• RAOMYF/Crónica de un ligue
  • 11 Junio 2015
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1

Era un jueves por la tarde de principios de junio, las calles del D.F.

estaban pintadas de blanco por tanto granizo, parecía que ni los

techos de los cafés del empedrado centro de Coyoacán podrían

evitar que llegara a casa mojado.

Faltaban dos días para la boda de uno de mis mejores amigos, le

platicaba a mi compañera de mesa mientras bebíamos un

smoothie de mango con durazno. Sí, y ese cabrón no quiso fiesta

de despedida pues lo considera hipócrita, según él está entregado

a su mujer desde antes de proponerle matrimonio.

A Mariana, mi compañera de smoothies, parecía no sorprenderle

el argumento del futuro novio para no tener una bella dama

animando su regazo, mientras que yo no dejaba de repetir en

tono de broma, es un egoísta, no piensa en los sentimientos y

deseos de sus amigos. Estábamos los dos tan entusiasmados

platicando las ventajas y desventajas de matrimoniarse que no

puse atención a las llamadas y mensajes que a mi teléfono

entraban.

Escampó cerca de las ocho de la noche, que diga de la tarde, aún

había mucha luz -por el fastidioso horario de verano- cuando

decidimos poner fin a la cita, pues había que trabajar al siguiente

día y el cuerpo ya no es el de los veintes.

Me ofrecí amablemente a llevar a mi nueva AMIGA -sí, la cita no

funcionó para efectos amorosos- hasta la puerta de su casa a

escasos diez minutos de dónde nos reunimos, y nos despedimos

con un odioso, nos vemos pronto amigo.

Al término de la cita fallida, recordé la insistencia en las llamadas y

whatsapps mientras que yo profundizaba en lo poco práctico de

una unión vitalicia. Encontré que mi círculo de amigos -que incluía

al del casorio- me estaba buscando, los mensajes decían:

Estamos en Coyo junto al Hijo del Cuervo, jálate.

 

2

Ahí estaba yo, esquivando torpemente las grandes olas de aceite y

agua que los inconscientes conductores formaban con sus veloces

carros, y con los pies hechos sopa al no haber ensayado desde los

quince el tradicional y milenario "salto de charca", llegué a

Coyoacán más mojado que cuando me fui apenas unos minutos

atrás.

Exprimiendo mi abrigo, busqué entre los bares, esos que tienen

su terraza al pie del bello centro de Coyoacán, y ahí los vi, eran

tres de mis más viejos y entrañables amigos, borrachos redimidos,

pachecos casuales, fiesteros de poca fiesta. Aarón, Humberto y

Chistian, estaban esperándome ansiosos con mi “cuba pintadita” -

como acostumbro pedir el ron- y con una botella a menos de la

mitad y acabándose -supuestamente recién servida-, pero el

ánimo, ese apenas llegaba.

Había una atmósfera extraña, parecía paz, felicidad, Humberto

contagiaba de a poco a cada uno de nosotros ansiedad por el

eterno miedo a lo desconocido, el matrimonio. Pero el bodorrio

no importaba en ese momento, estábamos festejando que aún

éramos -somos jóvenes- y que sin decirlo, era la última juerga

solteros. Humberto que no tomaba desde hace ocho años, se

estaba poniendo la peda de su vida, y yo que llevaba más de cinco

años de no probar un delicioso cigarro, me acabé una cajetilla en

lo que buscábamos al mesero para pedir la tercera botella.

No te nos vayas a desaparecer cuando te nos cases, eh cabrón, le

decíamos mientras chocábamos los vasos. Así en plena fiesta, se

nos fueron uniendo tríos, mariachis, cuanto músico que pasará, les

invitábamos su cuba para que nos dejara más barata la siguiente

canción, que para entonces ya estábamos cantando con toda la

gente de las mesas vecinas a todo lo que daba el pecho.

