• Sergio Mastretta
  • 22 Octubre 2015
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Mundo Nuestro. ¿Qué consecuencias pagamos por ignorar de dónde venimos? ¿Serviría de algo averiguar de dónde vienen los personajes de nuestra vida pública? ¿Ser capaces de explicar cómo se hicieron los Moreno Valle, Bartletts, Melquiades y Marines? ¿Y con ellos ese cortejo de políticos, funcionarios, columnistas encumbrados un día y en la picota en el otro que, como personajes sonámbulos de este teatro absurdo, forman la llamada por los analistas “nuestra clase política”?

Hay decisiones personales que enlazan con la trama colectiva. Hay algunas que explican coyunturas históricas y que ayudan a entender procesos políticos como el que se vive en Puebla. La renuncia de Ana Tere Aranda al Partido Acción Nacional nos da una idea de ello. Rafael Moreno Valle, con toda la fuerza económica y política que en estos tiempos alcanza un gobernador en México, les quitó a los panistas que han controlado el partido en los últimos veinticinco años como si le arrebatara un dulce a un niño –y aquí la figura vale igual para el abusivo como para el infante, y mucho dice de la precariedad estructural de la democracia poblana.

Ana Tere y Paco Fraile, las cabezas más visibles de los llamados “neopanistas” que en 1989 desplazaron a los llamados “panistas tradicionales” con el respaldo de los grupos empresariales que hacían política desde la             COPARMEX. Su comportamiento explica el contradictorio proceso vivido por el PAN poblano en las tres últimas décadas, y que ha derivado en la derrota del panismo tradicional o yunquista frente el priismo morenovallista que les quitó el partido.

            Ana Teresa Aranda tiene más de treinta años en el escenario político de Puebla. Entender de dónde viene, qué ha hecho y en qué medida su decisión se convertirá en un elemento importante para el desarrollo del proceso electoral del 2016-18 en Puebla –por la posibilidad de que encabece una candidatura independiente--, no es sencillo. La historia local reciente no existe en Puebla. Bien a bien, del poder y la política ignoramos todo; no hay estudios ni investigación sistemática que dé cuenta de los procesos de la vida pública. El poder transcurre, decide y somete sin consideración alguna por los mínimos procedimientos democráticos fundados en la información y el conocimiento de la realidad. Sin conocimiento histórico no hay democracia.

Recurro a mí mismo entonces, a lo escrito en el otoño de 1989 en la coyuntura electoral de la ciudad de Puebla, cuando todavía el PRI añejo lo controla todo, para asomarnos un poco a la figura de una mujer que sin duda da cuenta de la transformación política de Puebla. Septiembre de 1989: Ana Teresa Aranda de Orea, nacida en el estado de Guanajuato, tiene ya un buen tiempo avecindada en la Angelópolis, y ha decidido pasar del activismo civil a la militancia política en el Partido Acción Nacional. Con su candidatura a la alcaldía de la ciudad de Puebla inicia formalmente su carrera en el partido del que en este 2015 renuncia.

 

 

            1 de septiembre de 1989

 

1.- Para que los que viven en la calle, en ese reducido espacio que la tradición del acarreo priísta ha dejado libre, la política siempre será heroica. Y en esta ciudad de españoles e indios, la lucha de clases siempre tendrá un espíritu de cruzada.

            El último día de agosto, para cuando los ambulantes de Simitrio (encarcelado unos días antes por el gobierno de Mariano Piña Olaya) comenzaron a cerrar calles y carreteras de acceso a la ciudad, el mayor José Ventura Rodríguez Verdín tenía desplegados 500 elementos de sus granaderos en una medida que mereció las ocho columnas de La Voz de Puebla, (“Estricta cobertura de seguridad a la ciudad. Respuesta a las amenazas de la 28 de Octubre”). Las mujeres de los mercados populares no pasaron.

