14:00 La redacción de un periódico.
--Tenemos lo de la visita de Malpica a la BUAP --dijo un reportero.
--Si pero eso es puro show --contestó otro.
--La muerte de Malpica no es nota completa --concluyó el primero.
El viejo refrán de los reporteros.
"Si no hay muerto no hay nota" quedó en el pasado, ahora la muerte de una persona no es nota completa para algunos periodistas. En sus redacciones nadie les exigirá que tengan idea de quién fue Samuel Malpica.
La última visita de Samuel Malpica a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP)
4 de julio del 2013, Ciudad de Puebla, Calle Juan de Palafox y Mendoza, 11: 45 de la mañana. El edificio Arronte, propiedad de la universidad Pública de Puebla, fue el sitio donde la familia de Samuel Malpica decidió detener el cortejo fúnebre. La fachada del edificio en el que el profesor universitario trabajó por muchos años quedó como testigo de la tristeza de los familiares.
Un día antes los periódicos de Puebla habían presentado las fotos de un hombre maduro muerto por un balazo, tirado en la acera. Samuel Malpica vestido con playera y pantalón corto. Los reporteros escribieron que iniciaría una huelga de hambre al día siguiente.
Las mujeres vestidas de negro hicieron un círculo y gritaban "¡Justicia, justicia!"
En sus manos traían flores. Se sostenían con desesperación a ellas como si al soltarlas fueran ellas mismas fueran a caer.
Una carroza fúnebre blanca llevaba el cuerpo de Samuel Malpica. La gente pasaba rápido a los lados de las banquetas, sin detenerse a mirar el dolor de los Malpica. Tal vez asustados. Los empleados de la BUAP se asomaban por las ventanillas con caras largas. En la puerta había una corona floral. Los familiares gritaban: "Se ve, se siente, Malpica está presente"
El sonido de los cláxones era desatendido, también los semáforos. Era el tiempo de los Malpica. Su viuda bajó de la camioneta que llevaba el féretro. Los fotógrafos la rodearon, llorosa dijo algo y volvió al asiento.
"Al Carolino", dijo un familiar o tal vez un amigo. Si, al Carolino, secundó un hombre vestido de negro.
El Carolino es un hermoso edificio fundado por los Jesuitas, ahora propiedad de la Autónoma de Puebla, ahí están las oficinas del rector.
Al llegar, los familiares quitaron una viga que impedía la entrada vehicular, la camioneta entró hasta la puerta de madera del viejo edificio.
Abrieron la puerta de la camioneta y jalaron el ataúd, brilloso, color madera natural. Uno de los hombres pidió ayuda y su hijo Samuel se acercó.
“No, tu no”, le dijeron. “Yo quiero hacerlo”, se atrevió de nuevo. Tu no, le repitieron con energía.
Entonces el personal de vigilancia y otros familiares lo cargaron.
Las puertas del Carolino se abrieron y nadie lo impidió.
"Al Paraninfo", dijo un hombre joven.
Aludiendo al salón de protocolos en el piso superior.
Los familiares rompieron el protocolo y decidieron darle la vuelta al patio hexagonal.
"Le vamos a dar una vuelta."
Otra vez el mismo hombre daba instrucciones:
"En la oficina de la abogada general ahí nos quedamos"
Ahí nos quedamos. Remato, y su voz sonó como una espada, como un golpe.
Y lo cumplieron. Cargaron el féretro y lo colocaron sobre la base metálica que arrastraron sobre el piso de ladrillos, sólo se escuchaba el ruido de las llantas.
Al llegar a la oficina de la abogada se detuvieron.
¡Justicia, justicia!
El cuerpo se mantuvo unos quince minutos fuera de la oficina, nadie se lo impidió, de la oficina de la abogada general no se asomó nadie, solo había silencio que se rompió por el hijo de Samuel Malpica del mismo nombre. Tomó la palabra y los fotógrafos corrieron para tomar su imagen. Politólogo de no más de 35 años, vestido de negro, hizo alusión a la vida de su padre, agradeció la presencia de familiares, amigos y gente. Y al final dijo que su padre no se había enriquecido cuando fue rector y que México necesitaba hombres como su padre. Con esta frase se le quebró la voz.
Le siguieron gritos de los presentes. En los balcones y ventanas de las otras oficinas había personas viendo el acto, algunos tomaban fotos.
Empujaron nuevamente al féretro para terminar la vuelta. Finalmente salieron a la plaza.
Lo subieron nuevamente a la camioneta, que arrancó hacia a la calle de Palafox y Mendoza, la vieja Maximino, una de las más importantes en el centro de la ciudad de Puebla.
Veinte carros lo seguían y al final una camioneta de la policía estatal con escudos de granaderos, solo los escudos.
Así fue la última visita de Samuel Malpica a la BUAP, en una ciudad, en un país en donde la muerte de una persona ya no es nota completa.
A los reporteros nadie les pide que sepan quién fue Samuel Malpica.