Mundo Nuestro. La escritora cubano-mexicana Esther Rizo Campomanes murió el domingo 15 de septiembre pasado en la ciudad de México. Nacida en Madruga, Cuba, el 9 de septiembre de 1921, llegó a México a los cinco años. Se hizo novelista a los ochenta y siete. “La vida empieza a los cincuenta”, solía decir. Y cuánto vivió a lo largo de sus noventa y dos años. Rebozo de aromas, editada por Santillana en su colección Suma de letras en el 2009, está inspirada en su propia historia familiar, y por ella “conocemos la vida íntima de una familia mexicana y vemos cómo el destino de cada uno de sus personajes se mezcla con la historia de México entre la primera mitad del siglo XIX y el inicio de la revolución.
El capítulo Pablo y Juana de la novela El rebozo de aroma cuenta el enamoramiento de un joven cubano con la hija mexicana de un español que huye de la revolución que ha derrocado al patriarca Porfirio y se hunde en la tormenta de la guerra civil. La joven Juana deslumbra al antillano en ese pequeño pueblo famoso por sus aguas medicinales. Con este texto acompañamos la crónica de la búsqueda que, cien años después, hace una pareja mexicana de sus raíces en Madruga.
Pablo y Juana se conocieron de la manera más disímbola.
Estrenaba Pablo, con sus escasos dieciocho años, su uniforme como conductor en el ferrocarril que iba de La Habana a Madruga y viceversa, conduciendo a la escogida clientela.
Famosa por la bonhomía de sus habitantes, en Madruga el turista gozaba no sólo de las virtudes salubres de sus aguas, sino de un trato amable. No se sabía bien porqué, pero la amabilidad de sus habitantes era famosa en la región. Gozaba de cómodos y no estipendiosos hospedajes y sus habitantes eran famosos por su trato.
Era motivo de orgullo ser conductor de ferrocarril que conducía a los veraneantes y eran escogidos por ser afables y, si era posible, por su postura.
Pablo contaba con ambas cualidades. Alto, erguido y apuesto con ojos castaños que trasmitían dulzura y un carácter alegre y dicharachero que se trasparentaba siempre con una sonrisa. Pero a pesar de su entrenamiento y natural agradable, sus ojos no pudieron dejarse de abrir con asombro ante la extraña comitiva que se aprestaba a abordar el tren.
Encabezaba el desfile una dama de tan distinguida apariencia que Pablo, que tenía escasos conocimientos sobre historia, hubiera podido confundir con la emperatriz que había reinado en México, pero recordó las enseñanzas de su hermana Cuca, que estudiaba para maestra, así que sabía que eso había sido en el pasado siglo. La dama parecía ser conducida casi como una ciega por una mucama y un muchacho fuerte de regular estatura que la llevaba con la mayor fuerza y ternura.
Vestía un traje de terciopelo que a pesar del calor reinante parecía inerte a traspasar la gruesa tela que la cubría.
Un hermoso sombrero con plumas del mismo color que el vestido coronaba su cuello castaño, un collar de perlas adornaba su cuello y sus ojos sólo miraban hacia adelante como quién ve allanado el camino.
Detrás de ella, aunque con menos boato, dos de las muchachas más bellas que Pablo había visto, una era parecida a la madre, esbelta y altiva. La otra, más pequeña, parecía darse cuenta con timidez de la extraña comitiva que formaban. Pero cuando alzó la mirada se encontró con unos inmensos ojos que corrieron traviesos, Pablo supo que jamás sería capaz de separarse de ella. Fue un chispazo inmediato. Pudo también escuchar el imperioso llamado de otra de las chicas, a quién adivinó como su hermana: “Juana, apúrate”.
En ese momento Pablo aprendió el nombre de la que había elegido su corazón para toda la vida. Sólo el recuerdo de sus deberes no le permitió seguirla, pero ella miró hacia atrás sin borrar su sonrisa.
Fue así como ellos se enamoraron para siempre.
Reboso de aromas. Esther Rizo Campomanes