• Carlos Tello Díaz
  • 09 Enero 2014
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Por: Carlos Tello Díaz

El libro La rebelión de las Cañadas, escrito por Carlos Tello Díaz, tuvo un antecedente en la revista Nexos, que publicó con ese título este texto sobre la insurrección indígena en Chiapas, que este pasado 1 de enero cumplió veinte años. Más allá de la inagotable discusión que ese acontecimiento ha acarreado para la historia mexicana moderna, Mundo Nuestro lo recupera aquí con el ánimo de presentar un ejemplo acabado de lo que la narración periodística puede lograr cuando está fundada en la investigación de fondo y la capacidad literaria del escritor. Es el propósito estricto que este portal llamado Mundo Nuestro quiere alcanzar.

Carlos Tello Días, escritor mexicano nacido en 1962, ha escrito entre otros libros El exilio: un relato de familia (1993), sobre el exilio mexicano en Europa; En la selva (2004); El fin de una amistad (2005); y 2 de julio (2007), sobre la polémica elección presidencial de 2006 en México. La rebelión de las Cañadas fue publicado en 1995, y narra el origen del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Este texto es su antecedente.

(La foto de portada, de Marco Antonio Cruz, del archivo de Cuarto Obscuro. Una imagen muy similar sirvió para la carátula del libro publicado por la editorial Cal y Arena)

 

El 1 de enero de 1994, antes de clarear el alba, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional entraba por las calles de San Cristóbal de Las Casas. En esas horas de la madrugada, al inicio del Año Nuevo, entraba también por otros poblados más: Ocosingo, Chanal, Altamirano, Las Margaritas. La toma de San Cristóbal era, por mucho, la más importante para la dirección del EZLN. Alrededor de novecientos combatientes irrumpieron en la ciudad. Muchos eran tzotziles de la región de Los Altos; otros más, tzeltales de la zona de la Selva. Un grupo bloqueó con árboles, derribados en el asfalto, los entronques de las carreteras que comunicaban con el exterior. Otro grupo, con material de construcción, rodeó las gasolinerías de Pemex. El EZLN ordenó después el cerco de las avenidas que confluían en la ciudad. Uno de sus destacamentos, el más numeroso, marchó del Periférico Poniente a la Avenida Tabasco, con dirección al Puente Blanco. Una vez ahí, tomó hacia Diego de Mazariegos para doblar en General Utrilla, hasta llegar al fin a la Plaza de Armas. Era más o menos el mismo recorrido que, catorce meses atrás, hicieron los indígenas que tomaron la ciudad para condenar los quinientos años del descubrimiento de América. Hacia las dos de la mañana habían sido copadas las oficinas de la Policía Municipal de San Cristóbal. Cuando llamaron las autoridades para saber si todo estaba en orden, los mismos zapatistas contestaron el teléfono para responder que sí. Una granada cayó dentro de la planta de Grúas San Román, donde meses antes estaba la Federal de Caminos. Otra más cayó después en las oficinas de la Procuraduría de Justicia del Estado. Samuel Moreno, su guardián, fue derribado por una ráfaga de balas en las piernas. Pero no hubo, en general, necesidad de recurrir al fuego. La toma fue, en verdad, "un poema", como diría con humor el hombre que la comandaba. (1)

 

(1) Citado por La Jornada, 6 de febrero de 1994.

 

A los habitantes de San Cristóbal -los coletos- les tomó por completo de sorpresa la aparición del EZLN. Muchos pasaban con sus amigos las fiestas del Año Nuevo. Gilberto Aguilar, agrónomo, maestro de escuela, venía de ver a su novia que vivía en el camino que va de San Cristobal a San Juan Chamula. Regresaba sin prisas a su casa por el Periférico Poniente cuando, a eso de las tres de la mañana, topó con un grupo de personas que bloqueaban el entronque de la carretera a Tuxtla. Tuvo que frenar. No sabía lo que pasaba. Quiso dar una vuelta cuando lo detuvieron con un golpe sobre la cajuela. Todos llevaban armas. Era muy difícil adivinar si eran asaltantes, judiciales o soldados. Un hombre que no era indígena, un ladino con pasamontañas, le pidió sin rodeos una identificación. Gilberto sacó su licencia de manejar.

 

-Eso no me sirve- oyó que le decía-. ¿En qué trabajas? ¿Quién eres?

 

Otro personaje le ordenó que saliera de su coche, para que lo catearan. Entonces comenzó a sentir miedo.

