Cada cierto tiempo Juan, Arturo –dos compañeros de trabajo− y yo, nos reunimos para hablar de libros y blasfemar contra autores que no conocemos. Es fácil hablar de los autores y decir que los libros son malos, pésimos, basura o una mierda, todo muy a la ligera, tan fácil como decir me gustó mucho. Pero nos agrada más alegar en contra que a favor, porque también resulta mucho más factible. No sólo hablamos de escritores mexicanos y la mafia que supuestamente controla las publicaciones institucionales en el país, no sólo decimos que tal autor está sobrevaluado, sino que ellos ocupan gran parte del tiempo en decir que los escritores que yo leo son realmente malos.
Me gusta debatir y me gusta decir lo que pienso poniendo energía en demostrar que están totalmente equivocados. Ellos se ríen de mí como la mayoría de la gente, pero cada vez que lo hacen, revaloro sus palabras aunque se encuentren salpicadas de maldad, humor y vanidad lectora. Los personajes que defiendo son escritores que gozan de autoridad, novelistas que han publicado más de cinco libros, pero que de todas formas escriben mal y son una mierda.
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