            Un día después, Ana Teresa Aranda de Orea, con su falda larga y su trayectoria de dirigente de “las Cívicas” (por la Asociación Cívica Femenina, una organización civil cercana al panismo) es destapada por la fracción radical del panismo poblano como precandidata a la presidencia municipal. Cuenta con el espaldarazo de dos grandes cruzados: el arzobispo Corripio Ahumada –que vino a Puebla la semana pasada-- y Manuel Clouthier (Maquío, el candidato panista a la presidencia de la república en la elección de 1988) presente en el local panista en la noche del destape de Ana Teresa. Algunos periodistas la recuerdan unas semanas después de que Villa Escalera encabezara en 1983 la mayor movilización del voto panista en las urnas en la historia de la ciudad: Ana Tere, de 29 años entonces, demandaba ante las autoridades una policía de respeto, “no los chaparritos de a pie que cualquier mujer zarandea”. Algo ha cambiado desde entonces,  ahora es el militar Rodríguez Verdín quien encabeza a la fuera pública como jefe de los chaparritos policías estatales, y se disfraza de Rambo, se viste de uniforme de camuflaje, boina negra y pistola al cinto, y con su rostro frío y su estatura presenta la imagen cinematográfica y viril que las mujeres de la Cívica Femenina imaginan.




Sol de Puebla, 1 de septiembre de 1989.

 

2.- Ni Rodríguez Verdín ni Ana Teresa, dos cruzados de los ochenta, cabrían en los tiempos de don Maximino. También eran días de calles tomadas. Nuestros abuelos recuerdan una Reforma de manifestaciones cotidianas, al fin, años cardenistas. Entonces los ferrocarrileros tenían un sistema de templetes móviles que llevaban de calle en calle. También el hombre fuerte entonces tenía su propio método para resolver los problemas políticos, cuestión manifiesta en la estela de viudas que dejó en esos días entre familias obreras. Cuentan que sus gatilleros se apostaban en los portales y miraban sin reserva a los líderes sindicales, quienes, avispados, preferían el exilio. Muchos otros no llegarían a sus años de viejos para ver los métodos de la fuerza pública moderna.

            Pero los poblanos que en materia de ideas precedieron a Ana Teresa si alcanzaron a ver las calles tomadas por las fuerzas sociales que se rebelaron contra el aparato estatal avilacamachista. En esos meses de insurgencia estudiantil, a principios de los sesenta, hubo un día en que los de la UAP no dejaron un vidrio vivo en el tiro al mocho en el que convirtieron el edificio del colegio Benavente de la 25. Cuando terminaron, las huestes liberales demandaban más sangre de cristal clerical. “¡Al Oriente!”, gritó alguno, y encarrilaron hacia la 9 Poniente, por el rumbo del Paseo Bravo. Claro que entonces se cocían las negociaciones aparte, y un dispositivo tan diestro como el de la actual Dirección de Seguridad Pública, pero con soldados al mando del General Rodríguez Familiar, levantó una barricada armada para defender los vidrios del colegio de los jesuitas.

 

            3.- Así que a esta hora de la política nacional igual los modernizadores salinistas que los llamados neo-panistas ponen cara de cruzada y, tras el discurso, de calle tomada.

            Bien mirada, Puebla siempre ha sido una ciudad de barricadas. En los avatares de su historia, la circunstancia de que los españoles la construyeran en el corredor al mar, la dejó a la deriva de golpes y contragolpes entre liberales y conservadores. Hubo tiempos --de difícil memoria para los descendientes de aquellos criollos que se merecieron el anhelo de Zaragoza de apuntarles con sus cañones-- en los que la ciudad era una barricada entera, por ejemplo en esos meses finales de 1861, con el país metido en el limbo de la victoria temporal de los juaristas y en el desfiladero intervencionista que dispondría un amanecer de mayo las bayonetas empuñadas por los zuavos en Amozoc. No había mucha agilidad en el tráfico de carretas y peatones, cortado aquí y allá por escombros, costales de tierra y ese arco iris de utensilios que la humanidad arroja a las esquinas para parapetarse en su defensa. No faltó el extranjero inquisitivo que interrogara a los poblanos sobre las calles tomadas: “Están ahí (las barricadas) para cualquier caso de emergencia”, le respondían.