¡Noooo, porque ya no extraño como antes tu ausencia, porque ya

disfru…!

Sonó mi teléfono, era mi papá, seguro para recordarme el

desayuno al siguiente día por el cumpleaños de mi mamá.

¡Mierda! ¡lo olvide! Me levanté de la mesa y me alejé varios

metros hacia la fuente de los coyotes para contestar. Sí pá, seguro

voy, no vayan a empezar a desayunar sin mí, es más, yo llevo el

panqué que tanto le gusta a mamá, dile a Pepe (mi hermano) que

no tome su primer clase para que estemos todos juntos, le decía

yo a mi padre para tranquilizarlo porque seguro ya arrastraba la

lengua.

Cuando volví al bar, el mesero estaba moviendo varias mesas,

incluyendo la nuestra, mis amigos de pie, se secreteaban y reían.

Se acercó Christian y me dijo al oído ¡Ya chingamos, puto! y justo

en ese instante se sentaron en nuestra mesa –ahora más grandecuatro

chicas.

¡A huevo!

 

3

Si la evolución lleva a que las estructuras tengan una función...

aunque no siempre se cumpla la regla, por existir estructuras con

aparente carencia de función... no encuentro otra función que

explique la prominencia de estas estructuras, sino para ser del

gusto de los individuos del sexo opuesto. Disertación sobre las

nalgas que rondaba mi cabeza -borracha- mientras escuchaba y

observaba a nuestras poco comunes invitadas a la mesa del bar.

Morenas simpáticas, sonrisas amplias, cabello colocho muy negro,

acento foreño, mezclilla apretada en todas sus prendas que

dibujaban traseros a los que había escuchado que llaman “de

cebolla” -nunca había entendido por qué los llamaban así, hasta

esa noche- ¡Ya caché el acento! ¡Son venezolanas!

Que mala impresión habré dado cuando las primeras palabras que

pronuncié fueron: Mañana es cumple de mi mamá, lo último que

quiero es llegar crudo y apestando a madres.

Llamé al mesero y le pedí una jarra de agua.

¡Que pendejo soy! pensé cuando todos en la mesa se me

quedaron viendo con cara de desconcierto.

Lo bueno es que el trío de amigos presentes siempre han sido más

hábiles que yo en las artes del cortejo -no tanto, también son

medio pendejos- y cambiaron rápidamente el tema.

-Y ¿qué hacen aquí? ¿de vacaciones? -sí, nos venimos a ver a la

prima de Kristel que se casó con un mexicano, ya sólo nos queda

este fin de semana en México y queremos aprovecharlos ¿a dónde

nos recomiendan ir? dijo Ana. ¡Uy, a huevo! pensé -seguro toda la

bola pensó lo mismo- ya tengo con quién echar desmadre todo el

fin de semana y hasta llevar a la boda de mi amigo -que por un

rompimiento inesperado me quedé sin pareja semanas atrás-.

-No pues está el Zócalo, la ciudad universitaria, Teotihuacán,

Xochimilco ¿ya fueron a Xochimilco? ¿Cómo es que llevan tres

semanas en el DF y no han ido a Xochimilco…? Nosotros las

llevamos, trajinerita, comida, chelas, desmadre, puro desmadre

¿cuándo pueden…? ¿viernes o domingo?

Christian estaba más que puesto para amarrarlas todo el fin de

semana, debo admitir que me tenía sorprendido, yo no le conocía

esa faceta, las tenía divertidas a carcajadas, todas encima de él,

mientras que yo no tenía la menor idea de qué hacer ni qué decir.

Justo cuando el tequila parecía que ya no quemaba más las

gargantas, que el cigarro era una extensión natural de los rostros

y de que casi instintivamente cada uno de los cuatro escogió a la

venezolana de su agrado y la tenía abrazada, se acercó el mesero

para dictar dramáticamente el final de la velada -Les pido una

disculpa pero estamos por cerrar el bar. Dejó la cuenta en la mesa

y se alejó. Pagamos entre todos la cuenta -a la que parecía que le

habían sumado la fecha- y nos fuimos caminando hacia la plaza de

los coyotes.

