• Verónica Mastretta
  • 27 Noviembre 2013
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Por: Verónica Mastretta

Cada año, el 22 de noviembre,  aniversario del asesinato de John F. Kennedy, aparecen  en los medios los recuerdos de ese día y el nombre de Lee Harvey Oswald como el hombre clave y central de dicho crimen. Se han escrito libros y filmado películas, en particular la de Oliver Stone, que hacen énfasis en la conspiración, o por lo menos en la intervención de más de un tirador en la Plaza Dealy. Aun así, 50 años después, el nombre de Oswald se deja caer como el de un asesino solitario y perfecto. ¿Por qué entonces la necesidad  y la facilidad para matarlo dos días después? Para los que algo saben de armas consideran imposible que un solo hombre pudiera disparar en solo ocho segundos, con un rifle de cerrojo y sobre un blanco en movimiento, atinando tres veces o cuatro sobre las personas que iban en el coche. Dos o tres balas sobre el presidente y una sobre el gobernador Connally que estuvo a punto  de matarlo también. Además de una bala que dio en un árbol y rebotó en la banqueta. Dos de las tres posibles balas que hirieron a Kennedy  fueron disparadas desde distintos ángulos, ya que una lo hecho hacia adelante y la segunda hacia atrás. Oswald, por cierto, no era un francotirador especializado.

Hay varios datos inquietantes que uno puede ver en las fotos de ese día. En el coche en el que viajaba el presidente no solo no había un capacete transparente de protección, sino que ningún guardaespaldas iba asido a las manijas y pisaderas laterales del coche, mientras que en el coche de atrás, en el que viajaba Lyndon Johnson, los agentes del servicio secreto cubrían perfectamente a los ocupantes, desde los estribos y pegados a las manijas. Hay quienes aseguraron que había sido un petición del Presidente Kennedy para mostrar su confianza hacia el pueblo de Texas, en donde no era muy popular, aunque es difícil de creer que se rompieran todos los protocolos de seguridad de manera tan contundente.

Por cierto, la víspera de su asesinato, Kennedy durmió en Texas, y las personas que lo recibieron en el hotel le prepararon una habitación particularmente bonita, consiguiendo prestados en el museo local, un cuadro de Van Gogh y la hermosa escultura de un búho, entre otros objetos. Antes de abandonar el hotel, él y su esposa dedicaron 45 minutos a admirar cada una de las obras de arte que sus anfitriones habían colocado ahí para él. ¿Quién iba imaginar que pasaría su última noche rodeado de belleza y calidez?

En la autopsia del presidente Kennedy estuvieron presentes cerca de cincuenta personas, entre ellos dos agentes retirados del FBI, quienes aseguraron que el presidente tenía no dos heridas, sino tres, una en la garganta que luego confundirían con la herida de la traqueotomía, reduciendo oficialmente las heridas a dos. La del pecho que entró por la espalda y la del occipital derecho que lo arrojó hacia atrás. La primera bala es a la que han llamado "la bala mágica", porque supuestamente hirió al presidente y luego pasó a herir gravemente al Gobernador Connally,  herida que fue causada desde otro ángulo. Los mismos agentes aseguraron que fotos y radiografías de la autopsia desaparecieron del expediente y los informes oficiales. En la película filmada en el momento del crimen por un testigo casual de apellido Zapruder, cuando el presidente es lanzado hacia adelante por la primera bala, la supuesta bala que también heriría a Connally, éste no se ve herido aún. De acuerdo a la película, todos los tiros serían disparados en ocho segundos. Todo esto sucedió a las 12.30 a.m. Después de los fatídicos ocho segundos, el coche que llevaba al presidente partió al hospital en el que una hora después se le declararía muerto. Todos los médicos coincidieron en que no hubiera tenido ninguna posibilidad de sobrevivir. Mientras esto sucedía, el vice-presidente texano, Lyndon Johnson, ordenó que el coche del presidente fuera limpiado de manera inmediata, aun cuando era un elemento esencial para la investigación que habría de seguir.

Oswald, en una época  en que Estados Unidos estaba sumido en la paranoia de un anti comunismo radical, era un hombre diferente y con el perfil ideal para ser sospechoso: era  simpatizante del socialismo o el comunismo, estaba casado con una rusa, había hecho varios viajes a México para tratar de conseguir una visa que le permitiera entrar a Cuba y al igual que muchos jóvenes de entonces, admiraba a un joven Fidel Castro que había llegado al poder destituyendo a Batista, un dictador cruel que llevaba ocho años en el poder. Ese perfil de Oswald de ninguna manera lo vuelven un francotirador  y asesino solitario perfecto. Si lo hubiera sido, ¿por qué colocarlo esposado e indefenso como un cordero para ser asesinado fácilmente, antes de que pudiera hacer declaración alguna ante un tribunal?

Tantísimos años después uno se pregunta: ¿Quiénes salieron beneficiados? Los grupos armamentistas, petroleros y radicalistas de derecha extrema que entraron a la  Casa Blanca por la puerta grande, primero con Johnson y luego rematando con George Bush Jr., de triste actuar y memoria, cuya torpeza y ambición metió a Estados Unidos en un Medio Oriente convulso que no solo nada en violencia, sino que flota sobre petróleo y recursos minerales.

Paradójicamente, el hombre al que probablemente admirara el joven de 23 años ,Lee H. Oswald, Fidel Castro, acabó siendo un dictador que cincuenta años después sigue ejerciendo el poder en Cuba por medio de su hermano. Nadie en su sano juicio puede creer que es irremplazable para su país. Quien se aferra así al poder provoca miedo y desconfianza, aunque no el que provocan los grupos imperialistas y desatados de nuestro vecino país.

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