• Sergio Mastretta
  • 15 Mayo 2014

Escribí la semana pasada en la presentación de estas crónicas de los años 88 y 89 que llevaron a la creación del PRD en mayo de ese último año:

“Nunca quedó claro en qué medida el perredismo conformaría  un verdadero proyecto de nación alternativo a lo que el PRI y el PAN proyectaron para México --aliados en lo esencial-- a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.”

Lo ocurrido en el Distrito Federal a partir de 1997, cuando Cuauhtemoc Cárdenas gana la gubernatura en una dinámica que con los sucesivos gobiernos perredistas (Cárdenas, López Obrador, Encinas, Ebrard, Mancera forma ya una realidad histórica, obliga a matizar lo dicho.

Visto en el largo plazo, sí podemos hablar de una ciudad de México antes y después de la llegada del Partido de la Revolución Democrática al gobierno del Distrito Federal. O de antes, el PRI, y después, el PRD.

En qué medida las transformaciones sociales impulsadas por un gobierno de izquierda  en la ciudad de México --en muchos sentidos la ciudad más progresista del país--, dan cuenta de lo que pudo haber sido una alternativa nacional de haber llegado a la presidencia de la república López Obrador en el 2006. Esa es la gran interrogante que se mantiene sobre un partido de izquierda que cumple veinticinco años como opción de gobierno para los mexicanos. En qué medida las contradicciones que se manifestaron desde sus orígenes han determinado su desarrollo.

Sirvan estas crónicas para reconocerlas.

 

 

            Lunes 29 de Agosto de 1988

 

Colorín colorado, el sistema alcanzó la orilla

 Último día de plantón cardenista en San Lázaro. Por la mañana los diputados aprueban los 300 uninominales. Jiménez Morales sonriente al fin se deja abrazar por sus huestes y las palmas y apretones configuran el chapoteo del sistema constitucional que pudo alcanzar la orilla. Para los priistas terminaran los sombrerazos, recogen portafolios y lápices y dejan para el olvido la cobija de preguntas que arrastraron los últimos quince días. Sigue el receso vespertino. Por la noche, piensan, lo de los plurinominales será juego de niños. Los panistas, más allá del bien y del mal, guardan en la mochila sus 38 diputaciones, la mejor cosecha de su historia. Del otro lado, a los cardenistas les queda otra tarea: explicar a ese conglomerado de ánimos y fuerzas que los entendidos llaman el México que se expresó el 6 de julio,  que finalmente no transaron con los priistas. Y para su desvelo, afuera los espera impaciente una masa aferrada a la explanada con la firmeza del redondo escudo de bronce al edificio de los legisladores.

A las 5:30 de la tarde OVACIONES reclaman el fin de la pesadilla: “Colorín colorado, todo arreglado; tras la tormenta prevaleció el orden constitucional”.

Arriba, en el cintillo, da cuenta de los 45 muertos de la explosión de Pemex en Veracruz. Pero los capitalinos ni se fijan en los puestos de periódicos en el zócalo: pasan como el viento en el cielo gris, indiferente a las piedras de Palacio y Catedral; cada uno despliega sus planes y preocupaciones, y uno se pregunta si hoy es lunes y a unas cuantas cuadras se decide el destino nacional. Al centro de la plaza ondea la tricolor: el lugar común recuerda tantos amaneceres escolares, tantas retóricas oficiales alrededor de la patria democrática. En el verde intenso sobre el gris del aire descubro un inmenso parche verde, puntada tras puntada, la costura de la penuria en la bandera.

         De Palacio Nacional al Congreso  por la calle de Corregidora.  Un horizonte de casonas coloniales y tendederos ambulantes, de sonidos agudos y musicales que recuerdan la necesidad que tenemos del cine para montar las artes cotidianas de la sobrevivencia. A la entrada de Corregidora una docena de rostros gringuitos se emplazan al cielo;  treinta mexicanos observamos incrédulos a los Aleluyas cantar “Detrás del mundo, la cruz que nace no vuelve atrás”  y su canto no diluye el  sonante gangoso de una yerbera que también compite por el pan del cielo con su crema de ojo de pescado para callos y mezquinos, y así nos sentimos de esos rostros blancos candorosos, buscando el rostro divino oculto para todos tras esa capa de gases y  estiércol que respiran los capitalinos.  Mezquinos, digo, ante ese canto estilo  Up with peopl” con el que los gringos le dicen al mundo que sin ellos todo sería un error apocalíptico.

