• Sergio Mastretta
  • 02 Mayo 2013
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Por: Sergio Mastretta

Dos hechos me conmovieron estos días en relación a la realidad guatemalteca: la decisión del poder judicial en ese país de anular el juicio por genocidio contra el general Ríos Montt; y el anuncio de que a Las Patronas, un grupo de mujeres que desde hace años y de manera voluntaria brinca comida a los migrantes centroamericanos que pasan por su comunidad en Veracruz, les otorgaron el premio de derechos humanos “Sergio Méndez Arceo”.

En octubre del 2012, en el diario La Jornada, Blanche Petrich escribió en el arranque de un reportaje: “Todo comenzó con una bolsa de pan. Un domingo hace 17 años, Leonilda Vázquez Alvírzar mandó a sus hijas, entonces unas chamacas, por el pan y la leche para el desayuno. Venían de regreso a su casa, situada apenas a media cuadra de las vías del ferrocarril, cuando pasó el tren, muy lentamente. Los hombres que viajaban en el primer vagón las llamaron y suplicaron que les regalaran el pan. Ellas los vieron pasar, azoradas. En el segundo vagón se repitió el ruego. Sin pensarlo mucho entregaron la bolsa con la compra.

Entraron a la cocina de su casa, donde la madre se afanaba. Y le platicaron. Leonilda no dijo nada, pero se quedó pensando el resto del día. “A esos hombres yo los miraba siempre, sin saber quiénes eran, de dónde venían, a dónde iban. Pensaba que viajaban de mosca y nada más. Pero ese detalle se me quedó en el corazón. Me di cuenta que esa gente lleva hambre y sed. Por la noche les dije a mis hijas: ¿Y si mañana les hiciéramos unos lonchecitos? Preparamos bolsitas con arroz y frijol, unas tortillas, patas de pollo, lo que había. Esperamos el tren al día siguiente y se las dimos a los hombres. Así empezamos.”

Su lectura me regresó a 1990, cuando recorrí la otra frontera, el de la sobrevivencia de quienes desde siempre buscan la vida en el exilio, en el sueño de la escapatoria del infierno humano. 

La otra frontera, río Suchiate, 1990 (Segunda parte)

San Marcos, Guatemala

En tres horas he dejado el trópico mexicano para subir a la montana guatemalteca. A las diez de la noche San Marcos es una franja de niebla disuelta en los borbotones del alumbrado público que, a falta de sonidos en la ciudad muerta, rebota contra las tejas del caserío, contorsiona la iglesia en la plaza principal, remueve d letargo nocturno.

He remontado desde la costa la región mame, con sus 800 mil indígenas que tienen en el mam el idioma natural, el segundo grupo étnico en este país de 9 millones de habitantes, después del quiché y antes de los kakchiqueles y kekchíes.- Mi cabeza rezumba de rostros y lenguas aprisionadas en la camioneta, como aquí le llaman al autobús que hizo la última corrida del día entre Malacatán, a media hora de la frontera mexicana de Talismán, y la capital del departamento de San Marcos, el tercero en importancia por número de habitantes en Guatemala. En un atisbo de luz, a la hora en que el cobrador se las ingenia para recorrer el pasillo en el que nos apretujamos 80 guatemaltecos y un mexicano, me sorprendo hermanado con la raza camionera del mundo y extraigo ruidos, risas, olores, borracheras, bolsas de mandado, costaleras, moños, aretes, ronquidos y rostros, sobre todo palmos de bigotes, pelos lacios, lunares, mazorcas fulgurantes, bocas que bostezan, en algún apretón similar en el primer viaje de la ruta Azumiatla-Puebla, a la hora en que los albañiles indígenas se lanzan a construir la ciudad.

Jornaleros que regresan de la costa y comerciantes que suben y bajan con legumbres del altiplano y jabones y pastas de dientes mexicanas, me envuelven en ese estrépito lujurioso que sólo provoca la soledad amarillenta de una cabina con viajeros hacia la noche. Se duerme, se ronca, se mastica, se suda en medio del rumor húmedo y la carcajada la que alumbra de cuando en cuando la negrura del camino.

