1
Era un jueves por la tarde de principios de junio, las calles del D.F.
estaban pintadas de blanco por tanto granizo, parecía que ni los
techos de los cafés del empedrado centro de Coyoacán podrían
evitar que llegara a casa mojado.
Faltaban dos días para la boda de uno de mis mejores amigos, le
platicaba a mi compañera de mesa mientras bebíamos un
smoothie de mango con durazno. Sí, y ese cabrón no quiso fiesta
de despedida pues lo considera hipócrita, según él está entregado
a su mujer desde antes de proponerle matrimonio.
A Mariana, mi compañera de smoothies, parecía no sorprenderle
el argumento del futuro novio para no tener una bella dama
animando su regazo, mientras que yo no dejaba de repetir en
tono de broma, es un egoísta, no piensa en los sentimientos y
deseos de sus amigos. Estábamos los dos tan entusiasmados
platicando las ventajas y desventajas de matrimoniarse que no
puse atención a las llamadas y mensajes que a mi teléfono
entraban.
Escampó cerca de las ocho de la noche, que diga de la tarde, aún
había mucha luz -por el fastidioso horario de verano- cuando
decidimos poner fin a la cita, pues había que trabajar al siguiente
día y el cuerpo ya no es el de los veintes.
Me ofrecí amablemente a llevar a mi nueva AMIGA -sí, la cita no
funcionó para efectos amorosos- hasta la puerta de su casa a
escasos diez minutos de dónde nos reunimos, y nos despedimos
con un odioso, nos vemos pronto amigo.
Al término de la cita fallida, recordé la insistencia en las llamadas y
whatsapps mientras que yo profundizaba en lo poco práctico de
una unión vitalicia. Encontré que mi círculo de amigos -que incluía
al del casorio- me estaba buscando, los mensajes decían:
Estamos en Coyo junto al Hijo del Cuervo, jálate.
2
Ahí estaba yo, esquivando torpemente las grandes olas de aceite y
agua que los inconscientes conductores formaban con sus veloces
carros, y con los pies hechos sopa al no haber ensayado desde los
quince el tradicional y milenario "salto de charca", llegué a
Coyoacán más mojado que cuando me fui apenas unos minutos
atrás.
Exprimiendo mi abrigo, busqué entre los bares, esos que tienen
su terraza al pie del bello centro de Coyoacán, y ahí los vi, eran
tres de mis más viejos y entrañables amigos, borrachos redimidos,
pachecos casuales, fiesteros de poca fiesta. Aarón, Humberto y
Chistian, estaban esperándome ansiosos con mi “cuba pintadita” -
como acostumbro pedir el ron- y con una botella a menos de la
mitad y acabándose -supuestamente recién servida-, pero el
ánimo, ese apenas llegaba.
Había una atmósfera extraña, parecía paz, felicidad, Humberto
contagiaba de a poco a cada uno de nosotros ansiedad por el
eterno miedo a lo desconocido, el matrimonio. Pero el bodorrio
no importaba en ese momento, estábamos festejando que aún
éramos -somos jóvenes- y que sin decirlo, era la última juerga
solteros. Humberto que no tomaba desde hace ocho años, se
estaba poniendo la peda de su vida, y yo que llevaba más de cinco
años de no probar un delicioso cigarro, me acabé una cajetilla en
lo que buscábamos al mesero para pedir la tercera botella.
No te nos vayas a desaparecer cuando te nos cases, eh cabrón, le
decíamos mientras chocábamos los vasos. Así en plena fiesta, se
nos fueron uniendo tríos, mariachis, cuanto músico que pasará, les
invitábamos su cuba para que nos dejara más barata la siguiente
canción, que para entonces ya estábamos cantando con toda la
gente de las mesas vecinas a todo lo que daba el pecho.
¡Noooo, porque ya no extraño como antes tu ausencia, porque ya
disfru…!
Sonó mi teléfono, era mi papá, seguro para recordarme el
desayuno al siguiente día por el cumpleaños de mi mamá.
¡Mierda! ¡lo olvide! Me levanté de la mesa y me alejé varios
metros hacia la fuente de los coyotes para contestar. Sí pá, seguro
voy, no vayan a empezar a desayunar sin mí, es más, yo llevo el
panqué que tanto le gusta a mamá, dile a Pepe (mi hermano) que
no tome su primer clase para que estemos todos juntos, le decía
yo a mi padre para tranquilizarlo porque seguro ya arrastraba la
lengua.
Cuando volví al bar, el mesero estaba moviendo varias mesas,
incluyendo la nuestra, mis amigos de pie, se secreteaban y reían.
Se acercó Christian y me dijo al oído ¡Ya chingamos, puto! y justo
en ese instante se sentaron en nuestra mesa –ahora más grandecuatro
chicas.
¡A huevo!
