• Mundo Nuestro
  • 02 Febrero 2016
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Espirulina no es el nombre de una diva para una canción de Chava Flores. Pero sí es una palabra que nos ayuda a imaginar un mejor mundo, menos atado a una economía capitalista en el que el consumo de productos industriales tiene como único propósito el lucro y no el desarrollo humano armónico y respetuoso del medio ambiente.

Eso pienso al conocer el proyecto que académicos de la Ibero Puebla y la UAM Iztapalapa desarrollan en la comunidad serrana de San Antonio Rayón, municipio de Jonotla, con el respaldo de la organización civil  La Esperanza del Mañana, para la producción de una microalga para la producción de complementos alimenticios.

Espirulina tiene su apellido científico: Arthrospira maxima, y ha dado lugar a un proyecto de investigación de largo aliento (Investigación de microalgas para el desarrollo de complementos alimenticios, obtención de materia prima para la elaboración de biocombustibles), que involucra a los maestros Mónica Rodríguez Palacios y Cruz Lozano Ramírez, de la UAM-I y al Mtro. Óscar García Gómez, investigador del Departamento de Ciencias e Ingenierías de la IBERO Puebla, quienes recientemente pusieron en marcha un par de biorreactores para la producción de dicha microalga.

 

De Espirulina dicen en la ONU que es el alimento del futuro: proteínas más digeribles que las de la carne de vacuno y es eficaz en casos de anemia, desmineralización y agotamiento. Espirulina contiene una sorprendente variedad de elementos nutritivos: vitaminas, minerales, ácidos grasos esenciales, proteínas, ácidos nucleicos (ADN y ARN), clorofila, así como una amplia gama de fitoquímicos que contribuyen a recuperar la energía, la vitalidad, pero sobre todo a desintoxicar el organismo.

Una maravilla, e bajo costo de producción, sobre todo si se le compara con lo que supone la elaboración de proteínas de origen animal que además requieren de grandes espacios y altísimo gasto de agua. Y ni qué decir que la producción industrial de carne bovina es una de las principales causas del calentamiento global.


Tiene sentido. Esta misma semana la universidad jesuita en Puebla dio a conocer la apertura de un llamado del Laboratorio de Innovación Económica y Social (LAINES), que se propone “generar experiencias de innovación económica y social a través del impulso, acompañamiento y consolidación de empresas que resuelvan problemáticas sociales desde estructuras económicas sustentables, se busca generar y desarrollar estrategias que contribuyan a la disminución de la desigualdad económica y social que agudiza, hoy en día, la mayoría de los problemas sociales.”

Co espirulinas y laboratorios sociales puede uno imaginar la posibilidad de un mundo distinto, menos ganado por el consumo y los valores individualistas. Al final, pienso, la Ibero es una universidad jesuita, y no es extraordinario que sus ánimos académicos se funden en el pensamiento de un cófrade suyo, Francisco, que en su reciente Laudato Si escribió:

“Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos cambiar el modelo de desarrollo global, esto implica reflexionar responsablemente sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones”

 

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