• Martiño Noriega
  • 27 Noviembre 2013
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Por: Martiño Noriega

El 19 de noviembre del 2002 es de memoria ingrata en La Coruña. El Prestige, un buque petrolero que operaba bajo bandera de Bahamas, se hundió con sus 243 metros de eslora frente a las costas de Galicia, ocasionando un vertido de combustible que provocó uno de los mayores desastres ecológicos de la historia España. Diez años después, dice el texto del médico gallego Martiño Noriega, publicado por la revista Sin Permiso (http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6446), “este caso retrata lo peor de este planeta mundo, donde la globalización la mayor parte de las veces es empleada como caballo de Troya de la indecencia y del negocio rápido de un sistema capitalista en crisis, cueste lo que cueste.”


Miro, veo lo que está pasando,

Tengo que alejarme No sé a dónde ir.

Abro la puerta, no se siente más que las moscas

Miro a mis pies, la tierra es una mierda

Caxade-Dança dos moscas

 

La catástrofe del Prestige: sinrazones de estado

Martiño Noriega/Sin Permiso

Nito y Víctor Dios son dos hermanos que viven y trabajan en la illa de Arousa, a dos kilómetros por un puente del continente europeo. Allí trabajaron sus padres, sus abuelos y los padres y los abuelos de sus compañeras Dolo y Mila. Todos ellos dependen del mar para vivir y al mar interpelan permanentemente desde el respeto. En el imaginario colectivo del lugar, la catástrofe ecológica del Prestige hace un poco mas de diez años sirvió para elaborar una respuesta colectiva de dignidad y supervivencia donde nadie sobraba. Pararon la marea negra con las manos, a caballo de sus embarcaciones y establecieron respuestas improvisadas asentadas en el comunitarismo y el reparto de roles de un colectivo agredido, pero no vencido. Pagaron con su salud, respiraron la incompetencia de sus gobernantes, con sus cacerías y sus decisiones erráticas, la falta de competencias delegadas en seguridad marítima de su país, la solidaridad de miles de voluntarios y, con el paso de los años, el terrible impacto ambiental de la catástrofe en los ecosistemas marinos, su medio de vida.

 

Después de hacer todo eso también reivindicaron. Lo hicieron colectivamente con las maletas que emigraban en A Coruña o con la marea de la protesta ciudadana que convocó bajo la lluvia, en Compostela, a la mayor manifestación que se recuerda en Galiza. Lo hicieron individualmente, interpelando con el grito de la desesperación por la falta de medios al presidente de la Diputación da Coruña, escena que todavía podemos encontrar en las hemerotecas de la memoria, lugar donde un hombre manchado y cansado (Víctor) se enfrenta a gritos con aquel del impoluto traje gris que dice que todo está bien. Mientras en los agujeros negros del malestar se instaló durante todos estos años una cierta amnesia característica de la vida moderna y de la indignación a plazos, en la casa de Nito o en el barco familiar, la bandera de Nunca Máis fue siempre algo más que un elemento decorativo o un producto de merchandising.



Foto Comunidaddiariodeinformación.com

 

Pedro Trepat es un prestigioso abogado gallego que, al frente de su bufete con 30 años de carrera, representó a Nunca Máis en la travesía del desierto del farragoso proceso judicial. Lo hizo sin ningún tipo de retribución personal, pidiendo muchos favores a sus compañeros de profesión y poniendo mucho en juego. Su papel, su trabajo y el de su gente fueron reconocidos en la propia sentencia. Eso y el empleo del gallego en la lectura de la misma fueron los únicos gestos sensibles con una sociedad gallega que escuchó la misma insensibilidad de siempre. Entender a Pedro es entender la soledad del corredor de fondo que sabe que los gritos de ánimo de la gente a veces desaparecen durante muchos kilómetros, tantos que la carrera se convierte en una lucha contra uno mismo.

