Brevedad de la palabra que reclama la ausencia. Memoria grata del padre que se ha ido. El autor, José Luis Pandal, es periodista y conductor de radio en esta ciudad de Puebla.
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida,
como se viene la muerte,
tan callando,
cuan presto se va el placer,
como, después de acordado,
da dolor;
como, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
"Coplas a la muerte de su padre", Jorge Manrique, fragmento.
Hace veinte años, el rayo callado de la muerte alcanzó a mi padre, Juan, hijo de Antonio, mientras buscaba el pan de su familia, como lo hizo desde que se vio reflejado en los ojos que fueron su destino y se entregó a los brazos que fueron su dogal, como decía la canción que explicaba su presentimiento y que acompañaba sus noches de noviazgo con una frecuencia tal que mi abuela preguntaba: ¿Qué ese señor no sabe más que cantar en las calles?
Supo mucho más que eso.
Fue esposo amantísimo, con un amor que no dejo de crecer en los más de cuarenta y cinco años que vivió con mi madre; fue padre preocupado siempre, a veces en exceso, por el bienestar de sus hijos, cariñoso particularmente con la niñas de sus ojos, como alguna vez se refirió a sus hijas; fue abuelo consentidor, adorado por sus nietos, de los que también fue, en mucho, padre; fue hijo ejemplar, pendiente de su padre como ninguno y obediente a su madre sin cuestionarla nunca; fue fraternal más allá de lo consanguíneo.
--Si hubiera tenido un hermano como Jesús --me dijo en un momento de los muchos que tuvo de angustia económica, sobre su cuñado, un hombre generoso como pocos, y amigo siempre dispuesto a hacer lo que pudiera por la gente que quería o que le pedía su apoyo.
Acudió a la cita que le preparó el Dios en el que creyó con certeza absoluta, en el lugar donde le esperaba un Obispo --"no un curita cualquiera", hubiera dicho--- Don Magín Torreblanca, hermano de la "seño Chuchita", mi maestra de cuarto de primaria, para impartirle la Bendición que significaba la buena muerte que se ganó con su vida buena; por si el Obispo fallaba, pasó por ahí mi amigo fraterno, el Padre Gonzalo Rosas SJ, que también le dio la Bendición postrera sin saber, en ese momento, quién era el que partía a la Casa del Padre.
Don Juan Pandal Martínez --Juan Ancelmo, dice su acta de nacimiento, con la ortografía del registro civil de su pueblo-- no fue perfecto, nadie lo es, pero fue "en el buen sentido de la palabra, bueno" para expresarlo en frase de Machado. Espero que en su marcha, junto con el amor de tantos que lo quisimos tanto, lo haya acompañado el calor de su tierra --en ese momento llovía con fuerza, lo que le hubiera dado gusto, siempre preguntaba si había llovido en Acatlán--- y el rumor del viento entre sus cañas, que cultivó con talento y amor.
Mi padre murió en mis brazos, como en mis brazos moriría mi madre poco más de cinco años más tarde. Mis brazos están llenos de su ausencia.