Ni modo, parecía que así culminaba nuestra gran y heroica hazaña,

ligar e intercambiar teléfonos con la esperanza de verlas durante

el último fin de semana de andanzas venezolanas en tierras

mexicanas Todo dio un giro cuando Humberto dijo lo que nadie se

atrevía a pronunciar: Vamos a seguirla en el depa de Alonso

¿vienen?. Se volteó hacía mi buscando la aprobación de la

propuesta en mi recién ocupado departamento, a lo que

inmediatamente asentí. Las cuatro chicas se miraron y sin mayor

titubeo dijeron, sí, vamos.

¡Hoy cena Pancho!

 

4

Líneas luminosas pasaban por sobre nosotros, se trataban de los

focos de los postes de luz que se difuminaban con la velocidad, la

música a todo volumen no permitía ni saber qué canción

escuchábamos –realmente no importaba-, una amalgama humana

fusionada, ocho personas amontonadas en una camioneta con un

destino que prometía homenaje.

De seguro varios vecinos se enteraron de nuestro arribo y

pensaron que esa noche no dormirían por la algarabía y alaridos

que solo fueron callados llegando al elevador, cuando la cercanía

ineludible por el espacio tan reducido obligaba besos.

Aarón me arrebató de las manos las llaves para abrir el

departamento al notar que Lupita y yo necesitaríamos continuar

unos pisos de elevador para darle paz al deseo apenas surgido en

los labios.

Nos apresuramos a acomodarlas en mi departamento que sólo

tenía cuatro sillas, con la ventaja de que todo estaba alfombrado y

nadie puso un pero para sentarse en el suelo. ¿Ron, whisky,

tequila…? ¿Con qué te lo sirvo…? Aarón el más sobrio después de

mí, estaba sirviendo las bebidas, mientras que los demás

improvisábamos unas bocinas para emprender la danza que ellas

tanto pedían.

¡Salud! Gritábamos en coro, alzando los vasos desechables y mi

deprimente botella de gatorade –estaba decidido a llegar sobrio a

desayunar con mi madre- ¡Salud!

A ver chicas ¿qué quieren escuchar? Tenemos de todo, -por dentro

rezaba para que no pidieran salsa para la que soy muy torpe- rock,

banda, pop… lo que quieran, les decía. De pronto Viridiana gritó en

busca de coro, ¡Pon reguetón! Propuesta a la que sus amigas

secundaron a brincos y gritos.

Calle 13 abrió el baile. El movimiento de caderas delataba sus

raíces sudamericanas, mientras que nosotros torpemente

intentábamos seguirles el paso. Sigue la hora de música mexicana,

les dijimos, les vamos a enseñar a bailar duranguenses y banda –

claramente nunca fuimos grandes bailarines, sólo

aprovechábamos la posibilidad de que por la lejanía de sus tierras

no tuvieran la más mínima idea de si lo hacíamos bien o malaunque

la poca gracia era obvia.

Cada quién tenía ya apartada a su chica, indudablemente,

Humberto había logrado quedarse con la chica de curvas más

prominentes, haciendo inevitable que en cualquier distracción

cualquiera de nosotros se atreviera a lanzarle un coqueteo pero

sin resultado alguno. Cuando Humberto se dio cuenta de ello, le

pegó un manotazo de niño a Aarón, provocando la risa de todos.

Durante el baile Lupita me separo de los demás y me dijo, se me

caen los pantalones ¿no tendrás un cinturón que me prestes? Sin

responder palabra alguna, la jalé de la mano hacia mi cuarto y a mi

paso, Humberto me chocó para darme discretamente una tira de

condones que inmediatamente guardé en mi pantalón.

La senté en mi cama mientras que yo esculcaba entre mi ropa.

