• Tere Arabian Couttolenc
  • 09 Abril 2015
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No todas las diásporas son conocidas. Cuánta barbarie es ignorada.

Como la del pueblo armenio, al sur de Georgia, al norte de Irán, en esa encrucijada diminuta en la que arrancan Asia Central y la historia de la humanidad, con el Monte Ararat y la leyenda de Noé de por medio, fundada en tradiciones que se remontan más allá de los 2,500 años.

Armenia, el primer Estado en adoptar el cristianismo en el año 301, antes que el propio imperio romano. Desde entonces con idioma y alfabeto propio.

Armenia, absorbida por la expansión turca en el siglo XV, y desde entonces sojuzgada junto con los otros infieles, los griegos y los judíos, pero no exterminada, como casi ocurrió hace cien años, en el marco brutal de la Gran Guerra, cuando el nacionalismo fundamentalista turco enfrenta con severidad extrema y genocida la realidad de su desmoronamiento. Y decide el exterminio de los cristianos que viven desde hace siglos en lo que les queda de imperio al grito de  ¡Turquía para los turcos!

1915 en Armenia. El imperio Otomano, la vieja Turquía, realiza uno de los más brutales genocidios conocidos en la historia humana: más de un millón de armenios son asesinados. En un hecho todavía hoy incomprensible, provocó, además, la diáspora de uno de los más antiguos pueblos en este mundo nuestro.

Esta es la historia de una familia armenia en Puebla contada por una de sus hijas. (Mundo Nuestro)

 

 

Arabian, Markarian, Vayvayian, Gugassian…

Mis compañeras de primaria me veían sorprendidas cuando recitaba mis apellidos, todos rimaban y no eran comunes. Yo los repetía esperando ansiosamente que me preguntaran de dónde eran para decirles muy orgullosamente “son armenios”, sin embargo ahí se quedaban tanto mi explicación como sus preguntas.

No tenían idea de donde se ubicaba ese país.

Cuando crecí, igualmente orgullosa  ante la curiosidad de las personas que me preguntaban sobre mi apellido, ya podía yo satisfacer mi ansia de explicación y comenzaba a   repetir la historia que desde niña  junto con mis hermanos había escuchado en mi casa:

La civilización Armenia  fue una de las primeras del mundo, aunque  ahora es un pequeño país  justo en el límite geográfico entre oriente y occidente, entre Asia y Europa, y en él se ubica el famoso monte Ararat. Sólo tiene 3 millones de habitantes. Ha sido un país dominado y que ha sufrido mucho a lo largo de su historia, pero los armenios son fuertes y tienen mucha fe, siempre han salido adelante. Ojalá algún día puedan visitarlo, ahí están sus raíces y siempre deben sentirse orgullosos de ser armenios.

El monte Ararat, el símbolo de Armenia.

   

En traje regional antes del Genocidio.

 

Una sola imagen revela la barbarie cometida por el Estado turco contra el pueblo armenio en 1915.

 

Muchas veces sentía la necesidad de compartir que mi familia tenía una historia que la hacía diferente a las demás y que nos enorgullecía;  que mis abuelos paternos habían sido sobrevivientes de una de las peores masacres del siglo XX, en 1915, cuando los turcos invadieron Armenia  y exterminaron a más de un millón de armenios por no abjurar de su fe cristiana para convertirse al islam…

Cuando más  tarde,  a los 16 años  fui a estudiar a Lyon, Francia y viví en la casa de mis abuelos, fue el momento en el que literalmente sentí que debía buscar y rebuscar la historia de la familia. Encontré en la cava de la casa una canasta medio roída por los ratones con una serie de fotografías, cartas de mis abuelos y libros que me hicieron descubrir no únicamente a la Armenia que tanto había escuchado en boca de mi papá, sino también la desgarradora historia de mis abuelos.  Las fotografías mostraban rostros de hombres y mujeres vestidos con trajes típicos armenios de principios del siglo XX con miradas perdidas, llenas de sufrimiento; los libros eran autobiografías de personas como las de las fotografías, que vivieron en carne propia lo que es una deportación. Un libro en especial llamó mi atención: Memoires d’une deportée armenienne (Memorias de una deportada armenia).  Esos testimonios de la historia armenia me llevaron a entender y asumir lo que significaba llevar sangre armenia.  En esa época aunque mi papá ya había muerto lo sentí más presente que nunca en mi vida, y recordé y grabé en mi mente y corazón sus palabras, su testimonio y su hincapié en que no perdiéramos nuestra identidad de armenios.  Entendí por qué le daba tanta importancia a la unidad de la familia,  sus padres habían perdido a sus padres y hermanos durante la deportación impuesta por los turcos, a lo largo del desierto muertos de hambre y sed.