 

-Pues qué quieren que les dé- les dijo a los encapuchados-. Yo vengo de una fiesta en casa de mi novia. (2)

 

(2) Fuente: Víctor Pérez.

 

Gilberto recordó que tenía su credencial de maestro dentro de la guantera, y regresó para buscarla. Los zapatistas, satisfechos, lo dejaron partir. Estaba tan nervioso que no podía, con su prisa, encender la marcha del motor. Al encenderla, finalmente, circuló por una lateral para librar el retén cuando dio de frente con una Combi. La recordaba blanca, muy extraña. Unos hombres bajaban armas de su puerta, todas nuevas, en cajas de madera. "Estos son los jefes", pensó Gilberto. (3)

 

(3) Fuente: Víctor Pérez.

 

En el transcurso de esa madrugada fueron asaltadas la tienda del IMSS en General Utrilla y la bodega del ISSSTE en Belisario Domínguez, así como también la farmacia Bios, entre Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo. Guadalupe García, administradora de la farmacia, dormía ya cuando sonaron los golpes a las cuatro de la mañana. Al abrir la puerta, encañonada por un fusil, tuvo que dejar pasar a todos. "Creí que eran soldados", recordaría más tarde, "pero luego vi su indumentaria". (4)

(4) Citado por Excélsior, 2 de enero de 1994.

 En ese momento, la presencia de los rebeldes era desconocida para la mayoría de la población. Nada más los que deambulaban todavía por el centro de la ciudad, con sus botellas de ron en la mano, alcanzaron a ver a todos esos hombres que llenaban un costado de la Plaza de Armas. El espectáculo era sorprendente. "Vimos que estaba apoderado todo el Palacio", comentaría después uno de ellos. "Aunque miedo no sentimos. Sabíamos que no estaban contra del pueblo de acá. Ellos tenían su propia razón". (5)

(5) Entrevista con Víctor Cordero.



(Foto de Antonio Turok, del Archivo Cuartooscuro)

 

 Muchos garabateaban las paredes del Palacio Municipal. Estaban en control de la ciudad. Los policías habían sido desarmados. Hubo, al parecer, un muerto nada más en la toma de San Cristóbal. Era el chofer de una familia muy conocida de la ciudad que manejaba por el Periférico Poniente, borracho por las fiestas del Año Nuevo. Su nombre era Octavio Ortega. En el momento de llegar al retén que controlaban los zapatistas, les gritó que lo dejaran pasar. Tal vez también los insulto. Su cuerpo, con seis impactos de bala, fue descubierto más tarde dentro de su Renault.

A las seis de la mañana del 1 de enero, sábado de San Justino, los rayos del sol empezaron a clarear las calles de San Cristóbal de Las Casas. La Plaza de Armas, muy amplia, poblada de fresnos, pinos y truenos, con unas palmeras - extravagantes- alrededor del kiosko, estaba tomada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Horas antes, en un asta de madera, había sido izada con honores la bandera de los guerrilleros. Era negra, con una estrella roja que tenía debajo las siglas del movimiento: EZLN. Había varios fotógrafos en los alrededores. Empezaban a llegar también, uno por uno, los curiosos. Unos turistas aparecieron, por fin, con el paso de las horas. Los muebles saqueados de las oficinas del Palacio Municipal habían sido colocados para servir de barricadas en las esquinas de la Plaza. Los rebeldes, a lo que parecía, eran todos indígenas, algunos vestidos de verde y de café, otros de gris y de negro, con paliacates, con pasamontañas, pero la mayoría con el rostro descubierto. Junto a los portales, un hombre que destacaba sobre los demás, blanco, hacía declaraciones a la prensa. Parecía tranquilo, como si su vida no peligrara. Estaba vestido de negro, con un chuj de lana con el que daba la impresión de ser muy corpulento. Tenía pasamontañas, negro como todo lo demás. Llevaba carrilleras cruzadas en el pecho; también una metralleta, ligera, pequeña, como las Uzi. En la cintura sujetaba un radiotransmisor con el que se comunicaba con el resto de sus compañeros, algunos de los cuales esperaban en una Combi. Las personas que lo rodeaban oyeron que su gente lo llamaba comandante -o subcomandante. Era carismático, misterioso, perverso. Una turista lo miró por un momento.

(Foto de Ángeles Torrejón, Marcos en el mes de mayo de 1995, del archivo de Cuartoscuro)

 

 -¿Nos van a dejar ir? -preguntó.

