Querido Guillermo: Estoy en Puebla, visitando está bella ciudad, como tú en aquél siglo XIX, en 1849 si mal no recuerdo, recién pasada la invasión norteamericana, cuando la Angelópolis empezaba a reconstruirse. Hoy, decidí caminar desde el Paseo Bravo hasta el zócalo, sobre la avenida Reforma; el día está soleado y por fortuna sobre esta calle no hay cableado telefónico, ni el de las televisoras de paga (un invento, el de la televisión, que para tu fortuna te perdiste) que a lo largo de la ciudad afean como pocas cosas el paisaje urbano.
Sobre la avenida Reforma, Guillermo, se pueden admirar tanto las iglesias coloniales que tú conociste, como construcciones del siglo XIX, con piedra y estructura metálicas, hoy convertidas en bancos. Gran cantidad de personas caminan por la calle, la mayoría son mujeres, algunas de ellas van solas y visten de pantalón, incluso tienen ya derecho al voto, cuántos cambios querido Guillermo, ellas, las mujeres, se han apropiado del espacio público, están en los cafés, en las escuelas, en los parques y algunas y relevantes puestos de la política.
Finalmente llegué al zócalo, parecía una fiesta. Una marimba tocaba en los portales para los turistas del Royalty, en el otro extremo había un mimo y una mujer vestida de catrina (personaje memorable surgida de los grabados de la revolución mexicana, suceso del que también te perdiste), anunciaba las ofrendas preparadas para el día de muertos, que en el México de hoy ya no están solo en los panteones y las casas, forman parte de la verbena popular organizada por el propio gobierno. En la explanada, los medios de comunicación tenían montado un espectáculo musical llamando a la cooperación para dotar de sarapes a los habitantes de la Sierra Norte de Puebla, una zona por demás fría, donde como sabes los Bonilla vencieron a los franceses.
En fin, cerca de ahí, junto a la Fuente de San Miguel del siglo XVIII, algo llamó mi atención: era una carpa con alrededor de seis jóvenes que pedían firmas para la destitución del gobernador del estado, Rafael Moreno Valle. Un poco sorprendida, me quedé a observar sus carteles y leer su propaganda: dicen que en la Junta Auxiliar de Chalchihuapan un niño murió por una bala de goma o una posta de gas lacrimógeno que dispararon los policías contra una manifestación que protestaba contra el gobierno porque quiere quitarle a la junta su independencia administrativa; que en la Sierra Norte, los de Tetela de Ocampo, ese pueblo que venció a los franceses, se levantó ahora contra una mina a cielo abierto, que dejaría destruido su territorio; que en Zapotitlán de Méndez, crecen las protestas contra la imposición de una termoeléctrica, que en nada beneficiará a ese pueblo, y que en Cholula, al pie de la pirámide que tanto admiraste, hoy expropiaron la tierra para hacer un supuesto parque , una mole de cemento, que no hará más que privatizar la zona arqueológica en beneficio de unos cuantos. Eso leía Guillermo, cuando de repente, en medio de la multitud que había en el zócalo, vimos correr a toda velocidad a una joven perseguida por dos mujeres policías. La joven pedía ayuda y para evitar ser llevada por la policía, se abrazó a un poste, pero ahí la esposaron como si se tratara de un criminal y ya sujeta la zafaron del poste y pretendían llevarla a una patrulla.
--No hice nada, no hice nada --gritaba--, soy estudiante, soy estudiante, sólo estamos en contra de la matanza de Ayotzinapa y de los presos políticos en Puebla. Me di cuenta entonces que formaba parte de los jóvenes de la carpa que protestaban. Entonces la gente, incluidos sus compañeros, corrieron a ayudarla.
La gente se arremolinó entorno a la muchacha.
Bola de asesinos y hijos de tal por cuál, le gritaba la gente a los policías, recordando la matanza de estudiantes de Ayotzinapa; vi a una mujer humilde, como de setenta años y con la bolsa del mandado en la mano, arremeter a golpes contra un policía, que le torcía el brazo a la joven:
--Suéltala hijo de la chingada --gritaba la mujer--, suéltala.
