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Ver. No ver. Atreverse a presenciar algo que no encuentra acomodo en los cánones, en las llamadas buenas conciencias… De tales elementos está conformado el morbo, esa especie de quiero pero no quiero, pero sí, pero no, que hace que las personas vuelvan la cabeza todo lo que dan sus vértebras a fin de ver el accidente más allá de la ventana del autobús, que miren pornografía mientras esperan que la puerta no se abra, que nadie los descubra.

No sé si en parte fue el morbo lo que llenó el patio de Profética el pasado 4 de junio, esa pelea entre el derecho a ver y el derecho a no ver, derechos estos que Diana J. Torres menciona en su Pornoterrorismo, el esperar que quizá la autora hiciera uno de los performances que relata en esas páginas mitad ensayo mitad autobiografía publicadas en septiembre del año pasado.

Por mi parte, más bien ajena a las expectativas de algunos de mis compañeros, esperaba escuchar. Su libro me llamó la atención, terminé de leerlo un poco antes de la visita de Diana, y la curiosidad hizo que me quedara a esa charla-entrevista que dirigió Juan Orea, al final resguardado junto con la autora bajo una enorme sombrilla negra.

Tanto en las palabras de ella como en el texto que leyó Juan a manera de introducción pude ver la inconformidad que permea las páginas editadas bajo el sello de Sur+. “Creo que hay libros que nos dicen, de una manera bien pinche clara, que todo eso puede ser diferente. Que todo ese bienestar material –la pantalla de plasma, el refrigerador y el automóvil– no tiene por qué además estar coronado por nuestra conformidad”, dijo al micrófono Juan; si lo que ha hecho el sistema desde que nacemos es robarnos el cuerpo, robarnos el placer, lo que tenemos que hacer es emprender, emprender cualquier lucha, las cuales no son para quedarse en las academias, oí de Diana, entre una lluvia cada vez más intensa.

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