Los turistas habían sido ya notificados que podrían regresar a sus hogares el 2 de enero.

-¿Por qué se quieren ir? -contestó con humor el hombre del pasamontañas-. Disfruten la ciudad.(6)

(6) Fuente: Ana Paula Pintado.

Algunos le preguntaron a gritos si podían ir en automóvil a Cancún. Todos querían hablar al mismo tiempo. Un guía que viajaba con un grupo de turistas alzó la voz para decir, algo molesto, que tenía que llevarlos a visitar las ruinas de Palenque. No podían esperar más tiempo. Marcos entonces perdió la paciencia, pero no su sentido del humor.

-El camino a Palenque está cerrado dijo-. Tomamos Ocosingo. Perdonen las molestias, pero esta es una revolución. (7)

(7) Citado por The Guardian, 5 de enero de 1994.

 

No todas las tomas del 1 de enero fueron tan jocosas, por así decir, como la de San Cristóbal de Las Casas. Hubo cuatro cabeceras más que cayeron en aquella madrugada: Ocosingo, Chanal, Altamirano y Las Margaritas. Chanal fue quizá la primera que sucumbió. Apenas a 35 kilómetros al oriente de San Cristóbal, rodeada de pinos, la población fue tomada por un centenar de guerrilleros que llegaban, al parecer, del ejido Siberia. Unos momentos antes, al inicio de las celebraciones del Año Nuevo, hubo, según los relatos, un apagón que dejó sin luz a todas las casas del pueblo. Al seguir el curso de los cables para reparar el desperfecto, varios de sus habitantes notaron que había sido bloqueada la brecha que los comunicaba con Siberia. Uno de los vecinos, al avanzar unos pasos, fue recibido por los rebeldes a machetazos. Los demás acudieron entonces a las oficinas de Seguridad Pública, donde fueron reunidos nueve policías al mando del comandante Santiago López. La balacera comenzó por fin en un costado del Palacio Municipal. Fue breve. Concluyó después de ser herido de dos tiros en el abdomen el comandante López. El resto de los policías abandonó la refriega, mientras su jefe, en el suelo, agonizaba de dolor. Ahí permanecería por mucho tiempo más, hasta el 6 de enero, día de los Santos Reyes. No todo terminó con él. "En medio de la confusión, el profesor Ricardo Gómez, a bordo de un microbús que presta servicio público en la localidad, pretendió escapar, pero fue alcanzado también por los disparos de los rebeldes", escribió David Aponte, corresponsal de La Jornada. (8)

(8) La Jornada, 7 de enero de 1994.

 El profesor, añadió, habría de morir tres días más tarde, ante la desesperación de todos, pues "los insurgentes se negaron a que fuera trasladado a un hospital". (9)

(9) La Jornada, ibid.

 

A 15 kilómetros de Chanal, hacia la Selva, fue también atacada la ciudad de Altamirano. El ataque, al parecer, estaba previsto por las autoridades desde el 28 de diciembre. Ello no obstante, para sorpresa de todos, no fueron soldados del Ejército, sino nada más agentes de Seguridad Pública, los encargados de defender el Palacio Municipal. Muchos fallecieron en el combate. Algunos más resultaron heridos, entre estos últimos dos adolescentes, Carlos Sánchez y Julio Hernández. Estaban acuartelados en Tuxtla cuando, la víspera del Año Nuevo, sus mandos les comunicaron las órdenes de residir por unos días en Altamirano. Allá salieron por la tarde. Nadie les explicó la razón de su desplazamiento. Tal vez la comprendieron en la madrugada del 1 de enero, cuando les llegaron los rumores de que cuatrocientos hombres marchaban hacia la ciudad. La mayoría venía del ejido Morelia. Estaban preparados para ganar. "Tenían armas de alto poder", habría de recordar uno de los agentes, echado sobre un catre del hospital de la Cruz Roja. "Tenían cuernos de chivo, carabinas y bombas, además de machetes, palos y cuchillos. (10)

(10) Citado por Reforma, 6 de enero de 1994.

