• Efraín Rojas Bruschetta
  • 09 Abril 2015
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Memoria de Puebla hace veinte años, del centro histórico o mejor dicho centro histérico, los años de proyectos muy sesudos como el Plan Regional Angelópolis --el Plan Buitrópoli--, como le conocíamos, o el del Paseo de San Francisco, cuando era muy aplaudido por muchos lame-botas, el hoy fiero defensor de derechos humanos y ciudadanos, "Don Manuel Bartlett", ahora convertido en acompañante de Manuel López Obrador. Los años noventa, cuando se expropiaron centenares de casonas con su proyecto en el Paseo de San Francisco.

¡Ah! Aquellas épocas de desafíos y defensas insensatas…

Muchas mujeres y hombres caminaron y lucharon entonces con dignidad y razón en la combativa organización social que enfrentó la acción impune y la desvergüenza del poder en Puebla, la UB Unión de Barrios, surgida desde lo más proletario de la organización de trabajadores culturales. La UB no murió, tal vez el logo, el emblema, las consignas desaparecieron, pero el espíritu y el ejemplo no, algún granito de arena se quedó desde entonces y eso me da un gran orgullo y placer, y sobre todo la esperanza en que si podemos construir un mundo mejor desde abajo, desde las catacumbas, desde los más oscuros rincones de esos espacios olvidados.

Por eso quiero compartirles algo que escribió un compañero sobre un personaje al que aprendimos a querer y respetar, de ida y vuelta (y es que caray, como cuesta que te aprendan a respetar en los barrios).

Esto es un homenaje a nuestro gran compañero: Juan López Cervantes, el Píter. ¡Carajo, cómo lo quise y cómo le recuerdo con cariño y admiración! Esta remembranza escrita por Efraín Rojas Bruschetta que podría ser la mía. (Roxana Alveláis Pegueros)

 

¡Píter, Píter! ¡el Píterrrrrr!

 Primero muerto que perder la vida (Rius)

 

I.

Era 1993. El Centro Histórico de la Ciudad de Puebla estaba revuelto: el pobrerío había decidido levantarse contra el proyecto del Paseo de San Francisco, capricho faraónico del entonces gobernador de Puebla, el nefasto Manuel Bartlett Díaz. Venía octubre. Se cumplirían 25 años de la matanza de Tlatelolco, y al grupito de locos que acompañábamos la revuelta nos dio por proponer un acto emblemático: cambiar el nombre vergonzoso al Boulevard Gustavo Díaz Ordaz (que en Puebla hace esquina con Avenida Universidad, precisamente…) e imponerle simbólicamente el de Mártires del 2 de Octubre. La asamblea popular dudaba: la amenaza de la represión pesaba sobre una población movilizada por necesidad, pero poco politizada y muy desinformada sobre 1968. Había miedo, mucho.

Entonces habló “El Píter”. Parsimonioso y elocuente, emotivo y certero: “Propongo que sí se haga el acto simbólico que nos proponen. Es justo y necesario. Quiero contarles que hace 25 años yo era uno de esos católicos fanáticos que decía “Cristianismo Sí, Comunismo No”, y cuando supe que en Tlatelolco habían matado a esos muchachos, dije que estaba bien, porque eran comunistas… Ahora que nos hemos dado cuenta de que el gobierno es criminal, y que solo luchando podemos exigir nuestros derechos, pienso que esos muchachos tenían razón, que estaban en lo justo. Y yo los traicioné, los traicionamos. Que los dejamos solos…”

Y rompió a llorar, él, que era macho de barrio.

 

II.

 

Si no hubiera nacido, lo habría inventado Rius. Bajito, regordete, muy moreno, con un bigote de aguacero y anteojos de fondo de botella que, rotos de un arillo, remendaba cuidadosamente con “diurex”. Sastre de profesión, ex obrero textil, muy religioso, lector ávido de cuanta letra le caía en las manos, poeta nato, galante siempre, crítico y lúcido, leal y porfiadamente honesto, dueño de un trote rápido que le daba cierto aire de duende, en su voz carrasposa tomaban vuelo las andanzas del barrio, las leyendas, los dichos y saberes de la comunidad, el “know how” de los artesanos de su barrio alfarero (Analco, “Al otro lado del río”, la raíz indígena de Puebla), vida y milagros de quienes por ese rumbo han sido. Dicen que le debía el apodo a un personaje de los comics de antaño, que fue en su juventud teporocho de esquina, medio malandro y taimadillo, hasta que las responsabilidades y los hijos lo fueron transformando en padre laborioso y atento, consejero de quien tuviera cerca, rezongón y certero como tiro de cerbatana, si de discutir la lucha se trataba, y de poner en su lugar a estirados juncionarios. Por ahí debe existir la foto donde, al lado de la tremenda Tomasita (la anciana rezandera que decía “hay que enfrentar la muerte para que haya justicia”), está él bajo la placa que improvisaron “El Terry” y “El Caballo”, la víspera, en masonite. Ambos viejos haciendo la “V” de la victoria. Tan inolvidables como el guardia bancario que, minutos después, puesto a cuidar la puerta frente a la marcha de la plebe, nos saludó también, haciendo el mismo gesto con la mano izquierda.

 

III.

 

Se llamaba Juan López Cervantes. Murió hace unos días, y hasta anoche lo supe. Quedan en el tintero los planes de captar en un video su historia, la historia de los barrios, y la del movimiento que venció a Bartlett, el único que no pudo aplastar. Como diría Mafalda, “lo urgente no deja tiempo para lo importante”, y El Piter se nos fue (dicho sea sin albur) llevándose toda la ternura del mundo. Radiografía y  testimonio de su gente y su tiempo, inolvidable en sus aciertos y virtudes como en sus metidas de pata y sus defectos, Juan Pueblo (como se autonombró alguna vez que apabulló a un presidente municipal tan soberbio como inepto) vibró sin duda, hasta el final, contra cada injusticia y atropello. Ya casi ciego, sus ojos vislumbraron de seguro el horizonte (hermoso y tan lejano siempre) que quiso ver abrirse con la lucha. Debió indignarse ante el acoso contra las comunidades zapatistas y todos los indígenas rebeldes, ante la altanera estupidez de la clase política, ante la mordaza contra Aristegui y demás periodistas, ante las reformas vendepatrias y la represión criminal. Y claro está: debió llevar en su corazón a los 43 de Ayotzinapa. A sus muchachos, para jamás dejarlos nuevamente solos…

Usted, compañero, es de los de siempre, de los quijotes, los incurables, tercos, de los amancebados a plena luz del día con el rabioso sueño de los pueblos. Por eso, justamente, no lo olvida el obrero y su nombre gravita entre las asambleas, por su actitud honrada, sonora, sin dobleces, por esa resistencia de mole sensitiva, por su fe de montaña, más heroica y bravía que todos los gólgotas unidos de la tierra.

(Del Canto Épico al FSLN)

 

https://www.youtube.com/watch?v=yYFv9HGzEsQ

 

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