El siguiente es el alegato que el actor, director de cine y activista civil norteamericano Sean Penn introdujo en la primera parte de su crónica sobre su encuentro con el Chapo Guzmán en la montaña sinaloense en octubre pasado. Lo ocurrido después se sabe ya. Nos concentramos aquí en el conflicto ético y profesional que este ejercicio periodístico ha generado, y ofrecemos el punto de vista de su actor principal: una celebridad que publica en una revista de prestigio –y en la coyuntura de la detención del capo-- su encuentro tres meses antes y de la mano de una actriz de telenovelas con el criminal cabeza de un cártel involucrado en al menos 45 mil muertes directamente ligadas a la guerra del narco en México.
El Chapo obnubilado por la bella y que ha soñado su nombre de folletín en las marquesinas del mundo. La bella, a la que cuidará más que a sus ojos:
El actor, al que “se le cae la baba por venir a verlo a usté, señor.”
El Chapo de las guerras contra los Arellano Félix en Tijuana, los Carrillo Fuentes en Juárez, los Zetas en Tamaulipas, los Beltrán Leyva en la propia Sinaloa.
Lo menos que le han dicho al diletante actor-activista convertido en reportero de nuestra más desastrosa e hiperrealista telenovela mexicana es que su entrevista es bizarra, no muy bien escrita y que lo deja como un idiota útil, un ingenuo utilizado por el capo asesino, que puede enfrentar problemas legales al haber entrevistado al narco sin dar cuenta de ello a la policía. Y que sea lo que sea que haya escrito y preguntado, al final pasó por la aprobación del propio Chapo, algo que un periodista serio nunca permitiría. Otras tres críticas que se le han hecho a Penn desde la perspectiva estrictamente periodística: permite que el capo justifique sus asesinatos; no hay voces de las víctimas de la guerra contra las drogas; los verdaderos reporteros arriesgan su vida al investigar sobre los cárteles. Y algo más: que las autoridades pudieron utilizar todo este intento del capo de involucrarse por medio de esta estrella ganadora de Oscar en la producción de una película con la historia de su vida para dar finalmente con su paradero.
Tal vez sea así, pero el hecho concreto es que Penn logró la entrevista con el capo. Lo hizo a partir de las condiciones que se le presentaron. Creemos que es importante conocer sus argumentos fuera del enorme ruido provocado por su involucramiento en el proceso que terminó con la detención del Chapo.
Este es su alegato:
Texto completo en español de la crónica El Chapo habla, escrita por Sean Penn para la revista Rolling Stone:
http://www.rollingstone.com/culture/features/el-chapo-habla-20160111
He de decir que no me produce orgullo alguno guardar secretos que se pueden percibir como que protegen a delincuentes, ni siento ningún regodeo soberbio en tomarme selfies con agentes de seguridad ignorantes. Pero estoy en mi ritmo. Todo lo que digo a todo el mundo debe ser cierto. Tan cierto como que es una verdad dividida. La confianza que El Chapo había depositado en nosotros no era algo para chingárselo así como así. Esta será la primera entrevista jamás concedida por El Chapo fuera de una sala de interrogatorios, lo cual me dejaba sin precedentes para medir los riesgos que asumíamos. Había visto un montón de videos y fotografías de inocentes, activistas, valientes periodistas y enemigos del cártel que fueron decapitados, hechos explotar, desmembrados o acribillados a balazos. Yo era muy consciente del compromiso de la DEA y otros policías y militares, tanto mexicanos como estadounidenses, que habían perdido la vida ejecutando las políticas de la Guerra contra las Drogas. Las familias diezmadas, y las instituciones corrompidas.
Me sentí algo reconfortado con un singular aspecto de la reputación de El Chapo entre los jefes de los cárteles de la droga en México: que, a diferencia de sus colegas que se dedican al secuestro gratuito y al asesinato al azar, El Chapo es antes que nada un hombre de negocios, que solo recurre a la violencia cuando lo considera ventajoso para sí mismo o sus intereses comerciales. Fue la fuerza de las aparentemente mejor calculadas estrategias del cártel de Sinaloa (un cártel, cuya cara conocida es El Chapo, pero que incluye asimismo el co-liderazgo de Ismael "El Mayo" Zambada) la que sirvió de base para que se convirtiera en uno de los sindicatos criminales dominantes en México, extendiéndose más allá del estado noroccidental rural que le da nombre, con un control considerable de las principales zonas fronterizas entre Estados Unidos y México: Ciudad Juárez, Mexicali y Tijuana, y que ya llega hasta Los Cabos.
Como ciudadano estadounidense, me siento atraído a explorar lo que puede ser inconsistente con las descripciones de nuestro Gobierno y medios de comunicación sobre sus enemigos declarados. Desde los tiempos de Osama Bin Laden, nadie ha capturado tanto la imaginación del público desde el punto de vista de la captura de un fugitivo. Pero, a diferencia de bin Laden, quien había planteado la premisa de que toda la población de un país se define por las políticas de sus líderes, y es cómplice de las mismas, en el caso del narcotraficante más buscado del mundo, nosotros, los americanos, ¿no somos de hecho cómplices de todo lo que puede ser satanizado? Somos los consumidores, y como tales, somos cómplices de todos los asesinatos, de toda la corrupción existente en la capacidad de una institución para proteger la calidad de vida de los ciudadanos de México y los Estados Unidos, y que es el resultado de nuestro insaciable apetito de narcóticos ilegales.
Volvemos una vez más a una cuestión de moralidad relativa. ¿Qué decir de las decenas de miles de estadounidenses enfermos y químicamente adictos, encarcelados salvajemente por el crimen de su enfermedad? Encerrados en centros donde es inevitable que se den actos atroces de deshumanización y violencia, y donde el asesinato es una amenaza que se cierne constantemente. ¿Estamos diciendo que lo que es sistémico en nuestra cultura, y está fuera de nuestra vista y control directos, no comparte ningún tipo de equivalencia moral con las abominaciones que pueden rivalizar con los asesinatos provocados por el narcotráfico en Juárez? O, ¿se trata de una distinción para quienes pretenden tener de forma pasiva superioridad moral?
Caben muy pocas dudas de que la Guerra contra las Drogas ha fracasado. Hasta 27,000 homicidios relacionados con las drogas en México en un solo año, y un incremento continuado de la adicción a los opiáceos en los EE.UU. Trabajando en las áreas de emergencias y desarrollo en Haití, se me han propuesto en innumerables ocasionales soluciones teóricas a los males del país por parte de agencias burocráticas que desconocen la cultura e incongruencias existentes sobre el terreno. Quizá dada la estrechez de miras de nuestra cultura puritana y perseguidora, que ha diseñado la Guerra contra las Drogas, hayamos perdido de forma similar de vista lo que resulta práctico, y hayamos rendido nuestras almas a la teoría. Con un costo para el contribuyente estadounidense de $25,000 millones de dólares al año, estas políticas de guerra han contribuido de manera importante a matar a nuestros hijos, drenar nuestras economías, abrumar a nuestros policías y tribunales de justicia, sacarnos el dinero, llenar nuestras prisiones y guardar las apariencias. La lucha de otro día perdida. Y con ella, cualquier posible visión de reforma, o reconocimiento de las ventajas demostradas en tantos países logradas mediante la legalización regulada de las drogas con fines recreativos.
TEXTO SEAN PENN EN INGLÉS
http://www.rollingstone.com/culture/features/el-chapo-speaks-20160109?page=18
CRÍTICA A PENN
http://www.sacbee.com/opinion/editorials/article54172990.html