            De manera que el dispositivo especial dispuesto el último día de agosto contra los ambulantes de Simitrio por la fuerza pública, con los pelotones de granaderos plantados con sus bastones para impedir que los de la 28 de Octubre tomaran calles y carreteras de acceso a la ciudad, pasará como uno de tantos bloqueos en la historia de Puebla. Igual los autobuses de la Alianza Camionera, que los camiones de redilas de los ambulantes o los propios cuerpos de los policías estatales –en los buenos tiempos estudiantiles, los de los soldados de la XXV Zona--, las barricadas le dan a la ciudad ese espíritu de cruzada.

 

¿Llegará a ver Ana Teresa la historia del otro lado de la valla?





Sol de Puebla, 6 de septiembre de 1989

 

 

            6 de septiembre de 1989

 

            De seguridad casi Norteña. Si esta mujer levanta el vuelo pronto muchos panistas hablarán de la revancha del 83 en términos de guerra santa. Pero Ana Teresa Aranda, con 18 de sus 35 años ocupados en la militancia de la Asociación Cívica Femenina, se plantó ayer ante los periodistas con esa seguridad norteña que ha adquirido con Ernesto Rufo Appel el Partido Acción Nacional. (Ruffo gano en ese 1989, y con el 52 por ciento de los votos, la elección para gobernador en Baja California, en la que sería la primera derrota del PRI en sesenta años.)

Así que la señora expuso con firmeza y espontaneidad su ubicación personal dentro de un caldero político que empieza a animarse: “Los liderazgos no se presumen”; “la lucha de corrientes dentro del PAN es por el poder”; “vamos a realizar una campaña no para evidenciar el fraude, sino para triunfar”; “recurriremos a técnicas profesionales que el PAN ha aprendido en experiencias tan importantes como las de Baja California”.

 

            Todo dentro de su presentación ante la prensa como aspirante a la candidatura panista para la presidencia municipal. Y todo el entretelón de periodistas interrogándose sobre las consecuencias que tendrá el proceso electoral la casi segura designación de “la Cívica”: “Ella representa a los ultras fascistas”; “Así como está el PRD de dividido va a ser muy difícil que le sirva al PRI de contrapeso”; “Esta mujer le puede pegar a cualquiera del PRI, no me imagino lo que sería del partido oficial en caso de presentar a un candidato débil”; “No hay que desechar un posible acuerdo PRI-PAN a nivel nacional en torno a la reforma a la ley electoral, arreglo que tenga como costo la pérdida de la ciudad de Puebla”; “Pero si el PRI pierde la ciudad, los panistas no se la van a soltar en muchos años”. Cosas como esas se comentaban luego de la rueda. Porque lo que está claro es que más allá de los métodos que los panistas tradicionales disidentes a la dirigencia de Paco Fraile le critican, la postulación de Ana Teresa revivirá a esas fuerzas vivas del panismo extrapartidario organizado en esos espacios naturales de la derecha como la Cívica, la UPAEP y las iglesias.

            Por lo pronto, y aunque se tenga que esperar la Convención panista del próximo domingo, Ana Teresa enfrenta a la prensa política poblana con solvencia, y establece de inmediato que sacará ventaja de su condición de mujer católica clase mediera.