Deja busco uno que te quede, tú eres muy delgada mientras que

yo…, se limitaba a reír de los comentarios y me preguntaba por mi

telescopio y mis medallas. Aquí está, este cinturón se ajusta a toda

cintura, se lo di y le dije pruébatelo, me jalo de la mano y me sentó

diciendo, tu pónmelo, se paró frente a mí y se levantó un poco la

playera. Se giraba delante mío mientras le ponía el cinturón y me

empujaba las manos con sus caderas, sin perder el tiempo

aprovechaba para acariciarla y cuando quedo puesto y ajustado el

cinturón me levante quedando de frente a ella y nos dimos un

beso largo y profundo.

¿No sientes que esto es algo especial…? Me preguntó, no creo que

esto sea casualidad, siguió diciendo. Yo no tenía palabras para

responder, yo solo pensaba en lo bien que me lo podría pasar pero

jamás me detuve a pensar que ella estaba buscando más que una

gran noche.

Voy por tu trago y por mi gatorade, espérame aquí. Cuando salí del

cuarto vi a todos bailando y tomando, a mi paso Ana me grito,

bebe, bebe y me puso un vaso en la boca y me hizo beber algo que

sabía parecido a ron, sin mayor desaire volví a tomar, un par de

tragos no me iban a volver a empedar y seguro ni cruda ya iba a

tener.

Le serví una cuba a Lupita, rellene mi botella de gatorade con agua

y me regrese al cuarto. Cuando volví Lupita se levantó

inmediatamente de la cama y comenzó a besarme, volvió a

preguntar, ¿no es esto especial para ti o sólo yo lo estoy sintiendo?

Nos sentamos sin separar nuestras bocas y de pronto entró Aarón

al cuarto, sólo vengo por este disco, mientras reía, se volvió a la

puerta y la cerró con seguro.

No sé si esto es algo especial, no sé si quiero que sea especial, tú

vives muy lejos y no sé qué vaya a pasar, no me quiero ilusionar ni

prometerte nada, le decía arrastrando la lengua y un poco

mareado -lo poco que me dio Ana sí había hecho efecto-.

Está bien, te entiendo, me dijo e inmediatamente comenzó a

besarme y a acariciarme, yo hice lo propio mientras nos

acostábamos lentamente en la cama.

De amores y pasiones.

 

5

Montado en un columpio amarillo en forma de nube, recorría el

espacio ¡…Alonso…! mientras sonaba una canción de Jim Morrison

que todos cantábamos, I will never be untruth, acompañado por

todos mis amigos y familia, visitábamos ¡…Alonso…¡ cada estrella

en la que nos recibían hipopótamos parlantes ¡…nos chingaron…!

que proponían nuevas formas de hacer la paz en la Tierra

¡…cabrón, despierta…! A mi regreso a la Tierra estaba Ale, No

llores Pequeña, estoy bien… yo te amo… sabes que siempre te he

amado… ¡…vístete, no seas cabrón...! sabes que todo va a estar

bien, todo siempre, al final, termina bien.

Desperté o talvez nunca lo hice, no entendía nada, ya no estaba

Lupita, estaba en boxers, junto a mí estaba Aarón, salí de mi

cuarto y estaban Nacho y Ale –integrantes de la misma bola- fui al

baño y me acompañaba el columpio amarillo, Ale lloraba, todas las

puertas estaban abiertas, incluso la principal, los demás estaban

tirados, me hablaban pero no entendía nada, con un hipo

incontenible regresé a mi cama acompañado de mi columpio.

Estaba en una fiesta en un salón, yo seguía en mi columpio, estoy

muy triste ¡…Alonso…! columpiándome, de pronto, en la fiesta

comienza a sonar Morrison, esta vez es Carla, Esta soledad… me

está quemando las pestañas… llenándome de telarañas… ¡…el

cumple de tu mamá…! comienzo a llorar, mi columpio está fuera

de control, me derriba muy lejos de la fiesta, pero caigo en un

montón de almohadas ¡… ya despierta cabrón, es el cumpleaños

de tu mamá…!