3
Si la evolución lleva a que las estructuras tengan una función...
aunque no siempre se cumpla la regla, por existir estructuras con
aparente carencia de función... no encuentro otra función que
explique la prominencia de estas estructuras, sino para ser del
gusto de los individuos del sexo opuesto. Disertación sobre las
nalgas que rondaba mi cabeza -borracha- mientras escuchaba y
observaba a nuestras poco comunes invitadas a la mesa del bar.
Morenas simpáticas, sonrisas amplias, cabello colocho muy negro,
acento foreño, mezclilla apretada en todas sus prendas que
dibujaban traseros a los que había escuchado que llaman “de
cebolla” -nunca había entendido por qué los llamaban así, hasta
esa noche- ¡Ya caché el acento! ¡Son venezolanas!
Que mala impresión habré dado cuando las primeras palabras que
pronuncié fueron: Mañana es cumple de mi mamá, lo último que
quiero es llegar crudo y apestando a madres.
Llamé al mesero y le pedí una jarra de agua.
¡Que pendejo soy! pensé cuando todos en la mesa se me
quedaron viendo con cara de desconcierto.
Lo bueno es que el trío de amigos presentes siempre han sido más
hábiles que yo en las artes del cortejo -no tanto, también son
medio pendejos- y cambiaron rápidamente el tema.
-Y ¿qué hacen aquí? ¿de vacaciones? -sí, nos venimos a ver a la
prima de Kristel que se casó con un mexicano, ya sólo nos queda
este fin de semana en México y queremos aprovecharlos ¿a dónde
nos recomiendan ir? dijo Ana. ¡Uy, a huevo! pensé -seguro toda la
bola pensó lo mismo- ya tengo con quién echar desmadre todo el
fin de semana y hasta llevar a la boda de mi amigo -que por un
rompimiento inesperado me quedé sin pareja semanas atrás-.
-No pues está el Zócalo, la ciudad universitaria, Teotihuacán,
Xochimilco ¿ya fueron a Xochimilco? ¿Cómo es que llevan tres
semanas en el DF y no han ido a Xochimilco…? Nosotros las
llevamos, trajinerita, comida, chelas, desmadre, puro desmadre
¿cuándo pueden…? ¿viernes o domingo?
Christian estaba más que puesto para amarrarlas todo el fin de
semana, debo admitir que me tenía sorprendido, yo no le conocía
esa faceta, las tenía divertidas a carcajadas, todas encima de él,
mientras que yo no tenía la menor idea de qué hacer ni qué decir.
Justo cuando el tequila parecía que ya no quemaba más las
gargantas, que el cigarro era una extensión natural de los rostros
y de que casi instintivamente cada uno de los cuatro escogió a la
venezolana de su agrado y la tenía abrazada, se acercó el mesero
para dictar dramáticamente el final de la velada -Les pido una
disculpa pero estamos por cerrar el bar. Dejó la cuenta en la mesa
y se alejó. Pagamos entre todos la cuenta -a la que parecía que le
habían sumado la fecha- y nos fuimos caminando hacia la plaza de
los coyotes.
Ni modo, parecía que así culminaba nuestra gran y heroica hazaña,
ligar e intercambiar teléfonos con la esperanza de verlas durante
el último fin de semana de andanzas venezolanas en tierras
mexicanas Todo dio un giro cuando Humberto dijo lo que nadie se
atrevía a pronunciar: Vamos a seguirla en el depa de Alonso
¿vienen?. Se volteó hacía mi buscando la aprobación de la
propuesta en mi recién ocupado departamento, a lo que
inmediatamente asentí. Las cuatro chicas se miraron y sin mayor
titubeo dijeron, sí, vamos.
¡Hoy cena Pancho!
4
Líneas luminosas pasaban por sobre nosotros, se trataban de los
focos de los postes de luz que se difuminaban con la velocidad, la
música a todo volumen no permitía ni saber qué canción
escuchábamos –realmente no importaba-, una amalgama humana
fusionada, ocho personas amontonadas en una camioneta con un
destino que prometía homenaje.
De seguro varios vecinos se enteraron de nuestro arribo y
pensaron que esa noche no dormirían por la algarabía y alaridos
que solo fueron callados llegando al elevador, cuando la cercanía
ineludible por el espacio tan reducido obligaba besos.
Aarón me arrebató de las manos las llaves para abrir el
departamento al notar que Lupita y yo necesitaríamos continuar
unos pisos de elevador para darle paz al deseo apenas surgido en
los labios.
Nos apresuramos a acomodarlas en mi departamento que sólo
tenía cuatro sillas, con la ventaja de que todo estaba alfombrado y
nadie puso un pero para sentarse en el suelo. ¿Ron, whisky,
tequila…? ¿Con qué te lo sirvo…? Aarón el más sobrio después de
mí, estaba sirviendo las bebidas, mientras que los demás
improvisábamos unas bocinas para emprender la danza que ellas
tanto pedían.