 

Escuchar a Pedro implica ir un paso más allá de lo que indica a primera vista el fallo judicial, un pacto de silencio asentado en razones de Estado que evidencian la falta de independencia de los poderes y que invocan a la sinrazón, una absolución del conjunto a falta de un culpable de parte, una sentencia tendenciosa con una manifiesta insensibilidad social y despreciativa de las pruebas periciales, un aquí no ha pasado nada. El hecho de que el juicio empezara el mismo día en el que se cumplía una década de la tragedia acabando un año después con este resultado, no deja de ser una utilización macabra de los simbolismos.

 

Este caso retrata lo peor de este planeta mundo, donde la globalización la mayor parte de las veces es empleada como caballo de Troya de la indecencia y del negocio rápido de un sistema capitalista en crisis, cueste lo que cueste. El Prestige fue un petrolero propiedad de una empresa de Liberia que navegaba con bandera de Bahamas, pilotado por un capitán griego, con tripulación internacional, explotado por una firma griega y construido en Japón. Transportaba más de 70.000 toneladas de petróleo el 13 de Noviembre de 2002, día que sufrió una grieta en el casco, hecho que fue determinante de su hundimiento seis días después a 250 Km. de las costas de Galiza.



En paralelo al proceso judicial de responsabilidades penales, que se prolongó durante una década, hasta el macro juicio en la audiencia en A Coruña con los resultados conocidos, es importante recordar que fue decisión, en su momento, de la abogacía del estado trasladar la batalla de las responsabilidades civiles del Prestige a los Estados Unidos, en concreto contra la empresa norteamericana American Bureau of Shipping (ABS), responsable de la clasificación técnica del buque y a la cual el Estado español pidió 1.000 millones de dólares por los perjuicios causados.

 

Años después, y con un coste aproximado para las arcas públicas de 36 millones de euros en honorarios a bufetes estadounidenses y británicos, un tribunal federal norteamericano sentenció, antes del juicio de A Coruña, que ninguno de los datos aportados probaba que la clasificadora fuera negligente, sobre todo en la inspección al petrolero los meses previos al accidente. Dicho esto, sería importante comprobar donde trabajan actualmente algunos responsables de la abogacía del estado que en su momento decidieron que la vía civil tenía que seguir este camino retribuyendo por ello con decenas de millones de euros a bufetes extranjeros.

 

La sentencia del juicio del Prestige genera un precedente que podría tener continuidad en otros procesos judiciales como el iniciado por el accidente ferroviario de Angrois. El estado renuncia a asumir responsabilidades colectivas, tanto técnicas como políticas, dibuja con una actitud pasiva los agujeros negros del sistema donde todo vale y busca excusas de mal pagador. La sentencia también evidencia la doble condición periférica de Galiza y el trato chauvinista del estado a su colonia interior. Con un presidente actual (de Compostela) que en su momento bautizó los hilillos de plastilina y con un presidente del pasado (madrileño) que ajusta cuentas con “la izquierda radical que quería tumbar a su gobierno” amparándose en una sentencia injusta, el círculo de despropósitos parece cerrarse.

 

El camino judicial del recurso no parece que esté sembrado de esperanzas. Al equipo de Pedro Trepat (abogados de Nunca Máis) le queda un difícil camino que necesita de apoyo social, tanto humano como económico. La externalización del proceso a un marco jurídico europeo es una posibilidad que no se puede descartar.

 

Mientras, en la illa de Arousa, Nito y Víctor respiran indignación e incomprensión, la misma indignación e incomprensión que respiran miles de gallegos y gallegas que estos días estuvieron presentes en convocatorias de protesta, proceso que continuará con manifestaciones programadas en las principales ciudades gallegas el próximo 1 de Diciembre.

 

Todo este resultado deja muchas heridas, una buena dosis de desconfianza, algún graffiti en las paredes y bastantes evidencias. Acabemos por las últimas. Aquella que me recuerda a mi abuelo diciendo que “al final quien paga siempre es Juan Pueblo” o esta otra, que reconoce nuestra capacidad de indignación colectiva sobre hechos consumados y la necesidad de comenzar a ejercer, vista la feria, la indignación preventiva, asentada en un proceso constituyente y en un sistema económico-social antitético al existente. Valen las dos también para algún graffiti.

 

Martiño Noriega es un médico gallego, Alcalde del Ayuntamiento de Teo (A Coruña) y Coordinador Nacional de Anova-IN

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