- Esta es zona de conflicto -me informa un profesor que soporta de pie como yo la ruta entera, con la certeza de la cadera de una mujer mame encajada en el abdomen-. No verá ejército por aquí, no subirán soldados a revisar documentos como allá en la costa. Aquí golpean sobre seguro donde ya saben que hay guerrilla.

Porque aquí la guerrilla es un asunto natural, como la niebla.

En la cuesta hacia San Marcos atravesamos la principal zona productora de café, cultivo que se lleva el 42 por ciento de las exportaciones guatemaltecas. Fincas innumerables que revelan la inexistencia de una reforma agraria: en 1950, el 2.2 por ciento de los propietarios poseía el 70 por ciento de la tierra cultivable. En 1954, un golpe de Estado promovido por Estados Unidos a favor de la bananera United Fruit termina el incipiente reparto de tierra realizado por el presidente Jacobo Arbenz a partir de 1952. La situación hoy en San Marcos y en el resto de Guatemala es similar a la de 1950, y peor: entre minifundistas y campesinos sin tierra se alcanza alrededor del 70 por ciento de la población que vive de las labores agrícolas, centenares de miles de jornaleros acasillados a las fincas con salarios equivalentes a cinco o seis mil pesos mexicanos. Jornaleros que mejor viajan a las fincas del Soconusco en Chiapas, donde los finqueros alcanzan a pagar los ocho mil pesos. Tan sólo entre enero y abril de este año 23 mil guatemaltecos han cruzado la frontera bajo contratos.

--La guerrilla está fuerte aunque el ejército lo niegue -me ha dicho un jornalero en Tecún Umán-, quema la finca de aquel que pague abajo de lo mandado por el propio gobierno.

Más tarde, aquí en San Marcos, en la cocina de una casa ganada por la cruzada evangelista -que prácticamente ha desmantelado la fuerza católica en los pueblos serranos-, un muchacho narrará su propia tragedia. Pedro, nieto de alemanes, vio morir a su padre en un ataque de la guerrilla a la finca cafetalera a su cargo, en 1981. Meses antes su hermano había aparecido muerto en un cantón de San Marcos, asesinado por el ejercito, identificado como colaborador de las fuerzas guerrilleras de ORPA.

Mi amigo es una prueba del desquiciamiento social que sufre Guatemala:

.--Mira -dirá en una recámara que una vez a la semana se convierte en pequeña capilla para los cristianos conversos del barrio, adornada con el fresco de la cascada de "agua vivan-, Guatemala lo que necesita es la fuerza, la disciplina de Efraín Ríos Montt. El impuso el orden en 1982, entonces podías caminar por la calle sin temor a la muerte. El mató a quien tenía que matar, al que la debía. Si hubieran dejado que fuera candidato a la presidencia el año pasado, hubiera ganado con el 90 por ciento de los votos.

El padre muerto por la guerrilla. El hermano muerto por los soldados. Mi amigo se agarra de la figura furibunda del "nuevamente nacido para la luz de la vida", el coronel cristiano Ríos Montt que dirigió la política de tierra arrasada a partir de 1982, el -que militarizó a la fuerza con las patrullas civiles a más de 500 comunidades mames y quichés, ixiles y kekchíes -que originó el inmenso desplazamiento indígena en el altiplano, con decenas de miles de refugiados en México y en su propio país-, el hombre cuyo gobierno mereció que la propia iglesia católica guatemalteca denunciara el genocidio cometido por d ejército contra los pueblos indígenas.

En la vida real cada quien marca sus héroes y sus demonios. No entiendo gran cosa. Pero mi amigo es un joven alegre que me lleva a la medianoche a recorrer las calles desiertas de San Marcos.

La niebla trae fantasmas y ruidos de la guerra. Pedro silba ausente.

Drogas, selva y guerrilla

Se ha cubierto una extensión importante de esa zona tan bulliciosa y efervescente -pero en penumbra- que es el tráfico de ilegales centroamericanos a México, y de ahí a Estados Unidos. Ahora y desde el lado de allá, traza el mapa de la violencia en Guatemala mientras delimita los territorios de influencia de la guerrilla, del narcotráfico y de los polleros.

La región fronteriza se complica. A la acción guerrillera y contrainsurgente se suman los problemas del narcotráfico y de la depredación de la selva del Petén.

