• Sergio Mastretta/Fotografías de Daniel Rivero Romo y Juan Fuentes
  • 21 Enero 2016
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La memoria blanca es corta. Nos llega con las tormentas de invierno, cuando los vemos desaparecer por unos días envueltos en esas nubes densas que traen los vientos del norte para permitirnos imaginar su retorno en el esplendoroso azul de enero, cuando la lluvia se ha ido y ellos amanecen para nosotros.

Nuestros volcanes, los que convierten esta casa nuestra en un lugar extraordinario en el mundo. Intensos, plenos, cristalinos. La fuente de agua para treinta millones de personas vuelve así para nosotros, para nuestra memoria endeble, que ahora se agarra de los celulares pero también del ojo cristalino de los fotógrafos profesionales.

El Popo, el Izta, la Malinche y el Citlaltépetl, con su ahijado Sierra Negra, todos a la vista desde la ciudad de Puebla en la mirada del fotógrafo poblano Daniel Rivero Romo, un ingeniero que le sigue la huella a su amigo Raúl Gil:













Pero los hielos ya no son eternos. Y la memoria es corta. Tiene el alcance de la vista nuestra, miope en su cerco tendido por el asfalto, arrellanada en el barullo urbano. Pareciera que los volcanes aparecen una vez al año. Como si no existiéramos por ellos, como si no estuviera el campo que los envuelve, como si no fueran sus bosques productores de agua –lo que queda de ellos-- por sí mismos la explicación de la vida en este valle en el oriente de la faja volcánica. Para esa memoria corta no hay cambio climático, ni glaciares perdidos, ni conejo zacatuche extinto, ni gusano barrenador, ni tala clandestina con sus mafias apoderadas de los bosques, ni pueblos que trepan y trepan con sus cultivos, ni empresas depredadoras que se dan golpes de pecho ecologistas. Para ese mundo indiferente no importa que no veamos para nuestros montes una estrategia colectiva que los respete y contemple como el mayor de nuestro patrimonio biológico y cultural de México.

 

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El domingo pasado, a media mañana, y justo a la altura de los 2,900 metros el Jeep de mi viejo amigo Juan deja atrás los campos de cultivo y se mete en el bosque por la brecha que desde San Rafael Ixtapaluca trepa hacia la montaña. Su ojo es diestro, perfila los ayacahuites y los ocotes, y sabe que más arriba encontrará los encinos, los ailes, los huejotes, y poco a poco los monteszumaes, los oyameles y los hartwegiis, los pinos que por mayoría sombrean estas laderas hasta más allá de los 3,700 metros. Pero pronto encuentra lo que los ojos urbanos no miran: la tala que aprovecha desde siempre las secas para filtrarse por las viejas brechas abiertas por la papelera que explotó por décadas estos montes el siglo pasado.

Ni siquiera es un claro. A la vista están los tocones que dejaron las sierras. Los cuatro camiones ya están cargados y esperan la llegada de la noche para bajar al llano. Madera en rollo, con diámetro de 1.5 metros, que una cuadrilla de taladores ha terminado de acomodar en las estrechas plataformas de unos vehículos exactamente iguales a los que de cuando en cuando se retrata quemados en alguna de las comunidades que colindan con el bosque. Los he visto en San Juan Atzompa, en San Felipe Teotlacingo, en la Preciosita Sangre de Cristo, en el propio San Rafael a lo largo de los últimos veinte años.



Camión de taladores quemado luego de un enfrentamiento entre pobladores de San Agustín Atzompa y San Juan Tetla, el 2 de junio del 2006. Foto de Mundo Nuestro.

 

Mi amigo no tiene tiempo de tomar fotografías. Su jeep ha sido inmediatamente rodeado por hombres machete en mano. Alcanza a ver un rifle, pero el apremio es inmediato: qué chingáos quiere, qué hace en nuestros terrenos, órale, siga su camino, aquí no se le ha perdido nada, ándele cabrón, jálele pa’rriba, siga la brecha, como lo oye, no se regresa por dónde vino, a ver cómo sale, no nos importa que usté venga de Puebla, lárguese, que no lo volvamos a ver aquí. Sí, el jeep sigue la brecha hasta encontrar el corte en la frontera con el estado de México, pero es un 4 X 4 y logra saltar el zanjón para iniciar el descenso. Saca entonces el celular, y toma un registro de un monte que pide auxilio. 