           Más adelante la calle prueba su calidad de Corregidora del destino nacional: el paraíso de GATT en el argot de la marchanta del puesto de duraznos. Desde televisores hasta matamoscas se disputan la banqueta. El mercader pone en su lugar la política monetaria al ofrecer un pantalón para el niño, para la niña, para la escuela, para el diario a cinco varos;  la mujer  de la cápsula de víbora y la grasa de coyote no necesita de la lengua de la mercadotecnia prueba su existencia con el hombre que ofrece cochecitos, cuchillos, abrelatas, extensiones, perfumes  y diez cosas más y que dice “ante aproveche gente, desmerece en su costo, en su valor, pero no en su calidad, aproveche, de cuatro mil la pieza que le guste, ande gente, págueme la ridícula cantidad gente”.  Corregidora es una calle larga, ondulante, a la que le corrigieron el final con la pieza abierta del edificio del Congreso. Adoquinaron el pavimento y pintaron sus caserones, pero persisten los callejones, las putas, los judíos y los fayuqueros. 

        A las seis de la tarde el perfume gelatinoso del a pulquería impregna al aire eterno de la Candelaria de los Patos. El Metro corta los antiguos pantanos. Se atascan las vecindades y las unidades habitacionales y en la calle sólo importa el estira y afloja de la merca, del regateo  del precio del tenis, la camisa, la grabadora y la carne de mujer en los aparadores de las zapaterías.  Corregidora desborda el espacio del Centro Histórico, es la calle del mercado mexicano.   Corregidora corrige desastres y miserias, exprime salarios y distribuye la migaja que el capital otorga a quienes salen a la calle con el cuchillo de su lenguaje para vender lo que se encuentre y a quien sea.

      Al fondo, un muro, el Palacio Legislativo.  Y en la explanada casi un avispero, la romería de los cardenistas.  





18 de mayo de 1989

            El collar de Cuauhtémoc

            Cuauhtémoc Cárdenas se bajó de la camioneta. Había terminado el mitin en Atlixco y lo esperaba un mixiote y una sombra que detendría el sol ardiente. Pero tuvo que enfrentar a Salitas.

            -Nos acaban de golpear y somos cardenistas, ya tenemos oficinas, pero esos oportunistas no nos dejaron hablar…

            Era Salitas. En calzoncillos, con signos de PRD y la bandera nacional pintados en el torso desnudo. Atropellado, como si quisiera llevar en su alboroto al hombre que ha puesto de cabeza el sistema político mexicano, pero que tuvo que bajar de la nube de la dirigencia histórica hasta el páramo de la izquierda local. Miró al inconforme desde la cúspide de su ceño fruncido.

            -Lo esperamos para platicar donde sea conveniente, pero no aquí y menos a gritos –le dijo.

            -Le regalo mi credencial --espetó Salitas y se la puso en las manos, con su foto y su número de afiliado-- en acto simbólico, para que usted vea que estamos en contra de esos oportunistas que se suben con usted al templete pero que no tienen trabajo de base…

            Pero no entendía nada Cuauhtémoc. La multitud en remolino esperaba, sudaba. Había escuchado la ambulancia que se llevó a Emilio Romero Galindo agarrándose el estómago. Cuando lo bajaron a paradas de la plataforma a la derecha del templete; había visto a los cuatro muchachos del movimiento inquilinario de Atlixco en calzoncillos, amenazando con encuerarse si Cuauhtémoc no los escuchaba y no los ayudaba a “expulsar” al priísta José Luis Trujillo”, había oído a Jesús Aroche suplicarle a Salitas que ya no mamara; se había confundido con los gritos de “Muera Talamantes” que les aplicaban los campesinos cuando alguno amenazó “Mira Félix, ya no le eches fuego a la hoguera”. Y por un instante –el del marasmo de la izquierda poblana-, la multitud se quedó sin entender nada. Como Cuauhtémoc.

            Joven, las diferencias se tienen que discutir en las bases- dijo para volver a su camioneta.