¡Salud! Gritábamos en coro, alzando los vasos desechables y mi
deprimente botella de gatorade –estaba decidido a llegar sobrio a
desayunar con mi madre- ¡Salud!
A ver chicas ¿qué quieren escuchar? Tenemos de todo, -por dentro
rezaba para que no pidieran salsa para la que soy muy torpe- rock,
banda, pop… lo que quieran, les decía. De pronto Viridiana gritó en
busca de coro, ¡Pon reguetón! Propuesta a la que sus amigas
secundaron a brincos y gritos.
Calle 13 abrió el baile. El movimiento de caderas delataba sus
raíces sudamericanas, mientras que nosotros torpemente
intentábamos seguirles el paso. Sigue la hora de música mexicana,
les dijimos, les vamos a enseñar a bailar duranguenses y banda –
claramente nunca fuimos grandes bailarines, sólo
aprovechábamos la posibilidad de que por la lejanía de sus tierras
no tuvieran la más mínima idea de si lo hacíamos bien o malaunque
la poca gracia era obvia.
Cada quién tenía ya apartada a su chica, indudablemente,
Humberto había logrado quedarse con la chica de curvas más
prominentes, haciendo inevitable que en cualquier distracción
cualquiera de nosotros se atreviera a lanzarle un coqueteo pero
sin resultado alguno. Cuando Humberto se dio cuenta de ello, le
pegó un manotazo de niño a Aarón, provocando la risa de todos.
Durante el baile Lupita me separo de los demás y me dijo, se me
caen los pantalones ¿no tendrás un cinturón que me prestes? Sin
responder palabra alguna, la jalé de la mano hacia mi cuarto y a mi
paso, Humberto me chocó para darme discretamente una tira de
condones que inmediatamente guardé en mi pantalón.
La senté en mi cama mientras que yo esculcaba entre mi ropa.
Deja busco uno que te quede, tú eres muy delgada mientras que
yo…, se limitaba a reír de los comentarios y me preguntaba por mi
telescopio y mis medallas. Aquí está, este cinturón se ajusta a toda
cintura, se lo di y le dije pruébatelo, me jalo de la mano y me sentó
diciendo, tu pónmelo, se paró frente a mí y se levantó un poco la
playera. Se giraba delante mío mientras le ponía el cinturón y me
empujaba las manos con sus caderas, sin perder el tiempo
aprovechaba para acariciarla y cuando quedo puesto y ajustado el
cinturón me levante quedando de frente a ella y nos dimos un
beso largo y profundo.
¿No sientes que esto es algo especial…? Me preguntó, no creo que
esto sea casualidad, siguió diciendo. Yo no tenía palabras para
responder, yo solo pensaba en lo bien que me lo podría pasar pero
jamás me detuve a pensar que ella estaba buscando más que una
gran noche.
Voy por tu trago y por mi gatorade, espérame aquí. Cuando salí del
cuarto vi a todos bailando y tomando, a mi paso Ana me grito,
bebe, bebe y me puso un vaso en la boca y me hizo beber algo que
sabía parecido a ron, sin mayor desaire volví a tomar, un par de
tragos no me iban a volver a empedar y seguro ni cruda ya iba a
tener.
Le serví una cuba a Lupita, rellene mi botella de gatorade con agua
y me regrese al cuarto. Cuando volví Lupita se levantó
inmediatamente de la cama y comenzó a besarme, volvió a
preguntar, ¿no es esto especial para ti o sólo yo lo estoy sintiendo?
Nos sentamos sin separar nuestras bocas y de pronto entró Aarón
al cuarto, sólo vengo por este disco, mientras reía, se volvió a la
puerta y la cerró con seguro.
No sé si esto es algo especial, no sé si quiero que sea especial, tú
vives muy lejos y no sé qué vaya a pasar, no me quiero ilusionar ni
prometerte nada, le decía arrastrando la lengua y un poco
mareado -lo poco que me dio Ana sí había hecho efecto-.
Está bien, te entiendo, me dijo e inmediatamente comenzó a
besarme y a acariciarme, yo hice lo propio mientras nos
acostábamos lentamente en la cama.
De amores y pasiones.
5
Montado en un columpio amarillo en forma de nube, recorría el
espacio ¡…Alonso…! mientras sonaba una canción de Jim Morrison
que todos cantábamos, I will never be untruth, acompañado por
todos mis amigos y familia, visitábamos ¡…Alonso…¡ cada estrella
en la que nos recibían hipopótamos parlantes ¡…nos chingaron…!
que proponían nuevas formas de hacer la paz en la Tierra
¡…cabrón, despierta…! A mi regreso a la Tierra estaba Ale, No
llores Pequeña, estoy bien… yo te amo… sabes que siempre te he
amado… ¡…vístete, no seas cabrón...! sabes que todo va a estar
bien, todo siempre, al final, termina bien.