 




Veo el video y hago un recuento de lo ocurrido recientemente en la región: talamontes de Puebla, pero sobre todo del Estado de México, han asolado el bosque del Izta desde mediados de la década pasada, para no ir más lejos. Ejemplos: San Lorenzo Chiautzingo en el 2008, en Ignacio López Rayón en el 2013. Por lo menos seis camiones a la semana contabilizaban el Consejo de Vigilancia del ejido en San Rafael. Y en los últimos tiempos en el paraje “Hoja Blanca”. Los vecinos de Santa Rita han llegado a organizar grupos de autodefensa, y de hecho se han enfrentado a balazos con los mafiosos –en junio del 2014 un talador fue ejecutado en el paraje “La Chichorra”, en San Juan Cuauhtemoc, en la misma camioneta en la que transportaba cinco trozos de madera talados unas horas antes. Son las pequeñas guerras civiles que ha prendido en la sierra el crimen organizado. La Profepa ha tenido que recurrir al ejército y a la PGR pues sus inspectores trabajan desarmados.

La historia de siempre: taladores armados cada vez más ligados al crimen organizado; autoridades federales sin recursos para frenar a las mafias; policías de todos los órdenes muchas veces involucrados; comunidades campesinas enfrentadas pues entre unos y otros pueblos identifican y señalan a los criminales; medios de comunicación que dan cuenta de las cifras de decomiso y que al día siguiente pasan página a otro desgarriate. Y aquí y allá, parajes como el que encuentra mi amigo Juan.

Es una pena, me dice por el celular, eran árboles centenarios, con troncos de metro y medio de ancho, que habrán alcanzado los cuarenta metros. Él, aficionado al montañismo y la fotografía, encuentra pronto la memoria blanca, y me la envía:



Fotografía de Juan F.

La cabeza del Izta desde un vallecito ya en el Estado de México. El bosque en el primer plano muestra los claros de la tala, ya no es un monte denso. Juan me envía un planito con la ruta que siguió desde el otro lado del monte, y me señala con una estrella el lugar en el que se encontró con los taladores.





Sí, es una pena, le digo.

 

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En las fotografías de Daniel busco una mirada larga para la montaña, para los pueblos. No puedo entender a una sin los otros. Naturaleza y sociedad. Y pienso, por un momento, en lo que podría decir la montaña:

 





Foto de Mundo Nuestro

 

Montaña: Para los hombres del valle guardo tantos secretos que ya no se atreven a mirarme. Me ven tendida en el manto azulado de la mañana, pero no me encuentran, ha desaparecido su memoria en los rincones de sus rostros insomnes, como tampoco sus ojos les reflejan su historia en el espejo. No se ven, se mienten tanto. Y si me miran, sólo soy un trazo plano, silencioso y gris, si acaso perfilado en el mito trillado de la mujer dormida con el macho furioso a un lado que nunca logrará despertarla.

Encuentro un resumen del valor del macizo Izta-Popo:

El primero de junio de 2010 el Consejo Internacional de Coordinación del Programa del Hombre y la Biosfera (MaB) de la UNESCO, designó a esta área protegida como Reserva de la Biosfera Los Volcanes, la cual abarca una superficie de 171 774 ha.

Una gran diversidad de hongos (74 especies registradas). Los más conocidos son: xochilillos, sanjuaneros, membrillos, paragüitas, xoletes, xocoyoles, olotitos o mazorquitas, panzas, chilpanes, totopicles, cornetas, yemas, escobetas, mazayeles, venados, tuzas, enchilados, cazahuates, juandieguitos, duraznos, colorados y huitlacoche. La recolección de estos organismos se ha practicado desde tiempo inmemorial para el autoconsumo; sin embargo, su demanda con fines comerciales ha ido en rápido aumento, provocando su sobrexplotación y poniendo a algunas especies bajo alguna categoría de riesgo. Cinco especies están amenazadas: el elote, olote, colmena, morilla, pancita, mazorca, mazorquita (Morchella esculenta); el mazayel, champiñón grande, champiñón de bosque (Agaricus augustus); el tecomate (Amanita muscaria); Psilocybe aztecorum; la cemita, pancita azul, galambo bueno, selpanza (Boletus edulis); mientras que el rebozuelo (Cantharellus cibarius) se encuentra protegido.

