• Verónica Mastretta
  • 16 Octubre 2014
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Qué rápido olvidamos que apenas hace un poco más de cien años las cosas entre los hombres y las mujeres eran tan distintas a como son hoy. Y ni siquiera hace tanto: las películas de la época de mis papás terminaban con un parco beso de labios cerrados; las que me tocaron a mí empezaban con besos atrevidos y  podían terminar con una pareja rumbo a meterse en una cama. Ahora, a la menor provocación no solo en las películas, sino en los anuncios de la televisión, aunque sean de jabones para lavar trastes, desodorantes o venta de seguros,  casi todo empieza y acaban con una pareja en tránsito hacia una cama, saliendo de una cama, o bañándose después de compartir una cama. ¿Cómo es que en tan poco tiempo las cosas pasaron tan rápido?

Hace rato veía con mi hija, aficionada irredenta al cine mexicano en blanco y negro de los años cuarenta,  una película de Pedro Armendáriz y Miroslava. En todas las escenas aparecen los papás de los protagonistas operando matrimonios, supervisando los amores de sus hijas o espantando a los pretendientes indeseables. A los vástagos no parece molestarles que los papás se metan en sus vidas, es más, agradecen la intervención acomedida de ellos para buscarles una pareja conveniente.  El sacerdote  que aparece en la película transita por las calles y acude a las fiestas del pueblo  con todo y bonete negro en la cabeza, absoluta falsedad  histórica, ya que durante esas épocas los curas no podían salir a la calle con sus trajes de cuervos. Se tenían que poner sus disfraces adentro de la iglesia. El cura y los papás de la película son verdaderos operadores políticos de matrimonios. La escena fuerte de la película es una en que Pedro Armendáriz, con sombrero de charro puesto adentro de un restaurante, come tacos con Miroslava y ambos muerden del mismo taco. Yo nunca vi que mi mamá mordiera un pedazo de taco que estuviera comiendo mi papá. Ahora la escena sería que los protagonistas intercambiaran tragos de cuba de boca a boca y no precisamente en  un restaurante.

Creo que he perdido el rumbo en este artículo, que obviamente es una magnífica salida para no hablar de política. Está tan enredada y me tiene tan confundida como los cambios en las relaciones de las parejas de hoy. Hoy todo se vale en política, igual que en las formas en que se llevan las parejas. Cada quien hace lo que quiere, como puede y cuando quiere. Cuando yo visité por primera vez Estados Unidos, me pidieron que pasara a explicar a mis compañeros de secundaria americana, cómo era la vida en México. Cuando les dije que ninguno de los compañeros de mi clase tenía papás divorciados y que las elecciones siempre las ganaba el mismo partido político, la bola de güeros peló unos ojos de incredulidad que no he olvidado. Creyeron que venía yo de Saturno y del más insólito atraso social. Ahora  en México los divorcios y encuentros entre personas y partidos políticos son lo más común. Los intercambios  van y vienen y  ya nadie sabe dónde  estará mañana. Hoy comen del mismo taco y toman de la misma cuba partidos y personas y mañana se desconocen.  No tengo un criterio acerca de si esto es bueno o malo. Sí sé que es confuso.

"La Edad de la Inocencia" es el nombre de un libro de Edith Warthon, que narra una historia que sucede en el Nueva York de 1870, en donde hay reglas para todo y todo se hace de acuerdo al deber ser. Hoy llegó a mis manos la carta original en que mi bisabuelo solicita la mano de mi bisabuela en una carta fechada en 1881. Tiempos en que era Dios omnipotente y el señor Don Porfirio presidente. Les transcribo la carta y les pregunto si no sería por momentos cómodo tener puntos de referencia tan claros y certeros como los que tuvo mi bisabuelo al escribir su petición: 

Marzo 24, de 1881

Mi querido Tío Antonino:

Con pena paso a distraer su atención para ocuparla en un punto en que me hallo vivamente interesado. Como verá Ud. por la carta de papá que tengo el gusto de acompañarle, abrigo el deseo de unirme a mi apreciable prima Deifilia, bajo el lazo indisoluble del matrimonio. Algún tiempo después de haber manifestado a mi citada prima estos sentimientos, me contestó que podía dirigirme a sus padres, lo que verifico hoy por medio de la presente, suplicándole a usted y a tía Chonita que si lo tienen a bien accedan a mi pretensión, hija del inmenso amor que profeso a Deifilia, inspirado por las relevantes cualidades que la adornan. Comprendo lo delicado que es para un padre dar una resolución como ésta, en que se trata de la suerte de una hija, pero a la vez, abrigo la esperanza de que Ud. y tía Chonita, convencidos de que mis deseos son nacidos del fondo de mi alma, consentirán en mi enlace con Deifilia augurando así nuestra felicidad. Con gratos recuerdos para toda la familia, se despide de usted su sobrino: Diego Ramos Lanz.

¡La edad de la inocencia ha pasado para nosotros! Hoy ya nada está dado. Ni opinar podemos sobre nuestra propia vida, menos sobre la de otros. En política ya no hay liberales y conservadores: hoy hay petistas, panalistas, morena, priistas, perredistas, chuchos, panistas, aliancistas, verde ecologistas, convergentes, divergentes, corrientes, fracciones, sub-fracciones, yunkes, panistas tradicionales y lo que surja esta semana. ¿Quién no quisiera la certidumbre de un sencillo papel gris, en el que escrita con letra impecable se encuentre una sentencia de amor condenatoria, un juramento de lealtad absoluto, un deseo de que algo fuera indisoluble, aunque sea la esperanza de que tal cosa exista?

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