• Mariana Rita
  • 25 Abril 2013
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Por: Mariana Rita

Escritores prófugos
(http://escritoresprofugos.wordpress.com/)
es el blog de Mariana Rita, joven escritora que encuentra en el periodismo independiente la alternativa para la narración atada a la realidad cotidiana, o como ella dice, “el espacio de la palabra fugitiva”.
Mundo Nuestro publica con su permiso este texto entrañable que narra la historia de una familia poblana que lo pierde todo en un incendio, un mediodía cualquiera.

Pobreza no es destino, es injusticia. 

Fuego de medio día



(Escritores prófugos)

-Pero digan la verdad, puras notas sensacionalistas- me decía el bombero.

Todavía no había tomado la primera foto del incendio y ya me habían reclamado; antes me preguntó de qué periódico era yo.

 –Soy periodista independiente­­­ --le respondí

El bombero me miró y pareció no entender: –Tome las fotos --dijo, al momento de lanzar las manos hacía adelante como dando permiso.

Me había adelantado y antes de que llegara el carro bomba había ya tomado fotos de la vivienda incendiada. Era una humilde vecindad de tres o cuatro cuartos, pintados de rojo hace muchos años.



Controlando las llamas

Eran las 11:45 de la mañana del 6 de diciembre, en la colonia Belisario Domínguez,  Puebla, México. El número 3512 de la calle 21 poniente. Yo me encontraba de visita en una oficina gubernamental a una cuadra. Estaba en un tercer piso y desde ahí vi el humo y a unos albañiles que habían dejado de trabajar para ver de dónde venía. Me despedí y bajé como pude las escaleras.

Al llegar el humo salía por la ventana y puerta de la vivienda, las llamas se asomaban sin piedad, comiéndose todo, devorándose todo. Primero fue humo blanco y luego una columna de humo negra.

 Al llegar,  los de protección civil ya estaban ahí, tomando fotos y  sacado los tanques de gas; a un lado sus extinguidores pequeños que ya habían sido rebasados por el tamaño de las llamas.

Los vecinos ayudaban cargando cubetas con agua, las lanzaban por la ventana y  puerta; apenas podían contenerlo. Adentro las llamas parecían tentáculos de un monstruo que se devoraba todo, sin piedad, sin temerle a nadie. En la azotea la ropa sobre el tendedero se mecía y se llenaba de hollín: ninguna prenda se cayó en todo el accidente.

Afuera,  en la calle,  tres niños, una mujer y un perro lloraban asustados, juntos, pálidos. Se abrazaban, y transpiraban miedo. Tomé fotografías de la llegada de los bomberos, la unidad nueva,  Primero bajaron los bomberos más jóvenes que entraron a la vivienda, luego los bomberos viejos que ayudaban con las mangueras. Frente a la vecindad estaban estacionados una pipa de agua, luego la patrulla de bomberos y una ambulancia detrás.

Veinte minutos

A las 12:20 de la tarde el fuego se extinguió, los bomberos lanzaron un chorro  por la ventana y puerta para no dejar espacio al fuego.

Calle abajo una señora de 40 y tantos años, de short, playera y unas sandalias de baño corría hacía su casa incendiada. Lloraba; su cara era una combinación de miedo y desesperación. Alguien le había avisado del incendio: los niños que estaba con el perro le gritaron “¡tía, tía!”, pero la mujer solo quería llegar a su casa. No escuchaba a nadie. La dejaron pasar; ella vio con tristeza y llanto lo que quedó de sus pertenencias. Adentro los bomberos jóvenes con tanques de oxígeno estaban removiendo muebles y ropa con un pico para apagar las brasas.

La mujer fue rodeada por el viejo bombero, una mujer con uniforme de bomberos y una vecina y la consolaron, ella lloraba con las manos en su cara; ellos le acariciaban la cara, el cabello, le decían palabras de aliento.

Otra vez el bombero me preguntó de qué periódico era yo, y le contesté lo mismo –soy periodista independiente- y nuevamente me miró sin saber qué era eso.  Parecía que era la repetición de la primera escena, y me dijo otra vez: tome sus fotos,  y levantó sus manos hacía adelante.

El calor, el humo y el miedo nos dieron a todos una sed que quemaba la garganta. Un bombero buscaba agua, pero no la había –solo la de la pipa.

Todo se perdió

Los niños apretaban a su perro con terror, la mujer junto a ellos no atinaba a saber qué pasaba. La tía salió acompañada de la vecina, quien la abrazaba.  Aquella, desconsolada, se tapaba la cara, se alejaron de ahí, calle abajo. En 45 minutos había perdido todo lo que tenía.

Los bomberos terminaron su tarea y llegaron los de protección civil a levantar su reporte. Le pregunté a un bombero que por que entraban dos brigadas de incendios. Me dijo que la primera apagaba el fuego y que la segunda removía los escombros; estos últimos determinaban en dónde había iniciado el incendio. Todo había comenzado en el árbol de navidad.

Me acerqué a los niños y les pregunté si ellos vivían ahí. --Sí --me dijeron, y la mujer que los acompañaba me explicó con una cascada de palabras: “Todos somos familiares, nosotros vivimos junto a la casa que se quemó y de repente vimos el humo”. Me contaba esto y abrazaba a su perro –aquí nadie se muere, pensé-, nadie se queda atrás.



Luego me pregunté qué hacían esos niños, que deberían estar en la escuela.

Si el incendio y la pobreza se encuentran, entonces es doble tragedia. Y todo por un fuego de medio día.

http://escritoresprofugos.wordpress.com/



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