Es de noche, Nacho, todavía no ¡hip! amanece, aguanta tantito

¡hip! Güey, es la noche del viernes, te están buscando, no seas

cabrón y ve a saludar a tu mamá, yo te llevo al metro, me dice. Me

levante de un brinco, mi cuerpo reaccionó, mi mente no, mi alma

estaba divagando.

Me vestí, vi que mi cuarto estaba todo desarreglado, salí y note

que no había nada ni nadie, sólo suponía, nada ni nadie. Subí al

carro y le dije a Nacho, llévame a un lugar dónde vendan pasteles.

Fuimos cerca del metro Chabacano, ahí me despedí y con mucha

voluntad y poca comprensión de lo que era el dinero y las palabras

compré un panqué y después un boleto del metro.

Chocaba con la gente, el mundo era muy complicado e inmenso,

no sabía caminar, no sabía hablar, no sabía pensar, tropezaba en

los vagones, la gente miraba mi panqué y a mí. Cuando se

desocupó un lugar en el vagón del metro, me senté y me dormí,

desperté tocando la puerta de la casa de mis padres.

Tu mamá está muy sentida ¿dónde estabas? ¿vienes borracho,

verdad? me decía mi padre segundos antes de que nos encontrara

mamá cruzando la puerta, camino hacia dentro de la casa.

Mamá con cara triste dijo, te estuvimos esperando toda la

mañana, nunca apareciste ni fuiste para llamar o contestar mis

llamadas ¿Qué te pasa, hijo? tu nunca haces esto.

Siéntate má, siéntate pá, les pedí. La tristeza y preocupación de

ambos me dio lucidez, regresó el habla, regresó el mundo en el

que estaba acostumbrado a vivir, comprendí lo que había pasado,

comprendí lo que me estaba pasando –ya lo había pensado pero

no tenía ningún juicio sobre ello, era ajeno a mí-. Partí el panqué,

le serví a cada uno un pedazo mientras ellos servían leche. Cuando

todos estábamos sentados y servidos les pedí una disculpa –

mientras ordenaba todo en mi cabeza- y le cantamos las

mañanitas a mamá.

Les pido una disculpa, por haberte hecho esto má, yo sé que no

tengo excusa, créeme que no la estoy pasando bien y me está

doliendo esto.

Ayer salí con mis amigos estábamos bebiendo en Coyoacán,

conocimos a unas chicas bastante agradables y la seguimos en mi

depa. Yo ya no estaba tomando, porque había quedado contigo de

venir a desayunar. Nos dieron de beber algo, creo que nos

drogaron, perdí noción de todo, no recuerdo nada poco después

de haber bebido un trago que me ofrecieron. Decía todo esto

mientras el hipo incontrolable cortaba mis palabras e intentaba

mostrarme fuerte y sin llanto para no asustarlos más de lo que ya

se podía ver sus caras. Me engañaron, me robaron todo, vaciaron

mi departamento. No me queda nada. No sé dónde están los

demás supongo que están bien o por lo menos están como yo.

Después del ánimo y cariño que me expresaron mis padres, les

pedí quedarme en casa e ir a dormir a mi antiguo cuarto, estaba

desecho y al día siguiente tenía la boda de Humberto.

Me ayudaron a recostarme mientras que mi mente relajándose,

regresaba al mundo sin sentido de sueño-realidad. Se fueron mis

padres a su cuarto, se fue de nueva cuenta la lucidez, se quedó el

hipo, regresó mi columpio y las canciones de los Morrison.

Comencé a llorar hasta quedar dormido o despierto.

Desperté… o talvez nunca lo hice.

Abril 2015

 

(Foto de portadilla tomad de Chilango.com)

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