• Carlos Monsivais
  • 29 Agosto 2013
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Por: Carlos Monsivais

 

No es un conflicto nuevo el del Estado mexicano con sus maestros. La lucha por la democratización de su organización sindical ha ido de la mano de su movimiento por mejorar sus condiciones de vida y trabajo. No en balde el sindicato ha sido uno de los puntales históricos del régimen priista. Jonguitud Barrios y Elba Esther Gordillo son la expresión extrema del control corporativo y la corrupción de la burocracia magisterial asociada al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.

Más de veinte años antes del surgimiento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) surgió el Movimiento Revolucionario del Magisterio, molido a garrotazos entonces por el gobierno federal, el patrón de los profesores de las escuelas públicas.

Unos meses antes de su muerte, en su columna escrita para el diario El Universal en la ciudad de México  el 25 de octubre del 2009, el escritor Carlos Monsiváis recordó el movimiento magisterial de 1958, encabezado entonces por el profesor guerrerense Othón Salazar.

Mundo Nuestro recupera este texto de Monsiváis con ánimo de valorar la perspectiva de largo plazo en una coyuntura en el que las voces que exigen la represión del movimiento magisterial en este 2003 son cada vez mayores. La solución violenta no resolvió los problemas de fondo. Tampoco lo será ahora.

Las fotografías que ilustran este texto son en su mayoría del fotógrafo mexicano Rodrigo Moya.

En 1956 inicia el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), muy importante factor en la demanda de independencia sindical. Al negociar los líderes del SNTE un incremento salarial que llega a la mitad de la demanda inicial, Othón Salazar, maestro normalista de Guerrero, convoca a un mitin de protesta. Poco después, una asamblea independiente lo elige representante de lo que será el MRM, constituido a fines de 1957, ya muy presente en las primarias del DF. Dan comienzo las marchas y se reprime la del 12 de abril de 1958. El 30 de abril los maestros toman las oficinas de la SEP y obligan al gobierno a negociar.

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En un manifiesto de 1958 los profesores argumentan: “De acuerdo con las cifras oficiales, en julio de 1956 ganábamos el 14% menos que en 1939, en tanto que en marzo de 1958 la diferencia es más de 35%”. Concluyen:

 

“Esta situación que señalamos sólo ha conducido a que los maestros resintamos los perjuicios consiguientes en nuestra salud y en la de nuestros familiares, carezcamos de la posibilidad de educar a los hijos y a que desmerezca nuestra capacidad profesional. Tal estado de cosas exige que le pongamos punto final mediante nuestra lucha unida y combativa. Proponemos a todos los maestros de primaria luchar por:

 

a) elevación del sueldo nominal a mil 200 pesos;

 

b) sueldo móvil al ritmo del alza de los precios;

 

c) jubilación a los 30 años de servicio sin límite de edad, con el último sueldo y extensión de los aumentos a los pensionados;

 

d) servicio médico extensivo a los familiares del maestro, con pago íntegro de medicinas;

 

e) escalafón que considere la antigüedad y méritos del maestro, elección democrática de las comisiones de escalafón;

 

f) pasajes de los maestros en general”.

 

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Othón Salazar durante un mitin en el Zócalo, ciudad de México, 1958. Foto Rodrigo Moya

Estas demandas no informan de una lucha por modernizar, sino del paso previo; evitar que se profundice el anacronismo de los profesores, devolverse siquiera al nivel de 1939. Othón es un “líder natural”, y disciplinan su entusiasmo, su cordialidad y sus obsesiones. Inmerso en la organización del profesorado, opuesto a los que usan el lenguaje político sólo como vehículo del ascenso y la rapacidad. Él convive y anima a los que nunca serán oportunistas, los fieles al compromiso del cardenismo, los convencidos de su lugar (humilde, irrenunciable) en la lucha de clases.

 

El MRM obtiene la adhesión de numerosas maestras, las relegadas por el machismo de los radicales y que son, sin embargo, las más entusiastas, las hacedoras de comida en los plantones, las que se enfrentan a policías, granaderos y agentes judiciales (valentía de género). Son ellas el contingente que, apenas representado en los puestos de dirección (relegamiento de género), aporta la militancia más constante. Las distingue la esperanza en la independencia sindical, la lucha por el aumento salarial como recuperación de la vida cotidiana, el hartazgo ante las depredaciones sindicales.

 

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En agosto de 1958, en un congreso paralelo al del SNTE, los maestros de la ciudad de México eligen a Othón como su legítimo representante, pero ante este gesto de autonomía sindical la posición del gobierno se endurece. Se reprime la manifestación del 8 de septiembre y se detiene a Othón en su casa, donde se le amarra y venda. Se le somete a violentos interrogatorios y se le exige que confiese: “¿Cuántos rublos recibes de la Unión Soviética?”. Se le mantiene secuestrado nueve días antes de procesarlo. Acusado de disolución social, se le encierra en Lecumberri, pero, gracias a las grandes movilizaciones por su libertad, permaneció allí sólo tres días.

 

En 1958, las movilizaciones de telegrafistas, petroleros, ferrocarrileros y profesores conmueven al país o, más bien, a la parte del país que se deja conmover en un medio de intensa desinformación. Las luchas se originan en demandas económicas y en exigencia de democracia sindical. Con dureza caciquil, el gobierno vence sin problemas a movimientos pacíficos, aunque no doblega a los participantes, empeñados en mantener vivas las causas populares.

Granaderos reprimen a un maestro durante el llamado "verano del descontento", ciudad de México, 1958. Foto Rodrigo Moya.

 

Othón Salazar y el MRM se oponen a la devaluación de la imagen magisterial. El empeño es un tanto inútil. A los maestros de las misiones rurales y a los militantes del cardenismo los sustituyen los que primero a la fuerza y luego por inercia se amoldan a las ordenanzas de la vida institucional. En la nueva imagen, los maestros son semiprofesionistas, sin derechos políticos ajenos al cumplimiento de las tareas electorales del PRI, sin opciones de transformación académica, sólo dueños de la información parcial que un comité seleccionó en su beneficio. Por eso, la lucha de la Sección 9 de 1956-1960 se libra contra la reducción del magisterio a un sector informe, que transmite con mnemotecnia vacilante lo indispensable: izar la bandera algunos días del año, asistir a festivales tristísimos y promover el voto por quienes les digan. Esto, en la capital; en el resto del país, la función de los maestros es distinta, y en los pueblos son, con frecuencia, líderes naturales. Por eso, el PRI se empeña en hacer de ellos su base persuasiva.

 

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El MRM es notable por las lealtades que suscita y se mantiene. Hay entrega, confianza en que el adversario no reprima como ellos aseguran (es melancólico: los movimientos de oposición describen de modo preciso la represión y no creen en ella). Si en el MRM intervienen los comunistas, la suya no es sin embargo una movilización doctrinaria. ¿Para qué predicar la lucha de clases si se puede ejercerla? Están allí las discusiones sectarias y el balbuceo de las divulgaciones marxistas, pero lo primordial es el combate contra la desigualdad. Estos —los de los maestros, los ferrocarrileros, los petroleros, los electricistas— son movimientos regidos por el espíritu colectivo.

 

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Othón continúa su lucha en el magisterio y en 1960 participó en otra huelga en la Escuela Nacional de Maestros. La toma de la Normal por la corriente democrática de la Sección 9 del SNTE es violentamente reprimida en agosto, y como última represalia Othón Salazar es cesado y hasta su muerte en 2008 no obtiene la reparación de la injusticia.





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