“Bordar es hablar del horror, de la memoria, es sensibilizarse y acercarse al dolor de esas personas, víctimas de la guerra contra el narcotráfico”, escucho ahora, al reproducir el video que tomara el pasado 15 de octubre durante la presentación del libro Bordados por la paz, un proceso de visibilización. Bordar es un acto profundo de no violencia. Y esto puede o no ser verdad, pues la imagen que visualizo de alguien bordando es muy apacible, muy íntima: una habitación en la que se ve una sola luz, titilante en la cima de una vela, una mujer de apariencia atemporal quizá joven, a lo mejor no tanto, pero sin edad mientras sus dedos traspasan un lienzo cuadrado, rectangular, con sedales de tono y apariencia brillante. En la escena podemos poner una ventana a un costado, muy cerca, sustituir la luz de la vela por la del día, que se colará a través de una cortina blanca, de encaje, e incluir a alguien más que esté llevando a cabo el mismo acto de bordar. Las dos personas podrán estar rodeadas de un ambiente ruidoso, de pisadas yendo y viniendo, pero eso no le quita lo tranquilo a la instantánea, ya que se encuentra en un lugar fuera del tiempo.
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