• José Luis Prado
  • 22 Octubre 2015
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Be y Pies (Tumbona ediciones, 2015) es el más reciente libro del autor poblano Gabriel Wolfson, título de estructura poco usual que implica ya en sí mismo un avance y ocultamiento en el sentido, al tiempo que se convierte en un punto de inflexión. El libro está divido en dos partes: Be y Pies. El primero abre con una detallada descripción del proceso que se lleva a cabo en una carnicería, tenemos en apariencia una imagen de la que echa mano Wolfson, a partir de un delicado movimiento que permite el avance, un agolpamiento de la frase que sirve, como si de un fino tejido se tratara, para hilvanar con la textura de las palabras mientras se envuelve la imagen en movimientos cíclicos.

 

La carne suave, manejable. Todo lo que hacen con la carne. Separarla, trocearla, limpiarla, desdoblarla en cien capas. El molino. Los sueños donde uno mete la mano al molino, o a un ventilador.

 

Be es una historia fragmentada que por su estructura, nos va introduciendo de a poco en la historia que se cuenta, pero ¿hay algo que se cuenta? Quizá sí, pero no es lo importante en Wolfson, hay una anécdota que parece que el autor posterga hasta el último momento, nos movemos por las páginas como si de pelar una cebolla se tratara, pero ¿qué es lo que queda al pelar una cebolla?

 

...¿a qué se dedica?, a nada, no tengo tiempo porque, mire, me dedico a nada, no a la nada, eso sería dedicarse a algo, ¿a qué se dedica usted?, preguntaría alguien, ¿en qué la gira, joven?, habría preguntado alguien de haber hecho la pregunta hace cuarenta años, a nada, arduamente a nada, difícil dedicación esa, a nada, a loque vaya surgiendo, o más bien a nada que vaya surgiendo, me dedico a eso que no surge, ni gira ni se crea ni se transforma...

 

En esta historia, en apariencia, la ecuación narrativa por todos conocida no es importante, ya que el autor poblano trabaja con digresiones que ocultan la trama; sabemos que algo pasa, que hay una historia que se cuenta tras bambalinas, pero el lector no es partícipe del secreto que lo intriga.

En Pies, nuevamente se nos va descubriendo poco a poco la historia, el lector de los textos de Wolfson debe tener tiempo y pericia, a partir de las microhistorias que van narrando pequeños fracasos o la imposibilidad de la solvencia, se van desenvolviendo en breves engranajes de la trama; vamos descubriendo las identidades de los personajes, Hugo, quien trabaja en un periódico tiene varios encuentros con un personaje anónimo: “un hombre terco que no estaba en uno u otro tema, en los oscilantes rollos teatrales o en las tiradas obsesivas sobre las distintas formas de ganarse la vida…” Los encuentros parecen inútiles aproximaciones a un ser despojado, a un espacio vacío y al cual es difícil otorgarle algo: “Pero en ese momento Hugo habría querido encontrar otras cosas en ese cajón o en algún cajón de ese lugar, un historial, un buen resumen, notas, referencias cruzadas, teléfonos, fotos, aunque no sabía para qué, para escribir algo o sólo para saber más del hombre y entender mejor”. De cierto modo, esta historia mata toda clase de expectativas.

Los textos que componen el libro son heterodoxos ya que parecen estar narrados por una omnisciencia que es indigna de confianza, casi un oxímoron, una contradicción en los términos; sin embargo, me parece que su uso funciona en este libro, precisamente para conocer o dudar de lo que nos va contando el narrador y de esta manera, avanzar desde la ceguera que nos transmite; al leerlos notamos que hay una apuesta notable en la densidad de su estructura. El recurso, a manera de un bordado entre ambos, es lo que causa una intriga; la difícil conjunción que se espera de cualquier texto entre fondo y forma, tiene su muestra en estos textos que, además, proponen la ecuación de avance y retroceso hasta llegar al final de sus páginas.

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