• Sergio Mastretta
  • 16 Enero 2014
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Por: Sergio Mastretta

Al final de la cuenta de años de Volkswagen en Puebla (e-consulta, 13 de enero http://tinyurl.com/myx9qlt) las cifras  comprueban qué tanto la ciudad y el estado han  llegado a depender de ella: genera el 40 por ciento del producto interno bruto estatal (195 mil millones de pesos en el 20012, repartidos 25 por ciento la planta y 15  por ciento las fábricas de autopartes que como hongos irracionales han surgido a su alrededor). Más de diez millones de autos producidos (1.69 millones  de vochitos entre ellos) y 11 millones de motores; si en 1967 salían 75 autos al día de las líneas de producción, para el 2011 salían 1369: vochos, combis, brasilias, caribes, golf, jettas, boras.  42 mil obreros de tres generaciones.  Uno de cada cinco pesos que se pagan a los trabajadores en Puebla.

Hablamos entonces de la explicación de la viabilidad (sobrevivencia) de la sociedad poblana moderna.

En la cuenta no aparecen las huelgas ni los conflictos sindicales. Huelgas que muchas veces han sido verdaderos paros patronales. No se habla de la CTM, de la Unidad Obrera Independiente. No se dice nada del sindicato de trabajadores de la Volkswagen. Nada se dice de los innumerables despidos por sobreproducción de automóviles. Ni de los miles y miles de contratos temporales. En las cifras no se da cuenta del brutal fuelle del mercado. Entran insumos salen autos. Entran obreros, salen obreros. La vida es un estira y afloja distendido a lo largo de los balances financieros.

¿Cuántas utilidades han dejado los diez millones de autos? La pregunta vale si se mira al futuro. Porque para la ciudad no hay otro sino Volkswagen.

Al final, no hablamos más que de la historia de la relación entre el trabajo y el capital en Puebla. Capital trasnacional ante la ausencia del local. Tecnología externa contra la incapacidad de una sociedad rezagada. Fuerza de trabajo rendidora y experta. Enclave industrial moderno en nuestro subdesarrollo. Alemania en su claustro hiperventilado y exquisito de México. La amenaza de abandono a la madre abnegada. Si se porta mal, me llevo la planta de motores a Guanajuato. Te portaste bien, entonces tiéndete con tu parte en los llanos de Audi.

Mundo Nuestro presenta esta crónica de los años ochenta, cuando los conflictos laborales eran la primera orden del día. Es la memoria del trabajo que ha producido riqueza durante 50 años. El capital alemán puede ser visto  por muchos como una bendición. Pero no ha sido un regalo.


9 de julio de 1986. Hace apenas 15 minutos llovía torrencialmente. Ya pasan de las siete pero aún no oscurece. Paró la tormenta en la gran explanada del estacionamiento para autos de los trabajadores, paró la tarde. No se ve un charco, unos diez mil obreros se apiñan frente a la tribuna del toldo amarillo. Hace treinta segundos todo era griterío, pero ahora, en un instante, la mayor parte de los presentes levanta la mano y ya sólo se distingue un murmullo apagado de abucheos, chiflidos y viento. Luego la voz de Facundo Antelmo Ochoa, líder del sindicato, con una chamarra roja de vivos blancos y negros en los hombros, se escucha apretada entre una centena también enchamarrada de sindicalistas –delegados seccionales, comité de huelga, comité ejecutivo-. Aguda, febril, la frase la oyen todos:

   --¡Se levanta la huelga, compañeros...!

   Vuelve el murmullo, por un momento es abucheo, mentadas. Una ola instantánea de furia estalla y se disuelve. Entonces las manos bajan. Se acabó la huelga. La noche se desencadena.

   --Los del tercer turno pueden entrar, pero es tiempo extra compañeros, las labores se reanudan hasta mañana –sigue la voz, pero ya no hay asamblea, ya es detalle. El atardecer vuelve a serlo: se enciende por fin el alumbrado; la gente se dispersa; los representantes sindicales bajan de la tribuna; grupos eventuales se acercan a ellos para pedir instrucciones sobre su reinstalación; arrancan los autobuses del sindicato independiente; grupos de seccionales empiezan a quitar las banderas de huelga de la caseta principal; al fondo, hacia la autopista, los automóviles de los obreros se embotellan y los autobuses de transporte de personal, repletos, lanzan claxonazos de furia. Todo recuerda la salida de un partido en un estadio de fútbol con la derrota del equipo de casa, pero esta tarde termina la revisión del contrato colectivo de 1986, los trabajadores de Volkswagen han aceptado un aumento directo al salario de 71% más otras prestaciones.

