".$creditoFoto."

Me gustan los libros. Me gusta entrar a una librería y ver los estantes, sentarme en el suelo para hojear un título, ver las portadas, leer las cuartas de forros, estar ahí, nada más, mirando. Me emociona permanecer de pie frente a los exhibidores, frente a las mesas, y toparme con una obra que no esperaba encontrar, lanzarle un beso y pensar “bonito, bonito”, si esa obra es de un autor que admiro –Marguerite Yourcenar y sus Cuentos orientales, la gran Beloved de Toni Morrison, Oscar Wilde, el Santo Patrón de los Escritores Crueles, al que de cariño llamo a veces Víctor Huguito, pese a las enormes posibilidades de que deje de dar brincos en su tumba y decida, al fin, venir a asustarme una de estas noches. Supongo que lo mismo, con algunas variantes, ocurre con otras personas amantes de los volúmenes impresos: una librería, un bazar de libros de segunda mano o el Remate de Libros del Auditorio Nacional, es a ellos lo que el cielo de bellotas a la ardilla de la película “La era del hielo”.

Aunque, por lo regular, suelo encontrarme más con gente que no gusta de los libros, ni de las ediciones económicas ni de ninguna. Recuerdo, por ejemplo, una ocasión que iba de pie en el microbús. Trataba de leer cuando una pasajera, sentada, me reclamó por haberle pegado con el libro. Perdón, dije apenas, no muy convencida, pues en ese aspecto siempre trato de tener cuidado. Después, ya sentada en uno de los lugares del fondo, pensé en el tono de voz de la mujer. Y encontré cierto dejo de desprecio en la manera de pronunciar la palabra “libro”, como si mi sucio ejemplar de Cuentos chinos del río Amarillo, una bellísima publicación en pasta dura y hojas gruesas semejantes a la seda, editada bajo el sello de Siruela, fuera a poner un desastre sin paralelo en su perfecto degrafilado ahíto de fijador. En fin, de todos modos no creo que sea forzoso que a todos nos guste lo mismo.

Seguir leyendo en Profética, Casa de la Lectura:

http://www.profetica.com.mx/libreria-2/propuestas/una-libreria-en-inglaterra