Y de mamíferos: 50 especies de mamíferos entre los que se encuentran venados cola blanca, coyotes, linces, coatís, zorras gris, cacomixtles, tlacuaches, musarañas, murciélagos, comadrejas, tejones, conejos, ardillas, tuzas y una gran diversidad de ratones.

Y sus aves: 163 especies reportadas: gavilanes, zopilotes, aguilillas, halcones, codornices, huilotas, tortolitas, tecolotes, vencejos, carpinteros, chupaflores, alondras, golondrinas, urracas, jilgueros, mirlos, calandrias y gorriones, entre otras; razón por la cual es un Área de Importancia para la Conservación de la Aves según la CONABIO. Siete especies de aves son endémicas y 12 se encuentran en alguna categoría de riesgo.

Ese patrimonio natural lo estamos perdiendo. De mil maneras, la sociedad humana se ha convertido en un implacable gusano barrenador.

 

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Luego, en otro momento, imagino a estos pueblos originarios, sus luces y cohetes, sus éxodos y resistencias, sus conflictos y su sobrevivencia:

Pueblo: Siempre hemos estado aquí, ocultos a la mirada de las ciudades. En los tiempos en que los árboles todavía cargaban contra el valle, cuando los caminos apenas despuntaban al calor del sol del mediodía y las tardes acababan pronto, sometidas a las sombras perennes de la montaña, ya estábamos plantados en caseríos de tierra y humo, apenas alumbrados por fogones etéreos. Hoy ya pueden vernos a lo lejos, pero siempre como borrones de luces invisibles, sin nombre, dispuestos sólo para cortar la monotonía llana del monte cuando ha caído la noche.





Maíz, carreta, economía campesina en la región cholulteca. Foto de Daniel Rivero Romo.

 

El monte Izta-Popo, con más de cuarenta pueblos y decenas de ejidos enredados en las jurisdicciones municipales y estatales de Puebla, Morelos y Estado de México, forma una de las regiones boscosas más importantes de la república, tanto por lo que sobrevive de masa forestal, como por sus cualidades geológicas, biológicas y ambientales. Pero es un paisaje que no puede ser entendido sin la presencia histórica de los pueblos, con sus antiguas andanzas campesinas, su magia cultural y sus contradicciones. En buena medida, los conflictos suscitados en el último siglo en torno a la tenencia de la tierra, el control del agua y la devastación forestal, pasan por la aplicación de políticas y decisiones económicas claramente contrarias a la existencia de los pueblos.

De ahí la importancia de comprender colectivamente –gobiernos, pueblos, grupos organizados, instituciones de conocimiento--, la complicada trama de la organización social y económica entre los pueblos y el monte; la relación entre la economía campesina y el uso forestal del territorio. El cultivo antiguo y la pobreza, la tala y la ausencia de políticas institucionales de desarrollo sustentable. La montaña, el agua, los pueblos y su relación con las concentraciones urbanas en el valle. Uso social contra uso privado del agua. Por tanto, el conocimiento científico y la realidad socio-ambiental de la montaña. Ecología y paisaje; ciencia y organización social; tecnología y desarrollo social.

 

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Porque hay otros ojos que están mirando las montañas, que desde la ciencia contemplan el complejo biocultural de los bosques en los volcanes en riesgo, sus glaciares perdidos, sus bosques talados, sus pueblos en la incertidumbre de la sobrevivencia. Pronto aparecen las instituciones de investigación y los nombres de los científicos mexicanos y extranjeros que no se cansan de dar la alerta.

Por ejemplo Hugo Delgado Granados, especialista del Instituto de Geofísica de la UNAM:

“Especialistas de la UNAM, UAM y del Centro Nacional de Prevención de Desastres determinaron que se han perdido ocho glaciares del Popo y cuatro del Izta durante los últimos 15 años. En 1995, el Iztaccíhuatl contaba con 11 glaciares, para 2010 quedaban tres. El Popocatépetl tenía 5, le queda uno.”

Y ofrece datos precisos:

En 1999 se hizo una medición de los glaciares del Izta, comprobando que tenían 70 metros de profundidad; para 2004 eran únicamente 40 metros, perdiendo 30 metros de espesor.

