La actual generación humana está condenada a oír demasiado de todo y a entender casi nada. Leí que fue el poeta, científico y escritor Goethe uno de los últimos humanos que dominó y entendió todas las tecnología existentes de su época y que conocía bien los pensamientos filosóficos de la historia humana. Comprendió casi todo acerca del tiempo en el que le tocó vivir. A partir de entonces, principios del siglo XIX, las tecnologías y el conocimiento de desarrollaron con tal rapidez que su dispersión las hace incomprensibles para una sola mente.
Hoy, si a cualquiera de nosotros nos trasladaran a un grupo humano de la edad de las cavernas, probablemente no podríamos trasmitirles ningún conocimiento. No entenderían nuestro lenguaje y tampoco sabríamos comunicarnos por señas porque las usamos muy poco. Nuestras habilidades actuales serían nulas en una situación así. Quizás podríamos intentar construir una rueda con troncos, pero no sé si lograríamos hacerlas rodar. No sabríamos, como si lo harían ellos, prender fuego, encontrar alimentos, ni cazar o desollar un animal. Podríamos dibujar en las paredes de una cueva signos que nadie entendería. Seríamos, con todo y lo que hemos leído y visto en inmenso abanico mediático, los más desvalidos e inútiles del grupo. Estoy segura de que nuestro manejo del tiempo cambiaría brutalmente y que no tendríamos espacio para dedicarle a casi nada que no fuera sobrevivir. No podríamos explicarles que la tierra es redonda, ni tendría ninguna utilidad hacerlo. Los que tuvieran necesidad de ritos y ceremonias para intentar comunicarse con un espíritu superior, si es que creyeran en eso, se darían cuenta de que los intermediarios entre lo que se llama Dios, Alá o Espíritu Superior, son absolutamente innecesarios y que toda persona trae en sí la capacidad para tratar de descifrar la inmortalidad del cangrejo o de imaginar un posible más allá a la medida de su talento creativo. Volveríamos a mirar las estrellas con detenimiento y aprenderíamos a ubicar a Venus junto a la Luna, pues ya no habría ningún distractor que nos alejara de mirar con atención el cielo; sin televisión, teléfonos, noticias, periódicos, lo único que tendría relevancia sería nuestro diario vivir. En las noches obscuras se conversaría poco, pero no se documentaría que en la expedición de ayer para cazar al mamut hubo muertos y heridos, que el mamut escapó y que las semanas venideras serán de probable hambruna. Tampoco que la tribu vecina fue tragada por el desbordamiento de un río. El mundo sería inmenso y nuestra información pequeña y concisa como una roca. No imaginaríamos ni especularíamos sobre el futuro porque lo único cierto sería que habría que salir de la cueva para intentar sobrevivir el día siguiente.
Pienso todo esto de regreso a mi casa, después de haber escuchado en una comida todo tipo de teorías y dichos acerca del destino de nuestro país, especulaciones múltiples acerca de los crímenes en la colonia Narvarte, descalificaciones totales hacia cualquier forma de autoridad, nuevas curas contra el cáncer, pronósticos del ganador de las elecciones del 2018 o la historia de una escalera eléctrica que se tragó a una mujer la semana pasada. Noticias y datos que se consumirán y extinguirán para dar paso a nuevas historias sin haber resuelto ni entendido las anteriores. Flotamos sobre un inmenso mar de información con el mismo diseño de cerebro de hace miles de años. Con ese cerebro saturado de información se aborda la desaceleración de la economía China, se esgrimen rebuscadas y a la vez simplistas especulaciones acerca del poderío judío sobre la economía mundial y cómo es que eso afecta al peso y al resto del mundo; se habla de lo que cada quien quiere creer acerca de la fuga del Chapo, entre otras fantasías a las que se les da carácter de dogma, que el túnel ya existía para que otros presos entraran y salieran cuando hiciera falta, que se salió por la puerta, o que lo sacó Peña para poner en orden el negocio del tráfico de estupefacientes. Un rato más tarde la conversación desmenuza la última modalidad de asalto en los semáforos o en las casas habitación para después caer en el tema del arenero y remedo de playa que construyó en el zócalo el actual gobierno municipal de la ciudad de Puebla, trayendo arena desde Veracruz, en donde más que por niños, la concurrencia está formada por tomadores compulsivos de la segunda y tercera edad que encontraron un pretexto ideal para ponerse en bermudas y tomar cerveza desde las doce del día sentados en una tumbona bajo una sombrilla playera en pleno corazón de la ciudad. Se abundó y polemizó un rato sobre las declaraciones y aberraciones filosóficas del Obispo Lira, coordinador o jefe de bancada de los obispos mexicanos, declaraciones en las que dijo que la Iglesia Católica quiere corregir la dureza con la que se ha tratado a los que se divorcian y se vuelven a casar, aclarando que no están ex-comulgados, y que pueden comulgar aunque vivan con otra pareja, siempre y cuando se abstengan de tener relaciones sexuales. Eso ha confirmado mi creencia en que todos opinamos de todo sin entender nada. Dice Lira:
--Dos personas cuyos matrimonios se dan por terminados por la triste pero buena razón de que su convivencia ya no es constructiva sino destructiva, si encuentran una nueva pareja y son profundos creyentes en todas las reglas y normas de la Santa Madre Iglesia, podrán convivir en la misma casa de manera pacífica y feliz , no serán "aislados" por la iglesia y podrán acercarse a comulgar siempre y cuando vivan en abstinencia para evitar el escándalo entre la grey.
