Hay historias cíclicas, la más vital y absurda es la de palestinos e israelíes. Para no ir más lejos, filisteos y hebreos. Y más recientemente, la tragedia de Gaza y la guerra brutal entre Israel y Hamas, y el mundo al revés. David y Goliat. Este texto escrito por el Eric Hobsbawn, fallecido hace dos años, expone su perspectiva en la coyuntura de la última de las guerras en Palestina, en el 2009, antes de los acontecimientos de este brutal julio del 2014 palestino.
Durante tres semanas la barbarie ha sido mostrada ante un público universal, que ha observado, juzgado y, con pocas excepciones, rechazado el uso del terror militar por parte Israel contra un millón y medio de habitantes bloqueados desde 2006 en la Franja de Gaza. Nunca antes las justificaciones oficiales de la invasión han quedado tan claramente refutadas como ahora, con la combinación de cámaras y aritmética; ni el lenguaje de las “objetivos militares” con las imágenes ensangrentadas de niños y la quema de escuelas. Trece muertos de un lado, 1.360 de otro: no es difícil establecer dónde está la víctima. No hay mucho más que decir acerca de la terrible operación de Israel en Gaza.
Excepto para aquellos de nosotros que somos judíos. En una larga e insegura historia como pueblo en la diáspora, nuestra reacción natural a los actos públicos ha incluido inevitablemente la pregunta: “¿Es bueno o malo para los judíos?” En este caso, la respuesta es inequívoca: “Malo para los judíos”.
Es claramente malo para los cinco millones y medio de judíos que viven en Israel y los territorios ocupados desde 1967, cuya seguridad se ve amenazada por las acciones militares israelíes que sus gobiernos adopten en Gaza y en Líbano, acciones que demuestran su incapacidad para lograr sus objetivos declarados y que perpetuan e intensifican el aislamiento de Israel en un Oriente Medio hostil. Desde el genocidio o la expulsión masiva de palestinos de lo que queda de su tierra natal no ha habido otro programa práctico que la destrucción del Estado de Israel, y sólo una coexistencia negociada en igualdad de condiciones entre los dos grupos puede proporcionar un futuro estable. Cada nueva aventura militar, como las de Gaza y el Líbano, hará que esa solución más difícil y fortalecerá al ala derecha israelí y a los colonos de Cisjordania, que encabezan el rechazo a la solución negociada.
Al igual que la guerra del Líbano en 2006, Gaza ha oscurecido las perspectivas de futuro para Israel. También ha oscurecido las perspectivas de los nueve millones de judíos que viven en la diáspora. Permítanme que no me ande con rodeos: la crítica de Israel no implica antisemitismo, pero las acciones del gobierno de Israel causan vergüenza entre los judíos y, sobre todo, dan pie al actual antisemitismo. Desde 1945, los judíos, dentro y fuera de Israel, se han beneficiado enormemente de la mala conciencia de un mundo occidental, que se había negado a la inmigración judía en la década de 1930, unos años antes de que se permitiera o no se opusiera al genocidio. ¿Cuánta de esa mala conciencia, que prácticamente eliminó el antisemitismo en Occidente durante sesenta años y produjo una época dorada para su diáspora, queda en la izquierda hoy?
La acción de Israel en Gaza no es la de un pueblo que es una víctima de la historia, ni siquiera es el “pequeño valiente” Israel de la mitología de 1948-67, con un David derrotando a todos los Goliaths de su entorno. Israel está perdiendo la buena voluntad tan rápidamente como los EE.UU. de George W. Bush, y por razones similares: la ceguera nacionalista y la megalomanía del poder militar. Lo que es bueno para Israel y lo que es bueno para los judíos como pueblo son cosas que están evidentemente vinculadas, pero mientras no haya una respuesta a la cuestión de Palestina no son y no pueden ser idénticas. Y es esencial para judíos que se diga.
Eric Hobsbawn (1917-2012)
Texto tomado del portal chileno http://www.elciudadano.cl/2014/07/25/109731/a-proposito-de-gaza-por-eric-hobsbawm/ La foto de portadilla es de Reuters