• Carlos San Juan Victoria / DEH INAH
  • 27 Noviembre 2014
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Hacia las siete de la tarde del jueves 20, cuando los contingentes de la más grande marcha vivida en este siglo entraban en la plaza, eran recibidos por los rostros gigantescos de Zapata y Villa apenas dibujados por los focos de luces. En las pancartas de muchos jóvenes y en grandes mantas aparecían también los esbozos de sus rostros, como un rasgo vivo de esa gran serpiente que ondulaba por 5 de mayo y Tacuba para disolverse mientras se enroscaba en la gran plancha del Zócalo. Los rostros iluminados eran  parte de los festejos y los íconos oficiales que no pueden enterrar a esa gesta. Los muchos pequeños  rostros en manos de los contingentes, una herencia social recuperada que ese día se intentaría ahogar en violencia  para renacer al paso de los días como un símbolo renovado.  Ese día nació la revolución pacífica.

La fiesta: A las cinco de la tarde la gran serpiente se desplegaba plena por una avenida Reforma, la más espaciosa del DF, ocupada en sus dos carriles y en sus banquetas. Destacaba un orden alegre donde las identidades diversas (muchos jóvenes universitarios, jóvenes normalistas con sus banderas nacionales, sindicatos y organizaciones populares, escuelas de danza y música con sus performances, danzantes y sus sahumerios) tendían sus lazos para delimitar al contingente. En un megáfono se llamaba a descubrirse el rostro, se trataba de manifestarse dando la cara. Caminaban entre rezos padres, monjas y jóvenes cristianos con un gran cartel que decía La Iglesia de la Paz. Jóvenes con sus perros llamando a no maltratar a los animales. Una gran fiesta plural, ordenada, pacífica, que se encontraba a la altura del Eje Central con los otros dos contingentes que venían del Monumento de la Revolución y del Politécnico. Y la gran serpiente con sus cantos y consignas se bifurcaba por Cinco de Mayo y Tacuba. Esa gran fuerza decía, entre muchas causas, dos cosas centrales: justicia para Ayotzinapa y renuncia de EPN. 



Tiempo de canallas: el 29 de octubre Peña Nieto empezó a bajar de la nube en que andaba.  Luego de encumbrarse como Presidente reconocido por los grandes poderes nacionales y globales al lograr las reformas estructurales, en un corto tramo de 20 días fue arrollado por diversos acontecimientos. Primero,  ese 29 los padres de familia de Ayotzinapa se salieron de una cuidadosa trampa tendida donde se esperaba mostrarlos agradecidos con el poder presidencial. No aceptaron su promesa de justicia, y le pidieron en cambio firmar compromisos. Luego se destapa el escándalo de la asignación del contrato para la mega obra del tren rápido México – Querétaro, le sigue el asunto de  una casita blanca donde se presumen intercambios de favores entre mega empresas constructoras y EPN primero como gobernador y luego como presidente. La versión oficial de la muerte de los estudiantes normalistas  y del “hacer justicia” que consigna a 72 policías, peones de los carteles y autoridades del municipio de Iguala, y los apoyos directos a los familiares, son rechazados. En China el primer ministro increpa a EPN por la caída de la licitación para el tren rápido que había ganado de manera poco clara una de sus empresas. Su caída empezó a afectar a su verdadera área de interés, a su “prioridad nacional”, los grandes negocios con los poderosos inversionistas globales. La inseguridad, el tropiezo del crecimiento económico y su débil figura empezaron a prender focos rojos en los tableros financieros del mundo. Fue entonces que se empezó a decidir y a planear otro modo de responder a las exigencias ciudadanas y a preparar una recuperación de la maltratada figura presidencial. Se empezó a planear la mano dura.

¿La noche de Tlatelolco? No, la del Zócalo: en el curso de las nueve de la noche primero se apagaron las luces de la gran plaza y luego estalló una luz de bengala. Tiempo antes, grupos de encapuchados increpaban y lanzaban lo que tuviesen a la mano contra los policías tras de sus grandes escudos y de espaldas al Palacio Nacional. Una formación de rejas los distanciaba apenas. La violencia se había incrementado del lado de los encapuchados, mientras las cámaras de todas las televisoras enfocaban en riguroso primer plano a ese pequeño segmento violento mientas la gran marcha seguía entrando de manera pacífica al Zócalo, la pisaba y se disolvía por las salidas de 20 de noviembre y Pino Suárez. Al estallar la bengala salieron contingentes de granaderos de los costados del Zócalo en perfecta formación para desplegarse como una inmensa barredora que arremetió ¿contra los encapuchados?  Obvio que no, contra la gran masa ciudadana que apenas entraba a la plaza, provocando una estampida hacia madero y cinco de mayo, a la vez que iniciaba la caza de inocentes.