Desperté o talvez nunca lo hice, no entendía nada, ya no estaba
Lupita, estaba en boxers, junto a mí estaba Aarón, salí de mi
cuarto y estaban Nacho y Ale –integrantes de la misma bola- fui al
baño y me acompañaba el columpio amarillo, Ale lloraba, todas las
puertas estaban abiertas, incluso la principal, los demás estaban
tirados, me hablaban pero no entendía nada, con un hipo
incontenible regresé a mi cama acompañado de mi columpio.
Estaba en una fiesta en un salón, yo seguía en mi columpio, estoy
muy triste ¡…Alonso…! columpiándome, de pronto, en la fiesta
comienza a sonar Morrison, esta vez es Carla, Esta soledad… me
está quemando las pestañas… llenándome de telarañas… ¡…el
cumple de tu mamá…! comienzo a llorar, mi columpio está fuera
de control, me derriba muy lejos de la fiesta, pero caigo en un
montón de almohadas ¡… ya despierta cabrón, es el cumpleaños
de tu mamá…!
Es de noche, Nacho, todavía no ¡hip! amanece, aguanta tantito
¡hip! Güey, es la noche del viernes, te están buscando, no seas
cabrón y ve a saludar a tu mamá, yo te llevo al metro, me dice. Me
levante de un brinco, mi cuerpo reaccionó, mi mente no, mi alma
estaba divagando.
Me vestí, vi que mi cuarto estaba todo desarreglado, salí y note
que no había nada ni nadie, sólo suponía, nada ni nadie. Subí al
carro y le dije a Nacho, llévame a un lugar dónde vendan pasteles.
Fuimos cerca del metro Chabacano, ahí me despedí y con mucha
voluntad y poca comprensión de lo que era el dinero y las palabras
compré un panqué y después un boleto del metro.
Chocaba con la gente, el mundo era muy complicado e inmenso,
no sabía caminar, no sabía hablar, no sabía pensar, tropezaba en
los vagones, la gente miraba mi panqué y a mí. Cuando se
desocupó un lugar en el vagón del metro, me senté y me dormí,
desperté tocando la puerta de la casa de mis padres.
Tu mamá está muy sentida ¿dónde estabas? ¿vienes borracho,
verdad? me decía mi padre segundos antes de que nos encontrara
mamá cruzando la puerta, camino hacia dentro de la casa.
Mamá con cara triste dijo, te estuvimos esperando toda la
mañana, nunca apareciste ni fuiste para llamar o contestar mis
llamadas ¿Qué te pasa, hijo? tu nunca haces esto.
Siéntate má, siéntate pá, les pedí. La tristeza y preocupación de
ambos me dio lucidez, regresó el habla, regresó el mundo en el
que estaba acostumbrado a vivir, comprendí lo que había pasado,
comprendí lo que me estaba pasando –ya lo había pensado pero
no tenía ningún juicio sobre ello, era ajeno a mí-. Partí el panqué,
le serví a cada uno un pedazo mientras ellos servían leche. Cuando
todos estábamos sentados y servidos les pedí una disculpa –
mientras ordenaba todo en mi cabeza- y le cantamos las
mañanitas a mamá.
Les pido una disculpa, por haberte hecho esto má, yo sé que no
tengo excusa, créeme que no la estoy pasando bien y me está
doliendo esto.
Ayer salí con mis amigos estábamos bebiendo en Coyoacán,
conocimos a unas chicas bastante agradables y la seguimos en mi
depa. Yo ya no estaba tomando, porque había quedado contigo de
venir a desayunar. Nos dieron de beber algo, creo que nos
drogaron, perdí noción de todo, no recuerdo nada poco después
de haber bebido un trago que me ofrecieron. Decía todo esto
mientras el hipo incontrolable cortaba mis palabras e intentaba
mostrarme fuerte y sin llanto para no asustarlos más de lo que ya
se podía ver sus caras. Me engañaron, me robaron todo, vaciaron
mi departamento. No me queda nada. No sé dónde están los
demás supongo que están bien o por lo menos están como yo.
Después del ánimo y cariño que me expresaron mis padres, les
pedí quedarme en casa e ir a dormir a mi antiguo cuarto, estaba
desecho y al día siguiente tenía la boda de Humberto.
Me ayudaron a recostarme mientras que mi mente relajándose,
regresaba al mundo sin sentido de sueño-realidad. Se fueron mis
padres a su cuarto, se fue de nueva cuenta la lucidez, se quedó el
hipo, regresó mi columpio y las canciones de los Morrison.
Comencé a llorar hasta quedar dormido o despierto.
Desperté… o talvez nunca lo hice.
Abril 2015
(Foto de portadilla tomad de Chilango.com)