El primer asunto abarca toda Centroamérica: tan sólo por Costa Rica pasan cuatro toneladas de cocaína al mes, según Luis Fishman, ministro de Gobernación de ese país. En Guatemala se decomisaron en el mes de marzo 5,900 kilos de cocaína en dos operativos. Este incremento del tráfico es producto de las variaciones en el mercado internacional de drogas, motivadas por la reducción de consumidores ocasionales en Estados Unidos (de 23 a 14.5 millones), a consecuencia de una mayor vigilancia en las fronteras (Estados Unidos decomisó 65 toneladas de cocaína), y a los golpes dados al narcotráfico por la intercepción de aviones cargados de cocaína en territorio mexicano.

Los narcotraficantes abrieron entonces nuevas rutas de tránsito en Centroamérica. El Departamento de Estado informó al Congreso que el gobierno guatemalteco y la DEA destruyeron el 97% de los cultivos identificados de amapola, pero se curó en salud al afirmar que en las áreas bajo control guerrillero la erradicación de la droga es imposible.

Así que en los suelos volcánicos de la región fronteriza con México, se llegan a obtener cuatro cosechas de amapola al año. La producción aumentó de tal forma que por cada hectárea se obtienen quince kilos de opio, tres veces más que hace una década.

La droga y la guerrilla han traído la modernidad a Guatemala, con la actividad de los satélites Landsat, de la NASA. Por eso el ejército guatemalteco y la Guardia de hacienda pudieron detener el 23 de marzo pasado a 61 mexicanos y un guatemalteco dedicados a la tala ilegal de la selva del Petén, declarada reserva de la biósfera por la ONU. El 11 de abril detuvieron a doce mexicanos más, para incautar en ambos operativos 700 árboles talados, 4,300 trozas de cedro y caoba, nueve camiones, 17 motosierras, un tractor y un arsenal de hachas, machetes y armamento. Los mexicanos detenidos contaban con permisos oficiales del gobierno guatemalteco. Un ejemplar cortado de cedro o caoba tiene un precio de siete mil dólares en el mercado internacional.

Todo forma parte del intento guatemalteco por incorporar a la región de la selva a la actividad productiva, en una dinámica que ha llevado a que en dos décadas la población en el Petén haya trepado de 15 mil a 250 mil habitantes y a que el 40% de los bosques tropicales haya sido destruido.

San Pedro

A las siete de la mañana en San Pedro el sol ha desplazado a la niebla nocturna y la población es un mercado que se descarga de las canastillas de los camiones y las costaleras indígenas. La mirada de un profano no distingue de la florida variedad de los bordados la procedencia de las mujeres en el marchanteo. Pueblo aparte de San Marcos, entre los dos forman una ciudad de dos aguas en un valle cercado por pinos y encinos.

De uno de esos camiones Francisco Xavier Gómez, jornalero nacido en la región fronteriza del volcán Tacaná, acaba de descargar cuatro canastos con hortalizas. Trabajador desde niño en fincas cafetaleras de por allá, intentó llegar a Estados Unidos en abril de 1991, pero fue detenido por agentes de Servicios Migratorios en la estación del tren en Guadalajara, tras veinte días de viaje por territorio mexicano. Francisco tiene 18 años y tiene muy en cuenta los riesgos de la edad: en cualquier momento puede ser reclutado por el ejército para combatir a la guerrilla que se mueve en este departamento.

--Uno está jodido -dice-. Si llega el ejército al pueblo nos acusa de colaborar con la guerrilla. Y si aparece esta gente se enoja por lo mismo, que le avisamos al gobierno cuáles son sus movimientos. Pero más tememos al ejército. Yo tenía un amigo, se fue a Estados Unidos, pero cayó rechazado por Migración de México. Estuvo algunas semanas fuera, entonces lo acusó el ejército de estar con la guerrilla Luego apareció muerto en un camino. De eso tengo miedo, estoy rechazado por México, no he ido por allá, ahora pueden decir que soy colaborador de la guerrilla.

Como la niebla, la muerte violenta es algo natural en Guatemala. Las cifras internacionales dejan a esta guerra civil de 30 años en el primer lugar de muertos (150 mil) y desaparecidos (40 mil). Para quien no tiene la costumbre, el terror se mira como a la parálisis que aqueja a un mendigo de la ciudad: es una fotografía, un paisaje que no nos contiene.