            A la pregunta de que si su designación hará renacer la violencia que los grupos radicales de izquierda y derecha desencadenaron en los sesentas, responde con lo que llama “tiempos de civilidad política”; cuando se le cuestiona sobre sus diferencias con Alejandro Cañedo Benítez(candidato a la alcaldía por el PAN en 1974, convertido en diputado luego de las reforma política que creara las diputaciones plurinominales), quien por la mañana prácticamente declinó su candidatura al hablar de un dedazo de Manuel Clouthier), Ana Tere dice que los desacuerdos de principios son en lo accesorio, pero critica la visión del ex-diputado sobre la desaparición de las Juntas Auxiliares; sobre su relación con el gobierno en caso de que gane la alcaldía, cierra la posibilidad de desarrollar una “guerra santa” y ofrece el camino de la concertación; y niega que su campaña tendrá un carácter confesional y se deslinda de los grandes empresarios (“Esos siempre han estado con el PRI”).

            Como quiera que sea –se rumora la posibilidad de que el Congreso local le niegue la ciudadanía, dado que nació en Guanajuato hace 35 años-, Ana Teresa Aranda, vista por muchos como el personaje que sacará nuevamente a la mochería a la lucha política, se trepada así al ring electoral. Indudablemente la señora calienta el ambiente.

 

 

12 de Septiembre de 1989

 

1.- Ana Teresa Aranda nunca pierde el sueño en su elección este domingo. Ni siquiera cuando los reporteros revolotean entre las urnas y los escrutadores para comprobar que los alteros de votos a su favor abundan tanto como el griterío de las mujeres que no dejarán de apoyarla toda la mañana.

Con esa tranquilidad aguanta la pregunta obvia.

--¿Encabezas tú el ascenso al poder de la ultraderecha poblana?

--Mira, yo no estoy de acuerdo con geometrías políticas.

            Y se encarrera: “Creo en proyectos concretos para el bienestar de la ciudadanía. Porque esa es la lógica de encuadrar a la gente, si la mayoría de la gente me apoya en las elecciones municipales, querría decir que la mayoría de los poblanos es de derecha…”



Sol de Puebla, 11 de septiembre de 1989.

 

             Y la señora se va al presídium para enterarse que le ha ganado por 242 a 36 votos la candidatura a Oscar Valera. Y los panistas cantan su himno y hablan de la unidad. Y en el aire del cine vuela la consigna de incendiar la ciudad de civilismo blanquiazul, prefigurado en la ovación que se lleva Villa Escalera al principio de la Convención, aunque en la calle y en el ánimo de los ciudadanos todavía no prenda la roncha electoral y a la salida uno encuentre la lluvia próxima y la indiferencia dominguera.

2. Ana Teresa tenía siete años y vivía en León cuando en 1961, un lunes 25 de abril, los poblanos decidieron dirimir abiertamente en la calle su distinta y contraria versión del mundo.  Ahí en el Zócalo, los del Frente Universitario Anticomunista, con un contingente mayor que sus enemigos liberales, zarandearon a cadenazos y palos al grupo que después sería bautizado como “los carolinos”. Al otro día, la furia estudiantil se vengó en el Benavente. El general Rodríguez Familiar, jefe de la XXV Zona, les dijo a los muchachos: “Si en cinco minutos no han desalojado la 25, bajo a los soldados de los camiones”. Y sí desalojaron, pero en menos de tres minutos ya no quedaba vivo un solo vidrio.  Esa tarde, en una respuesta inmediata, los pudientes de Puebla respondieron con la movilización de 300 empresarios que crearon el Comité Organizador de la Iniciativa Privada, con José Luis Hinojosa, Eligio Sánchez Larios, Abelardo Sánchez, Rodolfo Budib y Juan Robredo a la cabeza. Ya para el viernes había hecho un paro de comercios. Del otro lado, los estudiantes se fueron a la huelga para demandar la expulsión del rector Armando Guerra y de los FUAS.

Las dos partes recurrieron a la denuncia de la intervención extranjera: “Agitadores comunistas”, dijeron los empresarios; “los FUAS quieren implantar un régimen fascista como el de Franco en la Madre Patria”, dijeron los del Comité Estudiantil Poblano. Las dos fuerzas simplemente expresaban la lucha de clases de una ciudad atada al pasado en el estrecho abrazo de burgueses y avilacamachista.