  

La Familia Arabian y unos amigos en el exilio en Francia

 

 

Cobraba sentido el por qué nos  reuníamos domingo a domingo  con el puñado de armenios que vivían en Puebla, los viejos hablaban mitad en armenio mitad en español de sus mismas historias y recuerdos y mis hermanos y yo tratábamos de entender el porqué de  sus lágrimas  y sonrisas.   En fiestas importantes para los armenios como Navidad y Pascua  las mesas estaban repletas de platillos armenios perfectamente presentados y que habían costado a las mujeres horas de trabajo que rápidamente olvidaban  al presentarlos así en abundancia y sabiendo que todos nos íbamos a deleitar, ellas con sus miradas satisfechas de lo que habían lograda   querían decirnos  “Ya no sufrimos de hambre, ni de sed, ni de lutos.  Disfrutemos lo bueno que tenemos en este país, México, que nos abrió sus brazos cuando tuvimos que huir del Genocidio”

 

Tengo muy presente que el día de nuestra Primera Comunión, a cada uno de mis hermanos,  mis abuelos nos mandaban una Cruz Armenia, llevarla colgada en el cuello era como un sello y aún ahora cuando nuestros hijos han hecho la Primera Comunión reciben por parte de sus tíos armenios  la cruz que será también un recuerdo de sus raíces.

Siempre sentí curiosidad por aprender armenio, mi papá compró libros para aprender, eran rojos, llenos de signos que nunca pudimos pronunciar… Los hojeamos tantas veces que aún ahora recuerdo los dibujos.

Esta es la historia de mi familia, la llevo en mi sangre y en mi corazón:

Mi abuelo  Roupen Arabian Vayvayian era terrateniente en Armenia, su familia era propietaria de grandes extensiones de tierra y platicaba que requería de varios días para recorrer a caballo toda la propiedad.  Cuando empezó la invasión turca alrededor del año 1910 la familia de mi abuelo decidió salir el país, solo lo lograron él y un hermano, su demás familia murió en el desierto. Dejaron todo solo tomaron algunas monedas de oro que forraron y colocaron como botones en sus sacos. Esa pequeña fortuna les permitiría empezar una nueva vida.   En las montañas armenias mi abuelo encontró a mi abuela Zaroui Markarian  que solo tenía 16 años y había perdido también a toda su familia, juntos empezaron el viaje que los alejaba de su patria pero los acercaba al país que los acogía: Francia. 

 

Roupen Arabian fotografiado con traje de cacería; uno de sus pasatiempos favoritos.

 

Ahí nació mi papá Emmanuel y sus hermanos Myriam, Joannés y Hasmick.    Con las monedas de oro que lograron sacar de Armenia pero sobretodo con la ayuda y solidaridad de cientos de armenios que también habían vivido lo mismo que ellos,  empezaron una nueva vida. Mi abuelo compró una cámara fotográfica que en esa época era una novedad y empezó el oficio de fotógrafo con eso sostuvo a su familia.  Cuando íbamos de vacaciones a Francia  veíamos las cámaras que habían servido a mi abuelo y nos hacían admirarlo, con ellas y por supuesto su arduo trabajo había logrado construir la casa familiar en la que de niños llegábamos durante nuestras vacaciones y en la que aún ahora nuestros hijos y nietos siguen disfrutando.    En el jardín de la casa, que mi abuelo cuidaba con tanto cariño  y que en verano estaba lleno de flores sin orden ni  planeación  pero en el que nos sentíamos como en un lugar mágico, nos  sentábamos a escuchar historias de la familia  en las que siempre salía a colación  las virtudes de la raza armenia y en las que mis hermanos y yo sin decirlo a los demás muy seguramente  hacíamos una auto promesa de hacerlas  nuestras: actitud valerosa ante las situaciones difíciles de la vida, unión en la familia, Fe en Dios, trabajo honesto, vida sobria.

Mi papá era un ejemplo de esas virtudes, en la casa nunca hubo excesos, ni cosas  superfluas. Mi papá tenía muy fresco en la memoria lo que sus papás habían vivido durante la deportación de Armenia a Francia, el inicio difícil en ese país en el que no hablaban el idioma y años después  los sufrimientos durante la 2ª. Guerra mundial, las carencias, el revivir nuevamente el miedo a la muerte y posteriormente lo que él como adulto viviría en un viaje a México donde el destino lo trajo sin haber estado nunca en contacto con este país, sin hablar el idioma pero en el que se quedaría hasta su muerte en 1979 a los 49 años al haber encontrado a mi mamá Josefina Couttolenc.

 

Mi mamá siempre compartió con mi papá su gran cariño  y respeto a Armenia; recuerdo que en ocasiones especiales mi mamá nos llamaba a sus 6 hijos (Myriam, Jóse, Sara, Verónica, Tere y Emmanuel)  a la cocina a enseñarnos  lo que mi abuela Zarouie le enseñaba a preparar cuando íbamos de vacaciones a Francia, mi papá cuando veía los platillos en la mesa y sabía que todos habíamos participado en la preparación se llenaba de orgullo y nos decía frases en armenio que ahora recordamos con mucho cariño:

 

Երեխաները մեծ աշխատանք  (  Yerekhanery mets ashkhatank’!)  Niños que gran trabajo!

Թող ընտանեկան օգտվելու.      ( Yekek’ vayelel yntanik’! )  Vamos a disfrutarlos en familia!

 

Mil preguntas tenemos sin respuesta de nuestra familia armenia, pero también mil certezas de que ahora a miles de  kilómetros de ese país de nuestras raíces, escuchar hablar de él nos hace sentir un orgullo profundo, un hondo respeto y un deber de recordarlo.

 

Tere Arabian Couttolenc

Febrero 2015. 

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