Leo en el camión a Quetzaltenango una entrevista que Marc Cooper, el periodista de la revista Voice, le hizo al general Efraín Ríos Montt en 1990, cuando buscaba el reconocimiento de su candidatura para la presidencia de la República. Ríos Montt, "cristiano renacido", cabeza del golpe de Estado en 1982, se mira como un cruzado "de la justicia, la armonía, la ley y el respeto a los derechos humanos". Cooper le cuestiona que su ley es la de la mano dura, la guerra brutal y la política de la guerra arrasada que costó la vida a miles de indígenas.

Ríos Montt piensa como el policía de Hacienda del pueblo fronterizo:

--Lo que hicimos -le dijo a Cooper-, lo hicimos por la ley. Todo fue legal, no recuerdo en cuántas Leyes nos basamos. Y nosotros ganamos la batalla, porque eso fue, una batalla, no un día de campo. Nunca ordene el asesinato de nadie. Nosotros condujimos una guerra, mucha gente murió, de ambas partes. Eso fue todo lo que pasó. Pero nosotros nunca asesinamos a nadie, y eso lo saben ellos. Los comunistas saben que esa es la verdad.

--¿Así que usted está orgulloso de lo que hizo?- le preguntó Cooper.

--En los 17 meses que estuve en el poder -siguió el general golpista-, yo cambié a la milicia: de un ejército de ocupación lo convertí en un ejército de integración. Esa fue mi obra maestra: rifles y frijoles.

Algo de eso platica Francisco Xavier Gómez, el mojado fracasado. En su casa, como muchas familias de la montaña guatemalteca, el retrato de Efraín Ríos Montt fue colgado junto a emblemas evangelistas como mecanismo de protección contra el ejército. Muchos campesinos se pasaron al bando de los cristianos conversos, al tiempo que miles de hombres fueron forzados a formar parte de las Patrullas de Protección Civil -más de 600 mil campesinos fueron organizados por el ejército para trabajar 24 horas a la semana en los pueblos indígenas-, y miles más fueron concentrados en lo que el ejército bautizó como "villas modelo". Todo para asegurarse de que los indígenas no volverían a realizar ninguna medida de colaboración con la guerrilla.

La ruta a Quetzaltenango remonta hacia el centro del altiplano. Pienso en las cuentas alegres de Ríos Montt. Llevo en la libreta la denuncia de organizaciones civiles guatemaltecas: tan sólo en los cuatro primeros meses de este año 200 guatemaltecos han sido asesinados o han desaparecido en lo que a todas luces habla del renacimiento de los escuadrones de la muerte. Es un hecho, contra lo que manifiesta Ríos Montt, que el ejército guatemalteco no ha ganado la guerra. Los militares nunca han dado cifras, por eso extrañó a medio mundo en la capital que hace quince días el general Arturo de la Cruz, apodado "el Canche", quien fuera jefe del Estado Mayor del presidente Laugerud en los años setenta, manejara la cifra de 10 mil bajas de soldados entre muertos y desaparecidos en los últimos diez años.

¿Por qué entonces el auge político de un militar como Efraín Ríos Montt -el hombre de la "aldea arrasada", que según organismos nacionales e internacionales de derechos humanos dejó un saldo de 30 mil muertos-, al grado de que el hombre común piensa que es él quien gobierna detrás del actual presidente Serrano?

Me lo explicará después un periodista de un diario capitalino que guardo en el anonimato.

--Mucha gente en Guatemala piensa que el principal problema en el país es la falta de seguridad, y cree que con Ríos Montt la hubo. Pero el argumento es falso: Ríos Montt creó los Tribunales de Fuero Especial, regido por militares y sin acceso del público. Hubo muchos fusilamientos, y le crearon la aureola de enérgico. El mismo, acorralado por periodistas italianos que le cuestionaban el genocidio provocado por la política de aldeas atrasadas, aceptó que era cierto, pero que fue necesario. Además está el hecho de que pertenece a las sectas fundamentalistas, los "cristianos renovados", que han impactado muchísimo entre sectores de poder en Guatemala, militares, abogados, empresarios, que se creen todos portadores de una misión que cumplir para salvar a Guatemala. Por eso muchos campesinos se convirtieron para salvarse de las fuerzas de seguridad. Un último punto: la corrupción a todos los niveles, algo que molesta al guatemalteco común y que con el presidente Vinicio Cerezo se produjo con desfachatez y descaro. Sólo Ríos Montt ofreció en su campaña acabar con ella: no robo, no miento, no abuso, decía su slogan.