La transformación de estos colosos es un indicativo que permite analizar, detectar y comprender el cambio climático mundial y los efectos en los ambientes locales. Entre las consecuencias de la extinción de los glaciares está la disminución de entre 10 y 30% de los recursos hídricos y de entre el 20 y 30% de especies de plantas de los ecosistemas de montañas.

Entre el año 2000 y el 2005, el volumen del agua que bajaba del Popo al Izta disminuyó en más del 45%. El líquido que llegaba a los cinco sistemas de captación se redujo en 832 millones 275 mil litros.

            ¿Tenemos idea de lo que significan estas cifras para los mantos acuíferos de la ciudad de Puebla?

O el reclamo que hace el director del Proyecto Bosque de Agua, Jürgen Hoth, de la organización Conservation International México, por el aberrante proyecto de abrir tinas ciegas para la captación de agua en los pastizales de alta montaña en El Paso de Cortés, que en esta edición de Mundo Nuestro se presenta. Materialmente, dice, el país se nos está yendo de las manos, y describe la intención de abrir miles de zanjones en las tres mil hectáreas de pastizal con presupuesto público y para que las empresas Bimbo, Televisa, Volkswagen y Coca Cola se den golpes de pecho ecologista, en uno de los más graves errores que se hayan cometido en la historia de la política ambiental de México.






El aberrante proyecto de tinas ciegas y forestación de los pastizales en Paso de Cortés  promovido por Volkswagen, Coca Cola, Bimbo y Televisa de la mano de la CONANP (Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas-SEMARNAT).

 

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Yo hago memoria de mi propio recorrido por esos montes. Encuentro en el archivo dos fotografías del predio “Iztaccíhuatl”, más hacia los pies de la mujer dormida. Una es panorámica, y la tomó Alicia Mastretta.





La otra es de un oyamel enorme, que mira a los demás desde sus cincuenta metros, y que tomé en el año 2005, cuando los pueblos de San Agustín Atzompa y San Juan se enfrentaron por la posesión de 1500 hectáreas que pelean desde tiempos de la colonia. Un bosque profundamente afectado por el gusano barrenador.



Oyamel en el predio “Iztaccíhuatl”. Foto de Mundo Nuestro




El gusano barrenador y la afectación de un pino Hartweggi en el predio Iztaccíhuátl. Foto de Mundo Nuestro.

 

Y pienso en el bosque sin nosotros, igual sano y centenario, como aquel oyamel, o plagado y moribundo, como el lloroso pino en el paraje “Iztaccíhuátl” que retraté en el año 2006.

Muchas preguntas me hice entonces, a la vista de ese animalito, el gusano descortezador, y no dejé de ver a nuestra acción humana y sus infalibles mecanismos depredadores: aliado con un hongo implacable, un diminuto escarabajo que en su etapa larvaria se ha convertido en los últimos cincuenta años en un reconocido devorador de los pinos en los bosques templados, particularmente malignos en los que cubren las faldas de la llamada Sierra Nevada, en la región de los volcanes Izta y Popo. La plaga, provocada por una suma de factores negativos que al final se reducen al hecho simple y mortal de la presión humana sobre los bosques de coníferas en el país, y más allá de la extensión de sus consecuencias en la pérdida de la riqueza forestal mexicana, ha ido de la mano de la proverbial corrupción que ha acompañado a la política de saneamiento vía permisos a particulares y posesionarios de bosques. Preguntas elementales se sostienen ante precarias respuestas: ¿cuántas hectáreas de monte están plagadas y necesitan procesos de saneamiento?, ¿qué resultados tienen los esfuerzos aplicados en los últimos años?, ¿en qué medida estos propósitos están fundados en una verdadera alianza entre los grupos de productores organizados, la aplicación de las tecnologías desarrolladas por la ciencia forestal y la acción inteligente de las instituciones gubernamentales?

Pero esas preguntas todas parece que se lanzan contra el espejo de nuestro propio ser humano barrenador.

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Pero ahí está el monte sim nosotros. El que se explica a sí mismo en su sobrevivencia y cuya depredación no se entiende sin la sociedad humana, la de la memoria corta y alucinada.

La montaña que todavía espera nuestra mirada larga.






Bosque en el Iztaccíhuatl. Foto de Mundo Nuestro


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