• Mariana Rita Ramírez
  • 20 Noviembre 2013
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Por: Mariana Rita Ramírez

Martes, una y media de la tarde. Metro Rosario línea 7. Suben estudiantes  de ingeniería del Politécnico, CCH y Bachilleres de esa enorme zona estudiantil del norte de la ciudad de México.

Las puertas están a punto de cerrarse y entra un vendedor de discos compactos empujando  a un estudiante. El estudiante pequeño, delgado, viste una sudadera gris, un pantalón de mezclilla y una mochila con sus útiles que en el empujón salen volando al piso.

El vendedor es alto, con una camiseta sin mangas que muestran sus músculos desarrollados al cargar una bocina que mide unos 80 cm de largo por 30 de ancho y más o menos unos 15 kilos; lleva un pantalón de mezclilla y unos tenis que guardan unos pies enormes. Aprovecha su peso y pega en el piso para tratar de alejar al estudiante que se queja del empujón.

El estudiante no se raja, le reclama

--¡fíjate! -le grita al vendedor

--Fíjate tu culero --le contesta el vagonero.

Se dan unos cuantos golpes y se detienen, se dan cuenta que pueden lastimar a los demás pasajeros.

El vendedor trae compañía, una mujer morena, delgada  con unas cejas delineadas que cubren toda su frente.

El vendedor ve el miedo en el estudiante y se burla, pero el chaparrito no se raja y se avienta y  lo empuja.

La siguiente estación se hace larguísima, la gente está tensa, los estudiantes no despegan la mirada de los peleadores, esta vez no se hacen como que nada pasa. La gente ve atenta la reacción del vendedor. No hay miedo en los pasajeros.

Por fin llegamos a la estación Aquiles Serdán, a esas horas se encuentra  vacía, no hay un solo pasajero esperando el metro.  Los peleadores y la vendedora se bajan y comienzan los primeros golpes en serio. El grandote se ríe y golpea una y otra vez al estudiante, quien se regresa a su lugar frente al contrincante. Cada golpe lo recibe y regresa.

 De alguna manera y mediante una señal ya  habían avisado a los otros vendedores que estaban en los demás vagones --hay veces que se meten tres o más por vagón.

Ya en el andén la pelea es observada por los vagoneros, pero poco a poco se acercan a golpear entre todos al estudiante que a pesar de que su contrincante es más alto y le ha dado varios golpes sigue sin rajarse, va para adelante, no corre.

El tiempo parece que se ha detenido para los observadores dentro del metro. El chofer parece observar desde la cabina, pero estamos en el último vagón, no creo que se dé cuenta de lo que pasa.

Las puertas se cierran y el tren comienza a caminar, pero los estudiantes al ver que el chaparrito es golpeado por dos y que los demás vendedores se le van encima jalan la palanca de emergencia. El tren se detiene y los estudiantes que son igual en número que los vendedores abren la puerta para defender al peleador ofendido.

Se van contra el vagonero que inició el pleito. El hombre trata de detener los golpes de los estudiantes, no le hacen caso.  Los jóvenes se imponen a los vendedores. Por esta vez el gremio de los ambulantes del Metro se queda con las ganas de destrozar la cara del chaparrito.  Por esta vez el gremio de estudiantes se hace presente y detiene la injusticia, sin gritos sin sombrerazos solo con la solidaridad.

En el metro los vendedores van comiéndose los espacios, cada vez son más, cada vez venden más cosas, y cada vez más golpean a quien no quiere escuchar el ruido estridente de su música  o evade la luz de las lámparas chinas que avientan a los ojos de los pasajeros para que miren su producto. El desempleo y la corrupción los hace temidos por los pasajeros.

El operador del metro ha llegado hasta  vagón de la pelea e ignora a los dos grupos, solo desactiva la alarma y corre a la cabina, suena el timbre que avisa que está a punto de cerrar las puertas. Los jóvenes estudiantes  recogen las pertenencias del chaparrito y lo meten al vagón; los vendedores recogen el reproductor de discos compactos que salió volando al final del andén y juntan las pilas.

El grandote se quedó con las ganas de acribillar a golpes al joven, lo mira con odio, y cuando el tren se aleja de ellos le alcanza a gritar al estudiante: ¡Puto! Lo sigue con la vista y  dibuja en su mirada algo así como una sonrisa, dentro de un rostro pálido.  Su mujer junto a él nada ha dicho, solo permanece junto a él.

Son dos gremios que todos los días se encuentran en el metro, con el riesgo de repetir la escena uno de estos días.

 

 (Foto de portada tomada de El Universal: Reportaje Los vagoneros, los amos del Metro:

 http://www.eluniversal.com.mx/ciudad/96511.html http://www.eluniversal.com.mx/ciudad/117532.htm

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