• Ramón Meza Rosales
  • 30 Octubre 2014
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Fotos: Mariana Rita Ramírez Flores

http://cuadrivio.net/2011/07/algo-le-duele-al-aire/

Nunca dejen de escribir, conviértanse en escritores que escriben. María de los Dolores Castro Varela

 

María de los Dolores Castro Varela, la Maestra Lolita, escritora mexicana, poeta, narradora, ensayista y crítica literaria recibió recientemente el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüística y Literatura. Nació en la Ciudad de Aguascalientes en 1923. A sus 92 años sigue atendiendo a su taller literario todos los sábados. Aquí esta semblanza realizada por uno de ellos, Ramón Mesa Morales. Las fotografías de Lolita son de Mariana Rita Ramírez Flores.

 

Nos recibe todos los sábados con una sonrisa. Pero hoy la charla y la actividad cotidiana del taller de literatura tienen un aire particular: no todos los días se toma clase con una Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüística y Literatura.

María de los Dolores Castro Varela, la Maestra Lolita, recibe las felicitaciones de sus alumnos y otros profesores de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, donde se desarrolla su taller desde hace varios años, y afirma que le dieron el premio “porque no cualquiera llega a los 91 años”. Sonríe con ternura mientras se ajusta los lentes bifocales, antes de pasar a la lección de hoy. De cabello completamente nevado, con dificultades para oír, manos frágiles de anciana, un corazón de gran entereza y dosis kilométricas de paciencia y cariño para formar a jóvenes poetas, narradores, novelistas o estudiantes de periodismo que buscan enriquecer su lenguaje algo más que la estructura de la nota cotidiana o el boletín refrito.

A lo largo de su larga vida se acumulan volúmenes, principalmente de poesía, que ha escrito: desde El corazón transfigurado (1949) y Siete poemas (1952) hasta la novela que le acaba de reeditar hace unos días, la universidad de Aguascalientes. Dolores Castro ha apostado por una expresión directa, desnuda de artificios y laberintos retóricos, que ha sabido pulir la palabra hasta su expresión más simple y acabada, extrayendo sonoridad del lenguaje de todos los días.

 

Quiero decir ahora,

que yo amo la vida:

que si me voy sin flor,

que si no he dado fruto en la sequía,

no es por falta de amor.

Quiero decir que he amado

los días de sol, las noches,

los árboles, el viento, la llovizna.

 (Cantares de vela, 1960)

           

No todo es buen humor en la sesión de hoy: dedicada al ensayo literario, comienza con pasajes del “Anónimo de Tlatelolco” que la maestra lee en un gastado ejemplar de La visión de los vencidos:

 

En los caminos yacen dardos rotos

los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,

y en las paredes están los sesos.

Rojas están las aguas, están como teñidas,

y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre.

           

La voz afligida de Lolita interrumpe la lectura. “Antes, se entiende, había una guerra de conquista, pero ahora... No tiene sentido. Esos jóvenes de Ayotzinapa tenían 20, 22 años... ¿Por qué los mataron?”

Lolita publicó en 2011  Algo le duele al aire, cuyos poemas hacen referencia a los crímenes, la violencia sin sentido y sin salida desatada desde el poder del Estado en su “guerra contra el crimen organizado”. Es la voz de una poeta clamando en la desolada ignominia donde se apilan cadáveres, se secuestra, se tortura y desaparece, se reprime a golpe de tolete y bala de goma a los pueblos que reclaman sus derechos en medio de un desgarramiento del tejido social:

 

¡Madre del amor hermoso

y de la dulce esperanza!

Desde el fondo de mí

y ante esta fosa

común

me arrodillo y te llamo.

¿Me oyes desde ahí?

Aquí nadie me oye

¿Cómo encontrar la paz para mi alma?

¿Uno de tantos muertos

es mi hijo?

Madre del amor hermoso

y de la santa esperanza

¡oye mi grito!

            (Algo le duele al aire, 2011)

 

No obstante,  la literatura es buen pretexto para tomar distancia por un momento de los horrores. Se leen trabajos, se comentan. La profesora les pide opinión a todos. Nunca reprende, si acaso corrige: “este verso podría sonar mejor así, este relato tiene que tener más fuerza en el final... Recuerden que lo importante en la literatura es la emoción y el sentimiento, y el modo de transmitirlo. Primero hay que tener algo que decir y luego, buscar cómo decirlo”.

“Nunca dejen de escribir”, insiste. “Conviértanse en escritores que escriben”.

Menciona a lo largo del taller nombres de poetas antiguos y modernos, hispanoamericanos, franceses, norteamericanos. Le pregunto su opinión sobre Octavio Paz:

“Me gustan algunas poesías, pero no todas. Conocí a Paz cuando viajé a Francia, con Rosario Castellanos. Nos recibió y platicamos. Pero luego se dedicó a dar consejos, a decir cómo se debía escribir. Como que se volvió muy autoritario. Y además la televisión lo acabó de transformar. Uno piensa que en la televisión está comunicando una cosa, y está transmitiendo otra muy distinta”.

Reconoce en otro escritor y poeta, contemporáneo suyo, Efrén Hernández, un talento singular, pero se lamenta que en el terreno literario, como en muchos otros, casi nada se puede emprender si uno es pobre, moreno y sin relaciones con el mundo de las publicaciones, los homenajes y el reconocimiento.

La mañana avanza y es preciso terminar. La maestra Lolita se despide afectuosa, recomendando a sus alumnos que terminen los textos ya iniciados, y nos llama a encontrarnos otra vez, como todos los sábados, en su taller que, de manera imperceptible casi, ha ido dejando una huella en varias generaciones de personas que se lanzan a ese extraño oficio de la escritura.


Foto de Mariana Rita Ramírez

No todos los días se toma clase con una Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüística y Literatura.



“Esos jóvenes de Ayotzinapa tenían 20, 22 años... ¿Por qué los mataron?” Foto de Mariana Rita Ramírez.

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