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Por: Emma Yanes

En este mes de marzo que termina, el de la primavera y del nacimiento de Benito Juárez, vale la pena revisar el libro de Esther Acevedo, Por ser hijo del Benemérito. Una historia fragmentada. Benito Juárez Maza,  1852-1912, por el INAH, mismo que nos narra con detalle, la vida de la familia del héroe nacional. La siguiente es la presentación que del mismo hizo la historiadora Emma Yanes, en el Museo del Estanquillo, en la ciudad de México, en septiembre del 2012.

 Esther Acevedo, Por ser hijo del Benemérito. Una historia fragmentada. Benito Juárez Maza,  1852-1912.  INAH, 2011 

Las dos patrias de Benito Juárez

El libro de la historiadora Esther Acevedo Por ser hijo del Benemérito. Una historia fragmentada. Benito Juárez Maza,  1852-1912,  paradójicamente está lejos de ser una historia fragmentada, como dice su título. Se trata más bien de una historia múltiple, entrelazada, donde Esther nos acerca al personaje principal, Benito Juárez Maza, desde el archivo personal del personaje y al mismo tiempo nos va contando la historia de la familia Juárez en su conjunto, es decir, de la esposa del Benemérito y su descendencia (en una lectura lejana de lo que se conoce como la historia de bronce); así como de la propia historia del país entre 1852 y 1912, años como se sabe de gran turbulencia social y política. Para ello, Esther recurre no sólo a una amplia bibliografía sobre la época y a documentos escritos del propio archivo Juárez Maza, sino también a su particular mirada del material gráfico y fotográfico. Es su análisis de este material y la forma en la que lo introduce a manera de pinceladas a lo largo del texto, lo que le permite al lector entender, en detalles que podían pasar desapercibidos para cualquiera, no sólo la personalidad del personaje principal, también y quizás principalmente la de los gestos sociales, las novedades técnicas en materia fotográfica y la nueva cultura visual de México.

      El libro Por ser hijo del Benemérito, es entonces una historia de vida, una narración política y un tratado cultural. Como historia de vida el texto nos narra: “Los tiempos difíciles para México que se reflejaron en la cotidianidad de la familia Juárez Maza”, según indica la propia Esther. Así, mientras el Benemérito elaboraba la Ley Juárez, las Leyes de Reforma, establece su gobierno en la ciudad de Guadalajara, viaja al extranjero y crea un gobierno itinerante para regresar  en 1861 a la ciudad de México y enfrentar la guerra contra Francia (luego del desconocimiento de los Tratados de Soledad por ese país); Margarita, la esposa del presidente errante, enfrenta el exilio en los Estados Unidos, organiza las finanzas, cuida de nueve hijos, les procura a los mismos buenas escuelas y soporta la muerte de dos de ellos aún niños: José y Antonio. Benito Juárez Maza, entonces, además de ser el primogénito, se queda como el único hijo varón, en una época en que eso era primordial.  Los Juárez Maza no eran pobres y fuera de las penalidades políticas, vivieron en el exilio con dignidad.

      La historia de vida de Benito Juárez hijo, es entonces la de un muchacho que se estudia en buenas escuelas extranjeras, aprende modales y viaja a París, para regresar posteriormente a México. Sus alcances personales sin embargo, parecen ser pequeños, comparados con los de su padre, pero le sirven para   ejercer la equitación, conseguir una esposa francesa, ocupar puestos menores en la diplomacia mexicana, mover influencias para negocios personales que en general fracasaron, ser masón y alcanzar el grado 33 con demasiada brevedad  luego de algunas artimañas y al final ser gobernador de Oaxaca, electo democráticamente luego de un primer fraude electoral, más por el cariño del pueblo hacia el Benemérito que por méritos personales. Muere de un sorpresivo ataque cardiaco en 1912, quizás por no poder resolver los conflictos de su estado natal (rebelión de los peones contra los dueños de las haciendas, algunas en manos de extranjeros y luchas políticas por las presidencias municipales) y tal vez también por tener que llevar siempre a cuestas el nombre y apellido de su padre, no por elección personal, sino como una realidad con la que sí bien lucró, nunca lo dejó llegar a él mismo más allá de sus propios límites.                      

         Como historia política la vida de Juárez Maza narra la manera de ejercer el poder de los liberales del siglo XIX, que parece haber sido heredada años más tarde a los políticos del PNR, PRM y el PRI. Maza es el hijo del indígena que se blanquea para acceder a los niveles sociales de la burguesía porfiriana con quien entabla negocios, mantiene como bandera la laicidad y  ejerce el triunfo sobre el ejército francés, no derrocándolos con las armas, sino adoptando sus modas y costumbres e incluso en una batalla más grata e íntima: volviendo su mujer, su súbdita (porque así eran los matrimonios de entonces y quizás también los de ahora) a la francesa María Kleiran.

     No se trata entonces para este hijo del Benemérito, ni para el propio Juárez García, de acceder al poder para rescatar y defender los usos y costumbres de los indígenas de México, sino para demostrar que los descendientes de ese mismo pueblo, podían ejercer sin titubeos el poder a la manera occidental. Y así hasta que la ambición política, la disputa por gubernatura de Oaxaca, lo orilla nuevamente a mirar hacia su gente, a lucrar con su capital político para ser gobernador del estado, a pesar de no contar para tal efecto con el apoyo del presidente Porfirio Díaz (al que siempre respetó) y de un fraude electoral, del que salió posteriormente vencedor gracias al apoyo popular y al ya para entonces exilio de Porfirio Díaz. Los indígenas ven en Juárez Meza, la representación de su padre  (Juárez García) y  le otorgan a ciegas su confianza.  Pero a diferencia suya trabajan en la haciendas de sol a sol y no tienen como salida personal más que la rebelión en las haciendas. Juárez Meza por el contrario tiene compromisos políticos y económicos con los porfiristas y con el capital y un absurdo nivel de vida que hizo quebrar a la mayor parte de sus negocios. No resolvió a tiempo esa contradicción. Ya como gobernador no pudo parar los levantamientos contra los hacendados, nacionales y extranjeros, ni imponer a su gusto a los jefes políticos en el estado. Ese fue quizás el motivo de su muerte prematura todavía como gobernador del estado de Oaxaca.