    Atrás quedaron las especulaciones de los últimos días: el sindicato pide 110% y la empresa sólo ofrece 63. Los porcentajes sin duda rebelan la era inflacionaria. En 17 días de pláticas no hay cambio de postura. El día del estallamiento, el 1 de julio, el sindicato se baja a 80 pero la empresa no negocia. Es obvio que le conviene la huelga. Las ventas están bajas: un ejemplo, en enero de 1985 vendió 7 mil 440 unidades, en enero de 1986 tan solo 4 mil 225, 43.2% menos. Un último hecho: 15 mil unidades de sobreinventario se encontraban en los campos de la fábrica el día que pusieron las banderas.

Agencia Enfoque

 

   Aguacero   

A las 6:20 de la tarde del 9 de julio todavía hay 60 trabajadores en cada una de las 12 casetas de guardia. A esa hora, los autobuses del sindicato independiente permanecen estacionados frente al hotel Mesón del Ángel, lugar donde se realizan las pláticas, desde las ocho de la mañana, entre la empresa y trabajadores. Por la mañana, a las 11, en la gran explanada del estacionamiento, los obreros se enteran de que la empresa se planta en 67%. Siete horas después, los huelguistas están mentando madres, la mayoría sin comer, esperando la llegada del comité ejecutivo. Varios de ellos se amontonan alrededor de dos caribes que bloquean el acceso a la planta por la autopista. Cuando se suelta el aguacero todavía se ve el sol entre los volcanes. Inesperada, la lluvia obliga a la carrera: a los autobuses, a los coches, a las casetas, a los puestos de tacos y refrescos, al paso a desnivel en la autopista. Dos hombres llegan corriendo a este último refugio, empapados y sonrientes. “Me cae de madres que de puro coraje yo no me bajo de 80”, dice uno. “me cae”, dice otro.

            Sigue lloviendo pero ya acabó el aguacero. Ahora todos corren hacia la explanada. Pasan los autobuses del sindicato independiente, en ellos vienen los del Comité Ejecutivo y los delegados seccionales –hay uno por cada 150 trabajadores-; la asamblea va a dar comienzo de inmediato. Cuando los representantes sindicales suben a la tribuna de toldo amarillo, una masa ordenada grita “Ochenta, ochenta, ochenta”. Ya no es posible acercarse a la tribuna, hay que arrimarse a los altavoces; todavía en la mañana el conjunto musical del sindicato amenizaba a los huelguistas; por ellos; ahora han arrimado los instrumentos y los líderes están formados como para la fotografía (el que se mueve, no sale), todos serios con sus chamarras rojas. Facundo Antelmo Ochoa, obrero de control de calidad y secretario general del sindicato está al frente, exactamente al centro.

 

   Marcha

A las mismas 11 de la mañana, mientras los obreros repudian en la asamblea extraordinaria 67%  ofrecido por la empresa, una marcha de diez mil personas avanza por la avenida Reforma hacia el Zócalo de la ciudad de Puebla. Son los vendedores ambulantes, la eterna pesadilla del gobierno local. Muchos de los hombres ni siquiera se quitaron los mandiles; las mujeres con sus delantales azules y sus rebozos traen el “que le gusta marchante” en la boca. Y lo que más se ven son mujeres. Gritan muchas cosas, muy bien podría ser una manifestación de obreros o campesinos. Resalta algo: “Precios baratos o no hay traslado”, Es que el gobierno los quiere sacar de ahí; por fin les ha construido un mercado y les dice que ahora sí se tienen que salir. Pero ellos no se dejan, exigen precios accesibles y rutas de camiones para llegar fácilmente al nuevo local. Así que cualquier día, a cualquier hora, en los alrededores del mercado de La Victoria pueden verse casi tantos puestos como en Tepito y, en los buenos tiempos, encontrarse de la mejor fayuca. El comercio se queja, dice que les quitan clientes, que así la competencia es desleal. El gobierno también se queja, alega que una ciudad moderna como Puebla no puede mantener el centro congestionado; además, afean la ciudad. Unos y otros, en los periódicos, desde hace años, se quejan, dicen que los ambulantes se juntan con los revoltosos de la ciudad, y ésos, todo el mundo lo sabe, son comunistas.

