriba. De regreso en el auto hacia la casa de Rafa, la niebla nos acompañó siempre en movimiento sobre las montañas.



El jueves partimos temprano hacia Ahuacatlán, era el día de la representación de la Pasión de Jesucristo.  En el camino nos encontramos con algunas procesiones y tapetes de fuertes colores hechos de aserrín sobre el asfalto.  Al llegar a Tepetzintla nos dividimos y los que iban en el otro auto pudieron presenciar una de las escenas de la Pasión y otro grupo, en el que yo me encontraba, nos seguimos hasta Ahuacatlán.  Llegamos tarde, ya había pasado la escenificación, pero en todo el camino la niebla nos acompañó, cubría totalmente el cielo, hecho que hacía que el ambiente fuera de mucho frío. Al subir y bajar por camino de terracería llenos de curvas que nos permitían ver desde las alturas el esplendor de la Sierra Norte envuelta por la niebla a veces más espesa y otras menos, la visibilidad se perdía en las cañadas y a lo lejos, hacia abajo, tratábamos de encontrar al otro grupo que se había quedado atrás.

La mañana del sábado la neblina se alejó para presentarse hasta el atardecer. Fuimos hacia el río, pasamos los “teteles” –cuya traducción es la de montículos que tienen tesoros enterrados–, seguimos el paso del río a veces subterráneo y otras serpenteando; caminando, encontramos pequeñas cascadas, pozos de agua, árboles (entre ellos algunos líquenes) y flores silvestres.  Mientras el río aparecía y desaparecía como la niebla, me preguntaba cómo comunicarme con la fuerza espiritual, con ese tonalli que todos los objetos de la naturaleza y los creados poseen. ”La materia ligera, invisible que, se halla en cualquier lugar y cosa, sea como un dios degradado que constituye el alma de piedras, montañas, ríos, árboles y animales, o bien como fuerza-tiempo que se introduce diariamente en los seres mundanos. La geografía está animada y divinizada.”  Cómo recibían nuestra visita que llegaba a importunar su paz.  Nuestras risas y pláticas se mezclaban con los sonidos de las aves, el ruido del río, los aromas, flores, hojas secas, piedras e insectos.  ¿Qué les diría?, cerré los ojos y quise aprehender todo este espectro y mezclarlo con mi respiración y pensamientos. Tal vez, me dije, les diría que desde el fondo de mi alma deseaba que este hábitat no se destruyera por el anhelo codicioso de los empresarios que quieren arrancar los minerales de este lugar y al hacerlo, si es que lo logran, van a destruir lo que la naturaleza nos brinda bondadosamente. Sólo atiné a decirles que vamos a luchar para que los tonallis sigan ahí, pacíficamente, y podamos convivir con ellos.  Más tarde, nos encaminamos a disfrutar de una suculenta comida en la casa de los Padres de Mary Larracilla.  Quisimos despedirnos de Tetela de Ocampo viendo el atardecer.  Ahí, generosamente, la niebla nos brindó un espectáculo maravilloso.  El sol se metió detrás de las montañas, mientras abajo la niebla cubría cuidadosamente las edificaciones y calles de Tetela, semejante a un manto plisado perpendicularmente en colores blancos y azulados.  Atrás teníamos el Zotolo y paulatinamente, mientras descendíamos caminando, el manto se esfumó y surgieron las luces de las casas y las calles como un nacimiento acompañado de un cielo estrellado; adornado, curiosamente, por el paso de un avión que dejaba una estela dorada.  Esta fue la  despedida de esta acompañante misteriosa.  Se escondió.  El domingo amaneció soleado y esta vez fue el sol quien nos acompañó de regreso a casa.  Al despedirnos de Rafa y sus hijos, tal vez ella, la niebla, no quiso despedirse para que volviéramos una vez más y así volver a acompañarnos y envolvernos.

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