• Antonella Fagetti
  • 04 Junio 2015
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Mundo Nuestro: ¿Cómo descubre una niña que algún día se convertirá en una chamana? ¿Cómo descubre que tiene en un don? ¿Cómo logra desenredar las revelaciones de sus sueños?

“Soñaba que iba al cerro –cuenta Isabel, una muchacha a la espera de que le llegue la hora en que estará lista para curar--, que unos pájaros me perseguían, y yo corría, y cuando ya me iban a alcanzar yo me convertía en una ave de color amarillo bien bonita…”

“Chamán se nace –dice la Doctora en Antropología Antonella fagetti, autora del libro “Iniciaciones chamánicas, el trance y el sueño en el devenir del chamán”--. En México, ser chamán o chamana implica haber nacido con el don y haber recorrido un camino que tarde o temprano lleva a la revelación de la verdadera condición de la persona”. Entender este complejo proceso es el propósito final de esta rigurosa investigación publicada por XXI siglo editores y el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades dela BUAP apenas la semana pasada. La antropóloga Antonela Fagetti es especialista en estudios sobre medicina tradicional y chamanismo, con varios libros publicados sobre el tema, además de realizadora de los documentales Una tetralogía del chamanismo en Mexico (2007) y La iniciación del haaco cama/el chamanismo comcaac (2014). Entre el 2010 y el 2014 ha llevado a cabo la investigación financiada por el CONACYT “Procesos de adivinación/sanación/reparación/propiciación en el contexto del conocimiento y la práctica del chamanismo de los pueblos indígenas”.

 

(Ilustración de portadilla: La árbol despierta, de Ticatla, 2011)

 

 

Isabel

 

Isabel es hija de don Mario, ixtlamatki de Tlacotepec de Díaz, Puebla. Desde pequeña “la atacan espiritualmente” porque nació con el don: “Cuando estaba chiquita, me enfermaba mucho, me llevaba mi mamá a curar con una señora y le decía que yo no estaba bien, que lo tenía eso de nacimiento, que no querían que yo naciera”. Unas veces padece fuertes dolores de cabeza, otras siente que le “aprietan” la garganta: “le grito a mi mamá que me vea porque me quiero morir, ya no puedo respirar bien. Mi abuelito me empieza a limpiar en mis pulsos, mi estómago, mi garganta y así es como se quita un poquito, pero si nadie me limpia, yo creo que sí me va a pasar algo, ¡me voy a morir!”. Su padre le explicó: “- Hay espíritus que se apoderan de ti, como te ven débil y te sienten débil, entonces ellos se aprovechan de tu debilidad y es por eso que te sientes mal”. El testimonio de doña Marina, su madre, describe los momentos de angustia que vive con su hija: “Cuando se siente mal, a mí me espanta, se pone bien blanca su cara y sus pulsos ya no funcionan. Ella ya no sabe nada, se tira, se duerme y yo agarro un huevo y su papá la empieza a limpiar y con eso se calma, se empieza a despertar otra vez y dice que ve un señor vestido de negro que se la quiere llevar”. “Veo un señor vestido de negro –aclara Isabel- y tiene un gato, me dice: ahora te voy a llevar, te vas a morir, yo no me dejo. O veo una anciana que me quiere llevar de la mano: - Vamos a ir porque no quiero que tú crezcas, ¡no quiero que estés más acá!”.

 

 

 

Un día que se sentía muy mal, fue a ver a doña Sabina, la partera que la vio nacer y que también es curandera; esta le confió, que había nacido con un “recubrimiento” –tal vez se refería a la ropita- y que ella la había guardado, pero no le reveló dónde: “- Esta cosa la vas a llevar en tu cuerpo, por eso, cuando ya estés grande, vas a entender y vas a curar”,  y le pronosticó qué sucedería cuando tuviera veintiún años: “- Cuando llegues a esa edad, vas a ver que ¡te vas a sentir más mal!”, y así fue. Nunca hubo con la ixtlamatki suficiente confianza para pedirle ayuda, por el contrario, su padre prefería que no la consultara, pues dudaba de su probidad moral y pensaba que en lugar de ayudarla, en realidad, la estaba perjudicando. El hecho es que el futuro ixtlamatki, el que tiene un “don bueno”, es continuamente acechado por el “envidioso”, todo aquel nahualli que no es buena persona, y que por tanto se califica como amo cualli iyllis. Los malintencionados, como ya señalé anteriormente, atacan a quienes todavía no son curanderos y carecen de la fuerza anímica que les permite soportar sus embestidas. Eso le sucedió durante años a Isabel: de improviso sucumbía víctima del mal aire. Recuerda muchos sueños que tuvo de pequeña, de cinco o seis años:

Cuando estaba chiquita soñaba que iba yo al cerro, se llama Cuixtepetl. Soñaba que iba así como estoy, como ser humano, y veía muchos pájaros, muchos árboles bien bonitos. Pero luego, cuando iba yo caminando, en el camino me perseguían, me venían correteando y entonces yo corría para que no me alcancen, ya después, cuando veía que me querían alcanzar, me convertía en un ave bien bonito, era de color amarillo con muchos colores, le decimos el tekechol. Veía los animales que me iban correteando y me empezaba a reír de ellos y les decía: - ¿Ya vieron? ¡No me alcanzaron! Me iba saliendo de ese cerro e iba bajando, bajando a Tlacotepec y me paro allí en la tierra y me convierto en ser humano otra vez. Le contaba a mi papá lo que había pasado y me decía: - Tú tienes algo de don, por eso sueñas así.

 

             Otro tipo de sueños que ha tenido Isabel confirman lo dicho por don Mario. Durante los primeros años de vida del ixtlamatki, como ocurre con muchos especialistas que poseen el don, algunos sueños son premonitorios: le anuncian al elegido que está destinado a curar pero que todavía falta tiempo, por lo cual debe aguardar el momento en que podrá entregarse a su labor.

A veces voy en los cerros, o en el Covatepetl, y atravieso un lago, un río, y me encuentro con un señor vestido de blanco y me da unas hierbas y me dice: - Los vas a ocupar el día en que llegue la hora que tú puedas curar, pero ahora no, dice, ¡hasta que yo te avise! Ahora vete y recuerda lo que te dije, yo te quiero mucho y no te preocupes porque no te va a pasar nada,  yo siempre cuido de ti. Era como un viejito, tenía su calzón de manta, su camisa de manta y un sombrero.

 

Ese mismo anciano, que según su padre es Dios, días después, se presentó en otro sueño: “me hablaba en náhuatl y me decía: - Tienes que cuidarte, porque hay muchas personas malas que no quieren que tú cures”.

            Isabel ahora tiene veinticinco años y tiene dos hijos, a pesar de que un curandero del pueblo le pronosticó que no tendría y que si se embarazaba podría morir. Los ataques de los “envidiosos” se han espaciado y ella espera que un día ese anciano vuelva a aparecerse en sus sueños y le avise que ha llegado el momento de comenzar a curar. 

 

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