            También marchó una representación de los trabajadores de la Volkswagen. Vienen  al final, portan una gran manta con el escudo sindical, pero les abren paso y ya en el zócalo quedan a un lado de la tribuna que los líderes de los ambulantes armaron sobre un camión de redilas. El primer orador es Arturo Garduño, responsable de la Secretaría de Deportes del Sindicato Independiente. Habla en general de la necesidad de unidad de los obreros y el pueblo para poder resolver verdaderamente los problemas. Luego vienen otros oradores y el mitin se desorganiza, la multitud se disuelve entre la arboleda, presta más atención a los vendedores ambulantes de paletas. Las marchantas se sientan en el suelo y platican entre sí.

 

   Calma y nos amancemos

--En principio...– se alcanza a oír por el magnavoz, pero la gritería impide que la voz de Facundo Antelmo Ochoa llegue a todos.

   --¡Cabrón, ya te vendiste!- grita alguno, pero sobre todo la rechifla es incontenible.

   --¡Compañeros, pedimos la disciplina –de nuevo la voz del secretario general-... todos tendremos que salir juntos...!

   Sube de tono la algarabía. Brazos enchamarrados piden calma desde la tribuna. Vuelve la voz del altoparlante:

   --Les queremos manifestar a ustedes que estamos conscientes de que están esperando bien cansados...

   Más gritería: --¡Como tú ya comiste!--. Luego un respiro:

   --Las decisiones que se tienen que tomar no tienen que ser precipitadas porque son en beneficio de todos ustedes y todos nosotros conjuntamente con nuestras familias. De antemano agradecemos la presencia de ustedes en nuestra asamblea, pero únicamente pedimos que aunque sea mínimo, sean comprensivos, nada más. Para dar inicio...

 

   Memoria

“Nuestro sindicato es una organización independiente, democrática –me explica Arturo Garduño-, es una de las más jóvenes. Hemos tenido golpes, y duros, pero lo que cuidamos es dar pasos seguros, no correr para que al rato nos caigamos desde lo más alto”.

   En 1974, en una asamblea realizada la Arena Puebla, los obreros de la Volkswagen abandonan a la CTM de Blas Chumacero. Bajo la dirección de Diego Ortiz Balderas, colaboran al crecimiento acelerado de la Unidad Obrera Independiente de Ortega Arenas. Los actuales dirigentes no dejan de reconocer los logros de entonces. La construcción del deportivo, la unidad habitacional y el propio local sindical. Pero la corrupción de los dirigentes orilló a los obreros a abandonar la UOI. Ernesto Picazo, secretario general del comité 1979-1981 fue derrocado en 1980. Siguió el comité de Alfredo Hernández Loaiza, quién provocó revuelo por su intención de modificar la cláusula 14 bis para poder reelegirse. En el sindicato independiente no hay reelección para ningún cargo del comité ejecutivo y sólo pueden ser electos los delegados seccionales. Los trabajadores de Volkswagen han realizado siete huelgas desde la fundación de la planta, la más larga en 1982, cuando tras 28 días de huelga terminaron por aceptar el ofrecimiento de la empresa.

   “Ningún comité ejecutivo ha regresado a las áreas de trabajo –dice Garduño--. Esto perjudica en gran forma, porque toda esa experiencia acumulada en tres años desaparece. Salen por intereses personales, por la política, que más que política es una grilla que se lleva dentro de las áreas de trabajo y la empresa se encarga de propagar, porque sabe que un trabajador que fue del comité ejecutivo y que regresa es una base de fortalecimiento para nuestra organización”.



   No cabrón...

--Para dar inicio...

   --¡Ochenta, ochenta, ochenta! –los gritos lo interrumpen. No se sabe si deja de hablar, pero el número que se repite hasta diez veces por la multitud no permite averiguarlo.

   --...ante la opinión pública –sí, Ochoa siguió hablando--... Como determinamos, como dijimos.

   El ambiente se carga. Ahora la gritería es más fuerte, pero la voz del secretario general se escucha sobre todo:

   --...es la base, la que va a determinar... Nosotros como representantes de ustedes, Comité Ejecutivo, todos los compañeros seccionales, Comisión Revisora, somos participes  de la voz directa de la base. En este caso nosotros queremos manifestar, agradeciendo el apoyo de todos ustedes...