            --¡Somos de Santiago Xalizintla, de San Mateo Ozolco, de San Nicolás de los Ranchos, de….! --le gritaban a Gaudencio Ruiz García. Eran los campesinos de Salitas.

            Ya se había ido Cuauhtémoc con todo su templete al mixiote. El diputado les decía: “Miren, esto que pasó se da porque ustedes no asisten a las asambleas. Arrastrando estilos muy sucios de trabajo. Si la gente no está cuando se toman decisiones, las toman ellos, ellos se nombran y se quedan con los puestos dirigentes. En el PRD se va a poner orden cando tomen las decisiones de los pueblos”.

            “Y es que nadie tiene el patrimonio de Cuauhtémoc”, respondió un campesino.

            “Tienen que estar presentes los representantes de los pueblos en la asamblea del próximo día 27. Si no vamos a repetir lo que hace el PRI, el campesino nomás va a servir pa llenar mítines.”

           

            Templete

            Caminaban hacia el zócalo de Atlixco. Una mujer emocionada repartió collares hawaianos, le puso uno a Cuauhtémoc. Walter Vallejo le arrebató uno y se enrolló el cuello. Luego estuvo en el templete, anunciaron su nombre y saludó con el puño en alto. Nadie le preguntó por el futuro del PRD, en manos de los campesinos cardenistas que llegaron a escuchar a Cuauhtémoc.

 

            9 de noviembre de 1989

 

            Del caudillo al partido

 

            Dos días de gira cardenista. Un vistazo de la realidad contradictoria del nuevo partido. Sus avances innegables en el campo; la encrucijada que viven los militantes de la izquierda poblana que en él se la juegan, sus quiebras, sus disputas y sus alianzas.

            Por encima de todo, un acercamiento a la actividad de la izquierda y sus caudillos locales que más allá de la catacumba universitaria de los ochenta están ligados a la insurgencia campesina. En la coyuntura de un proceso electoral encarrilado en el proceso de construcción del partido en Puebla, y en la dinámica de enfrentamientos entre las fuerzas políticas que lo constituyen a nivel nacional, en el PRD poblano es fundamentalmente campesino. Sí, como se rumora, el partido gobernante maneja la probabilidad de perder unos veinte municipios, es obvio que muchos de ellos serán perredistas. Metido en la dinámica de lucha partidista, este sector de la izquierda poblana parece vivir una oportunidad histórica.

           

            En Oriental el lunes

            “Nos vamos a ir a Teziutlán, se lo digo de una buena vez”, le espeta Cuauhtémoc Cárdenas a Jorge Chávez. EL perredista poblano viajó con el líder nacional desde Pahuatlán: es estratégica esa zona, argumentó, lo están esperando, ya está todo organizado. Nada, el ingeniero en sus trece. Y María de Jesús Camacho, ex del PPS y candidata del PRD en aquella ciudad serrana pierde el color, pero no la voz: “Oiga señor, nos están dejando solos. A nosotros nos dijeron los del comité estatal, organícense, es posible que vaya Cárdenas. Ora ya están todos entusiasmados...”

            “Lo siento –dice Cuauhtémoc-, ¿Usted cree que voy a llegar a las tres de la mañana a los pueblos de Tehuacán? Desde hace cuatro días yo sabía que no iba a ir a Teziutlán”.

            Todavía no se rindieron. Lo siguieron desde el quiosco hasta el restorancito en la estación ferroviaria. Cárdenas taqueaba arroz, frijoles y barbacoa. En las otras mesas los directivos estatales murmuran: la culpa es de García Rocha, programó esto desde México, no se le ocurrió ver un mapa. María de Jesús Camacho no come, no claudica y busca una alternativa: un mensaje grabado, ingeniero, para que pase por la radio. Muy bien, dice Cárdenas; se distrae con un jubilado ferrocarrilero, que en el mitin amenazó con tomar la alcaldía y cerrar las carreteras en caso de fraude: “Este es un pueblo de revolucionarios, ingeniero, aquí están enterrados los que volaron el tren de Grajales...”

            Luego, encerrado en la camioneta, solo, Cárdenas graba el mensaje, imagina una multitud de teziutecos. Se baja, se despide: “Ahora sí, a darle duro”, dice a los serranos.