    

3.  Irma Fuentes, Beatriz Bernal y Tere Vega tienen en el pecho pegotes a favor  de Ana Tere. Entre las tres dan esta versión de su militancia panista y de la lucha ideológica en Puebla: “En México somos católicos, en Puebla más, por eso sigue siendo válido lo de “Cristianismo sí,  comunismo no”. En 1961 en la UAP hubo una real infiltración comunista con miras de acabar con todo lo que oliera a derecha en Puebla. Ahora es difícil que entre los estudiantes revivan a los FUAS, ahora los muchachos son veletas, son escépticos y sólo ven por su propio interés. Y bien común quiere decir que todos los ciudadanos tengan medios para desarrollarse, no tiene que ver con ideologías ni partidos, es algo intrínseco. Nuestro sistema desgraciadamente no es capitalista, aquí gobierna el Estado, manda y rige, los que están en el poder se enriquecen y no ven el bien común.  La realidad es que estamos manejados por hombres… No, no somos feministas, quiere decir que somos imperfectos, pero hay soluciones humanas.  Antes el PAN peleaba por principios, pero en forma tranquila, ahora lo hace en serio, con dientes y uñas y lo que sea.  Por eso sí se puede hablar de un neopanismo, porque no se puede aceptar que los viejos del partido fueran sus dueños.  Ellos han sido relegados, amodorrados. Pero eso también se da en el PRI.  Carlos Salinas de Gortari está haciendo lo que desde hace mucho tiempo se pedía. Pero de no hacerlo ya hubiera tronado el PRI, era incongruente que fueran los dueños de todo como en un sistema totalitario.  Que qué libros de historia conocemos: México tierra de volcanes, otra que escribió Carlos Alvear Acevedo. Además yo (Irma Fuentes) leí el de Zapata, de John Womack, ahí aprendí que el hombre ese no era tan bestia, tenía su derecho, para mí era un indio bruto,  y no es así.”

  

 4.  Villa Escalera se pasea por el pasillo. Todavía no le han devuelto la entrada los panistas. Pero le dieron uno de los mayores aplausos del día: “Yo sigo en lo mismo –dice--. Cuando los partidos terminen sus presentaciones de gala, yo los voy a llamar a la unidad, a presentar un candidato único, porque uno por uno, debemos convencernos, los partidos van al fracaso.”

En 1983, año de su gloria, Villa Escalera tuvo un fuerte apoyo en las Cívicas de Ana Teresa, que de demandar  “la dignificación de la mujer” y denunciar el estatismo “como un abuso de poder del Estado”, dieron algunas perlas de su visión del mundo. “El estatismo no respeta la dignidad de la persona ni los derechos naturales (…) El gobierno no ha buscado el bien común, sino la prepotencia de un partido, ocasionando que se pierdan los valores de un pueblo, por la educación laica que no enseña los valores subjetivos que son el marco de referencia de una persona.”

         Por la mañana, antes del evento, me dice Paco Fraile: “Se queja Cañedo Benítez, ¿pero por qué no peleó en su candidatura en las juntas auxiliares?”

        

6. El ingeniero Jorge Aguilar, fundador del PAN y que se hiciera ingeniero en la práctica, con su padre, no en la escuelas, dirigió una porra para Ana Tere a sus 76 años con su cartel pegado al a espalda  y otro cartelón en la mano. No se molesta cuando le preguntó si él dijo aquella frase, en los años setenta de “tomaremos la universidad a sangre y fuego”; tampoco se inquieta cuando le recuerdo la violencia desarrollada por los FUAS. “No señor, ellos todo lo llevan por convencimiento, nosotros no somos la ultraderecha, somos el pueblo”.