 

 Ellos mismos, en cambio, no traían más que diecinueve cartuchos para cargar sus fusiles. Fueron sometidos en unas cuantas horas. Por el resto de la madrugada, los rebeldes, en control de la ciudad, quemaron tiendas, casas y vehículos de carga. Los heridos, mientras tanto, policías y guerrilleros, permanecieron en manos de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, en el hospital de San Carlos. Una miliciana muy alta, de lentes, los atendió con ayuda de sor Patricia Moysen, directora del hospital, a quien conocía por haber trabajado con ella, meses atrás, en la comunidad de Morelia. "Mi misión es la de coordinar que a los heridos se les atienda", explicaría después a los reporteros del Excélsior la capitán Alejandra. (11)

(11) Citado por Excélsior, 4 de enero de 1994.

 

En contraste con Altamirano, la cabecera de Las Margaritas no fue tomada por el EZLN con el propósito de permanecer en ella: el destino de los rebeldes, al parecer, era la ciudad de Comitán. Durante la noche del Año Nuevo, como sucedió también en Chanal, fueron registrados dos apagones en Las Margaritas. Los zapatistas, en ese momento, agrupaban sus fuerzas en la comunidad de Momón. Al filo de la una de la mañana llegaron a la cabecera del municipio. Eran, según unos, alrededor de trescientos; según otros, alrededor de seiscientos. El enfrentamiento con las fuerzas del orden tuvo lugar al lado de la Comandancia Municipal. Ahí murió, abatido por las balas de los zapatistas, el policía Gabriel Arguello. Murió también Aarón Gordillo, lider de la CROM. En sus oficinas no quedaron más que revistas de fotos revueltas con botellas de ron Bacardí. Muy cerca de la Comandancia, en el Club de Leones, tenía lugar la coronación de la Señorita Año Nuevo. Uno de los invitados, Raúl Salazar, acababa de salir para tomar un poco de fresco cuando lo sorprendieron los disparos. "No nos dimos cuenta qué paso", lamentaría después uno de sus hermanos. "Estaba fuera y le tocó una bala. Sólo escuchamos el tiroteo. Toda la gente que estaba en la fiesta se alborotó". (12)

(12) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

 

 Los quinientos invitados, junto con el conjunto musical, fueron dejados en libertad por los rebeldes, que liberaron también al único preso de la cárcel -un bolito. La toma de la ciudad, al morir quien la comandaba, habría de terminar un par de días después en una retirada muy desordenada.

La más cruenta de todas las batallas del 1 de enero fue, sin duda, la que tuvo lugar en Ocosingo. También fue la más anunciada. Ocosingo, en voz nahuatl, significa Lugar del señor negro. La ciudad había sido fundada por los dominicos en el siglo XVI, cuando las comunidades de tzeltales que vivían en los alrededores fueron trasladadas a la región por órdenes de fray Pedro de Laurencio. Fue con el paso de los años el poblado más importante del departamento de Chilón. A partir del 1 de enero de 1994 sería, por un tiempo, uno de los lugares más famosos en el mundo. La ciudad, formada por catorce barrios, con doce mil habitantes, festejaba con alegría las fiestas del Año Nuevo. Todos creían que las fuerzas de la policía, reforzadas en diciembre, bastarían para sofocar el alzamiento de los indios que los rumores anunciaban para finales del año. Estaban muy equivocados. Entre quinientos y setecientos combatientes -quizá más- habían sido movilizados en el curso de la noche por el EZLN. La mayoría venía de la comunidad de San Miguel, en la puerta de la Selva. Un par de días antes habían sido secuestrados, por ese rumbo, los camiones de redilas en que fueron todos ellos transportados. Los balazos empezaron a sonar a las cinco de la mañana, en las calles aledañas al Palacio Municipal. Era un edificio muy hermoso, de principios de siglo, con arcos y balcones, remodelado con el gusto más atroz en tiempos del general Absalón Castellanos. Los policías estaban refugiados en el edificio, y los zapatistas avanzaban en esa dirección. La toma del Palacio Municipal fue muy sangrienta: murieron cuatro guardias de Seguridad Pública, y murió también José Luis Morales, comandante de la Policía Judicial en Ocosingo. El resto de los agentes entregó sus armas al salir el sol. La más terrible de todas las batallas, sin embargo, estaba todavía por iniciar en el mercado.

Alrededor de las cinco de la mañana, al tiempo que sonaban los disparos en la Plaza, un grupo de zapatistas tomó las instalaciones de radio XEOCH, situadas en la Segunda Avenida Sur. "Sorprendieron al encargado y le pidieron que les enseñara a operar el equipo", habría de recordar el gerente de Radio Chiapas. (13)

(13) Citado por La Jornada, 6 de enero de 1994.


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