Un líquido rojo empezó a escurrir de la cara del policía, no era sangre, sólo el jugo de un jitomate que se impactó sobre su piel. El círculo se hizo cada vez más grande, impedía ya el tráfico sobre avenida Reforma, sobre el palacio municipal. ¡Ayotzinapa, Ayotzinapa, muera Moreno Valle!”, gritaban los jóvenes contra un grupo de diez o doce policías todos con pistola, macana y chaleco antibalas, que ante la presencia popular ya empezaban a asustarse. Un hombre bien vestido, pelo engomado, zapatos boleados, portafolio en mano, también se salió de sus casillas y empezó a golpear a los policías con su propio portafolio:
-- Que la dejen tarados, que la dejen --gritaba también, aunque eso sí, no se le movió un solo pelo de su bien peinada cabellera. Fue entonces cuando finalmente liberaron a la muchacha, que corrió, lívida, hacia la pequeña carpa.
Me atreví entonces, curiosa como soy Guillermo, a seguir a las joven, a preguntarle, qué es lo que había pasado. Se llamaba Irene, estudiante de derecho de la BUAP, tiene 24 años. Estaba lívida y temblorosa, unos voluntarios de primeros auxilios se acercaron a checarle sus signos vitales mientras hablaba conmigo. Desde la mañana, los representantes de las autoridades del Ayuntamiento les habían pedido que quitaran la carpa porque probablemente al acto de la colecta de sarapes para la Sierra Norte iba a presentarse la esposa del gobernador. Los muchachos dijeron que no, que sus demandas eran justas y que llevaban 21 días de ayuno pidiendo la liberación de los presos políticos y la renuncia del gobernador. Luego vino la corretiza que ya te platiqué Guillermo, que cosas se ven. Irene estaba muy nerviosa y llorosa, preferí dejarla tranquila. Nadie parece ya reparar en la carpa. Antes de seguir mi camino tomé un folleto del Movimiento de Alternancia Social. Dice el texto que el niño José Luis Tehuatle murió asesinado con una goma de bala por la policía estatal, que el luchador social Delfino Flores Melga, encarcelado injustamente, murió en prisión a los 90 años. Y que en el primer semestre del año, por participar en manifestaciones o protestas, fueron encarceladas en Puebla al menos 35 personas, la mayoría de ellos jóvenes. Y viene la lista: Enedina Rosas Vélez, Adán Xicale Huitle, Paul Xicale Coyópol, Primo Manuel Tlachi Álvarez, Josefina Nava Nezahualcoyotl, María de los de los Ángeles Coyotl Nava, Juan Carlos Flores Solís, Abraham Cardero Calderón, Mauro Sarmiento Amaro, Ignacio Ramos Michuhua, Jaime Alberto Fernández de Jesús, Fausto Galicia Robles, Antelmo Sánchez García, Florencio Copalcua Hernández, Ignacio Sarmiento Amaro, Juventino Tlahuech Tepex, Braulio Bulmaro Chantes Tlachi, José Hilario Pedro Mitnahuatl Chantes, Gabino Coyotl Eloa, Luis Tlachi Cortés, Manuel Morales Guillermo, Eduardo Rivera Espinoza, Modesto Fausto Cortés, Lucio Fuentes Cortés, Emilio Montalvo Montalvo, Domingo Guzmán Rivera Reyes, Abel Torres Martínez, Román Hernández Ramírez.
Actualmente, no todos están presos, pero sigue el proceso judicial en su contra. Pienso en Adán Xicale, uno de los cholultecas presos en la cárcel allá en San Pedro, en su defensa de la pirámide y las antiguas tradiciones religiosas de los pueblos y barrios inmemoriales. Cargos de motín, despojo y muchos delitos más que no alcanzan fianza.
Los medios de comunicación, con sus altavoces a todo volumen, siguen llamando a la compra de sarapes para la Sierra Norte. En contrapartida, un grupo de alrededor de cien jóvenes marcha en silencio y le da una vuelta a la plaza, llevan escrito en sus cartulinas: ¡No queremos sarapes, queremos justicia! ¡Ayotzinapa: vivos se los llevaron, vivos los queremos!
El cielo azul ilumina la plaza. Todos hemos vuelto a nuestras ocupaciones. Un día más en Puebla, Guillermo.