Y aplaude con disciplina cuando Ana Tere da a conocer su planilla de regidores. En ella aparece como sindico Marcial Campos. Algunos reporteros lo recuerdan en esos años de enfrentamientos estudiantiles, junto con Chucho Chorro, Klaus Feldman, Jorge Ocejo Moreno, Mario y Carlos Iglesias García Taruel, Mari Bracamontes, el “Pichón” Eduardo García Suárez, Manuel Díaz Cid y otros.  Formaban el Frente Universitario Anticomunista, que el 28 de abril de 1961 dijo en su desplegado que “la pugna no es entre estudiantes de distintas escuelas e instituciones educativas, sino entre el comunismo ateo y el cristianismo, entre la esclavitud y la libertad, entre el sovietismo y el mexicanismo”.  En 1963, muchos de ellos fueron expulsados de la UAP.

 

7.  Al final, mientras cuentan los votos los escrutadores, la voz inefable de Luis Miguel llega desde los magnavoces.  “Señora, usted es muy joven, pero así me gustan, señora, es usted muy joven…”

         Ana Tere no la escucha. Está rodeada de simpatizantes. Yo simplemente recuerdo una de sus frases: “La mano que mece la cuna mueve al mundo”.  Y su voz se revuelve con el celo de un dirigente histórico de la izquierda universitaria poblana:

“Todos quisiéramos una Ana Tere en casa.”

27 de septiembre de 1989

 

            Ana Teresa y Paco Fraile, los amigos.

 

Un muy corto round. Qué inercias se estrellaron el lunes en esa casa clasemediera que alberga a la Comisión Estatal Electoral. Dos hombres de bigote, frente a frente, escrito de por medio: uno líder visible de la llamada ultraderecha que tomó por casa propia al vetusto Acción Nacional; otro, un funcionario en funciones, Omar Blancarte, licenciado metido en esa candorosa Abstracción de la política mexicana, el cuerpo regulador de los procesos electorales que espera la picota que la sociedad erigió el 6 de julio del año pasado.

De un lado Paco Fraile, reflejo vivo de esa larga tradición opositora católica que no ha transado sus principios por el bienestar económico, como la mayoría de los patrones que se hicieron tales de la mano del Estado mexicano; llega con esa seguridad que, es un hecho, les hacía falta a los panistas, maneja a sus huestes con ánimo sopesado, no deja que el descontento se le vaya de las manos, frena el griterío contra el burócrata con la simple alusión de “no manchemos este acto cívico-político”, y no deja que la espontaneidad de Ana Teresa rebase los límites de la negociación; se puede decir de él que impone su calidad de dirigente, a pesar de que mucho de todo el pleito por la ciudadanía haya tenido que ver con su inexperiencia.

 

Del otro, un abogado egresado de la UAP que cumple cabalmente con el comedido que le da el sistema; conoce la ley electoral y tiene la capacidad para mantener por cuatro horas un “no acredita la señora la ciudadanía”, con toda la intención de enervar la escasa vena humorística de los neopanistas cuando los priístas les dicen a su manera “Sí, pero no te la creas”, “No, pero espérate tantito”, como le dicen a cualquiera desde hace sesenta años; un funcionario aparentemente desconocido, pero que maneja su teatro con solvencia, suficiente para recibir muy sonriente y con sus “bienvenidos, cómo están, qué los trae por aquí” a quienes ya tendremos que llamarles anateresistas, a pesar de que tiene el oficio redactado desde temprano y para que no se diga que no hay reforma administrativa.

 

            Primera inercia. Dice Paco Fraile apenas a las 2:15 de la tarde, cuando el funcionario se ha ido a “redactar” el oficio de recibido, que no de registro, como bien aclara: “Ya está aceptada la documentación; en la misma forma se aceptó ayer la suya a los señores de la izquierda. El primer round del sí se puede ya lo ganamos”.

