He leído a Gabriel García Márquez con la esperanza de que algún día pueda conversar con alguien que también haya tenido el tiempo y el gusto de habitar sus historias, a pesar de que hablar de libros sea un pasatiempo que no conduce a nada. Uno se la pasa diciendo que tal o cual autor lo dejó impactado y que los personajes son dignos de admiración y respeto, que la trama es excelente y que la lectura nos llevó de la mano; luego nada. Quizá lo importante de hablar sobre libros sea la botella de vino que se escancia para alargar la charla. Los libros de García Márquez importan por su imaginación desbordada, que nos lleva a situaciones incomprensibles por fantásticas, producto de una chispa que incendió el cerebro del admirado escritor colombiano.
La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada es el libro que escogí para entablar un diálogo indirecto con los lectores, y si puse mis ojos en este libro es porque es uno de mis preferidos, puedo leerlo ahora con el mismo gusto con que lo leí hace años. Siempre que lo veo acomodado en el librero me dan ganas de leer el cuento que da apertura al libro, “Un señor muy viejo con unas enormes alas”, nada más por el placer de imaginar al ángel senil que cae en manos de una pareja que lo explota como atracción de circo.
Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.
Con esta imagen me imagino a un viejo impedido, barbón, acorralado por la mirada de un humano incrédulo, un sujeto de otro mundo a merced de las necesidades del hombre, un ser extraordinario que aboga por derechos que nadie le dará, menos los habitantes de la casa donde ha caído
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