Mujer quiché con sus hijos en el río Suchiate. Huyó de Nebaj en 1983. "Muchos murieron por anemia. Cominos monte. Sembramos pero cortaron los patrulleros y los soldados 200 cuerdas de milpa, y ya estaban saliendo mazorcas. ¿Que íbamos a comer? ¿Si los niños mueren quién tiene la culpa? Mejor nos vamos.

Así que el general genocida en 1982 se levantó en 1990 como el más serio aspirante a la presidencia. No lo logró porque la Constitución de 1985 impide participar en las elecciones a cualquiera que haya participado en un golpe de Estado. Su fama de duro y la certeza de que sólo con él Guatemala saldría del caos y la anarquía, fueron sus cartas de presentación para el proceso electoral.

Es imposible agarrar a un país en una vuelta de camión. Las imágenes pasan fugaces por la ventanilla, como la de Francisco Xavier descargando mercancías en San Pedro.

--Se busca la vida -me dijo el muchacho deportado por la policía migratoria mexicana-. En Guatemala, hoy, no se encuentra.

La violencia

La revista Inforpress centroamericana reproduce un informe del Departamento de Estado norteamericano: en 1990 hubo seis mil asesinatos en Guatemala: la mayoría de ellos ocurrieron en las zonas de conflicto. "Los militares -dice el informe-, frecuentemente no logran distinguir entre guerrilleros y población civil". Apunta también que muchos de los expedientes judiciales sugieren que los asesinos tenían acceso a la información proveniente de las prisiones, la corte de justicia y la policía Relata también que el ejército recluta soldados a la fuerza, captura a las personas en la calle o las saca de sus hogares sin orden judicial. Son los indígenas quienes más sufren el reclutamiento forzoso.

Guerra y negociación.

Encuentro a Mario Payeras en algún momento de este recorrido. Nacido en 1940 en Chimaltenango, Mario es uno de los escritores guatemaltecos fundamentales en este fin de siglo y ha sido uno de los principales dirigentes de la guerrilla desde principios de los años setenta, cuando la guerra tomó forma en las selvas de Ixcán. Días de la selva (1979), El trueno en la ciudad, El mundo como flor y como viento, Latitud de la flor y el granizo (1987) y Los fusiles de octubre concentran por igual su calidad de combatiente y su ser literario con la pureza que sólo puede brotar de la sobrevivencia en la selva y en la guerra.

Mario, que vive en la clandestinidad, es uno de los dirigentes de la organización Octubre Revolucionario, fundada en 1984 tras la ruptura de un importante núcleo de militantes con el ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), convencidos sus promotores de que la alternativa militar para la revolución en Guatemala ha provocado una violencia genocida por parte del ejército sobre los civiles -sobre todo los pueblos indígenas- y sus organizaciones políticas. Desde entonces han buscado a través de la organización de obreros y campesinos alternativas políticas para la transformación de la sociedad guatemalteca.

Mientras platicamos tengo en la cabeza la imagen de Víctor Egeovani González Vázquez, muerto por los soldados el 8 de enero de 1991, recién regresado de México, deportado tras su intento de llegar al otro lado del río Bravo. Acusado de colaborar con la guerrilla, fue secuestrado ahí mismo en su pueblo de Tecaná, a la medianoche, para aparecer con un balazo de 9 milímetros en la nuca a la orilla de un río, varios días después.

Colaborador o no, Víctor Egeovani murió como miles de hombres presos de la violencia del ejército en su afán por desmantelar la guerrilla. Los militares creyeron haberla exterminado entre 1982 y 1985, cuando arrasaron el territorio indígena, sobre todo en Huehuetenango y Alta Verapaz. Datos de h Suprema Corte de Justicia de Guatemala establecían en 1985 que más de 400 comunidades fueron destruidas, cerca del 20 96 de la población se desplazó forzadamente, entre 36 mil y 72 mil adultos fueron asesinados y más de 120 mil niños quedaron huérfanos. Sin embargo, según las propias fuentes gubernamentales, en los últimos años ha habido combates de envergadura que apenas se veían en los años sesenta.