“Yo me encontraba laborando cerca del Centro Histórico –narra José Alberto, dos días después de abandonar el hospital donde fue atendido–, y me quedé de ver en el Zócalo con mi esposa, porque queríamos ir por el Día de la Revolución, queríamos pasear (…) en un momento la plaza quedó completamente rodeada –recuerda José Alberto–, y se veían salir granaderos detrás de Catedral y de los edificios aledaños a la plancha del Zócalo, iban replegando a la gente, y entonces un grupo de policías se acercó a nosotros, y uno de ellos quiso golpear a mi mujer, y yo lo único que hice fue ponerme enfrente de ella, para que los golpes me tocaran a mí, no a ella, y lo que sucedió fue que los granaderos me jalaron, me metieron a una bola de policías y me empezaron a golpear, eran aproximadamente 10 granaderos, que me golpearon hasta que quedé yo mal, hasta que ya no me pude levantar… entonces me jalaron a otra bola de policías, y en esa segunda bola me arrebataron mi mochila y el bolso de mi mujer, que yo le venía cargando, y nuevamente me siguieron pegando, ese segundo grupo también era de unos 10 granaderos. (…), por los golpes no recuerdo bien toda la secuencia de los hechos, pero hay algo que sí recuerdo con exactitud, y es que en el momento en que yo llegué al camión de granaderos donde me hincaron, habían ahí cerca de 15 personas más, vestidas de civil. De ellas, cinco estaban siendo golpeadas, como yo, pero otras diez estaban ahí, entre los policías, sentados, descansando… a mi parecer, ellos eran los que había provocado los alborotos…”http://www.animalpolitico.com/2014/11/20novmx-era-manifestante-pero-la-policia-lo-detuvo-golpeo-y-abandono-inconsciente-en-la-calle/

 “A las 9:30 cuando nos dirigíamos al asta bandera y después de un fuego artificial rojo aparecieron granaderos que se comenzaron a mover muy violentamente contra la multitud… fue una situación muy peligrosa”, contó.  “La policía sumamente violenta… ciudadanos se fueron hacia el embudo de (la calle) Madero y se comenzaron a aplastar. Se quedó en la cortina de una joyería del Centro, donde “a cuatro mujeres nos golpearon de frente”. “Y nos dijeron pinches putas ¿pero querían venir a marchar?“ Layda Negrete, productora de la película “Presunto culpable”.

(http://aristeguinoticias.com/2511/mexico/a-4-mujeres-nos-golpearon-de-frente-los-policias-productora-de-presunto-culpable)

Sin la violencia criminal y su cauda de muertos de Tlatelolco,  pero la perversidad del acto y la violencia del toletazo lo asemejan a esa tragedia. Ese día se quiso castigar a los ciudadanos mientras el Presidente garantizaba la expresión pacífica y el trato violento a los violentos. A la fecha hay once detenidos que día a día demuestran su inocencia. En ese operativo de la venganza no hay un solo detenido, mientras en YouTube circulan los videos que muestran el traslado de halcones - soldados por camiones del ejército. 



La revolución pacífica. ¿Qué ocurrió entonces esa noche del 20 de noviembre? El restallar de una gran energía social dispuesta a luchar por la justicia y una miserable provocación. Los diversos intentos por engañar o intimidar  de estos gobiernos alejados de su responsabilidad legal de Estado, han logrado lo contrario de lo que se proponen,  hacer crecer la indignación ciudadana. El 20 de noviembre es ahora el día de la Revolución Pacífica. Los ciudadanos, en apego a derechos y a la formidable fuerza cívica construida por los padres de familia de Ayotzinapa, tenemos ahora más motivos y razones para continuar la lucha. Son ahora 43 desaparecidos y 11 detenidos: se combinan dos luchas para lo mismo, la responsabilidad del Estado ante los desaparecidos y ante las detenciones arbitrarias. Frenar la criminalización de la protesta social: a la vez que cortar la escalada que quiere tipificar la protesta social como terrorismo. Es necesario reiterar la lucha por un entorno firme de derechos reconocidos y garantizados, que frene ese intento de décadas por criminalizarla. Habrá que impulsar la reflexión sobre los riesgos y condiciones para la quinta jornada global, antes de las vacaciones decembrinas. La exigencia de la verdad: en Ayotzinapa y en el Zócalo, con dos exigencias concretas: clarificar el uso político de la policía federal preventiva y de la auxiliar del D.F., y la investigación sobre los Halcones trasladados por camiones militares, donde incluso ya existen en YouTube testimonios al alcance de la mano (http://xurl.es/01b24).

Y sobre todo hay necesidad de reflexionar sobre un gran frente unitario que permita articular la propuesta y las redes, a fin de sostener este maratón por hacer valer derechos ciudadanos y responsabilidades de Estado antes del corte vacacional. 

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