Le faltó al padre Lira recomendar a los comulgantes que se pongan un letrero colgado al cuello en el que diga: "comulgo porque no cojo con mi esposa". ¡Que quede bien claro! ¿O deben asumir los que los ven comulgar que lo hacen porque no hay débito carnal entre la pareja? ¿Por qué lado deberán de buscar la satisfacción estas almas a las que ahora la iglesia intenta ver con más misericordia? ¿Fornicando, confesando y comulgando? ¿O será que podrán vivir con la pareja, con la cual no tendrán intercambio de favores y fornicar ajeno para no confundir a la grey? Ya entregados a opinar sobre la vida ajena ¿Tendrían los casados que decirles a los sacerdotes con voto de castidad cómo debe llevarse el celibato? Si todos opinamos de todo, que los célibes opinen sobre el matrimonio y los casados sobre el celibato.
El griterío en la mesa subió de tono. Después de una pausa, la conversación regresó a nuevas teorías de la conspiración sobre los aviones perdidos en Malasia, o estrellados en Francia por un piloto deprimido y la posibilidad de que en el futuro los aviones ya no tendrán pilotos, sino drones, para evitar que los que pierdan la cabeza o deseen suicidarse no lo hagan de manera colectiva y muy bien acompañados por el resto del pasaje. Siguiendo esa línea de conversación se dedujo que entonces pueden ser los controladores desde tierra los que por diversión, enloquecimiento inexplicable o por órdenes de los conspiradores mundiales, derriben aviones que no lleven pilotos. Es evidente que nuestra capacidad de destruir ha aumentado exponencialmente, así como la información que se genera cada día y que es imposible de asimilar, lo que nos ha convertido a casi todos en maestros-liendre- que de todo saben, de nada entienden. Terrible mal de nuestra época. Puestos a sobrevivir solos, en el campo y a expensas de nuestros múltiples pero inútiles conocimientos, no duramos ni un día; somos unos parásitos inexplicables y contradictorios porque como especie hemos sido capaces de crear arte, anestesia, vacunas, poesía y música divina, pero también basura, consumismo, prejuicios, religiones mortíferas, bombas, granadas, crueldad innecesaria, estupidez en abundancia y una falta enorme de respeto por la vida del resto de las especies que comparten con nosotros un planeta que de repente se volvió demasiado pequeño.
¿Qué pensarían de todo esto nuestros antepasados de las cavernas? Nuestros cerebros aún son como los del clan del oso cavernario de hace treinta mil años, no están diseñados para digerir la cantidad de información que nos llega cada día y por eso ahora somos incluso más irracionales y crédulos de lo que seguramente lo fueron ellos, apegados a su realidad para poder sobrevivir. Nuestra civilización está prendida con alfileres. Como culmen de la conversación de antier, una comensal descubrió a un infeliz cien pies a la entrada del baño. Inmediatamente se decretó la muerte del intruso. Yo me acerque a verlo y lo vi mover sus múltiples patitas tratando de huir de las gigantes que habían decretado su muerte por el hecho de ser un bicho amenazador y fuera de lugar en un segundo piso. Qué buen diseño de la naturaleza. Sus cien patas lo ayudaron a esconderse detrás de un mueble. Mientras uno de los hombres decía "denle un pisotón", logré conseguir una cajita de cartón y lo esperé detrás del otro lado del mueble. Entró a la cajita y lo saque por la ventana que daba al jardín. ¿Por qué y a título de qué habría que darle un pisotón?
No nos comprendo. No entiendo a los humanos ni me entiendo yo. Estamos sobre valorados como especie. Somos microbios poderosos, soberbios e ignorantes caminando sobre la delgada piel de la tierra. Y sin embargo, alguno de nuestra especie esculpió La Piedad, escribió sonatas y conciertos, dibujó un bisonte perfecto en las cuevas de Altamira o escribió la Comedia Humana. ¿Dónde y cuándo perdimos el rumbo? Es hora de retirarse a una caverna de ermitaño o de regresar rutinariamente a La Caverna de la que hablaba Saramago, que no es otra cosa que un Centro Comercial lleno de ociosidades y satisfactores que nos ocupen mientras nos sorprende la muerte.
En el marco de madera de una ventana donde tengo macetas, he visto que hay un nido. Está al alcance de mi mano. Ningún gorrión podrá escribir en un periódico: "Irresponsable o estúpida pareja de gorriones construye nido dejando a sus críos al alcance del temible depredador humano". Ellos no documentan su existencia, ni juzgan. Tan solo sobreviven. Son sabios.
Esta mañana regué las plantas de la manera más cuidadosa posible y ahí vi a las crías. Dos pares de ojos negros brillan y me miran desde sus minúsculos cuerpos apenas cubiertos de pelusa; con los picos abiertos, esperan a que sus padres les traigan un insecto, quizás un cien piés que ayer se salvó de un pisotón.