   Se vuelve a encender la base:

   --¡Cállate lambiscón!

   --¡Ya te vendiste!

   Facundo Antelmo Ochoa no se inmuta.

   --Desde el punto de vista a la representación, el punto al que se ha llegado, ese punto al que consideramos de arreglo, ya que hasta el momento el porcentaje que traemos sin que todavía ustedes lo escuchen, sentimos que es el punto de arreglo. Como representantes...

   Rechifla, gritos, en medio de todo sigue la voz:

   --...vamos a dar a conocer a ustedes el resultado de la revisión, tanto en lo clausulado como en prestaciones y salario. Por último, la base es la que tiene que determinar... Si nosotros seguimos con nuestro movimiento compañeros, así será y juntos tendremos que hacer las movilizaciones que sean necesarias. Únicamente queremos manifestarles que como representantes consideramos el arreglo. Si la base ahorita con su voto dice no, es respetado, compañeros, estamos entre compañeros y pedimos ese respeto. Pero nosotros hemos podido arrancarle a la empresa un aumento directamente al salario: 71 por ciento...

   Su voz se pierde. Del murmullo que se levanta de entre la multitud sólo puede entenderse el grito de “¡no, no, no cabrón!”

 

   La isla de la fantasía

“¿Cómo es el trabajo en Volkswagen? Un ejemplo, la inspección final de cigüeñales de Caribe, en la nave seis: tres trabajadores pasamos la jornada junto a un dispositivo automático Marposs, sistema que en un minuto, por medio de unos palpadores verifica diámetros de bancada, muñones de biela, volante de motor, distancias, ovalidad, cabeceo, conicidad, paralelismos, es decir todo en ese laberinto de formas que es un cigüeñal. Y además pinta de colores diversos –según el error detectado-- el lugar exacto que no pasa el control de calidad. Y se le prenden foquitos, tres hileras de 21 foquitos; la hilera superior en verde para lo que sale OK, la intermedia en rojo para el desecho, la inferior en amarillo para lo que se debe regresar a reparación. Pasan 60 cigüeñales cada hora por el dispositivo Marposs. Dos trabajadores los reciben para su inspección visual: revisan posibles golpes, fallas de maquinado –cuerdas barridas, encimadas--, otras fallas. El tercer trabajador está ahí porque últimamente no anda bien el Marposs, no pinta lo que debe pintar, así que él no pierde de vista el tablero de los foquitos y suple a la máquina”

   “Todo lo tenemos que hacer bien –dice un trabajador de ejes-, si cometes un error, el supervisor mete el reporte a Relaciones y ahí la palabra del licenciado en turno siempre es ‘se va usted a la calle’, ‘cometió sabotajes’, o ‘su error ocasiona a la empresa un retraso’. Un jefe nunca dice ‘qué bien’, nunca da una motivación humana. Si la riegas te cagan, te regañan, ¿así cómo te hacen sentir? A ellos les dan cursos de relaciones humanas, pero no los aplican.

   “Y en un trabajo así cómo no te vas a equivocar –ahora comenta un compañero de cigüeñales--, cinco años haciendo lo mismo vas a ver si no te gana la monotonía, el aburrimiento. Pasas a ser parte de la máquina, te conviertes en ella, te llegas a robotizar. La práctica, la habilidad te pueden convertir en el mejor trabajador, pero hasta ahí llegas”.

   “Aquí tú tienes que ser obrero especializado, pero nomás te especializas en una cosa –dice un obrero de ejes--, sí, pagan bien, pero así de difícil el trabajo: sólo un obrero experimentado, con más de diez años puede darle el juego axial que va de tres a seis centésimas de milímetro al tambor que se ajusta al eje. Él sabe lo que tiene que apretar y no se ayuda de ningún aparato”.

   “Pero eso no lo ve la empresa –dice un tercero, de control de calidad--, tampoco piensa en lo que puede provocar el ruido, un chirrido, el sopleteo. Por eso hay tanto vicio entre nosotros, por eso todos los viernes nomás se piensa en chupar, por eso entras al vestidor, a un baño y te llega el olor a quemazón de mota. Y me cae que muchos supervisores se hacen mensos, porque saben que así la gente rinde más”.

   “Volkswagen es la isla de la fantasía, mano –dice el de cigüeñales-, los que están dentro se quieren salir y los que están afuera nomás piensan en entrar.”

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