            “Y muchas gracias a la prensa que nos acompañó en todo momento”, añade, y nadie se acuerda de aquellos tiempos de furia clerical contra la prensa vendida.

“Y perdona nuestras ofensas –grita una señora a su lado, con cara de panista tradicional-, pero la verdad no peca pero incomoda”.

Y todos ríen. Y Paco Fraile bromea sobre sus canas y Ana Tere dice “aquí unos han encanecido y otros hemos encallecido”. Y la señora vuelve con la prensa para guasear: “El cuarto poder tiene ahora la oportunidad, estoy a sus órdenes para registrar al que quiera”.

            Y nuevamente todos sonríen.

 

La  segunda inercia: el funcionario regresa al escritorio. Los neopanistas se revuelven. Todo sugiere que nos iremos pronto a la máquina.

            La propia Ana Tere pone el micrófono del magnavoz portátil de los blanquiazules en la boca del Secretario Técnico, ganándoles espacio a las grabadoras de los acalorados y plurales reporteros.

            Y el funcionario bajó a lo suyo: “Y como no acredita la ciudadanía poblana –escucharon los que habían ganado el primer round--, la documentación será estudiada por la Comisión Estatal Electoral”.

Gritos inmediatos de  no, no, quítele eso...

            Y la voz grave con brincos tipludos del ex-tradicional David Bravo y  Cid León: “Licenciado, le suplico a usted que consigne que se reciban los documentos públicos y privados que obran como cuerpo de este propio auto y que acreditan la ciudadanía de nuestra candidata...”

Y las dos inercias se sumaron cuatro horas para tener la pelotera en ese cuartito de la abstracción electoral otras cuatro horas enteras a los panistas.

 

“Paco, ¿a tí te dictaminó el Congreso hace tres años?”, le pregunto a Fraile al final, cuando ya va de salida a la calle a cantar con Ana Teresa el himno del PAN.

            “No –dice de sopetón--, eso fue distinto, Rivera Terrazas y yo manifestamos nuestro deseo de ciudadanía y no hubo problema...”

“Pero un acuerdo del Congreso al respecto...”

“Bueno sí, ellos nos dieron un papelito al otro día.”

 

La última pregunta a Fraile, al terminar el día, en la vecindad de Acción Nacional.

“Ya en frío –le digo--, ¿qué riesgo hay de que se vuelva a los viejos tiempos, al exterminio de los FUAS?”

“No, para nada –contesta-, ya vivimos otros tiempos. Además, yo fui el que impidió que se tomara Casa Puebla en el 83, cuando la gente estaba furiosa. Yo era uno más en el partido, no tenía cargo, pero tomé el micrófono y logré controlar a la asamblea”.

 

 

23 de noviembre de 1989

 

Tiemblan las almas panistas en el zócalo. La elección es el próximo domingo 26.

            “Sería muy grave que en Puebla se pretendiera un atropello. Los poblanos no estarán dispuestos a tolerar que se violente el voto ciudadano”. Lo dice Luis H. Álvarez ante los reporteros, una hora antes de que el viejo dirigente panista recorra las calles del centro del brazo de Ana Teresa, en una marcha que empieza delgada pero que se fue engrosando en esa vuelta que van a dar hasta el Paseo Bravo.

            Y dice más, cuando se refiere al proceso electoral en Culiacán: “Tendría un alto costo para el sistema pretender consumar un fraude”.

Y el hombre de rostro de pajarito, que no enciende con su discurso a los panistas poblanos, completará su idea de hablar de la necesidad de un municipio libre y democrático como base del desarrollo nacional. Y tiene ejemplos vivos a la mano: dos presidentes municipales, el de León y el de San Luis Potosí, que se apresuran en discursos concretos a pintar un paraíso municipal desde la espada de un San Miguel que se despacha en un santiamén a la corrupción.

