• Sergio Mastretta
  • 23 Abril 2015
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Este 25 de abril la Casa del Mendrugo cumple dos años como espacio de cultura, historia y gastronomía. Una realidad consolidada, que lleva el ritmo narrativo dado por la contadora de historias más antigua de México, Chuchita. Una realidad construida desde la sociedad civil. Con este texto Mundo Nuestro le dio en su momento la bienvenida.

Para ir a La Casa del Mendrugo en Mundo Nuestro:

http://mundonuestro.mx/index.php/accion-civil/category/la-casa-del-mendrugo

Aquí la galería sobre el Mendrugo en Mundo Nuestro:

http://mundonuestro.mx/index.php/accion-civil/item/la-fortuna-del-mendrugo?category_id=52

La Casa del Mendrugo en Facebook:

http://mundonuestro.mx/index.php/accion-civil/item/la-fortuna-del-mendrugo?category_id=52

 

 

Cuántas palabras nos vienen de los tiempos viejos. Mendrugo. Pan duro, expresión de la abundancia y de las sobras. Mendrugo. La palabra muerde, corta ilusiones, aprieta desde el estómago, asoma a espacios siempre visitados, abriga la orfandad de una mayoría, alumbra el fracaso anunciado de la tierra prometida. Reitera este México desigual e injusto en el que vivimos. Mendigo.

 

Mendrugo. De los viejos tiempos, el hombre marcado. Cuando el castellano todavía no conquistaba entera la península, cuando la lengua se cruzó de razas y continentes, sonidos de la nieve y el desierto, frontera de mar mediterráneo, de guerras y comercios cruzados. La lengua en el poder y el movimiento.

 

 Y de los viejos tiempos también mendigo, menesteroso, indigente, pobre, limosnero, pordiosero.

 

El mendrugo. La palabra perfila lo que ha sido la ciudad de Puebla en uno de sus extremos más terribles: la desigualdad y la miseria. Porque la pobreza no empezó ayer, ha estado ahí, en esa orilla de la mendicidad que se asoma en el aldabonazo en un portón centenario o en la enjundia de los limpiaparabrisas en este nuevo siglo. De los tiempos idos quedaron las mirillas que todavía se encuentran en las casonas coloniales. En los tiempos nuevos la ciudad entera es una mirilla en cada esquina.

 

Y de limosnas, de mendrugos, se construyó en dos siglos, por los Jesuitas, esta casona que guarda sin mayor alarde la historia entera de la ciudad de Puebla. Por rezos, misas, indulgencias y caridades pasaron estas piedras. Para mayor gloria de Dios, dirían.

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