     Mientras México pelea por un estado laico y por la no intervención extranjera y en el centenario del natalicio del Benemérito gobernadores y presidentes municipales buscan colocar en las plazas públicas estatuas cada vez más grandes en memoria del héroe nacional, su hijo Juárez Maza desea tan sólo salir de deudas e hipotecas y tener el archivo personal de su padre hasta entonces en manos de sus hermanas.  Como dicen por ahí: Así pasa, cuando sucede. ¿Pero quién, me pregunto yo, puede alcanzar alguna vez la grandeza de su padre o de su madre? y ¿quiénes somos nosotros los ciudadanos comunes para exigirlo? Sin embargo, Juárez Maza cayó en su propia trampa: era un hombre común, un político de los de hoy capaz de negociar con los de arriba y abrazar a los de abajo en defensa de sus propios intereses. Pero guardó un archivo meticuloso desde sus jóvenes años, sabiéndose  hijo del Benemérito, con cuyo apellido lucró, sin saber acaso que bastantes años después Esther Acevedo entendería y pondría a la luz sus limitaciones. Siempre hay un historiador al acecho.

        Es entonces también este libro una historia cultural, porque en el seguimiento de los pequeños detalles que se muestran en las fotografías Acevedo es implacable. La obra abre con una imagen del niño Juárez Maza  vestido con su traje de equitación. Dice Acevedo: “La escenificación del fondo nada concuerda con el atuendo de Juárez ni con un ambiente mexicano: el telón de la barandilla de una casa con un gran lago atrás. Al examinar su pose, Benito está sentado sobre un barandal, el pie izquierdo apenas toca el piso –era bajito—y el derecho se balancea; las botas federicas de montar lucen pulcras y brillantes. Porta un casco de terciopelo con bies de seda; sobre el barandal está el casco de montar forrado en fieltro. El punto que me llama la atención es la forma en que sostiene el fuete y sus delicadas manos”. No se trata pues, ya no digamos, de una vestimenta campesina, no aspiran los Juárez siquiera a ser chinacos, al traje de charro, sino a uno de los gustos que distingue a la aristocracia europea: la equitación. Pero el muchacho posee todavía en esa foto el rostro indígena, moreno. Otra imagen, de 1876, muestra a Juárez Maza ya más blanco, como respetable hombre de ciudad, con el bigote, el  bastón, el anillo dorado, el sombrero  y sus delicadas manos indicando su jerarquía, pero sus zapatos aún llevan polvo, lo que señala   todavía su andar por las terrosas calles de la ciudad de México. No volverá a ser así, las demás son fotos formales. Algunas de ellas conmovedoras: por ejemplo, en una de éstas a la entrada de su casa  en la ciudad de México (1907), Juárez Maza carga dos perritos chihuahueños, en un gesto que recuerda a los presidentes norteamericanos de hoy, aunque el aspaviento provenga más bien del gusto de los Habsburgo por las mascotas. Y luego lo inevitable: de nuevo el roce con los indígenas como candidato a la gubernatura de Oaxaca y después ya como gobernador, en los primeros años de la revolución mexicana. Y ahí están, un hombre muy parecido a él pero de manta y huarache que le da la mano u otro que comete la osadía de abrazarlo hasta levantarlo del piso, ante la sorpresa y casi vergüenza de su propio sequito. Y la siempre fiel María Kleiran que  pasa de la foto vestida a la última moda parisina a acompañar al candidato a pie y a caballo por la sierra mixteca. Benito Juárez Maza vestido a la manera occidental, siempre marcando distancia con los indios de México que buscan sin embargo reconocerse en el mandatario. Y María Kleiran, la francesa, vestida ahora de charra y de tehuana, recorriendo bajo el sol la alebrestada tierra mexicana, en busca de aceptación social cuando empezaban ya a aparecer asesinados en la región los extranjeros dueños de haciendas. El matrimonio Maza-Kleiran no lleva vigilancia alguna en sus recorridos por la sierra (o la guardia armada no aparece en la foto); en cambio los acompaña por los pueblos una humilde banda de música.

      Ese triunfo, el del matrimonio y lealtad de María Kleiran (y “vaya que era bonita”, como diría un amigo mío), discreto y por las buenas, en estos festejos multitudinarios por los 150 años de la batalla del 5 de mayo, sí debemos reconocérselo a Juárez Meza, que la dejó, sin embargo, endeudada. María  es un personaje secundario del libro que a la manera de una novela o película, va cobrando fuerza en las imágenes, quizás por el misterioso mundo personal que vivió. Es en ella en quien Juárez Meza deposita al final de su vida toda su confianza: la nombra en su testamento heredera universal y le pide que por ningún motivo asistan a su entierro representantes religiosos, ni haya entre los oficios rezo alguno, ya que se debe respetar a su persona como libre pensador. María Kleiran, la francesa, hizo respetar esa voluntad, previo al litigio testamentario posterior, que ya es otra historia.       

     El libro de Esther Acevedo no sólo debe ser leído, también merece ser mirado, bajo la meticulosa guía de Acevedo que nos regresa una y otra vez a las imágenes, para ofrecernos una lectura múltiple y  crítica sobre la historia de México.