• Emma Yanes
  • 25 Julio 2013
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Por: Emma Yanes

 
El lunes 22 de julio murió en la ciudad de Oaxaca el pintor y escultor Alejandro Santiago, nacido hace 49 años en el pueblo de Teococuilco de Marcos Pérez, en la sierra norte de Oaxaca. Alejandro fue uno de los más importantes artistas que renovaron la plástica oaxaqueña en los años ochenta. Y fue, sin duda, un hombre que encontró en sus raíces y en la realidad histórica de los pueblos originarios de ese entrañable estado los nutrientes de una obra extraordinaria.

La historiadora Emma Yanes, como ceramista que es también, siguió de cerca uno de los trabajos que marcaron la carrera de Alejandro Santiago, cuando a mediados de la década pasada se embarcó en un proyecto vital: la creación en terracota de más de dos mil figuras que identifican el éxodo histórico de campesinos oaxaqueños hacia los Estados Unidos.

Emma Yanes encontró a Alejandro entonces en su taller en medio del campo, en las cercanías de la ciudad de Oaxaca. De entonces son las fotografías que presentamos hoy en Mundo Nuestro.

 El texto Migrantes de terracota fue publicado originalmente en la revista Artes de México.


Memoria del pintor oaxaqueño Alejandro Santiago

México ya no está aquí. Nuestro centro y nuestros corazones se han desgajado hacia el norte. Quedan en los pueblos los fantasmas, los ancianos acaso, algún perro, una mujer, un niño. Es un éxodo de nuestros hombres hechos de maíz y de barro en busca tan sólo del sustento, porque ha de llegar aquí el maíz transgénico para quitarnos el nuestro. Se van solos o con sus mujeres que llevan a cuestas el anafe, solos con el retrato de la novia o de los hijos pegado al pecho. Se van solos o en grupos para cruzar la frontera de la muerte que separa las culturas y las almas, pero que sobre todo garantiza fuerza de trabajo barata al imperio. Se van nuestros hombres de barro y maíz con la desnudez de sus recuerdos en la espalda, con la esperanza de un mejor futuro en una olla de barro.
Alejandro Santiago, de Teococuilco, Oaxaca, pudo ser uno de ellos, pero nació pintor. Una beca lo llevó primero a Oaxaca, luego estuvo un largo periodo en Europa. Regresó después a su pueblo con la intención de formar ahí un taller con los suyos, pero ellos ya no estaban ahí. Miró el esplendoroso cielo azul y las milpas abandonadas. Eso sí, había nuevas casas de block, solitarias, usadas sólo en ciertas temporadas, que habían sustituido a las de tierra. De tierra somos los mexicanos, pensó entonces Alejandro Santiago, y quiso recuperar para su pueblo a los 2 501 habitantes que había ahí cuando él partió. Montó entonces en las afueras de Santiago Suchilquitongo, el pueblo de su esposa, un taller de cerámica para modelar en tamaño natural, en terracota, a los 2 501 habitantes mencionados y regresarlos ahí, a la plaza, al tendajón, a la milpa, al panteón, a la manera de los guerreros de terracota del primer emperador chino. El de Alejandro Santiago era el ejército de un pueblo migrante. Y gracias a él, quería Alejandro que se fomentara el turismo y renaciera Teococuilco.


Fotografía de Mundo Nuestro

¿Cómo recuperar a su pueblo en tamaño natural si él era sólo pintor? Se asesoró entonces con ceramistas y amigos, entre ellos Javier Cervantes, que se mostraron sorprendidos por lo osado de la propuesta. Y se lanzó a la gran aventura, financiado inicialmente por sus propios recursos. Una vez explotó el horno. Al principio muchas de las figuras no podían sostenerse o los colores simplemente no tenían la temperatura adecuada. Hoy día quinientas esculturas han llegado al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, e incluso han ido a visitar el pueblo de Alejandro Santiago. Lejos de la simetría y acaso de la perfección de los cuerpos del escultor Javier Marín, de rostros más bien occidentales, o de las imponentes esculturas del ejército eterno del emperador Quin Shi Huangdi, que unificó a los pueblos asiáticos combatientes para conformar lo que hoy conocemos como China, las esculturas de Alejandro Santiago son figuras contrahechas que se sostienen con dificultad y que tienen poco movimiento en los brazos. Tienen un aire infantil, pero la energía visual de la obra pictórica de Alejandro acaso se asemeja a la de los trabajos de Tamayo y Picasso. Hay, en cada rostro de estos migrantes, los rasgos de angustia de El grito, del noruego Edvard Munch, pero también de incertidumbre y esperanza de quienes abandonan su tierra en busca de un mejor futuro; y sus cuerpos son un relato de su propia memoria y de sus historias de vida. Las figuras están hechas de barro Zacatecas y en su manufactura intervienen los campesinos, pastores y chiveros del pueblo de Santiago Suchilquitongo, bajo la coordinación de la esposa de Alejandro. Las esculturas están elaboradas con las técnicas de modelaje y pastillaje, pintadas con engobes terrosos, azul cobalto, ocre y manganeso; y quemadas en monococción a alta temperatura. En fila para entrar al horno, a pesar de su tamaño, se antojan figurillas de pan para la fiesta de algún pueblo. Pero al salir adquieren la fuerza de lo que realmente son: los hombres de barro y de maíz de México.

El ejército de Alejandro Santiago en su unidad imponente es un grito de angustia y solidaridad para con los suyos; en su individualidad son hombres, mujeres, niños y perros, cada uno con una lectura estética particular y única. Y cada uno parece querer contarnos su propia historia. Hombres de barro somos, en efecto, los mexicanos, y sería una gloria que hoy a este gran esfuerzo realizado por Alejandro Santiago se sumaran las técnicas de cerámica nacional —bruñido, engobe, talavera, pastillaje, etcétera—, para dar aún más fuerza a esta idea de éxodo. Es la obra de Alejandro Santiago un reto enorme, no sólo por su dimensión, también por el aprendizaje técnico que implican 2 501 esculturas en cerámica, un reto al que debería sumarse, para mi gusto, la amplia experiencia de la cerámica contemporánea en México.


Fotografía de Mundo Nuestro


Fotografía de Mundo Nuestro

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