Acaso venturosamente, Gabriel Zaid no está considerado por el gran público como uno de los “grandes” de nuestras letras. Este 2014 cumplió años y, salvo las felicitaciones y dedicatorias de rigor, no hubo homenajes fastuosos ni declaraciones presidenciales pomposas. Esto puede explicarse observando los límites entre los que se mueve Zaid, mayormente alejados de la prosa narrativa, la novela y el cuento, esas formas que tanta gloria suelen traer a quienes las ejercen de forma destacada. El volumen de su poesía es breve si se le compara con el resto de su producción. A manera de involuntario manifiesto contra la exaltada fama de otros tipos de prosa, Zaid eligió cultivar el ensayo y, mejor aún, el ensayo de opinión en una de sus más encomiables pero menos celebradas formas: la columna.
Esto, según yo, es más positivo que negativo. No es Zaid una figura oscura cuya obra deba desenterrarse; al contrario, casi todo lo que escribe está al alcance de la mano —gran parte de su producción en Vuelta y Letras Libres puede leerse en línea en el portal de Letras Libres. A lo accesible de su producción se suma, además, la poca bruma que hay alrededor suya; de forma distinta a como sucede con otros escritores reconocidos, cuya escritura apenas alcanza a vislumbrarse bajo los pesados monumentos que se han erigido sobre ella, en Zaid la fama de la prosa no empaña a la prosa.
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