• Humberto Schiavón
  • 27 Agosto 2015
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En todas las almas, como en todas las casas,

además de fachada, hay un interior escondido.  Raul Brandao

 

“Eres un pobre vigilante, tú no sabes nada de la vida.”

 Los insultos enérgicos rompieron la tranquilidad del fraccionamiento cholulteca. Un vecino colérico terminaba un soliloquio que no pretendía más que degradar al policía vigilante, quien tuvo que aguantar todas las humillaciones hasta que el señor residente regresó triunfante a su casa. Cuando más tarde, ya en horas de madrugada, me encontré al vigilante en mi regreso a casa, no tenía idea de todo el aprendizaje que obtendría al escuchar la historia de su encuentro con el vecino arrogante.

 

El prejuicio es un mal que nos atañe como sociedad. Nos vuelve estúpidos y soberbios ante aquellos que pensamos valen menos que nosotros, simplemente porque así lo hemos decidido. Un vicio de las personas mentalmente débiles, que afecta primordialmente aquellos que la cotidianidad, termina comiéndose. Como los vigilantes y policías de los fraccionamientos. Personas que sin querer y sin saber, terminan siendo objeto de burlas, insultos y demás alegatos absurdos por parte de aquellos que viven bajo su vigilancia. Personas como Polo, un guardia de cierto fraccionamiento en Cholula que terminó siendo atacado tan inverosímil y léperamente por un residente, al tratar de resolverle el problema del que se quejaba. El vecino, un hombre que con los años adquiridos y todos los conocimientos ganados con su educación, tiene la obligación de mostrar una inteligencia emocional por lo menos aceptable, se convierte en el salvaje desmoralizado. El vigilante, que por los paradigmas establecidos tendría que ser el iletrado, el falto de educación, termina siendo el hombre con una sabiduría inquebrantable. 

Polo es un hombre de unos cincuenta y tantos años, con ese físico característico de las personas bonachonas, con la barriga contenta y la sonrisa imborrable. De mirada humilde y con la cara bronceada ya de por vida, por tanto haber recorrido las calles de los territorios que resguarda. Un vigilante que se convirtió en héroe dos veces en el mismo día. Primero, al reaccionar tan admirablemente ante los ataques del vecino. Uno de esos señores que por pagar la cuota mensual, piensa que tiene derecho a exigir y a ser juez sublime de todo lo que sucede. Un residente que tiene tantos problemas callados en su vida, que se desquita con las personas que no pueden defenderse, como Polo, quien evidentemente no puede responder a ninguna de las acusaciones del vecino, pues su trabajo correría peligro. Únicamente le queda asentir y silenciar, mientras se traga toda esa frustración ajena y todo el abuso de poder al que lo sometió aquel señor. Ese fue el primer acto heroico de este vigilante dentro de la cotidianidad; mantener la cordura aunque la tormenta apriete.

Pero este Polo, tan aclamado por mi persona, todavía tenía otro as bajo la manga. Un acto de pura sabiduría y sobre todo de rebelión contra lo establecido. La segunda actuación heroica del gran personaje en cuestión, llegó en la madrugada cuando, después de acompañar mi noche con cervezas y amigos, regresaba a mi casa con una caminata discreta y solitaria.

“Buenas noches joven.”

Me saludó una voz ya reconocible. El respetable y muy estimado Polo, vigilante nocturno de las tierras cholultecas, me recibía con esa galantería que le caracteriza, abriéndome la puerta de sus dominios.

“Buenas noches compadre. ¿Cómo va todo?”

 Le regresé el atento saludo, en ese tono de amigos que ya nos hemos ganado. Un saludo que dio apertura a una de esas platicas que sin pensarlo ni anticiparlo, terminan siendo un tesoro invaluable. Polo me contaba sobre la actitud retrograda y estúpida de un vecino, quien tuvo el descaro de decirle que era un iletrado y un pobre vigilante.

“Me dijo que yo no viajo, que soy un pobre vigilante y que por eso no sé nada sobre la vida, pero mire joven, yo si he viajado y mucho. Antes de estar aquí yo era parte del espectáculo circense. Un trabajo donde recorrí muchos países y conocí a muchas personas.”

Este fue el punto clave de la conversación, esta historia que Polo me contaba dio cabida para que mi lengua se soltara y hablara de todas las ventajas que tiene el saber respetar a los demás para así verdaderamente ser respetado. Hablé sobre la importancia de escuchar, que al fin y al cabo es el fin último de toda conversación.

“Si no logras que las personas te escuchen, todo lo que dices no tiene sentido, no genera acción. El problema es que actualmente, a nadie le gusta detenerse a escuchar.”

Yo le decía a esa persona que sufre del desprecio y la estupidez de los demás, únicamente por esas atribuciones banales que su trabajo tiene. Y Polo haciendo méritos una vez más, demostró con su sabiduría y templanza, como toda persona vale la pena. Un vigilante se comportaba como el mejor de los escuchas, y además aportaba también con sus conocimientos:

“Sí, joven. Yo me comporté y guardé la postura, porque respeto mi trabajo aunque los demás no lo hagan. Ese vecino, es un idiota y aunque todo mi cuerpo quería golpearlo, mi mente siempre me mantuvo firme para ser educado”

Que maravillosa plática, en verdad que fue un placer haber empezado ese dialogo tan enriquecedor. Pasando los minutos y retomando el tema del vecino, que resulta el más pobre por su actitud cerrada y egocentrismo, Polo y yo acordamos en una conclusión: lo que en verdad te hacer crecer y ser alguien en esta vida, es la forma en la que piensas y por ende actúas. Es la actitud que tomas frente a la vida. Después de esta clausura tan magnífica, me despedí diciéndole. “Polo, a mí me gustaría ser alguien importante, alguien con recursos para poder darte a ti y a las personas que en verdad saben pensar, un trabajo que les retribuya todo ese potencial.”

 Él me lo agradeció y con ese tacto amable y respetuoso, se acercó más a mí diciéndome.

Cambia ese me gustaría ser, por un voy a ser. Tú tienes toda la capacidad de lograrlo, solo hace falta que empieces por decirlo correctamente: Yo voy a ser.”

Nos despedimos y empecé el camino a mi casa acompañado del silencio que sólo se encuentra en esas horas dónde algunos empiezan el día y muchos otros apenas lo acaban. Caminé pensando en una de las reflexiones más valiosas sobre la capacidad que tenemos todos los humanos de conquistar aquello que nos propongamos. De la importancia que tiene el confiar en nosotros mismos, el sabernos siempre preparados para cumplir nuestros sueños y aspiraciones. Tantas aptitudes que tenemos que solo hace falta la decisión para empezar a explotarlas. Simplemente hay que cambiarnos del me gustaría lograrlo, al VOY a lograrlo.

Ahí estaban, dos actos heroicos realizados el mismo día por una persona que, ante esa fachada tan juzgada y agredida, guarda una sabiduría extraordinaria. Polo me enseñó que hoy en día queremos vivir tan rápidamente que caemos en el error de convenir más por un juicio temprano y erróneo, que por la tarea de escuchar y ver realmente a los demás. Dejemos de silenciar tantas historias por creernos superiores y magnánimos ante aquellos que la cotidianidad, nos ha hecho olvidar.

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