            María de Jesús Camacho, menudita, altiva, con una larga trayectoria de lucha en el PPS serrano, se pega a la oreja la grabadora. “Casi no se entiende lo que dice, pero dejó claro que el PRD no motivó la ruptura con el PPS”. Y se fue a la Sierra con Jorge Alcocer, enviado de Cárdenas para explicar su ausencia.

            De camino a Tlachichuca comentan Rubén Moreno y Adolfo González Zamora, de la dirigencia estatal, sus relaciones con el centro. “Yo lo creo firmemente dice el Loco González Zamora-, para construir el PRD se necesita romper con el mito de Cárdenas, esa es una idea que tenemos en Puebla”.

            En Yehualtepec al día siguiente: Es un pueblito a medio kilómetro de la carretera Puebla-Tehuacán. Antes de llegar  blanquea una de las granjas avícolas del hombre fuerte de la región. Oscar Hidalgo. Al fondo, la visión desértica de la serranía.

            A Cárdenas lo espera un mariachi, cohetes, medio centenar de campesinos y calorón del valle. Será el mitin más flojo de los dos días de gira. Pero el ingeniero no se amilana, camina al frente de los perredistas congregados, al lado del candidato a presidente municipal Tereso Sánchez. Serio, lo interroga: qué tal la campaña, que tan grande es el municipio, cuantas casillas hay, cuantas han asegurado presencia de militantes... A todo responde Tereso. El ingeniero sigue caminando.

            “Aquí el principal problema es del agua”, me dice Tereso al lado de Cuauhtémoc. Son siete, ocho mil habitantes en Yehualtepec, declarada reducción de indios por la Corona española desde 1549. Hoy tiene dos primarias y una tele secundaria, y los niños de la estatal se asombraron cuando los cardenistas llegan a la plaza a la hora del recreo, a la hora del sol, que quema y obliga a el mariachi a ganar la mínima sombra.

            “Acérquense –grita el maestro de ceremonias--, que no les dé vergüenza ser cardenistas”.



            Los campesinos

            Los tonos de la democracia tropical: de la banda del pueblo al conjunto del pueblo está el abismo entre el pulmón a la electrónica. De los viejos de trompeta, tambora, platillos y clarinete a la electrónica de la guitarra y el sintetizador. Y el órgano desastroso: un modernizador aventuraría una digresión musical sobre los cambios en el país ante las 35 dianas a ritmo de órgano y camisa chillante amarilla del grupo “Los Truhanes ” que a la sombra del quiosco de Palmar de Bravo, acompañaron la presencia, la voz, el nombre, el rollo, el apellido de Cárdenas. A estas alturas de la sequía, el trópico desértico de Puebla ha escuchado tantas bandas, presenciado tanto mítines, asoleado tantos políticos fugaces, que no mueve un pelo el aire en este recorrido de Cuauhtémoc Cárdenas, el ingeniero que lleva a cuestas el recuerdo del 6 de julio.

            Pero están los campesinos, Al final los perredistas locales harán cuentas alegres, estiman en 35 mil el número de seguidores que salieron al paso de Cuauhtémoc el lunes y martes pasado. Con ellos quieren construir el nuevo partido de la izquierda poblana.

 

            El sol que más caliente

            Fuertes de la Unión es una colonia del municipio de Tepeyahualco. Tiene un buen rato esperando a Cárdenas el mediodía del lunes en ese caserío pegado a una estación que es Oriental. “¿Por qué el PRD? --me dice el hombre--. Será que el campesino busca el sol que más caliente... Ya hemos visto mucho robo y mucha letanía y nosotros necesitamos escuelas y caminos. ¿Dónde están las participaciones municipales? Tú te das cuenta que el PRI ya tiene muchos años en el gobierno y aquí queremos que cumpla lo que promete. Yo soy ejidatario, uno de los 215 que hay en el Fuerte de la Unión, hay algunita agua de riego en ocho pozos, aquí estamos. Lo que queremos es que ya no haya robos.”

           

            Contra el salitre en El Seco

            Es una multitud de cuatro mil perredistas en el barrio de Tecamachalco, de El Seco. Prisciliano Sánchez no se enterará que este mitin es uno de los más nutridos del recorrido. Han esperado más de tres horas. Los cohetones clavan sus luces y los perredistas locales están felices.