No es difícil comprenderlo: hay que ver tan sólo la estructura de la tenencia de la tierra para contemplar la base social de la guerrilla Según un estudio realizado por la Agencia Internacional para el Desarrollo, con sede en Washington, a principios de los ochenta los latifundios concentraban el 65% de la tierra cultivable con tan sólo el 2.5% de las fincas. De otra forma, 482 grandes finqueros tienen más tierra que medio millón de minifundistas. Y más: otro medio millón de campesinos guatemaltecos carecen de tierra. Y si se suman sus familias, tenemos más de 2.5 millones de personas sometidas a la penuria del trabajo jornalero.

Uno de ellos era Víctor Egeovani, asesinado por el ejército que combate la rebelión indígena más importante en la historia moderna guatemalteca.

Por eso la pregunta a Payeras es obligada: ¿qué perspectiva tiene la lucha armada y la negociación entre gobierno- ejército y guerrilla, la preocupación fundamental de los guatemaltecos?

--Hasta hoy ha operado una ecuación política -me dice Payeras- a mayor fuerza de la guerrilla, más poder del ejército en el Estado. Sin embargo, en el último año se han precipitado tres factores que subvierten esta realidad: por una parte, el ejercito se ha desgastado políticamente, ya no por ejercer el gobierno, sino porque sus excesos represivos han impactado a la opinión pública y han gastado un consenso nacional adverso a sus ejecutorias. Según la prensa, durante el gobierno de Cerezo los asesinatos por razones políticas fueron 2,933 y los secuestros 777. La gota que colmó el vaso fue la matanza de Santiago Atitlán, en diciembre pasado. Pero también la cuenta regresiva ha comenzado para la lucha guerrillera, debido ante todo a avances en el clima de distensión regional.

--El tercer elemento lo da el hecho de que con el presidente Serrano la clase dominante ha recuperado el control del gobierno, del que fue excluida en 1963 tras el cuartelazo del coronel Peralta Azurdia. El nuevo gobierno es de gente nueva en muchos sentidos, que expresan fuerzas políticas jóvenes. Debido a la debilidad de su partido y a su precaria legitimidad, Serrano ha conformado un gobierno de amplia participación, donde los empresarios y el ejército mantienen las riendas.

--¿Qué control tiene entonces el presidente sobre este proceso?- le pregunto.

- El presidente Serrano sólo tiene una posibilidad real de ejercer el poder: negociar la paz con la URNG, lo cual sólo será posible si se reconoce plenamente la legitimidad y la fuerza político-militar de la coalición guerrillera y se accede a sus demandas fundamentales. Sin el armisticio el país seguirá siendo ingobernable.

--¿Quiere decir que la guerrilla todavía mantiene en jaque a las fuerzas del ejército?

--La guerrilla esté lejos de ser derrotada y en realidad nunca lo ha estado como fuerza militar rural. Pero la paz sólo se podría alcanzar si ambas fuerzas actúan con sabiduría. La URNG no debería intentar hacer la revolución desde la mesa de negociaciones, y el ejército tampoco debe pretender conseguir en las pláticas, que no pudo en el campo de batalla Y el presidente Serrano cometería un error a fondo si subestima la fuerza política de la URNG, su arraigo en la población de los frentes de guerra y la simpatía internacional que goza. La guerrilla es representante de sectores fundamentales de la nación, principalmente de amplias masas del campesinado pobre e indígena que por primera vez en este siglo protagonizan una rebelión contra el sistema social que los explota y desprecia.

Estas son las cuentas que la agencia noticiosa Enfoprensa hace de la guerra en el primer trimestre del año: 527 acciones político-militares equivalentes a 246 acciones de propaganda armada, 156 hostigamientos, 38 ataques a puestos fijos, 25 emboscadas, 24 sabotajes, 16 combates y 22 ataques contra unidades de la Fuerza Aérea. Se reportaron 431 bajas del ejército.

Las acciones guerrilleras aumentaron en abril. La URNG festejó el Primero de Mayo con operaciones en los departamentos de El Quiché, San Marcos, Alta Verapaz y Petén. Por la contraofensiva del ejército, según la agencia, cinco mil familias de la región nororiental se vieron obligadas a abandonar sus comunidades.

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