• Emma Yanes
  • 18 Abril 2013
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En octubre de 1989, el rector de la UNAM José Sarukhán inauguró el Museo de Historia Natural de Pie de Vaca, Tepeji, Puebla. Publicado en Nexos, en julio de 1990, este texto de Emma Yanes es el increíble y entrañable testimonio del hombre que encontró el primer fósil marino en el lugar. La ilustración de la portada es la foto de un cuadro de la artista y bióloga Alicia Mastretta Yanes. La foto del fósil de tomó de todopuebla.com. 

La devolución del mar

Tiene cien años y vive en una tierra árida, caliza, donde crecen órganos rectos, absolutamente verticales, que apuntan al cielo. Es cerca de Tepeji, rumbo a Ixtlayuca, en el pequeño poblado de Pie de Vaca, en el estado de Puebla. Desde niño empezó a trabajar de peón en una cantera, sacaba a fuerza de pico y pala el mármol trabertino, la piedra de colores, con el sol sobre su espalda. Una mañana, mientras separaba las piedras que le servían, descubrió el esqueleto de un pez grabado en el mármol y se acordó de cuando las mariposas se quedaban petrificadas en el lodo. ¿Un pez en el desierto? Guardó la piedra y siguió trabajando. Se le aparecieron más peces y moluscos y caracoles. Era como el sueño de alguien. Se puso feliz, al fin un pobre hombre como él, que había crecido solitario en esa aridez, tenía algo que ver con el agua. Su destino, pensó, era estar cerca del mar. Por lo pronto construyó su casa con las piedras-pez, como lo hubiera soñado cualquier marinero, cualquier pescador.

Tuvo un hijo varón que aprendió de su padre a distinguir la diferencia entre cada uno de los peces que adornaban su casa. Este, a su vez tuvo otro hijo, que desde pequeño escuchó la historia de los peces que habían nacido en la tierra, que habían llegado desde el mar a la cantera, como si fueran topos marinos, guiados por su instinto. Sabía eso y sabía que eran pobres por la falta de agua para la agricultura, el ganado, el hogar: el único futuro era trabajar de peón en la cantera. A los doce años, el nieto se le presentó al abuelo y le dijo:

- Mire usted, es de razón pensar que si vinieron los peces aquí fue porque antes había agua, mucha agua, no un riachuelo cualquiera, porque sus esqueletos se ven grandes. Yo le voy a regresar el agua, tata.

El abuelo le mostró su mejor sonrisa y le dio la bendición.

El muchacho se fue a la ciudad de México, a buscar al Supremo Gobierno, que era con quien se debían resolver los problemas, según le enseñaron en la escuela.

De 1961 a 1982 recorrió todas las dependencias burocráticas con un papel arrugado en la bolsa del pantalón. El papel decía que el presente era un humilde servidor, peón de una cantera, apenas cursado en la primaria, respetuoso de la bandera nacional y de El Señor Presidente, que de voz propia y conforme a la ley quería decirle al Supremo Gobierno y sus tres poderes que su abuelo y su padre y luego él, habían encontrado esqueletos de peces en el mármol, allá en Pie de Vaca, y que eso era raro, porque desde que recuerdan los que recuerdan allí no hay agua, puro sol y aridez. Suplicaba entonces al Señor Presidente de la manera más atenta, que hiciera los trámites que correspondiera para que hubiera agua en ese lugar como se cree que hubo por la existencia del esqueleto de los peces, y entonces el Señor Presidente y sus tres poderes serían muy respetados por la familia del que escribe y por el pueblo. Eso decía la carta escrita a mano que el muchacho daba a leer al primer joven o secretaria que le hiciera caso.

Los de las dependencias leían la carta, ni la terminaban, y le respondían al nieto que volviera mañana. El sacaba entonces la piedra-pez del morral, se le iluminaban los ojos y se la daba al dependiente que lo veía con indiferencia, tiraba la piedra a la basura o cuando mucho la ponía de pisapapeles. Y el joven volvía mañana, mañana, mañana y nada. Pasó el tiempo. El hombre de los cien años esperando.

Así, hasta que un muchacho muy encorbatado, estudiante de Derecho, le comentó al nieto que mejor se fuera a la UNAM, que ahí eran buenas gentes. El muchacho, que ya era un hombre porque habían pasado 21 años, fue de oficina universitaria en oficina universitaria, con su morral al hombro, contando su historia. Llegó como por milagro al Departamento de Geofísica. Lo recibió un investigador barbón que abrió muy grandes los ojos cuando vio las piedras. Después de meses y meses de trámites para conseguir viáticos para Puebla, logró trasladarse a la tierra árida de Tepeji y miró lo que nunca antes había mirado.

Después de los experimentos y las pruebas el investigador le dijo al nieto lo que ahora éste le cuenta al abuelo: las piedras se llamaban fósiles y tenían la edad de 100 millones de años, ¡cien millones de años!; se habían formado cuando los continentes todavía no se separaban y el mar tenía su playa en esa tierra de la mixteca poblana. El abuelo, tranquilo, pausado, dijo:

- Está bueno, ahora diles a tus amigos del gobierno que nos regresen el mar a esta tierra nuestra donde cualquier planta se seca y viene el hambre.

El nieto le dijo que sí, que el mar volvería, que la espuma mojaría sus pies, que de esa tierra dolorosamente agrietada y seca brotarían platanares y palmeras. Pero por lo pronto vendría el rector de la UNAM y todas las autoridades del estado a inaugurar el Museo de ese lugar milenario. Y el Museo se inauguró y hubo discursos y se dijo que sí, que ahí hubo mar y se puso una placa y se cortó un listón y le dieron una medalla al viejo y la cantera pasó a ser propiedad de la nación. Luego las autoridades se fueron en sus carros negros dejando una nubecita de polvo.

El abuelo sintió que mordía el polvo. Quería llorar:

- Ya les dimos la cantera, los peces; ahora que nos devuelvan el agua, el mar- le comentó a su nieto. Este se quedó callado, tratando de descifrar los nombres que los especialistas les habían puesto a los peces de antes.

Sentado en su casa de piedra, de fósiles milenarios, el hombre de los cien años sigue esperando a que vuelvan los otros tiempos y el mar acaricie sus pies agrietados, como la tierra misma de la mixteca poblana.

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