“En San Luis cortando a los aviadores redujimos en 130 millones de pesos mensuales el gasto de los salarios del ayuntamiento --dirá el presidente Pizzuto--. y los ciudadanos hacen del sí se puede no sólo un lema de campaña sino una forma de vida.”

            No cabe duda que las masas vuelven a cualquiera triunfalista. Porque a esa hora de la marcha, y cuando a los tres mil andantes los esperan otros tantos en la plaza, Paco Fraile me dice extasiado que “toda Puebla es panista”, y Héctor Vara camina de espaldas, sin perder de vista a Ana Teresa, y juega su papel de jefe de campaña y principal porrista de la candidata. Y cuando toda la comitiva se trepa al templete móvil que tiembla tanto que uno se pregunta si así lo hará el sistema el domingo como lo quiere la ilusión panista, la masa canta enfebrecida a ritmo prehistórico de Viva la Gente en Santa María Huexotitla, en misa de una los domingos: “Hay que mover las almas, unir los corazones...”

           

Paro la masa no canta. Se agita, se apretuja contra la valla de cartelones anateresistas como los que en acción guerrillera pegaron las huestes de Fraile en la fuente de sus homónimos en La Paz –en un hecho que logró la indignación homogénea de los candidatos priístas que en combi de Marco Antonio Rojas se dirigen a TV 3 a mediodía--, y espera a gritar sí se puede a cualquier provocación. Y la encuentran a cada rato, en la voz del muchachito maestro de ceremonias que igual los lleva al cielo a buscar a Maquío en la Gloria, que a imaginar una ciudad meneada por las almas de los poblanos que están ahí, “prueba de que existen seres humanos libres.”

 

            Ana Tere besa a su marido y saluda a la masa con los brazos extendidos. Así los ha llevado buena parte del recorrido, en busca de los balcones abiertos que curiosean, delante de los gritos del arquitecto Leobardo Espejel enfundado en una sudadera de Mikey Mouse y que corea consignas (Tu voto consciente y Ana Tere  presidente o La bestia no, la bella sí), pero que alcanza a decirme futurista: “Los del PRI adoptaron la palabra revolución, así se cubrieron con la piel de oveja. Ellos no se pueden desprender del fraude, no podrían vivir sin él, lo han mamado durante 45 años. Ellos quieren seguir la política del presidente Salinas, pero saben que si lo hacen van a perder.”

            Más atrás, cuando van  hacia el Paseo Bravo por la 3 Poniente, Mayra Castro, esposa de Oscar Vera, todavía diputado en el Congreso local, me dice que la pobreza es uno de los principales problemas en el país, y acepta que si en un cambio democrático el pueblo votara por la izquierda ella aceptaría el voto popular, pero que nada cambiará mientras el gobierno no permita una verdadera apertura democrática.

 

Algo parecido piensa un campesino de Santa María Xonacatepec cuando relata cómo ahí nunca se ven los créditos y las aportaciones de las que hablan las autoridades: “Todas se las quedan los presidentes, ellos están allegados al gobierno, son los que gozan.”

Pero ya está Ana Tere ante la masa en la plaza. Es su momento, y sigue con los brazos extendidos.

 

            Al final del día, por uno de los corredores del zócalo, mientras habla Ana Tere, me llevo la imagen en la televisión: a las tres de la tarde en TV 3 les mete el último gol de campaña a los priístas, pues pasó su comercial recién terminado el programa de Blanca Lilia Ibarra, y logra la irritación de los responsables del equipo de Marco Antonio Rojas, el candidato priista. También me llevo la pregunta sobre los costos de toda esta campaña panista --porque está claro que el gobierno paga la del partido oficial:

“Atrás del PAN están los empresarios Pichón García Suarez y Ponce de León”, me dice Rafael Ramírez, del lado de Marco Antonio.

            Y yo pienso, en esa soledad del parque, cuando en la esquina revuelan las almas panistas, que en la política actual, todos tienen varios santos y muchas veladoras encendidas.




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