            “Ochenta costales de maíz resultó de la cosecha, una hectárea que tengo, nos recordaba un año así de bueno –dice Prisciliano Sánchez, un hombre arriba de 60 años--. Aquí siempre falta el agua, este ha sido un año bueno. El descontento es en contra del presidente municipal, contra el comisariado, puro priísta. Aquí siempre ha habido dos partidos, PRI y esos de Acción Nacional, que ya ha perdido mucha gente. Ora estamos con Cárdenas. Más terrenos, eso queremos, porque hay muchos que tienen diez, quince hectáreas. Muchos han comprado al hacendado Manuel Amador, la familia que de por sí siempre ha estado aquí de patrón. Vendió como 200 hectáreas hace unos siete años, pero según oigo esas ventas no las reconoce el gobierno, según que pertenecen a los que repartieron el ejido y que el hacendado no dio porque hay muchos comisariados que venden y no se ha podido repartir. El comisariado se cambió por terreno, porque ya las había dado a los campesinos allá por los cuarentas, pero el hacendado las volvió a recoger. Yo fui de joven al reparto a que me dieran tierra buena, pero dijeron que sólo los casados, así que me dieron dos hectáreas lejos, allá por el llano, donde se ensalitra y casi no llueve, y luego hay mucho ganado y nomás siembra uno pa los animales.”

            Prisciliano mira al cielo. Suenan las dianas. En el templete, los poblanos del PRD están contentos, se lo harán saber a Cárdenas después: “Este acto lo organizamos los de aquí, no los que vinieron del centro”, dirá alguno.

 

            Amanece Dios en Palmar de Bravo

            Un cartel de color en el portón de la iglesia de San Agustín del Palmar con la clásica foto del feto en la placenta y un texto: “Millones de mexicanos como tú apoyamos la elevación de rango constitucional del derecho a la vida desde la concepción”. Lo firman la Asociación Cívica Femenina y congéneres.

            En una banca de la plaza, entre la soledad de la iglesia y el quiosco con las dianas de Los Truhanes, dos campesinos platican. Están ahí desde las diez de la mañana, y no son cardenistas. Pero no todos los días pasa algo –las dianas, los discursos, un hombre con gran apellido- en Palmar de Bravo. Hablan de la tierra: “Si no le cae llovizna se pone hojuda la milpa, se encalzona, y el frijol se empachona...” “De política sabemos poco, no se mete uno, hay que lucharle para comer!” “Aquí este pueblo es histórico, aquí Nicolás Bravo les perdonó la vida a muchitos, creo 350 soldados”.

            Y señalan una escuela al fondo, asoleada y muda.

            Los interrumpe un viejo jorobado, les pide una limosna. Y se explica: “Es para mis nietos huérfanos. Amanece Dios y agüeito mi pan, agüeito mi pan, ya me colman la paciencia... Pero nomás me dijo la nuera ‘Ya está tendido su hijo.’ Y sí, vine y ya bía  muerto. Por eso me tienen ora de limosnero.”

            Se va el viejo

            “Es puro cuento -dice uno de los campesinos-. Pero de algo tiene que vivir, si no de dónde saca su pan el hombre”.

 

            Guadalupanos en Tecamachalco

            Es una mujer de Felipe Angeles, desde una sombra mira a Cuauhtémoc Cárdenas “Yo vivo por don Alberto Azcona –dice e ignora que don Alberto estuvo en Puebla por la mañana y que saludo a Marco Antonio Rojas en la Reforma Agraria--. Pero ahora no lo veo ni a él ni a sus licenciados. Pero aquí estamos porque no soy priísta. Esos no nos quieren dar la credencial de elector y si la pide uno quieren el voto interesado para ellos. No importa, dicen que en la votación nos van a identificar los compañeros.”

            En el mitin a pleno sol, el candidato perredista marca el tono verdadero de la modernidad en estas tierras. “Porque la guadalupana está con nosotros --dice a su auditorio un campesino–, como lo estuvo con Emiliano Zapata que la llevaba en su estandarte.”

            Y en el acto, hombres y mujeres, menos de lo que pudiera pensarse en tierras de Azcona, responden, unos se quitan el sombrero, las otras aplauden.

            También lo hace escuálido Cuauhtémoc Cárdenas



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