Los apasionados al futbol tenemos a la vista fechas mortales que han marcado nuestro humor histórico. El 6 a 0 que nos endilgaron los alemanes en el mundial de Argentina en 1978 quebró todo futuro optimista para la generación de los setenta. Pero cada quien tiene sus fechas. Este texto de Horacio Reiba forma parte de su libro Baile de marcadores, presentado la semana pasada en Profética. Gracias a las crónicas de Horacio leemos los partidos mundialistas como si hubieran ocurrido ayer, y con la fuerza de la palabra escrita que supera la memoria televisiva con el amago del toque histórico y el perfil estricto que peina el adjetivo.
Córdoba, 6 de junio de 1978. En torno a la selección mexicana se montó, desde la eliminatoria mundialista de 1977 –cuando ganó invicta el hexagonal de la Concacaf, jugando en casa a las órdenes de José Antonio Roca--, una campaña publicitaria desaforada. La principal televisora del país ejercía ya un control total sobre el negocio futbolístico, y su propósito era explotar comercialmente el regreso de México a la Copa del Mundo. Durante meses, la pantalla se llenó de arengas en torno a la inminente consagración del balompié azteca. Y la calle, de productos con leyendas y premios ligados a “la esperanza verde”, rimbombante denominación aplicada al seleccionado y debida al infatigable ingenio de Ángel Fernández, cronista estrella de Televisa.
Sin demasiados méritos, más allá de sus muchos años al frente del América, club propiedad de dicha televisora, Roca declaró, apenas concluido el sorteo que colocara al tricolor en el mismo grupo de Alemania Occidental, el campeón vigente, y de Polonia, medalla de bronce en el mundial anterior, que su equipo lo tenía todo para ganar ese grupo y, con un poco de suerte, llegar a finalista. Lejos de moderar la euforia, la mayor parte de los medios se hicieron eco de la disparatada promesa. Nadie mencionaba siquiera a Túnez, el cuarto integrante del Grupo 2. Estaba claro que no sería oponente para México.
Pero lo fue. Y en el estreno mundialista, pasó 3-1 sobre la infladísima escuadra de José Antonio Roca y los mercachifles de la tele. Fue un accidente, insistía el entrenador y coreaban los medios, ya no tan convencidos. Alemania y Polonia acababan de arrojar toneladas de tedio sobre la apertura del torneo (0-0), y la floja exhibición de ambos fue utilizada por el sistema para remendar optimismos maltrechos. Precisamente contra la selección de Helmut Schoen sería el segundo compromiso mexicano, en el Chateau Carrera de Córdoba.
Postulante eterno a un hipotético campeonato de frustraciones, el pueblo de México dispone, como escudo y paliativo ante cualquier contratiempo, de un sentido de humor –tan pronto amargo como festivo—posiblemente sin paralelo en el mundo. Que se desborda en cualquier conversación informal y explota a la vista de todos en el fantástico mundo de los cartonistas de los diarios, exacto reflejo de la desatada capacidad de los mexicanos para reírse de sí mismos y de sus clases dirigentes y cuanto éstas, con un cinismo no menos incansable, promueven y discursean con la mayor seriedad.
De esa vena jocosa parte un invento atribuido por el ingenio popular a los dos porteros que guardaron esa tarde la meta mexicana. El primero, Pilar Sánchez, había recibido un gol de Dieter Müller (16´) y otro de Hansi Müller (29´) cuando se señaló un tiro libre a favor de México en las inmediaciones del área teutona (37´); Alemania formó barrera, Hugo Sánchez tomó distancia frente al balón… y acto seguido lo estrelló en los defensores que aguardaban en línea; estaba entre ellos Karl-Heinz Rummenigge, y no tuvo inconveniente en apoderarse del esférico, cruzar el campo inútilmente perseguido por varios mexicanos, enfrentar a Pilar Reyes con la pelota dominada, absorber una salida irregular –tacos por delante—del desesperado arquero, y batir por tercera vez la meta azteca. Pilar, que había intentado faulearlo, yacía en el césped, lesionado. Se lo llevaron en camilla y entró en su lugar Pedro Soto, el portero suplente.
Soto jugó todo el segundo tiempo, que fue otra exhibición de rotunda superioridad alemana sobre un cuadro presa de una desorientación total, a la que contribuyó no poco la ineptitud de su entrenador. Nuevamente Rummenigge (72´), y antes y después Flohe (54´y 89´), redondearon el escandaloso 6 a 0. Que si no creció más fue porque el sirio Farouk Bouzo tuvo el buen gusto de apresurar el silbatazo final.
Cuando volvían los mexicanos al vestuario, se cuenta, el primero en entrar es Pedrito Soto, y lo primero que tiene ante sí es la camilla de su colega Pilar Reyes, marchito por la lesión pero ansioso por conocer el resultado del partido. ¿Cómo quedamos?, pregunta a bocajarro a su reemplazante. Al instante, la mueca de pesadumbre de Soto se ha transformado en animada y gozosa: ¡Empatamos, Pilar! ¡Empatamos!, contesta. ¿Tres a tres entonces?, se ilumina el rostro de Pilar, ¡No me lo digas… qué gustazo! --¡Sí te lo digo! ¡Verdad buena, mi Pilar!... hace una pausa antes de concluir: ¡Tres te metieron a ti y otros tres a mí! Ni mejor ni peor. ¡Empatados!
Después de este partido, en México, algunos desquiciados, entre los millones de contritos paisanos que se habían dejado tomar el pelo, apedrearon los domicilios de varios seleccionados. Y a poco del regreso, Ángel Fernández vio rescindido su contrato y tuvo que buscarse la vida en otras frecuencias radiales y televisivas ajenas a Televisa.
Peor aún la pasó José Antonio Roca: el petulante entrenador no volvió a levantar cabeza. Ni la mayor parte de los integrantes de aquella malhadada esperanza verde, a la que restaba aun la derrota ante Polonia (3-1) para redondear la peor participación mexicana en mundiales.
Argentina 78, Alemania 6 - 0 México en Youtube