• John Updike/Revista Nexos
  • 06 Marzo 2014
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John Updike (Estados Unidos, 1932-2009) fue uno de los más importantes escritores norteamericanos en el siglo XX. La revista Nexos publicó este ensayo en su edición de febrero de 1992. Lo rescatamos aquí en el marco del muy estirado festejo del Día Internacional de la Mujer.  Y como una lectura paralela a la perspectiva de las entrevistas sobre la violencia contra las mujeres en México que ofrecemos en la edición de esta semana. (Mundo Nuestro)

 

“Tu ombligo, como taza de luna, que está vacía”, dice la voz masculina en el Cantar de los Cantares: “tu vientre, como montón de trigo, cercado de violetas. Los dos pechos tuyos, como dos cabritos mellizos”. En Watch the Northwind Rise, Robert Graves cita una versión vernácula de estos versos que dice así: “Tu vientre es como un montón de trigo, /Tus pechos como dos cabritos./ Oh, ven a la cama conmigo, dulce mía, /íY quítate toda la ropa!”. Para los hombres, una mujer desnuda es lo más hermoso que verán jamás. En este planeta, el cuerpo femenino es el principal objeto estético, recreado no sólo en la estatuaria y en la pintura, sino en forma de aldabas, cascanueces, pies de lámparas y cariátides. Para los ingleses de la era victoriana, estaba en todas partes, desnudo en latón, mientras que sus mujeres de carne y hueso estaban envueltas, forradas y reforzadas como si fueran muebles; en este siglo, el cuerpo femenino obsesiona de arriba abajo al comercio, desde la sedosa sensación epidérmica de una suave cajetilla de cigarros hasta las curvas de trasero de un Porsche. El cuerpo femenino es una obra maestra de diseño mercantil, que convence a la raza humana de procrear generación tras generación, que extrae semen de hombres hipnotizados con la facilidad de un carterista en un espectáculo de variedad “sólo para hombres”.

Este cautivante mecanismo debe pagar un precio por su propia complejidad: el cáncer que ataca a senos y ovarios, el cólico menstrual y la histeria que perjudican el desempeño femenino. Su época de florecimiento, de fertilidad potencial, es más corta que la del cuerpo masculino, aunque también es más estimulante y poderosa. En una carta dirigida a Max Brod, Kafka hacía un comentario nada caballeroso acerca de las mujeres: “No es sino hasta el verano que uno realmente ve en grandes cantidades su curioso tipo de carne. Es carne suave, que retiene mucha agua, algo hinchada, y conserva su frescura sólo por unos cuantos días”. Prosigue, con su escrupulosa justicia: “De hecho, claro, luce bastante bien, tiene buen aspecto, pero eso tan sólo es prueba de la brevedad de la vida humana”. En efecto, la más larga duración actuaria del cuerpo femenino demuestra la relativa penuria biológica del hombre y los efectos salubles del ejercicio vitalicio proporcionado por los quehaceres domésticos.

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