• Ana Mastretta Yanes
  • 01 Agosto 2013
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Por: Ana Mastretta Yanes

 

Realizada por primera vez en 1969,  Oregon Country Fair  (OCF) rompe con todos los moldes de una feria gringa tradicional (rodeo, motocicletas, armas de fuego, etc.). Con toda la marca del mundo sesentero reventado y hippy, hoy son aquellos jóvenes de entonces los que sostienen el vuelo de un evento alternativo, como dicen los propios participantes (artesanos, músicos, teatreros, bailarines, malabaristas,  titiriteros, saltimbanquis, ecologistas,  ensoñadores), o contracultural, como dirán los académicos. La feria la organiza una organización civil y no tiene fines de lucro. Todo el esfuerzo de miles de personas que participan en la organización del evento es voluntario.

Este es su código de conducta:

“Somos una asociación de iguales. Cada uno de los miembros de nuestra comunidad tiene derecho a un trato digno y equitativo de todos los demás participantes. Todos debemos actuar con responsabilidad hacia los otros allí donde nos reunimos. OCF está comprometida con los principios de la no violencia. El abuso mental, verbal, físico o sexual no será tolerado. Compartimos reverencia por la tierra. La mayordomía es responsabilidad de todos. Por favor ayude a proteger la vida animal y vegetal cuyo espacio que compartimos, y trabajar para extender esta práctica más allá de la OCF y en la vida cotidiana.”

En tres días, por un bosquecillo cercano al poblado de Veneta, cerca de la ciudad de Eugene, en Oregon, más de cincuenta mil personas recorren un laberinto abierto entre maples, robles y pinos de todo tipo.

De todo se ve, pues todo mundo se enfunda en disfraces o se desnuda y se cubre de colores a la usanza psicodélica. Y de todo se huele, aunque están absolutamente prohibidos el cigarro y el alcohol, y desde 1997 se procura que lo que se quema no abunde en todos los pasillos. La feria tiene su propio sistema de comunicaciones, abasto de agua, reciclaje de desechos, control sanitario, equipo de emergencia médica, control del tráfico y la seguridad de evento. Un doctor emérito de Harvard es el jefe de los servicios sanitarios, diremos mejor, de la limpieza de las letrinas. Hay talleres de todo tipo, en particular para niños, como el Energy Prk, con demostraciones de energía alternativa, transporte alternativo, agricultura orgánica y reciclaje. Si te da tiempo, puedes conocer un buen número de organizaciones civiles dedicadas al impulso de la recuperación ambiental y la sustentabilidad.

Un Estado con el que por supuesto también se sueña en el mundo del capitalismo.

Un fin de semana en el que no hay policías, ni luz eléctrica, ni nada que recuerde el primer mundo.

Salvo los blancos gringos. No se ven mexicanos, y como en todo el estado de Oregon, muy pocos negros.

Se goza, sobre todo, la música. Y las artesanías --cerámica, textiles, talabartería, papel, zapatos, ropa, pintura, y reciclados de todo tipo (por ejemplo, cubiertos de plata convertidos en pájaros, libélulas, unicornios) cumplen con el propósito original de la feria. Pero sobre cualquier cosa, es la gente la que se lleva el evento, en un inusitado ánimo por socorrer a los cuerpos del encierro y el frío de invierno y lluvia infinitos. Un chispazo de la cultura norteamericana a la que no estamos acostumbrados a ver ni siquiera en el cine. Una sociedad ilustrada y sencilla, que mucho sabe ya de sobrevivir a la maquinaria insensible del consumo capitalista.

Oregon Country Fair, como la vivió una joven poblana, Ana Mastretta Yanes, cronista aquí en Mundo Nuestro.

Esta vez no llegué por una madriguera, ni perseguí un conejo; corrí tras el espíritu de vivir. Ahora tengo otro nombre, más corto,  y leído hacia atrás es la misma palabra. Ahora soy una AliciAna adolescente. Este fue un viaje muy extraño. Mis recuerdos, aunque están frescos, son muy confusos. No estoy segura de explicar todo con claridad y ni es mi intención, pero les presento una recopilación de mis pensamientos y/o acciones.

 

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Al final de la feria repartimos flores. En Oregon Country Fair se cumplen sueños. ¡Alto! ¡Tenemos que ir en orden!

 

Es jueves. Era. 

Estoy nerviosa. Camino decidida y en amor a la vida. Es mi tercer día de vacaciones en El Otro Lado, Gringolandia, Con los Güeros de Estados Unidos. Estamos en las afueras de Eugene, en Oregon, en medio de un pequeño bosque.

 

Fair Virgin! Gritan las chicas del Staff cuando les decimos que es mi primera feria. Desconcertada sonrío. Verifico más de cinco veces que mi pasaporte y mi visa estén en mi bolsa, mientras Bárbara y Javier -- nuestros amigos ceramistas, quienes amorosos me invitaron a estar un mes en Oregon con ellos, con el fin de semana de trabajo en la feria incluido-- se registran. 

 

Nos adentramos en la feria. El bosque se tinta de colores. Mi cara de sonrisas. El mundo de música. ¡Disfruten la feria! deseamos y desean todos. Gente cálida. Cuando mis ojos están preparados para saltar y poder ver más de cerca cada detalle, llegamos a nuestro stand.

 

Guau. Toda la estructura es de madera. Un árbol crece enredado. Antes de poder echarle un vistazo a unos psicodélicos covers de metal para switchs que impacientes esperan ser vendidos, una mujer chaparrita y un hombre fornido nos reciben. El hombre usa un sombrero de copa decorado con ramitas y listones. Ella me saluda como de toda la vida y tardíamente me advierte que mis ojos se saldrán. Jonathan y Karen. El Sombrerero y la Liebre Loca. 

 

Acomodo cada pieza de cerámica con entusiasmo; tal vez pienso que entre más me apresure la feria empezara antes. Al final de la tarde caminamos cansados de regreso al coche. En cada paso que damos observo algo que me sorprende. Personas con cabellos coloridos o incluso con todo el cuerpo al desnudo y decorado con flores y esplendores. Malabaristas andantes en zancos, precavidos con las ramas de los arboles. Música tan extrañamente bella, mis oídos sienten el alma de aquellos músicos, pero por más que mis ojos buscan, no los encuentran. Artesanías hermosas y extrañas relucen; ante ellas todo invento dañino que el humano ha hecho es insignificante.

 

No nos quedamos a dormir en la feria, y cuando pregunto por qué Javier responde: porque queremos dormir, iremos a una casa de unos amigos que no viven muy lejos. Cuando llegamos un suculento salmón nos espera. Gozosos comemos e intrigada los observo. El es chiquito y ella grandota. ¿El Rey y la Reina de Corazones? Por supuesto. Pero no es como aquella reina envidiosa y manipuladora y en su relación sin reciprocidad mantenida con su rey. Tal vez hay más de un juego de cartas. Ellos son ceramistas con un estilo único, amables, amantes de la buena comida y unos corazones bondadosos.

 

Perezoso el viernes amanece. Es oficial, Oregon Country Fair ha comenzado.





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